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jueves, 7 de diciembre de 2023

2020, el año en que la Tierra dejó de girar

    Circula por la red un vídeo inquietante que se titula: “2020, el año en que el planeta se paró”. Ese año la tierra dejó de moverse, como creía Galileo, y se detuvo en efecto como por arte de magia durante un período que visto tres años después parece muy lejano, sacado de una película de ciencia-ficción, la pesadilla de una distopía. Uno tiene la sensación, viendo esas imágenes de grandes ciudades del mundo deshabitadas, de que es algo tan lejano en el tiempo y olvidado, que parece que han pasado décadas desde entonces, y no es así...

    Los más ecologistas pueden creer, incluso, que este período pandémico, que marca un antes -prepandemia- y un después -pospandemia-, fue bueno para el planeta en lo concerniente a la recuperación de la naturaleza, a la que le dimos una breve tregua dejando de explotarla, lo que, de paso, nos hizo recluirnos en el retrete de nuestra intimidad y vida privada de vida bajo arresto domiciliario y cambiar nuestras rutinas revisando algunos de nuestros hábitos, pero esa visión romántica e idealista no deja de ser falsa cuando se analiza la razón de ese parón, de esa guerra inexplicable que se desencadenó contra un virus invisible, es decir, contra la naturaleza precisamente. 


     Encerrar como se hizo a cientos de millones de personas por la fuerza definitivamente so pretexto de “salvar vidas” y de no colapsar los hospitales no es algo que pueda considerarse positivo ni para el planeta ni para ninguna humanidad que se precie de habitarlo.

    Es lo que trajo la coronación del virus, que reinó entre nosotros, entronizado por los gobiernos y los medios de (in)formación de masas a su servicio, supeditados a la solución de la industria farmacéutica, que ha resultado un fracaso estrepitoso, hasta tal punto que son más los muertos posteriores a la inoculación generalizada que los anteriores, que serían las víctimas directas del virus susodicho.

     Se trata, en efecto, de una situación sin precedentes en la historia de la humanidad cuya importancia no podemos minimizar, que algunos idealizan y que la mayoría quiere olvidar pasando página, que alcanzó su punto álgido en abril de 2020 con la prohibición de salir de casa que se impuso globalmente a cerca de 3.600 millones de personas en 90 países del planeta, lo que ocasionó muchos problemas a muchas personas tanto psicológicos como económicos por la amenaza de un virus falso pero real.

    Los que recuerdan y añoran el año en que los animales salvajes salían de los bosques e invadían el centro de las ciudades y pueblos, descuidados ante la ausencia humana, no quieren ver que nunca hemos estado más cerca de un estado policial y una dictadura totalitaria so pretexto de procurar nuestra salud y la de los demás. 

    No fue un año de muerte y dolor provocado por un virus asesino, sino por las medidas autoritarias que se tomaron contra él, tanto farmacológicas como no farmacológicas, cuyas secuelas siguen todavía vivas, perviven.

    Muchos, que se vieron afectados significativamente, no quieren revivir esos momentos dolorosos. Muchos también sufrieron los efectos postraumáticos después de los confinamientos, especialmente los más jóvenes, aquejados de depresiones y de instintos suicidas.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Cuarentena

El término “cuarentena”, como se sabe y se le ocurre enseguida a cualquiera fácilmente, está relacionado, igual que "cuarentón", con el número cuarenta. Deriva del latín quadraginta, que era el nombre de este número cardinal que multiplicaba diez por cuatro e indicaba, por lo tanto, cuatro decenas (al igual que el ordinal quadragesima (dies) es el origen de la religiosa "cuaresma" por la duración de cuarenta días de este período religioso). 

Su importancia, sin embargo, no procede del mundo romano, sino de la tradición judeocristiana. En efecto, si vamos al Antiguo Testamento, concretamente al libro del Génesis, que es el origen de todo, se nos habla del Diluvio Universal que decretó Dios. Leamos, por ehjemplo Génesis 6.5: Viendo Yavé cuanto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra y que su corazón no tramaba sino aviesos designios todo el día, se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra, doliéndose grandemente en su corazón, y dijo: “Voy a exterminar al hombre que creé de sobre la haz de la tierra, y con el hombre, a los ganados, reptiles y hasta las aves del cielo, pues me pesa haberlos hecho”. (Cito como de costumbre por la traducción de Nácar-Colunga) 




Leemos, pues, que Yavé, o sea, Dios se arrepintió de haber creado al hombre y decidió el exterminio, pero exceptuó a Noé, al único que encontró justo en esa generación, y a toda su casa, y le ordenó que construyera un arca de madera, porque iba a arrojar sobre la tierra un diluvio que haría perecer todo lo que había creado. Asimismo le dice: “dentro de siete días (otro número mágico, origen de la semana) voy a hacer llover sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches”. Y así fue, según el relato bíblico: Se rompieron todas las fuentes del abismo, se abrieron las cataratas del cielo, y estuvo lloviendo sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches.

Ahí tenemos, por primera vez, la mención de este número en la Biblia. La segunda aparición la leemos en el libro del Éxodo 24, 18, donde se nos dice que Moisés subió solo a la cumbre del monte Sinaí y permaneció “cuarenta días y cuarenta noches” antes de bajar con las Tablas de la Ley de los Diez Mandamientos, el famoso Decálogo. 

Cuarenta años vivió también Moisés como pastor en la tierra de Madián y cuarenta años duró el éxodo judío vagando por el desierto. Igulamente la esclavitud de los hebreos en Egipto había durado cuarenta décadas. 

 Autorretrato de Edvard Munch tras sufrir la gripe española, 1919

Asimismo, en el Nuevo Testamento hallamos que Jesucristo permaneció ayunando durante "cuarenta días y cuarenta noches" en el desierto hasta que al fin tuvo hambre (Mateo, 4, 1). Esto nos lleva a relacionarlo con la cuaresma, que rememora las seis semanas que van del domingo de Cuaresma al de Resurrección. La cuaresma (quadragesima dies) el cuadragésimo día antes de la Pascua. Comienza, en el rito latino, el Miércoles de Ceniza y termina en la tarde del Jueves Santo.​  

El número cuarenta, contabilizando días o años, simboliza en la tradición bíblica los períodos de retiro y aislamiento, pero también está relacionado con la purificación de la mujer después del puerperio. Así tenemos que María presenta a Jesús en el Templo cuarenta días después del parto navideño, el día 2 de febero, festividad de La Candelaria. 

Según Levítico 12, 1-5 Cuando dé a luz una mujer y tenga un hijo, será impura durante siete días; será impura como en el tiempo de su menstruación. El octavo día será circuncidado el hijo, pero ella quedará todavía en casa durante treinta y tres días en la sangre de su purficación; no tocará nada santo ni irá al santuario hasta que se cumplan los días de su purificación

Estas referencias judeocristianas impregnaron al número cuarenta de un halo mágico, lo que hizo que el gobierno de la Serenísima República de Venecia, en el año 1348 declarara el aislamiento preventivo de los buques que llegaban a su puerto ante el primer brote de la Peste Negra. Estos no podían desembarcar hasta que se cumpliera el periodo de “quaranta giorni” (cuarenta días). 

Hoy en día el término cuarentena alude al aislamiento preventivo ante enfermedades contagiosas, pero la duración de ese período varía según los casos y los gobiernos.

Las personas infectadas eran separadas del resto para evitar la propagación de la enfermedad entre los antiguos israelitas bajo la ley mosaica, como se establecía en el Antiguo Testamento.​ Por ejemplo, leemos en Números 5: Habló Yavé a Moisés, diciendo: Manda a los hijos de Israel que hagan salir del campamento a todo leproso, a todo el que padece flujo y a todo inmundo por un cadáver. Hombres y mujeres, todos los haréis salir del campamento para que no contaminen el campamento en que habitan

Lo que no se había visto hasta ahora es que toda la población fuera puesta en cuarentena o confinada ante una virulenta irrupción de un virus.