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domingo, 11 de mayo de 2025

Pareceres LXXV

366.- Sindicato Vertical. El Secretario General del sindicato orgánico y vertical, esto es, subvencionado por el Estado y organizado desde arriba,  OGT -perdón, UGT-, afín al gobierno que se dice progresista, durante un reparto en la estación de Atocha de octavillas que animaban a los trabajadores a manifestarse en la procesión del 1 de Mayo, Día Internacional de consagración del Trabajo, tuvo la brillante ocurrencia de imponer un impuesto -valga la redundancia- a la ciudadanía europea para financiar las políticas de defensa del Viejo Continente, como si no tuviéramos bastante con los impuestos que tenemos fruto de nuestra servidumbre laboral al Estado. Sugiere el liberado sindical a la Comisión Europea que “tome el mando” y que garantice que la política no sea solo de rearme, sino también industrial, tecnológica y de desarrollo para el conjunto de la Unión. La justificación que esgrime este cráneo privilegiado es que acabaríamos así con la dependencia que tenemos de los Estados Unidos. Insiste, siguiendo la línea del Ejecutivo, en que la autonomía estratégica en Defensa puede hacerse sin afectar a los gastos sociales del gobierno progresista. 
 

367.- Clínicamente muertos. Una de las cosas más difíciles de entender para un niño que no ha pasado todavía por el aro cual fierecilla domada y entrado en la sociedad adulta, y para cualquiera que no haya dejado de ser un poco niño al menos, es el hecho de que hay que morirse. La muerte, que es propiamente incomprensible, acaba por convertirse en un artículo de fe, el único en que cree la mayoría adocenada de la gente: morir habemos, hermanos, morir hemos, moriremos. Por eso hay tantos médicos generalistas, que pueden con su pronóstico dictaminar nuestra sentencia de muerte, y médicos especialistas que certifican la causa eficiente de nuestro deceso, para recordarnos a todos en general y a cada uno en particular nuestra propia muerte, la que, siendo mentira, no deja sin embargo de ser real, porque, como cualquiera reconoce en su fuero interno, esto no es vida. 

368.- Ánimo de lucro. El fenómeno no es nuevo, pero ahora se intensifica. Se llama privatización de lo común, que se convierte así en una propiedad privada, un coto vedado y exclusivo para unos pocos.  El litoral se ha convertido en una zona atractiva para la inversión privada. Se extienden las urbanizaciones, expandiéndose el turismo de lujo. Los planes y leyes que antaño velaban por el bien común se suprimen y los límites entre lo público y lo privado se difuminan paulatinamente, construyendo, por ejemplo, a gran escala urbanizaciones de lujo compuestas de cientos de viviendas de veraneo con campo de golf incluido. Las inversiones y los atentados contra el medio ambiente promovidos por el ánimo de lucro continúan. El frenesí destructor que acarrea la construcción no cesa. Hay zonas donde sólo se ven retroexcavadoras y grúas y donde la presencia, además, de guardias de seguridad es una constante. El acceso de los forasteros a las playas se obstaculiza hábilmente, cuando no se bloquea, poniendo en peligro el derecho al litoral. Ayer mismo, mientras caminaba por la playa de arena hasta donde alcanza la vista, pensaba en que quién nos iba a decir que en el año del Señor de 2025 tendríamos que luchar por el derecho a ir a la playa, y, lo peor de todo,  es que, dentro de unos años, si no se hace nada para evitarlo, los que ahora invierten millones en nuestras costas irán a otra parte a invertir las ganancias que han cosechado, porque habrán agotado o destruido los recursos y necesitarán colonizar algún otro territorio virgen. Tal vez otros planetas de nuestro sistema solar o quizá, allende la galaxia. 
 
 
369.- Adelante y siempre adelante. En un mundo que le dice adiós a Dios y le firma el certificado de defunción, la adoración del Progreso (perdón por la mayúscula aplicada a un nombre común, que no deja de ser significativa en cuanto que representa a todos los nombres vicarios de Dios omnipotente) constituye ahora la nueva idolatría universal de los sedicentes ateos que creen que se ha liberado de las viejas servidumbres y arcaicas creencias trasnochadas. El Progreso es el artículo de fe que ha sustituido al viejo Jehová, y que resulta al fin y al cabo tan mortífero como el patriarca veterotestamentario del Sinaí, o más mortífero aún, porque no se ve la letalidad de su patriarcado, que pasa desapercibida, cegados como están por las viejas formas de opresión del pasado. No lo parece, porque la mentalidad del hombre medio cree que hay que avanzar hacia delante, siempre adelante, sin retroceder nunca ni detenerse siquiera para tomar aliento. La ciencia y la técnica a su servicio han desarrollado unos medios de destrucción que nos mantienen permanentemente al borde del abismo: el desarrollo económico condena a la miseria y a muerte a millones de seres humanos. A fuerza de creer en la Ciencia y en el sistema de dominación democrático vigente, nos entregamos a la gran ficción de nuestro tiempo: el Progreso, una idea, surgida hacia el fin de la Edad Media, que rige la historia de este Occidente desorientado a partir de la revolución industrial. 
 
 
370.- Por lo civil y por lo militar. ¿Que no nos obligaron? ¿Que no nos pusieron la pistola en el pecho? ¿Que no obligaron a nadie, dice ahora la señora ministra que regenta el burdel de la Sanidad? Hubo amenazas, despidos, insultos, pasaportes, prohibiciones de todo tipo, campañas brutales en los medios de formación masiva, declaraciones como la del gerifalte cántabro de que había que obligar por lo civil o por lo militar, o el presidente del ejecutivo nacional de que la libertad era vacunar, vacunar y vacunar, repetido tres veces aludiendo así a la triple dosis del fármaco que había que inyectarse. Hasta sesenta mil euros de multa llegaron a decir en la Xunta de Galicia, donde no se obligaba a nadie, sino que se multaba a quien no recibiera el suero. No hacía falta prescripción médica ni consentimiento informado, se ponía la inyección en el deltoides en cualquier sitio, aquí te pillo y aquí te mato, hasta en el propio coche, en los gimnasios, en los estadios, y en los infames lugares que se denominaron vacunódromos. Se rieron de quienes nos negamos a pasar por el aro, nos miraban como chiflados que se ponen gorritos de papel de aluminio para que los extraterrestres no abdujeran su cerebro. Pero no nos obligaron, simplemente nos aconsejaron y trataron de persuadirnos, gracias a lo cual, dicen orgullosos, han salvado millones de vidas humanas, también las nuestras, de “la mayor crisis sanitaria de la Historia de la Humanidad", perdón por las mayúsculas honoríficas, que más que honrar deshonran.