viernes, 30 de octubre de 2020

El hombre sin rostro

Es frecuente en Cicerón el leitmotiv “imago animi uoltus, indices oculi”, que repite en varias de sus obras: el rostro es la imagen del alma, los ojos sus principales indicios. La cara es el espejo del alma, decimos nosotros en el mismo sentido. ¡Cuántas veces los ojos nos han traicionado, es decir, nos han delatado y dicho otra cosa distinta de la que pretendíamos decir!

Escribe precisamente Cicerón en Las leyes I, 9: Pues habiendo (la naturaleza) lanzado a los demás animales al pasto (a que paciesen), solamente al hombre lo irguió y lo predispuso a la mirada al cielo como su origen y antigua morada, y configuró entonces el aspecto de su cara de manera que reflejara en ella los sentimientos más recónditos. Pues no sólo los ojos muy expresivos hablan de cómo nos afecta nuestro estado de ánimo, sino que el llamado rostro, que no puede hallarse en ningún otro ser animado más que en el hombre, pone de manifiesto nuestros sentimientos.

(Texto original: Nam cum ceteras animantes abiiecisset ad pastum, solum hominem erexit et ad caeli quasi cognationis domiciliique pristini conspectum excitauit, tum speciem ita formauit oris, ut in ea penitus reconditos mores effingeret. Nam et oculi nimis arguti, quemadmodum animo affecti simus, loquuntur et is qui appellatur uoltus, qui nullo in animante esse praeter hominem potest, indicat mores).


Resalto de la cita las última palabras: el llamado rostro (is qui appellatur uoltus) pone de manifiesto nuestros sentimientos, nuestro carácter, nuestras costumbres (indicat mores). Previamente ha dicho que la naturaleza, que es el sujeto elíptico de la primera frase, configuró entonces el aspecto de la cara del hombre (speciem ita formauit oris) de manera que reflejara en ella los sentimientos más recónditos (tu in ea penitus reconditos mores effingeret).

Distingue Cicerón en el texto dos palabras para referirse a la cara: el os (species oris) y el uoltus. Os es propiamente la boca, palabra que se ha perdido como tal en la evolución del latín al castellano y que sólo conservamos en el adjetivo or-al, donde la -s- de la raíz se ha convertido en -r- al ir entre vocales en virtud de la ley fonética del rotacismo. Había otra palabra latina para referirse a la boca que era bucca, sinónima de os, pero de extracto popular y registro menos culto y literario, al parecer préstamo de origen celta, que es precisamente la que ha pasado a las lenguas romances. El os es una parte del cuerpo no exclusivamente humano, sino compartido con otros animales, mientras que el uoltus sólo se halla en el hombre, porque sería el rostro propiamente humano.

La palabra “rostro” que elegimos para traducir uoltus, deriva del latín rostrum, que a su vez procede de *rod-(s)-trom, del verbo rodere “roer, rumiar”, significaba lo que sirve para roer, hocico, pico, boca... y designaba tanto la reja del arado como el espolón de una nave de guerra, de ahí que los rostra fueran en Roma sinónimo de tribuna de los oradores, y por lo tanto sinónimo del foro, porque dicha tribuna estaba decorada con los espolones o mascarones de proa de las naves capturadas al enemigo. La palabra está documentada en castellano en el siglo XV como sinónimo de cara, aunque previamente era el pico u hocico puntiagudo de un animal, como en latín, y poco después pasó a designar la jeta humana de aspecto bestial.

En principio la palabra uoltus, que se conserva en italiano volto con el significado de “rostro”, ha desembocado en el castellano bulto, siguiendo la curiosa trayectoria que señala Coromines: en principio significó lo mismo que en latín, pero en seguida se aplicó a las cabezas de los santos (1517), luego a las estatuas que figuraban de relieve del cuerpo de una persona especialmente en las sepulturas, para acabar designando a la masa corporal de una persona y finalmente a una masa cualquiera, es decir, a cualquier bulto. 

 

Si os es la cara por sinécdoque de la parte, boca, por el todo, uoltus sería el rostro, es decir, la cara que reconocemos enseguida como humana, la que no puede hallarse en ningún otro ser vivo salvo en el hombre, y esa cara, el rostro, es el auténtico espejo de nuestra alma.

Según Cicerón todos los seres vivos tienen cara, pero el ser humano tiene además, rostro, que tiene un lenguaje propio que a veces no puede expresarse con palabras y que no pocas veces las contradice. De hecho el lenguaje corporal, concretamente los ojos y la cara, expresan emociones, no sólo la tristeza o la alegría del estado de ánimo.

Según Giorgio Agamben, uno de los pocos intelectuales críticos contra las medidas políticas que han adoptado los Estados so pretexto sanitario,  “el rostro es el lugar de la política”. El rostro sería el lugar del reencuentro con el otro, en cuyos ojos nos miramos y nos reflejamos como en un espejo. Lo que le lleva a decir que un país como el suyo (Italia) o el nuestro, podemos decir nosotros,  que ha decidido cubrir los rostros de sus ciudadanos con mascarillas son países que renuncian a la política entendida en sentido amplio de vida social, decretando el distanciamiento como medida preventiva de futuros males mayores y la reducción de relaciones sociales y familiares. Son paísesen los que el Estado totalitario (y todos los Estados son totalitarios) decide salvar al pueblo a costa de su salud, sacrificándolo. Se dicen a sí mismos, aplicando el terrorismo de Estado: Salvemos al pueblo inmolándolo en aras de la salud.   

2 comentarios:

  1. Precioso te ha salido “El hombre sin rostro”

    Sin rostro nos quieren, /
    meras configuraciones /
    para el reconocimiento facial / y condenados al pasto digital.

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