sábado, 24 de octubre de 2020

Hojas secas (II)

El sedicente pensamiento positivo ha creado la falsa ilusión (falsa es epíteto de ilusión) de que la felicidad es una meta realista que todos deberíamos lograr.

Hegesias de Cirene, el abogado de la muerte, escribió un tratado sobre la fatalidad de la vida humana, y concluyó que morir era más goloso que vivir.

El rey Tolomeo le prohibió al filósofo Hegesias hablar del tema de la muerte voluntaria, ante el peligro de que sus oyentes, súbditos del rey, se suicidasen. 
 
La verdad no forja las creencias, porque estas son anteriores a la verdad, que consiste en el descubrimiento de la mentira que subyace a todas las creencias.

Abderramán III, el califa de Córdoba, vivió veinticinco mil quinientos cincuenta días, y calculó que sólo había sido feliz catorce de ellos, y no consecutivos.

Psicólogos y psiquiatras prescriben el don't worry, be happy!, "no te preocupes y sé feliz", pero la felicidad no cabe en la realidad porque son incompatibles.

Un infeliz encontró una lámpara maravillosa, y le pidió al genio que había dentro disipar la razón de su desdicha; aquél hizo desaparecer al desgraciado. 

 

Los habitantes de Un mundo feliz de Aldous Huxley viven supuestamente felices gracias a la ayuda del soma estupefaciente que los mantiene contentos y sumisos.

La industria psicológica de los gurús del ¡sé feliz! nos deprime vendiéndonos una felicidad inalcanzable, como la zanahoria atada al palo delante del pollino.
 
La pitonisa le reveló a Creso, rey de Lidia, que si atacaba Persia destruiría un gran imperio; así hizo; y fue el suyo, descubrió, el gran imperio destruido. 

El monoteísmo judeocristiano y mahometano conquistó los espíritus humanos desplazando el politeísmo con la falsa e inaudita promesa de vida eterna y salvación. 
 
Aunque inhumano a todas luces, insisten en que hay que evitar por nuestro bien en estos momentos de dolor los gestos de afecto que impliquen contacto personal.

 

Predican que dejemos de convivir con los demás, guardando distancias, si queremos sobrevivir. Pero ¿quién, en medio de ese sinvivir, va a querer sobrevivir?
 
Jerjes, el rey de los persas, ofreció una recompensa a quien le descubriera un nuevo placer voluptuoso, pero su deseo infinito no quedó satisfecho con ninguno.
 
El vicario de Cristo pidió a los feligreses que no frecuentaran la casa de Dios de modo presencial y asistieran a la ceremonia de la misa virtual televisada.
 
Las autoridades sanitarias velan por nuestra salud con mensajes alarmistas inventando enfermedades, creando mostros que combatir que justifiquen su misión.

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