miércoles, 28 de octubre de 2020

Contra el Toque de Queda y el Estado de Alarma

Personalmente a mí no me afecta mucho el Toque de Queda (o Restricción de Movilidad Nocturna (sic), como prefiere el Presidente del Gobierno haciendo no un ejercicio, como asegura, de moderna pedagogía, sino más bien de gramática parda consistente en cambiarle el collar al mismo perro) decretado de las 11 de la noche a 6 de la mañana porque a esas horas suelo estar durmiendo, por lo que no me supone demasiada molestia que me prohíban salir a la calle como sin duda supondrá para otros acostumbrados al ocio de la noche. 

Como me escribe un viejo amigo: “Te das cuenta de que eres mayor cuando ponen un toque de queda de 23:00 a 06:00 horas y tu vida no cambia nada”. Pero el hecho de que mi vida no cambie sustancialmente y casi no me entere, si me descuido, de la promulgación del edicto, no significa que no me importe en absoluto o, peor, que yo acepte este coup d' État que es el cerrojazo nocturno que se presenta como mal menor aconsejado por unos supuestos expertos para evitar el mal mayor que sería, otra vez, el confinamiento general, porque, aunque a mí personalmente, insisto, no me incumba,  no puedo aprobar una restricción de la libertad que es una imposición intolerable de la dictadura "sanitaria" -en realidad política- que se ejerce contra el pueblo desde las altas esferas del Estado, so capa de velar por la salud de todos sus vasallos amargándoles la vida. 

Este Toque de Queda que nos imponen ahora, al igual que el encierro que nos endilgaron a mediados de marzo, no parece muy razonable ni útil tampoco para conseguir lo que pretende, que era, es y sigue siendo “aplanar la curva”, una curva que, si la hubo alguna vez, se aplanó por sí sola. Intentan justificarlo con supuestos argumentos que son majaderías como que el virus se ha vuelto trasnochador y se mueve en entornos juveniles, familiares y amistosos, sobre todo los fines de semana, por lo que hay que "reducir las relaciones sociales" y castigarnos a todos sin dejarnos salir de casa.  Aquel confinamiento y este Toque de Queda son intrínsecamente perversos porque no son más que, se mire por donde se mire, una imposición totalitaria y autoritaria que nos viene de Arriba, de donde no puede caernos nada bueno, como bien sabemos los de abajo. 


Lo denuncian algunas voces contestatarias y rebeldes, como el viejo roquero irlandés Van Morrison. Los viejos roqueros nunca mueren. Los jóvenes se imponen la mordaza y callan.  Pero ahí está el león de Belfast, rugiendo más vivo que nunca con este estupendo temazo que acaba de sacar contra el encierro: No more lockdown, un tema digno de lo mejor de él:  "No más confinamientos/ no más excesos del Gobierno/ no más matones fascistas/ alterando nuestra paz", así traduce el periodista de un periódico español que no voy a citar la letra de su última canción torticeramente porque lo que dice es: no more fascist police /distubring our peace: no más policía fascista /alterando nuestra paz. Y sigue:  "No más recortes de nuestras libertades/ de nuestros derechos dados por Dios/ alegando que es por nuestra seguridad/ cuando en realidad es por nuestra esclavitud".  Me llama la atención lo que querrá decir lo de los "derechos dados por Dios", en inglés original: our God-given rights. Si Dios nos da los derechos, Dios mismo (o sus adláteres, como el Estado mismo en este caso) nos los quita. Merece la pena oírlo y escucharlo:


Al parecer, no se podía declarar el Toque de Queda en las Españas como pretendían algunos reyezuelos democráticos de las taifas autonómicas (a imitación del Pétain con ínfulas de Napoleón que gobierna en el país galo) porque atentaba contra las libertades constitucionales. Por consiguiente, se declara el Estado de Alarma que para eso está previsto en nuestra Charta Magna,  para justificar la restricción de libertades.  
 
¿Qué justifica la declaración del Estado de Alarma? Pues la famosa segunda ola, una ola que no la hay, pero atención, se la inventan, la crean ex nihilo y aparece, como por arte de magia, cuando alguien enciende la televisión ingenuamente. Llevaban mucho tiempo anunciándola: Lo peor está por venir... ¡Que viene la ola -como el lobo del viejo cuento! El encendido del electrodoméstico la hace ex-sistir (que etimológicamente significa, levantarse, alzarse,  hacer salir fuera de, brotar, surgir), existe porque sale de la caja tonta, que es el medio por excelencia que sirve a la creación de fantasmas y manipulación de la opinión pública, medio, pues, de propaganda y consiguiente propagación del virus coronado, un virus que tampoco existía antes de su televisiva difusión. Hacen que ex-sista esa segunda ola y la fuerte marejada concomitante que haga falta, y que sea incluso mucho mayor que la primera, si es que la hubo alguna vez, y que aun sea mucho más que una ola del oleaje corriente: que sea la ola gigantesca de un auténtico tsunami producido por el cataclismo de un seísmo o de una erupción volcánica en las entrañas del fondo de los mares...

Pero, aunque ex-sista, que quede claro, no hay segunda ola. Por la calle no hay cadáveres ni enfermos muriéndose por las esquinas, ni más muertos de la cuenta en los hospitales de Dios por estas fechas. Lo que sí hay es figuras sin rostro, niños sin sonrisa, gente solitaria que lleva encima la mascarilla puesta, la tristeza y el acojonamiento por la calle. 


No hay, pues, segunda ola. Lo que llaman así los políticos y los periodistas apesebrados a su servicio no es más que la excusa perfecta, la coartada ideal para justificar no sólo el Estado de Alarma, sino lo que haga falta, por ejemplo la existencia misma del Estado democrático moderno y posmoderno.

 ¿Y si ni siquiera hay virus? Igual da. Se inventa. Me cuentan que un otorrinolaringólogo francés, un tal doctor Bensadoun, ha reconocido públicamente por la televisión de su país que lo que hace un par de años él y su equipo de especialistas diagnosticaban como “rinofaringitis”, es decir, la infección inflamatoria de las vías respiratorias que afecta a la faringe y a las cavidades nasales, lo designan ahora, la misma dolencia y los mismos síntomas, como la enfermedad del virus coronado... una enfermedad que es o bien un puro invento o bien una metonimia, en el sentido de etiquetar una patología con el nombre de otra, un simple cambio de nombre. Ahora se llama enfermedad del virus coronado a viejas afecciones conocidas de toda la vida, como las gripes o el catarro de Matusalén.

La proclamación del Estado de Alarma justifica per se la existencia de la monarquía constitucional del virus coronado y de la segunda ola coronovírica, y, de rechazo, la primera de la que esta sería consecuencia. Es la serpiente que se muerde la cola, el uróboro perfecto. Existe el virus, luego declaro el Toque de Queda. Declaro el Toque de Queda, luego existe el virus. Pero no hay relación lógica de causa a efecto ni de efecto a causa. Necesitaban un marco legal para legalizar, que no legitimar, que no es lo mismo, las medidas autoritarias de la dictadura sanitaria. 

La existencia del propio Estado del Bienestar necesitaba una justificación. Ya no le sirve la lucha contra el terrorismo, cada vez más reducido a mera anécdota sangrienta como el deplorable caso del profesor francés decapitado por un fanático islámico por enseñar a sus alumnos las caricaturas del Profeta... Necesitaban un Enemigo más terrorífico, potente, amenazante y globalizado que el terrorismo tradicional, y lo han encontrado en este pobre y minúsculo bicho invisible a ojos vista que todos sin excepción podemos contraer y albergar dentro... sin enterarnos, que es lo más raro, a no ser que nos hagamos un test de Reacción en Cadena de la Polimerasa (vulgo PCR), y resulte positivo. 

Necesitaban un Enemigo a ser posible interno, no externo, y asintomático, que justificara la guerra contra la gente: el enmascarillamiento general, la distancia social, la reducción de relaciones sociales, el cierre de fronteras, la habilitación de otras que hasta ahora no existían, como el blindaje de las autonomías españolas, que compiten entre sí por ver quién tiene más o menos casos positivos, y  se clausuran perimetralmente, el confinamiento de barrios y de ciudades enteras, la Nueva Normalidad, el ejército y la policía de patrulla por las calles, el rastreo de contactos, la cuarentena, el Estado de Alarma, y, ahora, el cerrojazo nocturno del Toque de Queda por “la gravísima situación que estamos atravesando”, y porque, como siempre "lo peor está por venir". 

Ese virus resulta que estaba en acto o en potencia aristotélica en todas y cada una de nuestras personas, que son en un 95% portadoras asintomáticas del bicho contra el que hay que luchar, el enemigo despiadado y cruel que hay que doblegar y contener... ¿Qué intereses hay detrás de esto? ¿Qué conspiración, complot o conjuración subyace? ¿A quién le interesa el crimen en el sentido de reportarle beneficios económicos o políticos al menos?  Al Estado, cada vez más desprestigiado en su papel de asistente social, y a los políticos que lo gobiernan. 


¿No vemos cómo la mayoría democrática de la población y hasta, si nos descuidamos, la mayoría de nosotros mismos aprueban como si fueran “saludables” las medidas políticas, que no sanitarias,  que toma nuestro gobierno y casi todos los demás gobiernos, a imitación los unos de los otros? ¿No vemos cómo los gobernantes sean del signo que sean, de izquierdas o de derechas, aceptan condescendientes estas normas restrictivas de la libertad en nombre del supuesto bien común superior, que sería la salud de todos y cada uno? Nunca se había visto una unanimidad mayor: la justificación del Estado, suprema lex,  en última instancia, viene a ser la salus populi: salvarnos la vida, para lo que no tiene ningún inconveniente en hacérnosla imposible, es decir, en suministrarnos la vacuna de la muerte “por nuestro propio bien” en pequeñas dosis letales.

En otros tiempos fue la Iglesia la que pretendía salvar el alma de los fieles, ahora es el Estado el que pretende salvar no ya las almas, sino las vidas de sus votantes y contribuyentes, para que, agradecidos, sigan  contribuyendo y votando sin rechistar, con júbilo y sin perder ni un ápice nunca de la fe que sustenta al endriago. Asegurar su propia supervivencia es el objetivo de ese mostro, que es el Estado según las certeras palabras de Friedrich Nietzsche: Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: “Yo, el Estado, soy el pueblo”.

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