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domingo, 26 de marzo de 2023

Arde París

    París está que arde y no sólo París, sino todo el hexágono francés. ¿Qué está pasando en el país vecino que no pasa aquí? ¿Por qué los franceses están saliendo masivamente a las calles a protestar en las manifestaciones más numerosas que se hayan visto en los últimos años? ¿Por qué se niegan a aceptar como les pide su presidente del Gobierno que les suban la edad de jubilación de 62 a 64 años? ¿No ven, acaso, que todos los países europeos, entre ellos el nuestro, ya han adoptado los 65 y 67 años como límites de jubilación? ¿Por qué los franchutes reaccionan con tanta ira, contra algo que los demás han aceptado al fin sin rechistar? ¿Son acaso ellos unos vagos redomados que no quieren trabajar más porque son los más holgazanes de Europa?

    Dicen los defensores del retraso de la edad de jubilación que al haber aumentado nuestra esperanza de vida es lógico que aumente también con ella la de nuestra vida laboral y por lo tanto la edad de jubilación, equiparando la vida propiamente dicha con la maldición veterotestamentaria del trabajo. 


    Hay en la cultura francesa un libro cuyo título ha dejado una huella indeleble. Se trata de “El derecho a la pereza”. Corría 1880 cuando un tal Paul Lafargue, marxista en principio y casado con Laura, la hija de Carlos Marx, que acabaría irritándose con su yerno, publicó un pequeño manifiesto que circuló con ese mismo título en la lengua de Molière: Le droit à la peresse, en el que reivindicaba uno de los siete pecados capitales, la pereza, haciendo de él virtud y renegando de la diligentia que proponía la iglesia para combatirlo, y que se ha convertido en todo un clásico de la literatura de la Francia. 

    Frente a los que reclamaban el derecho al trabajo, Lafargue reivindicaba el derecho a la vagancia, holgazanería o pereza. El manifiesto levantó una inmensa polvareda. Aunque ha pasado casi un siglo y medio, el libro nunca ha perdido actualidad. Se convirtió en objeto de interminables debates, especialmente dentro de la izquierda, que había acabado por santificar el trabajo, como el cristianismo, y comenzó a hablarse del derecho al tiempo libre y al ocio. Lafargue imaginó esencialmente el momento en que "trabajaremos como máximo tres horas al día" y disfrutaremos el resto, para poder vivir de este modo de verdad.

 

      Lafargue estaba enfatizando algo que hemos olvidado, el lugar que ocupa el trabajo en nuestras vidas. El trabajo se ha convertido en un fin en sí mismo y las condiciones laborales, lejos de mejorar, han empeorado y acabado deteriorándose, la gente en todos los rincones del planeta trabaja cada vez más y en trabajos cada vez más precarios a costa del tiempo libre, con todo lo que ello conlleva. Y conlleva mucho.

    Desde las primeras palabras de su libro Lafargue describió algo que suena sumamente relevante en nuestro tiempo: “Una extraña locura se apodera de las clases trabajadoras de las naciones donde domina la civilización capitalista. Esta locura arrastra tras ella las miserias individuales y sociales que atormentan desde hace siglos a la triste humanidad. Esta locura es el amor al trabajo, la pasión furibunda por el trabajo llevada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de su descendencia. En lugar de reaccionar ante esta aberración mental, los sacerdotes, los economistas y los moralistas han considerado sacrosanto el trabajo".  A lo que tendríamos que añadir nosotros: y los políticos tanto de la izquierda como también de la derecha. No olvidemos que en la tradición cristiana el trabajo es una maldición de Dios, que luego los cristianos han bendecido, y los marxistas también gritando ¡Viva la clase trabajadora!, lo que es lo mismo que decir: ¡Viva la esclavitud!


    Lafargue se retrotrae a la antigüedad clásica: "Los griegos del siglo de oro, también ellos, no sentían más que desprecio por el trabajo: a los esclavos solos les estaba permitido trabajar: el hombre libre no practicaba nada más que los ejercicios corporales y los juegos de la inteligencia... Los filósofos de la antigüedad enseñaban el desprecio por el trabajo, esta degradación de la libertad del hombre; los poetas alababan la pereza, este don de los dioses. O Meliboee, deus nobis haec otia fecit. (“Oh Melibeo, un dios nos dio esta paz sin trabajo”) Cristo en su discurso de la montaña predicó la pereza: “Aprended de los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan. Y sin embargo, os lo digo yo, ni Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos.” Jehová, el dios barbudo y ceñudo, dio a sus adoradores el supremo ejemplo de la pereza ideal: después de seis días de trabajo, descansa para toda la eternidad.”

    Lo que vienen a reivindicar estos franceses que salen a las calles no es en definitiva algo tan revolucionario como sería una vida sin la condena del trabajo, que, según la etimología de la palabra es un suplicio porque el tripalium era un instrumento de tortura, sino algo tan sencillo como que no empeoren las condiciones laborales aumentando el tiempo de condena laboral.

sábado, 14 de noviembre de 2020

¡A la mierda el trabajo! (Encomio y reivindicación de la pereza)

Una copla popular catalana hace de una de las maneras más graciosas que conozco la apología de la pereza, invocándola como si fuera una Virgen o una Santa,  con la consiguiente y complementaria execración del trabajo asalariado.  La versión abreviada reza: «Santa Mandra gloriosa, | ens guardi de treballar, | que els dies en són per lleure (variante jaure) | i la nit per descansar». Lo que viene a ser en castellano:  “Santa Pereza gloriosa, líbranos de trabajar; que los días son para el ocio (variante yacer) y la noche para descansar”.
La versión más completa, por su parte, enumerando todos los días de la semana reza así a modo de letanía: Santa Mandra Gloriosa, / guardeu-nos de treballar, / que tinc un os a l’esquena / que no el puc pas doblegar. / El dilluns no nés pas dia, / el dimarts per descansar, / el dimecres per anar a fora, / el dijous per reposar, / el divendres passen comptes / pel dissabte anar a cobrar. / El diumenge, no cal dir-ho, / no és dia de treballar. / Santa Mandra Gloriosa / guardeu-nos de treballar. 

 
En relación con esta copla, hay en catalán también una frase hecha muy popular que se emplea como adjetivo sinónimo de gandul o haragán: “Feina-fuig,-mandra-no-ens-deixis”: Huye-trabajo,-pereza-no-nos-dejes. La “feina” es el trabajo. La palabra procede del latín facienda: origen de nuestra hacienda, que viene a ser sinónimo de agenda lo que hay que hacer por obligación y no por devoción, es decir, los quehaceres, y está emparentada con el castellano faena, porque la facienda es siempre una faena.

La mandra, por su parte, es palabra desusada en castellano, donde significaba “majada donde se recogen los pastores”. Su origen es griego: μάνδρα (mándra): redil, aprisco, de donde llegó al romance (italiano, catalán, castellano) a través del latín. En castellano Corominas recoge el adjetivo mandria, que entró en la segunda mitad del siglo XVI, procedente del italiano con el significado de “rebaño” y connotación despectiva de “borreguil”. Y de ahí el uso castellano de “apocado, inútil y de escaso o poco valor” y el uso aragonés como sinónimo de holgazán y vago.
Frente a la consideración católica de la pereza como uno de los siete pecados capitales, alineado con la lujuria, la envidia, la gula, la ira, la avaricia y la soberbia, reivindicamos aquí la figura intelectual del yerno de Karl Marx,  Paul Lafargue, y con permiso de sus Manes reclamamos, como él, no el derecho al trabajo que reivindicaba su suegro y los marxistas que han venido detrás, sino el derecho humano elemental a la pereza, contra el trabajo asalariado que no es una bendición de Dios, como cacareó una vez un Papa, sino una maldición, como reza en la Biblia. 

Dios te salve a ti, Pereza, / inocente y celestial, / redímenos del trabajo, / que es pecado capital; líbranos de su condena, / quítanos de trabajar. / Santa Galbana Divina, / líbranos de todo mal, / sácanos de la semana / y el mercado laboral. / Sacra Vagancia Piadosa, / danos la holganza a placer, / lejos de ocios y negocios / y del maldito parné. / Ave, Desidia Celeste, / déjanos gandulear, / que hay ya bastante currelo: / no hace falta que haya más. / Beata haraganería, / no nos hagas padecer, / no hemos venido a este mundo, / ni a mandar ni a obedecer. / Gloriosa Holgazanería, / venga a nos tu bendición, / no nos desampares, danos / pronto la jubilación.