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viernes, 15 de marzo de 2024

Encima, con recochineo.

    Se ríen de nosotros a la puta cara desde La Moncloa, es decir, desde el Gobierno de las diecisiete Españas, con este vídeo propagandístico y bochornoso de la pésima gestión gubernamental que peor no pudo ser de la pandemia. Nos muestran cómo el día 14 de marzo, cuando se decretó el estado de alarma que iba a durar quince días,  nos salvaron la vida haciendo que nos muriéramos de asco. Pero ¡cómo nos venden la encerrona como un autentico paraíso, algo idílico, ecológico y hasta liberador! Sí, porque el gobierno nos liberó del mal. Resulta escandaloso cómo el Poder se ha apoderado del discurso libertario para justificar su ejercicio impositivo de ordeno y mando en pro de nuestra libertad y nuestra vida. 

      Hago a propósito la siguiente reflexión sobre cómo algunos postulados antagonistas han sido asimilados por el sistema contra el que se alzaban, dándoles la vuelta y apuntando en la dirección contraria, convirtiendo su orientación antisistema en todo lo contrario, en prosistema. Algunos postulados del movimiento libertario, en efecto, han sido asimilados por el Estado, como demuestran las políticas de libre elección de identidad de género, de activismo climático que pretende lograr un capitalismo verde y sostenible, la cultura de la cancelación de lo que no es políticamente correcto y se opone a lo anterior, la cultura güoque del despertar ("recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte...)  y la agresión intelectual que lo acompaña.  Las críticas a la globalización son tachadas enseguida desde el Poder y sus medios afines como teorías conspiranoicas procedentes de la extrema derecha. Muchos gobiernos de diversas tendencias justifican su existencia argumentando que si no gobernasen ellos lo haría la ultra derecha más extrema. O nosotros, dicen como el viejo chiste, o el caos, que también somos nosotros. 

    El anarquismo en el Poder ¿Cuando se había visto tal desfachatez? Pues aquí y ahora mismo, por ejemplo, cuando se cumplen cuatro años de la infamia de aquel Real Decreto-de la realeza y de la realidad- 463/2020, de 14 de marzo, por el que se declara el estado de alarma para la gestión de la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19, y, encima, se celebra con recochineo.


    El confinamiento de la población sana y la parafernalia de las mascarillas y demás se decretó sin ningún fundamento científico ni ético que lo avalara y con toda la impunidad del mundo, por la pura crueldad salubrista de la barbarie paternalista del Estado terapéutico que vela por la salud de sus súbditos. La soberbia sanitaria del ogro filantrópico -algo había que hacer porque había que hacer algo, aunque no se supiera qué, porque de lo contrario íbamos todos a morir-  queda impune. Y si la Iglesia se empeñaba antaño en salvar almas para el Cielo, el Estado se empeña hogaño en salvar vidas para el mundo.

    No deberíamos olvidar a poca memoria histórica que conservemos lo que hizo el Gobierno con los niños y con los adolescentes, cometiendo un auténtico crimen de Estado. No se me ocurre otro nombre. Mintieron descaradamente para hacernos creer que las tiernas criaturas infantiles eran “bombas” de infecciones a fin de vacunarlas sin ninguna garantía ni beneficio de su salud, sino todo lo contrario, encerrarlas en casa, con absurdas normas y protocolos demenciales, sin ninguna ética ni humanidad. 

    Y ahora nos lo pintan desde la Moncloa con imágenes tan idílicas que no hay violencia doméstica, no hay depresión, no hay malos tratos, sino solo arte, deporte, teletrabajo, armonía familiar y conyugal..., y dan ganas de decir que venga, que vuelva otra pandemia y volvamos a encerrarnos todos, cada cual en su casita, y Dios, que es el Estado, en casa de todos. 

    Querían salvar a los vejestorios sacrificando a los jóvenes. ¡Qué lástima que no se hubiera proclamado una ley transespecífica que hubiera permitido a los niños declararse especie canina para poder gozar del asueto de un paseo diario como ellos! En España desde el 14 de marzo la infancia y la adolescencia estuvieron confinadas en sus domicilios,  castigadas por su propio bien sin poder salir de casa para nada. ¡Quién fuera perro, soñaban algunos!


    Explícales a los enanos que no vean a sus abuelos si no es por video conferencia y, cuando los vean de cuerpo presente, que no los abracen ni besen ni los toquen. Ciérrales la calle y los parques infantiles, que se pongan bozal hasta en el patio del colegio cuando vayan al cole  y que no se acerque a sus compañeros y amigos. Háblales del mágico suero que quizá les enferme a ellos un poquito nada más pero que podrá evitar que muera una viejecita o un ancianito que no conocen, a los que salvarán la vida si se dejan poner un indoloro pinchacito. Y cuando estén tristes y deprimidos y les duela el alma, les dices que es por su propio bien y por el bien de todos y de todas.

    ¿No recordamos los aplausos a las ocho, el Resistiré, que se convirtió en el himno de la sumisión que ellos denominaron 'resiliencia', la policía de los balcones, las ruedas de prensa con las Fuerzas del Orden, virólogos y militares, las noticias a todas horas de muertos y contagiados, el terrorismo informativo a que nos sometían día y noche, los vergonzosos salvoconductos para entrar en lugares públicos y para viajar y un larguísimo etcétera...?  

     Si volviera otra pandemia (y es muy posible que la Organización de la Mala Salud nos tenga preparada otra bien pronto), repetirían los mismos errores uno a uno, desde el arresto domiciliario al cierre de la enseñanza, pasando por la imposición de mascarillas y el pasaporte de vacunación. No han aprendido nada de Suecia, el único país que se libró de tanta barbaridad.

    En las diecisiete Españas lo que tenemos son un gobierno central muy progresista e izquierdista de salón y sus sucursales autonómicas que no saben nada de salud pública, que no estuvieron a la altura porque lo último que hay que hacer ante una epidemia es encerrar a las personas sanas, que deben exponerse a ella para inmunizarse naturalmente, lección de primero de inmunología. Tenemos un gobierno que persiste, para más inri, en su manipulación para ocultar la brutalidad del arresto domiciliario y las mascarillas obligatorias, incapaz de reconocer sus errores, el error de haber hecho un terrible experimento cuyas consecuencias e increíbles daños no han evaluado ni quieren evaluar. Encima se van de rositas porque lo hicieron por nuestro bien, y por el suyo, como está empezando a verse ahora.

     No tiene desperdicio ver las imágenes del vídeo que emplean, cómo maquillan la gran infamia que fue la pandemia y como justifican su gestión como la mejor en aquellas circunstancias. No sabían qué hacer. Pero hay países, como Suecia, por ejemplo, insisto, que lo hicieron mucho mejor. Pero no reconocerán nunca sus errores y se empecinan en presentarse como nuestros salvadores: nos han salvado y han salvado el planeta, que pudo respirar un poco sin tantísimas emisiones de dióxido de carbono.

jueves, 14 de marzo de 2024

Cuarto aniversario del 14M

     Tanto que les gusta a los medios de fabricación de noticias señalar efemérides del calendario para recordar aniversarios de sucesos importantes con el número correspondiente al día del mes y la letra con la que empieza el mes (11M, 11S, 23F, 15M, 20N, 8M, 12O...), propongo uno más para que no se nos olvide: 14M.

    Hoy, 14 de marzo de 2024, pridie Idus Martias, fecha que en el antiguo calendario romano era la víspera de las fatídicas idus de marzo,  hace ahora exactamente cuatro años, el presidente del gobierno de las Españas se dirigía al país en estos lamentables términos: “Buenas tardes, estimados compatriotas, en el día de hoy acabo de comunicar al Jefe del Estado la celebración mañana de un consejo de ministros extraordinario para decretar el estado de alarma en todo nuestro país, en toda España, durante los próximos quince días...” Nótese cómo el presidente del Ejecutivo ya sabía lo que iba a pasar al día siguiente antes de que pasara, futurólogo avezado que era, y comunica al Jefe del Estado que al día siguiente, mañana, decía él, el consejo de ministros extraordinario iba a tomar una decisión irreversible que ya estaba previamente tomada -¿por quién, si no fue por él, que ahora se apunta el tanto de haber salvado millones de vidas secuestrándolas?-, siguiendo el ejemplo de Italia, que la había tomado una semana antes. Ya sabían las dos más altas autoridades del Estado la decisión que se iba a tomar porque lo exigía la excepcionalidad de la coyuntura.

     Su discurso estaba trufado de los adjetivos "excepcional" y "extraordinario" aplicados a la situación que estábamos viviendo. Poco después la excepción se convertiría en la regla, la nueva normalidad o normativa, que se llamó, inaugurándose una dictadura sanitaria que nos prohibía salir de casa a las personas sanas, declarándonos enfermos asintomáticos contagiosos en una cuarentena que en principio iba a durar no más de quince días, y que contra su nombre, acabó durando más de cuarenta días y cuarenta bíblicas noches. 

   Se anunciaba así el primer confinamiento o arresto domiciliario de toda la población que iba a extenderse a los "próximos quince días" -iba a ser solo la puntita, como suele decirse, lo que nos iban a meter por detrás, pero acabaron metiéndonosla toda entera y vera-  y se fue prolongando hasta el 21 de junio del mismo año (a lo largo de tres meses y ocho días, exactamente 100 días), y que se denominó "estado de alarma", bajo ridículos eslóganes como "todo saldrá bien", que resultó ser una patochada irrisoria de pésimo gusto, o "yo me quedo en casa" e imperativamente "¡quédate en casa!" y con los vergonzosos aplausos de los afectos al Régimen a las ocho en punto de la tarde, que se asomaban a las ventanas y balcones a vitorear con recochineo a los sanitarios y a las fuerzas armadas. Más tarde llegaría la "reducción de movilidad nocturna", ridículo eufemismo con que se maquillaba el bélico 'toque de queda'.

 

    Hemos aprendido a lo largo de estos años que si se nos infunde convenientemente por todos los medios el miedo a la muerte estamos dispuestos a dejar de vivir y a morir, poniendo entre paréntesis nuestro modo de vida y nuestra relación con las personas y las cosas, so pretexto de proteger nuestra salud que, al parecer, estaba teóricamente en gravísimo peligro. 

    Pensar como creen algunos mentecatos todavía que no se han bajado del guindo que aquello se acabó gracias a las medidas farmacológicas -libertad es vacunar y vacunar y vacunar, decía nuestro "querido presi, te queremos" tripitiendo la palabra 'vacunar' porque había que ponerse la tercera dosis ya que no había dos sin tres- o gracias a las medidas sanitarias no propiamente farmacéuticas  tales como la mascareta, el propio confinamiento y la distancia social y todas las ridiculeces de la 'new normal' como el salvoconducto sanitario equiparable al antiguo certificado bochornoso de buena conducta que vino para quedarse es algo que ya ni los virólogos sostienen porque sería tan ingenuo como creer que la gripe estacional se acaba todos los años gracias a la vacuna...    

    Y también hemos aprendido que lo que sucedió una vez y que parecía imposible que pudiera pasar, más propio de una película terrorífica de ciencia ficción que de la realidad, puede tranquilamente volver a suceder porque se ha sentado precedente instalándose sin rechistar en el inconsciente colectivo.

    Lo que hemos vivido ha sido sobre todo un gran experimento de laboratorio social, político y económico, en el que se han puesto en evidencia nuevos paradigmas que vamos a llamar neoliberales, aunque no sean nuevos ni liberales propiamente dichos, de gobernar cosas y personas con el beneplácito de la mayoría de la población y éxito notable.

jueves, 7 de diciembre de 2023

2020, el año en que la Tierra dejó de girar

    Circula por la red un vídeo inquietante que se titula: “2020, el año en que el planeta se paró”. Ese año la tierra dejó de moverse, como creía Galileo, y se detuvo en efecto como por arte de magia durante un período que visto tres años después parece muy lejano, sacado de una película de ciencia-ficción, la pesadilla de una distopía. Uno tiene la sensación, viendo esas imágenes de grandes ciudades del mundo deshabitadas, de que es algo tan lejano en el tiempo y olvidado, que parece que han pasado décadas desde entonces, y no es así...

    Los más ecologistas pueden creer, incluso, que este período pandémico, que marca un antes -prepandemia- y un después -pospandemia-, fue bueno para el planeta en lo concerniente a la recuperación de la naturaleza, a la que le dimos una breve tregua dejando de explotarla, lo que, de paso, nos hizo recluirnos en el retrete de nuestra intimidad y vida privada de vida bajo arresto domiciliario y cambiar nuestras rutinas revisando algunos de nuestros hábitos, pero esa visión romántica e idealista no deja de ser falsa cuando se analiza la razón de ese parón, de esa guerra inexplicable que se desencadenó contra un virus invisible, es decir, contra la naturaleza precisamente. 


     Encerrar como se hizo a cientos de millones de personas por la fuerza definitivamente so pretexto de “salvar vidas” y de no colapsar los hospitales no es algo que pueda considerarse positivo ni para el planeta ni para ninguna humanidad que se precie de habitarlo.

    Es lo que trajo la coronación del virus, que reinó entre nosotros, entronizado por los gobiernos y los medios de (in)formación de masas a su servicio, supeditados a la solución de la industria farmacéutica, que ha resultado un fracaso estrepitoso, hasta tal punto que son más los muertos posteriores a la inoculación generalizada que los anteriores, que serían las víctimas directas del virus susodicho.

     Se trata, en efecto, de una situación sin precedentes en la historia de la humanidad cuya importancia no podemos minimizar, que algunos idealizan y que la mayoría quiere olvidar pasando página, que alcanzó su punto álgido en abril de 2020 con la prohibición de salir de casa que se impuso globalmente a cerca de 3.600 millones de personas en 90 países del planeta, lo que ocasionó muchos problemas a muchas personas tanto psicológicos como económicos por la amenaza de un virus falso pero real.

    Los que recuerdan y añoran el año en que los animales salvajes salían de los bosques e invadían el centro de las ciudades y pueblos, descuidados ante la ausencia humana, no quieren ver que nunca hemos estado más cerca de un estado policial y una dictadura totalitaria so pretexto de procurar nuestra salud y la de los demás. 

    No fue un año de muerte y dolor provocado por un virus asesino, sino por las medidas autoritarias que se tomaron contra él, tanto farmacológicas como no farmacológicas, cuyas secuelas siguen todavía vivas, perviven.

    Muchos, que se vieron afectados significativamente, no quieren revivir esos momentos dolorosos. Muchos también sufrieron los efectos postraumáticos después de los confinamientos, especialmente los más jóvenes, aquejados de depresiones y de instintos suicidas.

miércoles, 19 de julio de 2023

A toro pasado

    Volvamos, ahora que ha pasado todo, un poco la vista atrás, a toro pasado, como dicen los taurinos. Si alguien se resistía a creer que fuera contagioso en acto, y podía serlo de hecho y no tener ningún síntoma porque se había creado la entelequia de 'enfermo asintomático', o en potencia aristotélica, daba igual, te decían: Actúa como si lo fueras. No nos decían “Actúa como si tuvieras sentido común”, porque de lo que se trataba era de privarnos de la comunidad y del común sentido. 
 
 
    Nos decían, por ejemplo en este significativo anuncio del NHS, el Sistema de Salud Nacional británico, el equivalente de nuestra Seguridad Social: Act like you've got it. (Actúa como si lo hubieras pillado, como si lo tuvieras -se sobreentiende el virus-). Anyone can spread it. (Cualquiera puede propagarlo) Stick to the rules to stop the spread. (Aférrate a las normas para detener la propagación). Y a continuación las tres reglas: STAY HOME (Quédate en casa), PROTECT THE NHS (Protege el Sistema de Salud Nacional, en el colmo del enrevesamiento, porque nos están diciendo que no acudamos a los hospitales a colapsarlos, cuando se supone que es el NHS o la SS y los propios hospitales los que deberían protegernos a nosotros), SAVE LIVES (Salva vidas). 
 
    La imagen, por otra parte, dice sin palabras mucho también: un rostro enmascarado tras una pantalla protectora y una inevitablemente obligatoria mascareta.
 
    Analicemos a toro pasado también esta infografía terrorífica que he podido fotografiar en el servicio de Urgencias del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla de Santander (Cantabria, España), recientemente, cuando ya ni siquiera es obligatoria la última de las reglas: la mascareta que muchos sanitarios temerosos del contagio portaban todavía sin embargo.


    La infografía o diagrama visual informativo viene firmada por el Gobierno de Cantabria, pero pertenece  a la Consejería de Salud del Gobierno del Principado de las Asturias. 

    Analicemos en primer lugar la pregunta maliciosa que dice: ¿Por qué no debes quedar con tanta gente? Tras el signo de interrogación se oculta la orden de que debes reducir tus contactos, porque es la única manera de reducir los contagios. Nótese cómo se equiparan torticeramente contactos y contagios: ¿Cómo disminuyen los contagios según tu número de contactos? La infografía parte de la premisa de que el individuo de la izquierda, que representa a cualquiera de nosotros porque nadie está libre de pecado está contagiado y por lo tanto es contagioso, y de que ese individuo puede ser cualquiera de nosotros, un asesino en potencia, pese al sentido común que sugiere que sólo puede ser contagioso un contacto... contagiado (y eso no siempre). 
 
 oOOo
 
 
     Una persona que no reduce sus contactos y sigue haciendo vida normal como si nada, se convierte en lo que se llamó un supercontagiador que contagia en 5 días “a menos de 3 personas”, es decir, a 2,5 ó dos y media -con el delirio matemático del concepto inconcebible de 0,5 ó "media persona"-, y en un mes “a 406 personas” enteras exactamente, una barbaridad. 
 
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     Si esa misma persona contagiosa reduce sus contactos a la mitad, contagia en 5 días “a menos de 2 personas”, o sea, según la ilustración gráfica, a una y media, y en un mes a 15 personas. 
 
oOOo 

 
   Si esa persona reduce sus contactos a la cuarta parte, contagia en 5 días “a menos de 1 persona”, según el dibujito, a media persona, si eso tiene algún sentido, que no lo tiene, y en un mes a 2 personas (en la ilustración gráfica a 2,5 o sea dos y media). 
 
 oOOo
 
    A buen entendedor, nos decían... Si reducimos nuestros contactos al cien por cien, es decir, si no tenemos contacto más que con nosotros mismos porque nos aislamos como si fuéramos ermitaños, no contagiamos a nadie, pero como se supone que estamos contagiados, enfermos que somos todos y cada uno, ya sea sintomáticos o asintomáticos, y que debemos permanecer en casa y no colapsar los hospitales y contagiar a los sufridos sanitarios... moriremos como perros abandonados y sarnosos.

    De eso se trataba probablemente, de que no quedáramos con tanta gente. No de que no contagiáramos a nadie, si no de que redujéramos tanto nuestros contactos que no hiciésemos ninguna vida social, que dejáramos de ser un animal social o zóon politikón, como nos definió Aristóteles, y que nos muriéramos de asco y soledad, a no ser que recurriéramos a las nuevas tecnologías de la comunicación y la información y aumentáramos, como por arte de magia y sin ningún riesgo de contagio viral, aunque sí para nuestra salud mental, el número de nuestro contactos virtuales por teléfono y videoconferencia, porque las relaciones digitales, fingiendo que nos unen, nos aíslan más de lo que estamos.

miércoles, 15 de marzo de 2023

La guerra contra el Virus

    Hace hoy mismo tres años que el Gobierno español decretaba el confinamiento de la población que iba a durar en principio quince días y se extendió -gobernar es mentir- hasta casi tres meses, finalizando el 21 de junio, una cuarentena, que no sólo se duplicó convirtiéndose en ochentena, sino que llegó a la noventena, durando noventa y nueve días. Sólo faltó uno para la centena.

        Se pretendía con el confinamiento luchar contra el virus coronado, el virus asesino, al que nuestro Gobierno había declarado la guerra, una guerra sin cuartel que recluía a la población sana al arresto domiciliario, y que decretando la distancia social daba nueva vida al prefijo griego τῆλε (têle, de lejos) e imponía el teletrabajo, la teleeducación y la telemedicina, que llegaron para instalarse.

 

         Aquella guerra, no poco quijotesca, es como la que sostiene la Pantera Rosa (the Pink Panther) contra una mosca burlona, en este corto de animación: una guerra contra sí misma que acabará destruyéndola: dibujos animados para reírse un poco de aquella ridícula campaña militar y civil contra el Virus que nos forzaba a no salir de casa, a ponernos mascarilla nasobucal -imposible de mantener cuando uno iba al dentista- si salíamos por alguna razón justificada, a mantenernos alejados de los demás no convivientes, y a inocularnos una supuesta sustancia que llamaron falsamente 'vacuna' y que no inmunizaba ni impedía el contagio, si queríamos disponer de un salvoconduto para viajar y entrar en algunos establecimientos públicos, pero el virus -la mosca cojonera en este caso- siguió campando por sus fueros vivita y coleando.

 

   

jueves, 1 de diciembre de 2022

Miniconfinamientos en Viena

    El consistorio de la capital imperial de Austria está promoviendo una campaña de propaganda terrorista a favor de la (re)inoculación contra el virus coronado llamada: “Eine Minute Lockdown”, un minuto de encierro o confinamiento, financiada con fondos municipales. Viene a decir que si no quieres más encierros y arrestos domiciliarios como los vividos, ponte al día con tus vacunas contra el presunto SARS-Cov-2, que es el nombre técnico del Bicho, Coco o Sacamantecas con el que nos acojonaron.
 
    Cuando parecía que estábamos volviendo o habíamos vuelto a algo parecido a la vieja normalidad de toda la vida y la sombra de la pandemia casi se había desvanecido de nuestras vidas, resulta que en una de las dos capitales del rancio imperio austrohúngaro la cosa no es así, sino todo lo contrario. 
 
    En Viena, en efecto, y a día de hoy mismo, se sigue aplicando la obligación de llevar mascarilla en el transporte público y en las estaciones y paradas, y no un cubrebocas cualquiera de factura casera o quirúrgica, sino la irrespirable FFP2, que es la que más hipoxia produce. Además a los trabajadores de los servicios municipales se les exige la inoculación obligatoriamente. Recuérdese para más recochineo que este país fue el único de la vieja Europa que decidió hacer obligatoria la vacunación para toda la población, aunque finalmente suspendió dicha obligatoriedad.

Interrumpimos la programación durante unos instantes para...
 
    Y por si esto fuera poco todavía, si uno ha estado últimamente, ayer mismo, en una discoteca, un cine o un gimnasio vienés, habrá comprobado que en mitad del baile, de la película o de la actividad física se interrumpe la sesión durante un minuto, y acto seguido aparece un mensaje del Gran Hermano. 
 
    Nadie sabe cuándo se  va a producir esa alocución que interrumpirá durante un minuto la actividad lúdica o deportiva que se esté desarrollando. Los espectadores, por ejemplo, están viendo una película de acción y comiendo sus palomitas embelesados cuando de pronto, en el momento más inesperado, en una escena de máxima tensión, se interrumpe la proyección sin previo aviso y la pantalla gigante se funde en negro y aparece en letras blancas el mensaje Eine Minute Lockdown de que se va a producir un minuto de lockdown en la lengua del Imperio, que se tradujo por confinamiento o, más popularmente, encierro, arresto o bloqueo en la nuestra.. 
 
    El público, mayoritariamente juvenil, incrédulo y estupefacto, no sabe a qué atenerse. La mayoría sonríe nerviosa. A continuación, tras los sesenta segundos de rigor, el fondo se ilumina intensamente y aparece otro mensaje breve esta vez en letras negras en la pantalla sobre fondo blanco: Keine weitere Minute Lockdow (Ningún minuto más de confinamiento), y acto seguido un mensaje precedido de una almohadilla informática tuitera: Wien impft weiter (Viena se vacuna de nuevo o sigue vacunándose) y, debajo: Jetzt Impftermin ausmachen!  (¡Solicite ya cita de vacunación!) finalmente, otro mensaje precedido de la almohadilla: Wien schaut weiter (Viena sigue buscando o sigue cuidándose), equiparando los cuidados con la inoculación. Y amenazando con otro confinamiento si la gente no sigue vacunándose. Como puede comprobarse, no dan puntada sin hilo terrorista.
 


      Ahora precisamente, cuando se ha confirmado que esta vacuna nunca protegió contra la infección, que se han violado derechos humanos a cuenta de las medidas de contención, un alcalde enloquecido es el responsable de unas medidas que sólo imperan en una de las dos capitales del viejo imperio austrohúngaro, y no en el resto del país ni de la vieja Europa raptada por el toro del capitalismo neoliberal. 
 
    El Gran Hermano, elegido democráticamente, no podrá ser depuesto hasta las elecciones de 2025, en que podrán elegir a otro alcalde para que lo sustituya, porque el trono de la alcaldía no puede quedar vacante ni el bastón de mando huérfano de mano que lo empuñe. 
 
    ¿Cuándo entenderán los mandamases que cualquiera que quiera vacunarse debe hacerlo y pagárselo de su propio bolsillo, y dejarnos a los demás en paz? Ya han hecho bastante daño, un daño irreparable, con la promoción de esta puta, y no solo puta, sino, mejor dicho, putísima vacuna.

lunes, 11 de abril de 2022

La locura de Changái

    La gente grita desesperada desde las ventanas de los rascacielos de Changái, la capital económica china, que cuenta con la friolera escandalosa de 25 millones de habitantes, tantos como los de toda Australia, y que afronta su peor crisis sanitaria de Covid-19 desde hace dos años, de lo que dábamos cuenta aquí el otro día, descargando su agresividad después de siete días y sus siete noches de confinamiento sin ningún alivio prolongado indefinidamente, ya que nadie puede abandonar su domicilio bajo ningún concepto. 
 
    Los habitantes de Changái protestan así, asomándose a sus ventanas y gritando, por la falta de suministros. Algo muy distinto, como puede comprobarse, de aquellos "aplausos de las ocho" no dóciles sino imbéciles del confinamiento español, que, alentados desde la televisión por los poderes públicos, hacían que muchos ciudadanos salieran a los balcones y se asomaran a las ventanas a aplaudir a los sanitarios que atendían a los enfermos, como era su deber, a las fuerzas de orden público que vigilaban el cumplimiento de la encerrona, y a las autoridades que habían ordenado por el bien común el arresto domiciliario.
 
    "Es Changái -dice en chino la voz en off que grabó este vídeo y que lo ha difundido por las redes sociales-. Todo el mundo está gritando. Empezó con una pareja. Ahora todo el mundo grita después de una semana de encierro. Algo va a pasar. Nadie sabe cuándo va a terminar esto".
 

     Un dron que sobrevuela la ciudad por la noche les dice con amable voz femenina a los habitantes de Changái encerrados en sus pisos a modo de abejas en las celdas de sus colmenas: Por favor, cumplan con las restricciones del COVID. Controlen el deseo de libertad de su alma. No abran la ventana ni canten.
 

         Mientras tanto, el presidente de la República Popular de China brinda satisfecho alzando una copa de vino. El gobierno chino que él representa es la envidia de todos los ejecutivos occidentales por el control cuasi absoluto que ejerce sobre sus ciudadanos. 

Xi Jinping, presidente de la República Popular china, alza satisfecho su copa.
 
    Resulta ridícula la pretensión del gobierno chino de cero cóvid. Es harto improbable que la existencia del bicho pueda ser erradicada de la faz de la Tierra una vez adquirida su carta de naturaleza. Como tantos otros víruses, y al margen de su origen natural o artificial que aquí y ahora no viene a cuento, hay que acostumbrarse a convivir con él, porque “llegó para quedarse”, o, mejor, siempre estuvo aquí, como el dinosaurio de Monterroso.
 
 
     Lo sacarán a relucir cuando a ellos les convenga, sobre todo en la próxima temporada otoño-invierno. El prestigioso virólogo alemán,  responsable de todas las peceerres que se hacen en el mundo y que engordan las estadísticas de casos, de cuyo nombre no quiero acordarme, además de recomendar las asfixiantes mascarillas FPP2 en todos los interiores, ya ha dicho que esto no es más que una tregua veraniega, que en el otoño e invierno que viene habremos perdido la inmunidad adquirida con la vacuna y con el hecho de haber pasado la enfermedad, pese a estar la mayoría vacunados. ¿Habrá que volver a vacunarse? Ahora mismo, aquí en Europa, el asunto está soterrado como el Guadiana con el parte diario de la guerra de Ucrania, pero la locura de Changái no está tan lejos, aunque ya no esté como está Ucrania todos los días y a todas horas en sus pantallas. ¡Atentos permanezcan!
 
 

miércoles, 30 de marzo de 2022

Changái, castigados sin salir de casa.

    Los habitantes de media ciudad de Changái, en concreto de la zona este, están confinados, o sea obligados a permanecer entre las cuatro paredes de su domicilio hasta las cinco de la mañana del 1 de abril. A partir de esta fecha le tocará el turno a la zona oeste. La capital económica china, que cuenta con la friolera escandalosa de 25 millones de habitantes, afronta su peor crisis sanitaria de Covid-19 desde hace dos años.

    Se trata de un arresto domiciliario en dos fases con el que las autoridades sanitarias pretenden poner coto a la epidemia. Hasta ahora habían tomado medidas más ligeras como confinamientos de 24 horas en determinados edificios o complejos residenciales, pero ahora se trata, como se ha dicho, de confinar media ciudad, una medida drástica que considera enfermos potenciales a millones de ciudadanos sanos.

Línea del cielo de la ciudad de Changái.

    La metrópolis asiática se ha convertido en el epicentro de una nueva ola de contagios relacionados con la variante Ómicron del virus coronado, que ha puesto en jaque la estrategia china de reducir el número de casos a cero absoluto, un ideal imposible de alcanzar. La guerra contra el bicho emprendida no pretende paliar sus efectos aplicando medicina curativa, sino eliminar el virus, matándolo como si se tratase de un ser vivo, de la faz de la Tierra para siempre.  Esta medida se aplica porque según el ministerio de Sanidad el lunes se produjeron 3.500 nuevos casos positivos en Changái, lo que supone un 3,5 por ciento de casos. Estos casos no son casos clínicos, es decir, enfermos que necesiten cuidados hospitalarios leves o intensivos, sino que la mayoría son falsos positivos, es decir, casos asintomáticos.

    A pesar de todas las aplicaciones móviles y los rastreos de los que llegaban al país y de las cuarentenas y confinamientos impuestos, la variante Ómicron pone en jaque la política ridícula de cero Cóvid emprendida por las autoridades sanitarias del país.

    Cuando parecía que se había acabado la pesadilla vírica, resulta que despierta el dragón chino, le hacen una PCR y sale positiva. ¿Qué le vamos a hacer? Pues lo que está mandado: arrestar a la gente, castigarla cuatro días sin salir de casa por su mal comportamiento.

domingo, 7 de junio de 2020

Del éxito del confinamiento o encierro de la gente

Hasta ahora habíamos oído hablar de dos medidas sanitarias ante las enfermedades infecciosas: aislamiento de pacientes para no contagiar a personas sanas,  y cuarentena, que es la separación cautelar de quienes proceden de áreas infectadas para comprobar si están enfermos o sanos. 

En el año 2020, y por primera vez en la historia de la humanidad y los anales de la medicina, hemos asistido a la introducción de un nuevo término en nuestro vocabulario y a la imposición de una realidad inédita en nuestra agenda: el confinamiento (confinement en inglés;  también llamado en lenguaje llano y castellano: encierro de la gente, lockdown en la lengua del Imperio). Toda la población permanece bajo “arresto domiciliario en libertad condicional”, independientemente de si están sanos, enfermos o expuestos a alguna enfermedad. No se trata de una medida médica, sino política y policial, camuflada como sanitaria y saludable, que quede claro.

De hecho el diccionario de la RAE define confinamiento, como era de esperar, como acción y efecto de confinar y confinar, aparte de como sinónimo de lindar, que ahora no nos interesa, como Desterrar a alguien, señalándole una residencia obligatoria. Y también como Recluir algo o a alguien dentro de límites. Y más aún: Pena por la que se obliga al condenado a vivir temporalmente, en libertad, en un lugar distinto al de su domicilio.

Hasta ahora no se había usado ese vocablo con el nuevo significado, según tengo entendido, excepto en un tratado de antropología de Lorna A. Rhodes publicado por primera vez en 2004 por la California University Press y titulado en la lengua del Imperio: "Total Confinement: Madness and Reason in the Maximum Security Prison", lo que en la nuestra sería: Confinamiento total: Locura y Razón en la Prisión de Máxima Seguridad,  donde se analizaba la vida de los reclusos dentro de los muros de una prisión de máxima seguridad estadounidense y los problemas de las condiciones de vida y el tratamiento de los enfermos mentales en las cárceles bajo una tecnología cada vez más sofisticada de aislamiento y vigilancia. 


Si esta medida de “¿salud pública?”, entre comillas y con signos de interrogación, se ha llevado a cabo en casi todo el entero mundo durante esta primavera, habría que averiguar la razón, y la razón parece que ha sido, a primera vista, el miedo rayano en el pánico total de la población amedrentada por la televisión y la decisión irresponsable de los gobiernos de seguir las instrucciones de los “¿expertos?” -doctores tiene la Santa Madre Iglesia- de la Organización Mundial de la Salud y del Imperial College londinense. 

El Presidente del Gobierno de las Españas ha declarado a propósito del confinamiento impuesto en nuestras tierras desde el 14 de marzo lo siguiente: "Asumimos uno de los confinamientos más estrictos de Europa y Occidente; el más estricto". Y ha añadido: "Ha sido tremendamente duro, pero también tremendamente eficaz. Hoy estamos ya francamente mejor, saliendo del túnel".


El Presidente ha asegurado en sede parlamentaria cual falso profeta que si no se hubiera decretado el Estado de Alarma y el consiguiente confinamiento (o encierro de la gente, ya decimos nosotros con expresión más castiza), España habría sufrido "30 millones de contagiados, 300.000 muertos y el colapso total del sistema sanitario". Daba así por hecho, en realidad por supuesto, algo que no había sucedido pero que, esgrimido como dato real, venía a justificar las medidas draconianas aplicadas, lo cual no es cierto ni razonable. No es ciencia, sino ciencia-ficción. Es pura y ciega fe contrafactual basada no en hechos empíricos y verificables sino en improbables cálculos probabilísticos de astrología y futurología.

Nuestro encierro nacional ha sido “tremendamente duro” como reconoce el Presidente, de eso no cabe ninguna duda. Ahora bien, cuando afirma que “ha sido un éxito” tremendamente eficaz, la palabra “éxito” no deja de resonarme a mí en su boca sarcásticamente en el sentido médico de exitus letalis o salida mortal. 


Ni la Organización Mundial de la Salud ni el Imperial College londinense ni Dios mismo todopoderoso y omnisciente puede saber lo que habría pasado si no se hubiera hecho lo que se ha hecho porque eso pertenece al futuro, y el futuro se teme o se desea, pero nunca se sabe. El futuro, que es tierra de nadie, no se sabe nunca hasta que deja de serlo y ha pasado. 

I can't breathe (No puedo respirar)

Y lo que ha pasado es que, dándole la vuelta al argumento, gracias (y pese) al confinamiento hemos tenido las muertes que hemos tenido. No está muy claro de ninguna de las maneras, sin embargo, si los fallecidos eran víctimas DE virus coronado o CON virus coronado. Es decir si la causa del óbito ha sido el virus y no su avanzada edad, muerte natural,  u otras  patologías, como llaman ahora a las enfermedades, subyacentes.



Nos han invitado a dejar de vivir para así poder salvaguardar, paradójicamente, la vida, y ahora nos invitan a dejar de razonar para poder conservar de esa forma la cordura. ¿Qué podemos hacer? Cuestionemos no la realidad, cuya existencia nadie niega, sino la verdad de la pandemia, y atrevámonos a decir, como el niño aquel del cuento, que el emperador está desnudo.



Veamos las cosas al revés de cómo nos las presentan, porque en política, y, ya se sabe, todo es política en esta vida, los medios, como advirtió Albert Camus contradiciendo a Maquiavelo,  justifican el fin y no a la inversa. Los medios son, en realidad, los fines, que llevan inscritos en sí mismos. Nos hacen creer que las medidas contra el virus coronado eran el medio y que el fin era combatir la grave enfermedad que no nos deja respirar. Sospechemos lo contrario: que la grave enfermedad respiratoria, presentada como una plaga apocalíptica que anunciaba el fin del mundo, era el pretexto (la justificación que han esgrimido en este caso prácticamente todos los gobiernos del mundo), y el fin era implementar, como dicen ellos, los protocolos y unas medidas que no son sanitarias, sino políticas y policiales, es decir, cuyo fin no era otro más que el control policial y político de la población mundial, por si acaso no estuviera ya suficientemente controlada. 

No se está alimentando aquí ninguna teoría de la conspiración de las muchas que circulan, sino, en todo caso, la conspiración de la teoría contra las prácticas y hábitos autoritarios que están llevando a cabo nuestros gobiernos, que quizá no han planificado conscientemente, pero que han  emergido automáticamente como resultado del ejercicio del poder. 

Se necesitaba un enemigo, como señaló Giorgio Agamben, porque el terrorismo basado en el miedo de que te estallara una bomba delante de las narices ya no amedrentaba a casi nadie. Hacía falta un enemigo poderoso que pudiera aterrorizar hasta a los propios terroristas. Y como enemigo, nada comparable a un virus invisible y ubicuo, como Dios mismo: el adversario perfecto omnipresente.

Si todos, tirios y troyanos, tenemos un mismo y común enemigo, que no reside sólo en los otros, sino que puede agazaparse dentro de nosotros mismos sin saberlo y a nuestro pesar; si todos creemos en lo mismo, estamos alimentando el fanatismo de una nueva fe religiosa y universal por encima de todas las religiones al uso, que dividen a las poblaciones. El enemigo es el virus coronado, encarnación del Mal, mucho más efectivo que la vieja peste bubónica, y su contrario es la medicina, la ciencia, el Estado, que es el Bien,  que vela más que nosotros mismos por nuestra salud pública y privada. 




¿Hará falta recordar a los citados "¿expertos?", por citar algunos datos científicos de esos que ellos  manejan, que el virus de la gripe mata anualmente a 650.000 personas en el mundo y que la tuberculosis, que figura entre las diez primeras causas de fallecimiento en el planeta y que es mucho más contagiosa (un paciente no tratado puede contagiar de 10 a 15 personas), causa diez millones y pico de casos y mata casi a dos millones de personas? Sí, es menester recordarlo, porque en estos casos no se hablaba de crisis ni emergencia sanitaria. 

El anuncio del Ministerio de Sanidad del Gobierno de las Españas del 1 de junio de que era el primer día sin muertos por el virus coronado  desde que estalló la crisis sanitaria no demuestra que se haya “aplanado” la curva epidémica gracias al encierro de la gente, ni, mucho menos, que se haya erradicado la muerte de nuestra sufrida piel de toro. Resulta sarcástico porque, pese al confinamiento, no ha dejado de morirse la gente, de vieja, como suele decirse, o por causas naturales,  o por otras “patologías” como dicen ahora en vez de “enfermedades”, que es palabra más castiza y popular. 


 Jardín de la muerte, Hugo Simberg (1896)

Si sopesamos en una balanza los pros y los contras del encierro ¿qué pesa más? ¿Los supuestos beneficios de haber evitado miles de muertes que no sabemos, porque están en el aire de las suposiciones, o las consecuencias sobrevenidas de depresiones, enfermedades mentales, miedo a salir a la calle, a respirar sin mascarilla,  a contagiar a los seres queridos, y, en último término, a morir? ¿No habrá sido peor el remedio, como dice la gente con muchísima razón, que la enfermedad respiratoria?

La mayoría de los países del mundo, aunque afortunadamente no todos, han tomado, mal asesorados por los "¿expertos?", medidas desproporcionadas y seguido ciegamente las recomendaciones de la OMS confinando a sus poblaciones. Los medios han alimentado igualmente el terror y la psicosis achacando al peligrosísimo virus coronario una alta mortandad, que es palabra más nuestra que mortalidad, cuando ese no es el caso en absoluto. A la vista de lo que está pasado y después del precedente de la gripe porcina de 2009, ¿se puede confiar en la OMS y seguir todas sus recomendaciones? La respuesta parece muy clara: no. Obviamente.

lunes, 4 de mayo de 2020

Seguiriyas contra el encierro, que es palabra más popular que confinamiento.

Si insisten, me pongo 
mascarilla ahora, 
pero mordaza no voy a ponerme
 que calle mi boca. 

Maldigo el Estado
 que nos acuartela, 
que dice velar por nuestra salud 
mientras nos apesta. 

No estoy encerrado
 por mi voluntad; 
me estabularon igual que al ganado,
 muy a mi pesar. 

 

 Me dejan salir
 a que haga las compras,
 pero no me dejan, niña, ir a verte,
 y a besar tu boca.

 Algunos dan palmas
 y fuertes aplausos, 
a encerrarse en casa como Dios manda: 
la claque del teatro.

 Por causa de un virus,
 por culpa de un bicho
 nos meten miedo en el alma y el cuerpo
 y de él nos morimos.

 Peor que la gripe
 del año pasado, 
esta, que es la actual, la que nos lleva
 hasta el otro barrio. 

 Los amantes, René Magritte (1928)

 Un virus muy malo
 que mata a la gente,
 peor que el virus coronado: el miedo, 
peor que la peste. 

Que use el cirujano
 mascarilla y guantes, 
que a nosotros, ay, maldita la falta, 
 niña, que nos hacen. 

 El cordero siempre
 se cuidó del lobo,
 no del pastor, que devoró al cordero, 
ay, después de todo. 

 No tiene sentido
 vivir así, mira, 
que por querer librarnos de la muerte 
 perdamos la vida. 

Aunque nos levanten
 el confinamiento,
 seguiremos en verdad encerrados;
 no nos engañemos.

 Fotografía de Gabriel Pérez-Juana (2020)


 Por miedo a enfermar, 
enfermé de miedo. 
Por miedo a la muerte, sólo una idea, 
de miedo me muero.

miércoles, 29 de abril de 2020

La casa de Bernarda Alba o la España confinada.

La Casa de Bernarda Alba es la perfecta radiografía lorquiana de la España encerrada bajo confinamiento durante el Estado de Alarma. 

Al morir su marido, Bernarda Alba declara oficialmente el luto en su casa, imponiéndoselo a sus cinco hijas: En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle

Martirio le pregunta a su hermana Adela, la más joven de todas: ¿Qué piensas, Adela? Y Adela le responde que el luto declarado a raíz de la muerte de su padre la ha cogido en la peor época de su vida para pasarlo. A lo que Martirio le dice: Ya te acostumbrarás. Pero Adela rompe a llorar desgarradoramente y solloza no sin ira: No me acostumbraré. Yo no puedo estar encerrada. No quiero que se me pongan las carnes como a vosotras; no quiero perder mi blancura en estas habitaciones; mañana me pondré mi vestido verde y me echaré a pasear por la calle. ¡Yo quiero salir!
 
Bernarda sabe que sus hijas, en el fondo, son, como ella misma dice: “Mujeres ventaneras y rompedoras de su luto”, y que, como es natural, tiran al monte como cabras. Pero ella, el Gobierno,  no va a consentirlo.

María Josefa, la vieja, la madre de Bernarda y la loca de la casa, es la única que, paradójicamente no ha perdido la razón y puede dar constancia de la realidad en la que viven: Aquí no hay más que mantos de luto.

Adela, como heroína rebelde de una tragedia griega, acabará ahorcándose porque no puede tener a Pepe el Romano, del que estaba embarazada, que ha sido prometido a Angustias, su hermana mayor. 

Tras su muerte, Bernarda declara un luto riguroso y sobrevenido -luto sobre luto- y, mintiendo, porque no hay Gobierno que no se base en la mentira y se sostenga sobre ella, proclamará que Adela ha muerto virgen. Como una santa. Y, acto seguido, decretará Nos hundiremos todas en un mar de luto, condenándonos a todos los espectadores a la catarsis de esa tragedia.