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martes, 26 de noviembre de 2024

Pareceres LXII

301.- Volver al cine. Las salas de cine tienen cada vez menos espectadores. En los últimos años, sobre todo, se ha producido una deserción casi total del sector. Muchas han cerrado en el centro de la ciudad y en los pueblos. Su cierre se explica por el auge de las plataformas digitales que ha provocado el cambio de hábito de muchos cinéfilos tras la pandem(enc)ia, quienes huían de los espacios públicos -que se decían contagiosos- y buscaban los privados y domésticos de la reclusión familiar. Pero la cosa ya venía de antes con las cintas de vídeo que se alquilaban en los videoclubes y los DVD, solo que se vio favorecida con la aparición del virus coronado. Sin embargo la experiencia de entrar en una sala oscura, sentarse en una butaca, olvidarse uno de sus problemas y circunstancias y meterse en la pantalla sigue siendo única, y es una pena ver esta decadencia. Los pocos espectadores, además, que frecuentan una sala cinematográfica se ven alterados por sus teléfonos móviles supuestamente inteligentes, incapaces de mantenerlos apagados o en silencio, enviando y recibiendo guasaps, por lo que no pueden disfrutar de la experiencia inmersiva y única de meterse dentro de una película. Me encantaría poder redescubrir el placer de disfrutar de una buena película en una oscura sala de cine, metáfora de la caverna platónica, que era para mí una experiencia semanalmente inolvidable, pero me da la sensación de que el séptimo arte ha muerto. 


 302.- El plátano de Cattelan. No es un plátano cualquiera. Es una obra de arte. Un chef-d'oeuvre. No por nada, sino porque lo ha hecho un artista Maurizio Cattelan (1960-...), y lo presentó en 2019 adherido a una pared con una cinta americana en la Art Basel Miami Beach bajo el título de "Comediante", quizá porque el artista o la propia obra de arte se estaba riendo de nosotros, su público. Fue vendido entonces por la no despreciable suma de 120.000 dólares, con lo que se convirtió en el plátano más caro del planeta. Pero la fruta, que no tardará en madurar, ennegrecerse y pudrirse, pero siempre podrá sustituirse por otra, ha vuelto a ser noticia porque recientemente la obra, que no deja de ser un insulto al arte y a la inteligencia, ha vuelto a venderse en una subasta, y lo ha hecho por la astronómica cifra de 6.200.000 (seis millones doscientos mil) dólares, revalorizándose considerablemente como puede comprobarse. Una buena inversión que ha enriquecido a su artista, un provocador que, si fuera español, a la pregunta de qué es el arte, respondería "pasmarte, morirte, petrificarte de frío". 

 

 303.- Hombres de poca fe. Perder la fe, que es lo peor que hay, si eso fuera posible, sería paradójicamente una ganancia. Me gustaría poder decir y escribir que la fe va perdiendo terreno día a día en las vidas de las personas, que nadie cree ya en nada, pero no es verdad, desgraciadamente. Es cierto que la mayoría de la gente no cree ya en Dios, que es una fantasmagoría monoteísta del pasado: soy ateo, gracias a Dios, dijo Buñuel. A fin de cuentas Dios no era más que un pretexto para creer en algo. Pero la pérdida de fe de mucha gente en Dios, el fantasmón judeocristiano del pasado, no significa que la gente no crea en ninguna otra cosa, sino que ha sustituido una creencia obsoleta, por otras supercherías más modernas y no menos perniciosas, como por ejemplo la economía, que es la cara verdadera y dura de la política, y el dinero o Becerro de Oro, que es la nueva epifanía del viejo dios de Israel, o la importancia del individuo y la real gana de su voluntad personal o voto (y lo llaman libertad y no lo es) o el sufragio universal y o el cambio climático, cuyo negacionismo, según dicen, mata. Dicen que la fe puede mover montañas, y puede que sea verdad, pero a mí me parece, y a cualquiera, creo yo, que es mejor que las montañas estén quietas, inmóviles donde están, que no se muevan y produzcan un terremoto. Amén. 


 304.- No hay más que denuncias. Los asuntos ya no se resuelven cara a cara, de tú a tú. A la menor palabra fuera de tono uno se arriesga a ser demandado y a tener que buscarse y pagarse un abogado. ¿Tienes un problema con alguien, con un vecino, por ejemplo porque pone la televisión muy alta a horas in tempestivas de la madrugada? ¿Por qué no se lo dices personalmente? ¿Por qué no tratar de resolverlo directamente con la persona en cuestión? Se impone la denuncia policial, o contarles a terceros, la versión de uno mismo, por supuesto. Esta operación de difamación ya no sólo no se hace en directo, sino a través de las redes sociales que nos enredan aún más. ¿Alguien se ha comportado de una manera que no nos ha gustado? Evitemos a esa persona, ¿para qué enfrentarnos e intentar aclararlo? Además de evitarla, podemos bloquearla en nuestras redes sociales. Este comportamiento es cada vez más común, detrás de él está la incapacidad de relacionarnos con el prójimo, tememos la confrontación directa, nos escondemos detrás de chismes parciales que solo cuentan nuestra propia versión distorsionada. Estamos en un mundo no ya de cobardes que se esconden detrás de las redes sociales, sino de personas que necesitan intermediarios para resolver sus problemas a espaldas de los directamente afectados. Incapaces de comunicarnos con los demás abierta- y honestamente, nos refugiamos en la denuncia anónima. 

 

305.- Cambio, change, exchange, Wechsel. Los ciudadanos votan con la esperanza de un cambio, reza un titular de un periódico cualquiera sobre un país democrático cualquiera. Si no tuvieran esa esperanza, no votarían. Pronto se verán defraudados cuando vean que el cambio que se produzca sólo será recambio nominal: cuanto más cambian las cosas, más son las mismas, como dijo el otro, porque cambian para no variar. ¿No habrá cambiado todo para seguir todo igual al fin y a la postre? ¿No cambiamos una moneda por otra con el mismo valor en el mercado? ¿No será peor, incluso, ahora que antes, porque no se reconocen las nuevas formas evolucionadas de la misma opresión y el dominio? ¿No será esa la esencia de la españolez? Puede que ese sea nuestro sentimiento trágico de la vida, según el afortunado título de don Miguel de Unamuno. Si alguien denuncia la falsedad del cambio, será tachado enseguida de loco, adquiriendo el perfil trágico de una heroína como Casandra, condenada a decir la verdad y a que nadie le preste ni la más mínima atención. Contra la presunción de no saber: sabemos muchas,