Tanto que les gusta a los medios de fabricación de noticias señalar efemérides del calendario para recordar aniversarios de sucesos importantes con el número correspondiente al día del mes y la letra con la que empieza el mes (11M, 11S, 23F, 15M, 20N, 8M, 12O...), propongo uno más para que no se nos olvide: 14M.
Hoy, 14 de marzo de 2024, pridie Idus Martias, fecha que en el antiguo calendario romano era la víspera de las fatídicas idus de marzo, hace ahora exactamente cuatro años, el presidente del gobierno de las Españas se dirigía al país en estos lamentables términos: “Buenas tardes, estimados compatriotas, en el
día de hoy acabo de comunicar al Jefe del Estado la celebración
mañana de un consejo de ministros extraordinario para decretar el
estado de alarma en todo nuestro país, en toda España, durante los
próximos quince días...” Nótese cómo el presidente del Ejecutivo ya sabía lo que iba a pasar al día siguiente antes de que pasara, futurólogo avezado que era, y comunica al Jefe del Estado que al día siguiente, mañana, decía él, el consejo de ministros extraordinario iba a tomar una decisión irreversible que ya estaba previamente tomada -¿por quién, si no fue por él, que ahora se apunta el tanto de haber salvado millones de vidas secuestrándolas?-, siguiendo el ejemplo de Italia, que la había tomado una semana antes. Ya sabían las dos más altas autoridades del Estado la decisión que se iba a tomar porque lo exigía la excepcionalidad de la coyuntura.
Su discurso estaba trufado de los adjetivos "excepcional" y "extraordinario" aplicados a la situación que estábamos viviendo. Poco después la excepción se convertiría en la regla, la nueva normalidad o normativa, que se llamó, inaugurándose una dictadura sanitaria que nos prohibía salir de casa a las personas sanas, declarándonos enfermos asintomáticos contagiosos en una cuarentena que en principio iba a durar no más de quince días, y que contra su nombre, acabó durando más de cuarenta días y cuarenta bíblicas noches.
Se anunciaba así el
primer confinamiento o arresto domiciliario de toda la población que iba a extenderse a los "próximos quince días" -iba a ser solo la puntita, como suele decirse, lo que nos iban a meter por detrás, pero acabaron metiéndonosla toda entera y vera- y se fue prolongando hasta el 21 de junio del mismo año (a lo largo de tres meses y ocho días, exactamente 100 días), y que se denominó "estado de alarma", bajo ridículos eslóganes
como "todo saldrá bien", que resultó ser una patochada irrisoria de pésimo gusto, o "yo me quedo en casa" e imperativamente "¡quédate en casa!" y con los vergonzosos aplausos de los afectos al Régimen a las ocho en punto de la tarde, que se asomaban a las ventanas y balcones a vitorear con recochineo a los sanitarios y a las fuerzas armadas. Más tarde llegaría la "reducción de movilidad nocturna", ridículo eufemismo con que se maquillaba el bélico 'toque de queda'.
Hemos aprendido a lo
largo de estos años que si se nos infunde convenientemente por todos los medios el miedo a la muerte estamos dispuestos a dejar de vivir y a morir, poniendo entre
paréntesis nuestro modo de vida y nuestra relación con las personas y las cosas, so pretexto de proteger nuestra salud que, al parecer, estaba teóricamente en gravísimo peligro.
Pensar como creen algunos mentecatos todavía que no se han bajado del guindo que aquello se acabó gracias a las medidas farmacológicas -libertad es vacunar y vacunar y vacunar, decía nuestro "querido presi, te queremos" tripitiendo la palabra 'vacunar' porque había que ponerse la tercera dosis ya que no había dos sin tres- o gracias a las medidas sanitarias no propiamente farmacéuticas tales como la mascareta, el propio confinamiento y la distancia social y todas las ridiculeces de la 'new normal' como el salvoconducto sanitario equiparable al antiguo certificado bochornoso de buena conducta que vino para quedarse es algo que ya ni los virólogos sostienen porque sería tan ingenuo como creer que la gripe estacional se acaba todos los años gracias a la vacuna...
Y también hemos
aprendido que lo que sucedió una vez y que parecía imposible que pudiera pasar, más propio de una película terrorífica de ciencia ficción que de la realidad, puede tranquilamente volver a
suceder porque se ha sentado precedente instalándose sin rechistar en el inconsciente colectivo.
Lo que hemos vivido ha sido sobre todo un gran experimento de
laboratorio social, político y económico, en el que se han puesto en evidencia nuevos paradigmas que vamos a llamar neoliberales, aunque no sean nuevos ni liberales propiamente dichos, de gobernar cosas y personas con el beneplácito de la mayoría de la población y éxito notable.
Personalmente a mí no
me afecta mucho el Toque de Queda (o Restricción de Movilidad Nocturna (sic), como prefiere el Presidente del Gobierno haciendo no un ejercicio, como asegura, de moderna pedagogía, sino más bien de gramática parda consistente en cambiarle el collar al mismo perro) decretado de las 11 de la noche a 6 de la mañana porque a esas horas suelo estar durmiendo, por lo que no me
supone demasiada molestia que me prohíban salir a la calle como sin duda
supondrá para otros acostumbrados al ocio de la noche.
Como me escribe un viejo amigo: “Te das
cuenta de que eres mayor cuando ponen un toque de queda
de 23:00 a 06:00 horas y tu vida no cambia nada”. Pero el hecho
de que mi vida no cambie sustancialmente y casi no me entere, si me descuido, de la promulgación del edicto, no significa que no me importe en absoluto o, peor, que yo acepte este coup d' État que es el cerrojazo nocturno que se presenta como mal menor aconsejado por unos supuestos expertos para evitar el mal mayor que sería, otra vez, el confinamiento general, porque, aunque a mí personalmente, insisto, no me incumba,
no puedo aprobar una restricción de la libertad que es una
imposición intolerable de la dictadura "sanitaria" -en realidad política- que se ejerce
contra el pueblo desde las altas esferas del Estado, so capa de velar por la salud de todos sus vasallos amargándoles la vida.
Este
Toque de Queda que nos imponen ahora, al igual que el encierro
que nos endilgaron a mediados de marzo, no parece muy razonable ni útil tampoco para
conseguir lo que pretende, que era, es y sigue siendo “aplanar la
curva”, una curva que, si la hubo alguna vez, se aplanó por sí
sola. Intentan justificarlo con supuestos argumentos que son majaderías como que el virus se ha vuelto trasnochador y se mueve en
entornos juveniles, familiares y amistosos, sobre todo los fines de semana, por lo que hay que "reducir las relaciones sociales" y castigarnos a todos sin dejarnos salir de casa.
Aquel confinamiento y este Toque de Queda son intrínsecamente
perversos porque no son más que, se mire por donde se mire, una imposición totalitaria y autoritaria que nos
viene de Arriba, de donde no puede caernos nada bueno, como bien sabemos los de abajo.
Lo denuncian algunas voces contestatarias y rebeldes, como el viejo roquero irlandés Van Morrison. Los viejos roqueros nunca mueren. Los jóvenes se imponen la mordaza y callan. Pero ahí está el león de Belfast,
rugiendo más vivo que nunca con este estupendo temazo que acaba de sacar
contra el encierro: No more lockdown, un tema digno de lo mejor de él:
"No más confinamientos/ no más excesos del Gobierno/ no más matones
fascistas/ alterando nuestra paz", así traduce el periodista de un periódico español que no voy a citar
la letra de su última canción torticeramente porque lo que dice es: no more fascist police
/distubring our peace: no más policía fascista /alterando nuestra
paz. Y sigue: "No más recortes de nuestras libertades/ de nuestros
derechos dados por Dios/ alegando que es por nuestra seguridad/ cuando
en realidad es por nuestra esclavitud". Me llama la atención lo que querrá decir lo de los "derechos dados por Dios", en inglés original: our God-given rights. Si Dios nos da los derechos, Dios mismo (o sus adláteres, como el Estado mismo en este caso) nos los quita. Merece la pena oírlo y escucharlo:
Al parecer, no se podía declarar el Toque de Queda
en las Españas como pretendían algunos reyezuelos democráticos de las taifas autonómicas (a imitación del Pétain con ínfulas de Napoleón que
gobierna en el país galo) porque atentaba contra las libertades constitucionales. Por consiguiente, se declara el Estado
de Alarma que para eso está previsto en nuestra Charta Magna, para justificar la
restricción de libertades.
¿Qué justifica la declaración del Estado de Alarma? Pues la famosa segunda ola, una ola que no la hay, pero atención, se la inventan, la crean ex nihilo y aparece, como por arte de magia, cuando alguien enciende la televisión ingenuamente. Llevaban mucho tiempo anunciándola: Lo peor está por venir... ¡Que viene la ola -como el lobo del viejo cuento! El encendido del electrodoméstico la hace ex-sistir (que etimológicamente significa, levantarse, alzarse, hacer salir fuera de, brotar, surgir), existe porque sale de la caja tonta, que es el medio por excelencia que sirve a la creación de fantasmas y manipulación de la opinión pública, medio, pues, de propaganda y
consiguiente propagación del virus coronado, un virus que tampoco
existía antes de su televisiva difusión. Hacen que ex-sista esa segunda ola y la fuerte marejada concomitante que haga falta, y que sea incluso mucho mayor que la primera, si es que la hubo alguna vez, y que aun sea mucho más que una ola del oleaje corriente: que sea la ola gigantesca de un auténtico tsunami producido por el cataclismo de un seísmo o de una erupción volcánica en las entrañas del fondo de los mares...
Pero, aunque ex-sista, que quede claro, no hay segunda ola. Por la calle no hay cadáveres ni enfermos
muriéndose por las esquinas, ni más muertos de la cuenta en los hospitales de Dios por estas fechas. Lo que sí hay es figuras sin rostro,
niños sin sonrisa, gente solitaria que lleva encima la mascarilla puesta, la tristeza y el acojonamiento por la calle.
No hay, pues, segunda ola. Lo que llaman así los políticos y los periodistas apesebrados a su servicio no es más que la excusa perfecta, la coartada ideal para justificar
no sólo el Estado de Alarma, sino lo que haga falta, por ejemplo la existencia misma del Estado
democrático moderno y posmoderno.
¿Y si ni siquiera hay virus? Igual da. Se
inventa. Me cuentan que un otorrinolaringólogo francés, un tal
doctor Bensadoun, ha reconocido públicamente por la televisión de su país que lo que hace un par de años él y su equipo de
especialistas diagnosticaban como “rinofaringitis”, es decir, la infección inflamatoria de las vías respiratorias que afecta a la faringe y a las cavidades nasales, lo designan ahora, la
misma dolencia y los mismos síntomas, como la enfermedad del virus
coronado... una enfermedad que es o bien un puro invento o bien una
metonimia, en el sentido de etiquetar una patología con el nombre
de otra, un simple cambio de nombre. Ahora se llama enfermedad del
virus coronado a viejas afecciones conocidas de toda la vida, como
las gripes o el catarro de Matusalén.
La proclamación del Estado de Alarma justifica per
se la existencia de la monarquía constitucional del virus coronado y de la segunda ola coronovírica, y, de rechazo, la primera de la que esta sería consecuencia. Es
la serpiente que se muerde la cola, el uróboro perfecto. Existe el
virus, luego declaro el Toque de Queda. Declaro el Toque de Queda,
luego existe el virus. Pero no hay relación lógica de causa a
efecto ni de efecto a causa. Necesitaban un marco legal para
legalizar, que no legitimar, que no es lo mismo, las medidas
autoritarias de la dictadura sanitaria.
La existencia del propio Estado del Bienestar necesitaba una
justificación. Ya no le sirve la lucha contra el terrorismo, cada
vez más reducido a mera anécdota sangrienta como el deplorable caso del
profesor francés decapitado por un fanático islámico por enseñar a sus
alumnos las caricaturas del Profeta... Necesitaban un Enemigo más
terrorífico, potente, amenazante y globalizado que el terrorismo tradicional, y lo han encontrado en
este pobre y minúsculo bicho invisible a ojos vista que todos sin excepción podemos contraer y albergar dentro... sin enterarnos, que es lo más raro, a no ser que nos hagamos un test de Reacción en Cadena de la Polimerasa (vulgo PCR), y resulte positivo.
Necesitaban un Enemigo a ser posible
interno, no externo, y asintomático, que justificara la guerra contra la gente: el enmascarillamiento general, la distancia social, la reducción de relaciones sociales, el
cierre de fronteras, la habilitación de otras que hasta ahora no
existían, como el blindaje de las autonomías españolas, que compiten entre sí por ver quién tiene más o menos casos positivos, y se clausuran
perimetralmente, el confinamiento de barrios y de ciudades enteras, la Nueva Normalidad, el
ejército y la policía de patrulla por las calles, el rastreo de contactos, la cuarentena, el Estado de Alarma, y, ahora, el
cerrojazo nocturno del Toque de Queda por “la gravísima
situación que estamos atravesando”, y porque, como siempre "lo peor está por venir".
Ese virus resulta que estaba en acto o en potencia aristotélica en todas y
cada una de nuestras personas, que son en un 95%
portadoras asintomáticas del bicho contra el que hay que luchar, el
enemigo despiadado y cruel que hay que doblegar y contener... ¿Qué intereses hay
detrás de esto? ¿Qué conspiración, complot o conjuración subyace? ¿A quién le interesa el crimen en el sentido de reportarle beneficios económicos o políticos al menos? Al Estado, cada vez más desprestigiado en su papel de asistente social, y a los políticos que lo gobiernan.
¿No vemos cómo la mayoría democrática de
la población y hasta, si nos descuidamos, la mayoría de nosotros
mismos aprueban como si fueran “saludables” las medidas políticas, que no sanitarias, que toma nuestro
gobierno y casi todos los demás gobiernos, a imitación los unos de los otros? ¿No vemos cómo los gobernantes sean del signo que sean, de izquierdas o de derechas,
aceptan condescendientes estas normas restrictivas de la libertad en
nombre del supuesto bien común superior, que sería la salud de todos y cada uno? Nunca se había visto una unanimidad mayor: la
justificación del Estado, suprema lex, en última instancia, viene a ser la salus populi:
salvarnos la vida, para lo que no tiene ningún inconveniente en
hacérnosla imposible, es decir, en suministrarnos la vacuna de la muerte “por
nuestro propio bien” en pequeñas dosis letales.
En otros tiempos fue la Iglesia la que pretendía salvar el
alma de los fieles, ahora es el Estado el que pretende salvar no ya
las almas, sino las vidas de sus votantes y contribuyentes, para que,
agradecidos, sigan contribuyendo y votando sin rechistar, con júbilo
y sin perder ni un ápice nunca de la fe que sustenta al endriago. Asegurar su propia
supervivencia es el objetivo de ese mostro, que es el Estado según
las certeras palabras de Friedrich Nietzsche: Estado se llama al
más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando
miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: “Yo, el
Estado, soy el pueblo”.