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lunes, 20 de mayo de 2024

Olímpica mente

    El código QR (abreviatura de Quick Response en la lengua del Imperio,  por lo tanto Código de Rápida Respuesta) volverá a ser obligatorio, después de la pandemia, en la capital de la Francia si se desean realizar determinados desplazamientos durante la celebración del magno evento deportivo de la sociedad del espectáculo que se avecina, si Dios no lo remedia antes, de los juegos olímpicos.

 

     Ya se ha definido una zona perimetral de seguridad, donde para circular será necesario presentar la credencial de este nuevo pase, que viene a ser como mostrar la patita blanca.  El perímetro de seguridad se implementará una semana antes del inicio de los Juegos el viernes 26 de julio con su ceremonia inaugural a lo largo del río Sena para la que se espera una afluencia de unos 600.000 espectadores entre los que arracimarán en las orillas del Sena, los que se asomen a ventanas y balcones, los que se suban a las barcazas... En este momento se desplegarán alrededor de 45.000 agentes de policía y gendarmes -etimológicamente gentes de armas tomar- para garantizar la correcta implementación del sistema y evitar atentados terroristas, que es el miedo que tienen y que están infundiendo para justificar las medidas de control. 

Viñeta de Claude Serre

    A partir de mediados de julio, los residentes deberán disponer de este pase para poder circular motorizados. En las zonas rojas, al ser las más cercanas al Sena, estos medios de transporte estarán incluso prohibidos. Se hará una excepción con los residentes y sus invitados, previa presentación del código QR correspondiente, asociado a un documento de identidad. Una vez que se ha conseguido entrar gracias a la exhibición del código en el perímetro -un perímetro que se define o justifica como antiterrorista-, uno tiene libertad de movimientos. El código QR podrá llevarse en el teléfono móvil o impreso, y deberá presentarse junto a un documento de identidad para que sirva como salvoconducto.

Viñeta de Claude Serre

    El deporte, aunque se practique en equipo, no deja de ser un ejercicio individualista de pura competencia y mercado, alimento del patriotismo más cerril, y en ese sentido es el enemigo del esfuerzo físico cotidiano, de la labor y tarea bien hechas. El cuerpo no nos exige sacrificios que lo arrastren a ámbitos comerciales ni a gimnasios, Olimpiadas. 

    El deporte reglamentado acaba con el juego libre y el ejercicio físico de los niños, que se convierte en deporte. Pero no hay que olvidar, ante el advenimiento de los Juegos Olímpicos que se celebran cada cuatro años y este año le toca a París, el carácter espectacular del evento, es decir, cómo sirven para fomentar el espectáculo televisivo y rellenar horas y horas de programación para entretenimiento de las masas.

Viñeta de Claude Serre
 
oOo

    Una vez publicada esta entrada, recibo de un lector que prefiere mantenerse en el anonimato, el siguiente comentario que, por mi parte, suscribo en su integridad, muy de acuerdo con su análisis, por lo que lo republico aquí en este lugar como si lo hubiera escrito yo mismo, con la advertencia de que no soy su autor, entrecomillándolo y destacándolo a la vista:

      "Esa movilización festiva de la maquinaria de guerra mercantil, donde se despliegan en una amalgama las oportunidades de negocios, las grandes marcas patrocinadoras y la reserva espiritual de las viejas patrias, con una espectacular competencia y afán por superar las marcas y los tiempos a los que se entregan y condenan los cuerpos moldeados por los viejos símbolos del oro, la plata y el bronce y la gracia que el poder del Dinero les conceda y otorgue. Vencedores y perdedores darán curso y desahogo a la alegría, la tristeza y las lágrimas para que, por contagio emocional, haya espectadores que se identifiquen y se sumen a alcanzar metas o emociones en sus ámbitos laborales donde, sin tanto espectáculo, no habrá de faltar la condición especular que engrandece la existencia emocionante, esforzada, atlética y servil."

jueves, 29 de abril de 2021

Un código QR en el cielo de Changái

    El código QR (Quick Response en la lengua del Imperio, de Respuesta Rápida en la nuestra) es una evolución bidimensional cuadrada del código de barras lineal que ya conocíamos en los productos de consumo, y que almacena datos codificados. El código QR es algo que, poco acostumbrados como estábamos, cada vez estamos empezando a ver más en España.
 
 
    Recuerdo la primera vez que vi uno en un restaurante. Al pedir la carta, me dijeron que escaneara el susodicho código, al que había que acceder a través del móvil y del programa correspondiente que lo leía. El camarero justificó con la mejor de sus sonrisas la ausencia de carta de menú por razones sanitarias. La típica cartulina manoseada por los clientes ya no estaba disponible porque podía ser un nido de viruses y contagiar el peor de todos ellos, el coronavirus o virus coronado, que estaba causando estragos, que había contagiado a una de cada cien personas en el mundo, y de ese uno por ciento de los que lo habían contraído estaba matando a uno de cada centenar, aunque se nos hizo creer a todos desde el primer momento que lo habíamos todos contraído ya sea en acto o en potencia aristotélica, y que por lo tanto íbamos a morir más tarde o más temprano de COVI o con COVI. 
 
 
 
    La inclusión de software que lee códigos QR en teléfonos móviles le permite al usuario que utiliza la aplicación (y que al mismo tiempo es utilizado, en voz pasiva, por ella) la comodidad de no introducir datos (números y letras) de forma manual en el teléfono, cosa que para las personas de edad avanzada es algo farragoso y engorroso por la falta de práctica y torpeza de nuestros dedos y por los problemas de visión, que con la presbicia, que en griego quería decir "vejez", vamos adquiriendo. 

    Cuando era pequeño y yo tenía una vista de lince me dijeron que ya vería lo que entonces no acertaba a ver algún día (“ya lo verás, ya lo verás... cuando seas mayor"), y lo que veo ahora, cuando ya soy eso que llaman una persona mayor, es que no veo nada sin gafas y veo muy poco con ellas. 
 
     Las direcciones y los URL (Uniform Resource Locators en la lengua del Imperio, o localizadores de respuesta uniforme en la nuestra) incrustados en códigos QR se están volviendo cada vez más comunes en revistas, anuncios publicitarios,  y hasta en tarjetas de presentación y de visita. Se están, pues, haciendo moneda de uso corriente gracias a que permiten simplificar en gran medida la tarea de introducir detalles individuales en la agenda o lista de contactos de un teléfono móvil. Ahí radica su éxito.


Chagái (China)

    Pero lo último sobre estos códigos que he oído es que en el Extremo Oriente, en el cielo nocturno de Changái se ha visto recientemente un código QR gigante, el más grande formado en el mundo hasta la fecha que pasará a engrosar el libro de los records que se le ocurrió escribir al ejecutivo de la cervecería irlandesa Guinness, formado con mil quinientos drones luminosos que sobrevolaron por la noche la gran ciudad china. Formaban así la bandera de la nueva religión tecnocrática, para que la gente pueda, apuntando con sus aparatos supuestamente inteligentes, o dotados al menos, digamos, de una inteligencia artificial, ya que no natural, descargarse juegos de vídeo que entretengan su lento, sumiso y pausado caminar hacia la muerte.


    Al parecer la China comunista/capitalista es uno de los países del mundo donde más se utilizan estos códigos de barras bidimensionales. Al escanearlos con los móviles, llevan a los usuarios a la página de descarga para que instalen el producto correspondiente, lo que no deja de ser una interesante muestra publicitaria de mercadotecnia para pescar incautos muy efectiva.