Verso otoñal de Goethe: In dürren Blättern säuselt der Wind. Susurra el viento en la hojarasca, o en las hojas secas o feuilles mortes, que dicen los franceses.
Las autoridades sanitarias justifican su existencia sembrando la hipocondría, preocupación angustiosa por la salud que vuelve a la gente paranoica.
Niegan lo que nos dice a todos y cada uno el sentido común imponiendo el delirio de la histeria demencial y colectiva del llamado relato o narrativa oficial.
Inmolamos a los demás y nos autoinmolamos en sacrificios humanos, chivos expiatorios que somos, en la época más sangrienta de la historia, que es la actualidad.
Han entrado los ladrones en casa y la han desvalijado pero la cuantía del botín arrebatado no es comparable a lo rapiñado año tras año por el Seguro del Hogar.
Inoculan en la población el nocebo del pánico con mensajes traumatizantes de un virus terrorífico y letal que en realidad es la gripe de todos los inviernos.
El "cogito ergo sum" cartesiano se ha sustituido por el "credo ergo sum": el “pienso” por el “creo”; soy fruto de las creencias e ideas que me impiden razonar.
La pandemia es una pantomima de falsa información que engendra miedo a la enfermedad, miedo a la muerte en definitiva, que se ha vuelto virulenta y contagiosa.
La Organización Mundial de la Salud, aguijada por empresas farmacéuticas y una sedicente fundación filantrópica, hace enfermos crónicos a todas las personas.
¿Erradican enfermedades las vacunas o son la herramienta perfecta para inocularlas, propagarlas y que persistan, habida cuenta de sus intereses económicos?
Se atribuye a Mark Twain la lúcida constatación de que es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada, logrando así que se desengañe.
Tienen tanto miedo a enfermar y a morir que ni siquiera quieren salir de sus domicilios, que se han convertido en sus nichos. Han perdido la alegría de vivir.
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