Escribía don Juan Manuel de Prada el otro día un artículo titulado escuetamente 'Cartas' en XLSemanal, que empezaba con una interesante consideración sobre la tecnología que comparto: Los tecnólatras (o sea, el común de las gentes) postulan que la tecnología es 'neutra' y que 'bien utilizada', facilita y mejora nuestra vida. Pero lo cierto es que la tecnología nunca es 'neutral', siempre toma partido; y su 'partido' consiste en rapiñar una parte de nuestra vida, a veces de forma áspera y violenta, otras veces de forma meliflua e indolora vaciándola de sustancia. Hay una ley biológica infalible que nos advierte que, a medida que disminuye lo vivo, aumenta lo automático”.
Y se lamentaba el autor de que la tecnología haya permitido, a modo de ejemplo, que dejemos de escribirnos cartas, brindándonos a cambio la golosina de la inmediatez. Ahora escribimos guasá(p)s, llenos muchas veces de pictogramas que ni siquiera se llaman así, sino emojis, en japonés (pequeña imagen o icono digital que se usa en las comunicaciones electrónicas para representar una emoción, un objeto, una idea, etc., según la docta Academia) o emoticonos (en la lengua del Imperio) que nos ahorran el engorro de utilizar el teclado alfabético, emplear palabras y construir frases con ellas para expresar nuestras emociones e ideas, y todo eso encima a través de imágenes tontas e infantiles que nunca podrán alcanzar la plasticidad del lenguaje alfabético y la construcción de una frase rica en matices...
Se ha perdido la epistolaridad, por así decir: la elaboración de un mensaje, el coloquio de intimidades que crea un clima espiritual único, como dice de Prada un tanto grandilocuentemente. Pero lo más grave no es eso solo, sino, además, que, como escribí en otra parte, a riesgo de repetirme más que el eco de un disco rayado: Las imágenes siempre han tenido un poder adoctrinador sobre la población analfabeta. Era el caso de las imágenes religiosas en las iglesias medievales. Nuestras nuevas generaciones, analfabetas funcionales gracias al sistema educativo (¡manda güebos!), utilizan estas imágenes que son un medio sutil de adoctrinamiento entontecedor. La desaparición de las imágenes sagradas de los templos ha acabado por sacralizar todas las imágenes, que se han convertido en santos de nuestra devoción. Parecen imágenes inocentes e ingenuas, algunas hasta simpáticas si no fuera por su pretensión de serlo a toda costa.
Y también (lo siento por repetirme otra vez): Hay quien ha visto ya el peligro que corre el lenguaje escrito y hablado de ser eliminado por los pictogramas, porque como dicen sus usuarios “las palabras no molan tanto como los emojis”. La escritura pictográfica conforma un lenguaje artificial y superficial, sin ninguna profundidad, completamente elemental, simpático e infantil, y desprovisto de emociones complejas y sentimientos reales.
Y así es como hemos perdido la costumbre de escribirnos cartas, y de decirnos cosas en esa lengua de l'âme pour l'âme, como le escribía Arthur Rimbaud a Paul Demény, una lengua que puede expresarlo todo: perfumes, sonidos, colores, pensamientos a través de palabras que valen más que mil imágenes, contra el dicho tantas veces repetido.
Esa lengua es la que encuentra el poeta, una lengua por cierto muy alejada de la horrenda prosa de las cultiparlas de políticos y periodistas, poeta que por algo se llamó 'trovador” (del occitano 'trovar', que significa 'hallar', y de ahí que la composición de versos se considere un hallazgo, algo que se encuentra en el acervo popular). Y poeta es cualquiera que haga uso de la lengua popular, que es la más poética.
Recuérdese, a propósito de esto último, lo que le preguntaba Juan de Mairena a un alumno: ¿Cómo se dice en lenguaje poético "los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa (hoy diríamos mejor, en la vía pública, porque rúa ha quedado ya algo obsoleto)"? Y el alumno respondía acertada-, es decir, poéticamente: "Lo que pasa en la calle".