(A Thomas S. Szasz, que denunció el Estado Terapéutico, in memoriam)
La forma de distraer la atención de la auténtica conspiración mundial que es la dictadura sanitaria es calificar de "conspiracionista" a quien osa denunciarla.
Toda persona sana es un enfermo inconsciente e irresponsable que ignora el diagnóstico y pronóstico de su enfermedad, y contagia su despreocupación a los demás.
Quod licet Ioui non licet boui: Lo que se permite a Júpiter no se le permite al buey: seducir y montar, fogoso semental, a la joven y bella Europa por ejemplo.
Hay quienes, muchos, aceptan como verdaderamente real lo que de hecho es falso, y rechazan por considerarlo falso lo que es en realidad verdadero de verdad.
Solemos prestar mucha atención, demasiada, a la adquisición de nuevos hábitos, y demasiado poca o ninguna a lo más importante, a desprendernos de los viejos.
Tarde o temprano todos acabamos siendo declarados enfermos mentales, según el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, la biblia del psiquiatra.
Contra Dios, ateísmo; contra el Estado, anarquismo; contra el antroponcentrismo y el Hombre, medida de todas las cosas según Protágoras, además: antihumanismo.
Si filosofía es el amor a la sabiduría, fobosofía es el miedo y odio a la misma, que califica torticeramente a la verdad de brutal y a la mentira de piadosa.
El patógeno inquilino que invade nuestras células es la metáfora bélica perfecta y enemigo ideal que justifica la segregación de las ovejas negras del rebaño.
Tanto decirnos que viene el lobo, que tengamos cuidado con él, y al fin fue peor el matadero al que nos llevó el "buen" pastor que el hipotético lobo carnicero.
(De Cavafis) Al fin se hizo la noche y los invasores no llegaron. Los negacionistas afirmaban que los bárbaros no existían. ¡Lástima, porque eran una solución!
La idea paternalista y religiosa de que el Estado tiene el deber moral de proteger a las personas de sí mismas no justifica éticamente la coerción autoritaria.
Era un sarcasmo sangrante considerar como hacía la opinión pública gran filántropo al famoso multimillonario, a él, que no amaba a la humanidad, sino el dinero.
El Estado Terapéutico, so capa de salud pública, nos arrebata la libertad, más preciosa que la vida: o somos agentes patógenos en acto, o lo somos en potencia.
Nuestra vida es una enfermedad de la que se ha apoderado la clase médica desde la cuna hasta la sepultura: ni nacemos ni morimos en casa, sino en el hospital.
La Iglesia procuraba la salvación de nuestras almas inmortales; el Estado Terapéutico, la salud de nuestros cuerpos con igual celo: sanos y salvos moriremos.
¿Dónde está la frontera, si es que existe un límite, entre la medicina preventiva e invasiva y la sobremedicalización que padecemos hoy de la vida cotidiana?
Me opongo a la persecución de que soy objeto por motivos médicos que esgrimen la coartada de la salud pública por obra y gracia de las autoridades sanitarias.
El Estado Terapéutico implantado en el mundo gracias a la invención de la pandemia es la reencarnación del bíblico, tiránico y descomunal Leviatán totalitario.
El doctor Stockman de Ibsen es tachado como "enemigo del pueblo" por denunciar que las aguas del balneario, principal atracción turística, están contaminadas.
Todos somos y estamos enfermos, y debemos colaborar por nuestro propio bien y el de la comunidad con las autoridades sanitarias, sacrificando nuestra libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario