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jueves, 18 de febrero de 2021

John Bull aséptico y desinfectado

¡Gloriosos tiempos aquellos en que un periódico británico serio y prestigioso como The Times publicaba el 1 de agosto de 1854 lo siguiente: Preferimos correr nuestra suerte con el cólera y lo demás que ser sacrificados en aras de la Salud (1)! 
 
Se felicitaba el periódico por la dimisión del señor Edwin Chadwick, al que comparaba con Esculapio, el dios romano de la medicina, político que intentando solucionar un problema sanitario, creó otro de mucha mayor envergadura: para librar a los vecinos del desagradable hedor que provenía de las fosas sépticas de sus sus pozos negros, condujo las aguas fecales por un sistema de alcantarillado hasta el Támesis, contaminando el río del que bebían, lo que contribuyó inadvertidamente a la propagación del cólera entre la población.  
 
Comenzaba el artículo diciendo que la idiosincrasia británica aborrecía el poder absoluto, ya lo encarnara un soberano, un obispo o incluso el propio parlamento. 
 
Se celebraba que hubiera caído la Junta de Salud, nuestro Comité de Expertos, que diríamos hoy, y, rebelándose contra la tiranía médica que había impuesto, se leía: Todos nosotros reclamamos el privilegio de cambiar de médicos, de desechar su medicina cuando estamos hartos de ella, o de prescindir de ellos por completo cuando nos sentimos aceptablemente bien (2).
 
Se protestaba contra el atentado que en nombre de la Salud Pública se perpetraba contra el bienestar de la gente obligándola a tomar medidas higiénicas asépticas y sanitarias de carácter profiláctico que atentaban contra sus costumbres y principios: No hay nada que un hombre odie tanto como que le limpien en contra de su voluntad, o que le barran el suelo, le blanqueen las paredes, le quiten los estercoleros, o le obliguen a cambiar el techo de paja por pizarra, todo ello a las órdenes de una especie de bomba sanitaria. Es un hecho positivo que muchos han muerto de un buen lavado, tanto por la irritación de los nervios como por la exposición de la cutícula, una vez desprotegida por la suciedad. (3) 
 
El artículo refleja, al ser de carácter anónimo, no sólo la opinión de un lector, sino de alguna forma la línea editorial del propio periódico. Cita a John Bull, un personaje literario creado por John Arbuthnot como personificación del prototipo británico, del Reino Unido en general y de Inglaterra en particular: un tipo robusto, de mediana edad, más rural que urbano. A diferencia del tío Sam, que es la alegoría de los Estados Unidos, John Bull, no es un símbolo de autoridad, sino un hombre común que se contenta con su pinta de cerveza y su carácter flemático. 
 
Cartel de John Bull animando al reclutamiento durante la I guerra mundial.
 
Se ha utilizado su imagen, al igual que la del Tío Sam, para animar a los jóvenes a alistarse en el Ejército pero también satíricamente para burlarse de los poderosos, como en la caricatura, que es obra de Richard Newton, donde le suelta un pedo irreverente al mismísimo cartel del rey Jorge III. 
 
 
John Bull, es decir, cualquier inglés, se veía obligado a practicar compulsivamente sus abluciones y condenado a una perpetua noche del sábado todos los días. Se deduce que era considerado hasta cierto punto normal practicar la higiene corporal una vez a la semana, la noche del sábado,  pero no más, por lo que resulta intolerable la imposición de la higiene cotidiana: “Era una noche de sábado perpetua, y el señorito John Bull era fregado, y frotado, y peinado con dientes pequeños, hasta que las lágrimas se asomaban a sus ojos, y sus dientes castañeaban, y sus puños se cerraban de preocupación y dolor. (4) 
John Bull con mascarilla quirúrgica y guantes señalándonos con el dedo.

¿Se atrevería, me pregunto yo retóricamente, alguno de nuestros periódicos emblemáticos como por ejemplo El Periódico Global, pongamos por caso, a publicar una cosa así a propósito de la gestión gubernamental del virus coronado? Obviamente, no, porque no sería políticamente correcto, y porque nosotros, que aceptamos el poder absoluto bajo nuestro régimen democrático, hemos hecho ya nuestra elección y hemos preferido sacrificarnos en los altares de la diosa Salud, que es mortífera por necesidad, que correr nuestra suerte con el virus coronado u otras epidemias. 
 
(1) We prefer to take our chance of cholera and the rest than be bullied into health. (The Times, 1 de agosto de 1854, pág. 8.) 
 
(2) We all of us claim the privilege of changing our doctors, throwing away their medicine when we are sick of it, or doing without them altogether whenever we feel tolerably well. (Ibidem) 
 
(3) There is nothing a man so much hates as being cleaned against his will, or having his floors swept, his walls whitewashed, his pet dungheaps cleared away, or his thatch forced to give way for slate, all at the command of a sort of sanitary bombailiff. It is a positive fact that many have died of a good washing, as much from the irritation to the nerves as from the exposure of the cuticle, no longer protected by dirt. (Íbid.) 
 
(4) It was a perpetual Saturday night, and Master John Bull was scrubbed, and rubbed, and small-tooth-combed, till the tears came into his eyes, ansl his teeth chattered, and his fists clinched themselves with worry and pain. (Íbid.)