viernes, 16 de octubre de 2020

Toque de queda en París

El presidente de la República Francesa, de cuyo nombre propio no quiero hacer aquí ninguna mención, ha decretado en París y otras ciudades francesas,  el toque de queda cual si fuera un sosias del mariscal Pétain redivivo. A los más viejos no dejará de recordarles  a la queda que impusieron los alemanes en la segunda guerra mundial envolviendo las noches parisinas de la ville lumière en tinieblas y silencio. Acaso también recuerden cómo muchos franceses, cómplices, aceptaron la supuestamente benevolente dictadura del mariscal, creyendo que esta les salvaría de una catástrofe mayor cuando ella fue su máxima catástrofe.

Dicho toque estará en vigor durante catorce días entre las nueve de la noche y las seis de la mañana. Consuma así el presidente francés su declaración unilateral de guerra al virus coronado, y asimismo consuma el golpe de Estado, término acuñado por Gabriel Naudé como “coup d'état” en el siglo XVII para referirse a las acciones que los príncipes de este mundo ejecutan contra el derecho común, sin guardar ningún orden, respeto ni justicia que valga, poniendo en peligro el interés particular en nombre del inasequible bien público. Explicaba Naudé que lo propio del poder del Estado, fundado sobre la violencia y la disimulación, su solo y único objetivo era perseverar en su ser.

 

Dicho golpe de Estado instaura "hasta nueva orden" la dictadura sanitaria so pretexto de declararle la guerra -"esto es una guerra", repite incansablemente el susodicho presidente- a un enemigo inexistente, al virus de una pandemia, de la que cualquier epidemiólogo honesto señala que no solamente no existe ya, sino que ni siquiera existió nunca, puesto que lo que hubo durante la primavera no fue más que una epidemia y no la plaga del diluvio universal que sostienen ahora todavía.

A nadie puede caberle ya la más mínima duda de que lo que estamos padeciendo en la vieja Europa, en unos y otros países, bajo unos u otros gobiernos de distinto signo político, cuya orientación hacia la izquierda o hacia la derecha resulta indiferente y trivial, es una dictadura so capa sanitaria, una dictadura que podríamos calificar sin ningún escándalo con el adjetivo de democrática, creando un significativo oximoro, o aparente contradicción que revela cuál es la esencia autoritaria y totalitaria por otra parte de nuestras modernos regímenes democráticos. 

Nadie en su sano juicio duda ya de que esto es una tiranía, por resucitar este otro viejo término, de un despotismo supuestamente ilustrado con sus confinamientos, cierres de fronteras, restricciones de libertad de circulación y de reunión, que quiere reducirse a seis personas como máximo tanto en el ámbito público como en el privado, y una imposición del poder central sobre los poderes locales subordinados so pretexto de una cruzada sostenida por la intoxicación informativa que padecemos de la propaganda gubernamental y de los medios de manipulación y conformación de la opinión pública a su servicio, que resucitan ahora el viejo término francés de “couvre-feu” que literalmente significa “cubrefuego” o “tapafuego”, pero que se traduce por nuestra expresión equivalente de “toque de queda”, que es como aquel “a las diez en casa” de algunos padres a sus hijas adolescentes en la edad del pavoneo.

 

Lo de “toque”, en nuestra lengua, tiene que ver con que se anunciaba al son de corneta, trompa, campana, o instrumento músico similar; lo de “queda” porque tras el sonido de la chirimía que fuera, se convocaba, en tiempos de guerra o turbulencia, a “estarse quedo”, o sea, quieto, en casa, normalmente durante las horas de la noche, por lo que no se podía circular por las calles sin un salvoconducto. La Academia define el término “toque de queda” como la “medida gubernativa que, en circunstancias excepcionales, prohíbe el tránsito o permanencia en las calles de una ciudad durante determinadas horas, generalmente nocturnas”. Pero aquí y ahora lo único excepcional es el toque de queda, no las circunstancias que supuestamente obligan a tomar la medida. El virus, por lo poco que a mí se me alcanza,  si sigue circulando como parece que hace, aunque bastante de capa caída, no distingue el día de la noche.

La expresión francesa, por su parte, de couvre-feu (literalmente el cubrefuego, inglés curfew, nombre de un instrumento de cobre, hierro o terracota generalmente en forma de tapadera, que servía al fin de apagar el fuego) nos retrotrae a la Edad Media -¿cuándo saldremos definitivamente de ella?-, en concreto a la primera mitad del siglo XIII, y su sentido era apagar el fuego en las chimeneas antes de ir a acostarse so peligro de que se declarase un incendio y ardiese la ciudad.

El significado actual de couvre-feu como restricción periódica de movimiento se impone a partir de 1800,  y señala la prohibición de  salir uno de casa y circular libremente sin dar explicaciones a nadie, decretada por las autoridades de un país por medida de policía o en virtud de una orden de la autoridad militar en un casus belli. Por extensión y en sentido figurado, tomado como símbolo, significa también ahogo de la inteligencia y de las legítimas aspiraciones; declive o fin del fuego vivo de la razón, cuyas llamas se apagan en el silencio de la noche, ahora que las autoridades sanitarias nos mandan, infantilizándonos como a niños pequeños, a la cama.


Se trata, en todo caso, de una medida drástica ante una situación calificada de urgente, es decir, que apremia, según las autoridades, a tomar tales medidas. Después de la segunda guerra mundial ha sido una medida muy excepcional en el país vecino, pero que no ha dejado de aplicarse, aunque en contadísimas ocasiones: durante la guerra de Argelia, y recientemente durante los disturbios de los suburbios parisinos del año 2005 y, más recientemente aún, cuando los chalecos amarillos tomaron el Arco del Triunfo. También recurrió a él el gobierno galo de forma puntual durante los atentados terroristas de Niza y Estrasburgo.

No hay que ser el adivino Tiresias para ver que esta medida no va a resolver ningún problema, porque en el fondo tampoco se pretende con ella resolver problema alguno, sino que el problema es ella misma: una imposición más del Estado autoritario sanitario en su guerra sin cuartel contra la gente que acepta resignada todas las medidas "por su bien".

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