Decía Antonio Machado: Todo necio confunde valor y precio. Las
artes, como todas las cosas en
este mundo, no se libran del proceso comercial que las
convierte en mercancías y en propiedades privadas, por lo que sus obras
tienen
un precio, y a menudo muy alto, tan alto que muchas veces resulta
incalculable, hasta el punto de que suele estar en razón inversamente
proporcional al del valor y utilidad que
tienen para la gente, por lo que cuanto menos valen para el común de los
mortales, más caras se pagan, y viceversa.
Hoy, como decía Óscar Guail
con su agudeza habitual, conocemos el precio de todo y el valor de
nada, aunque los precios de las cosas nunca sean fijos del todo,
sometidos como están a los
vaivenes y oscilaciones del mercado según su disponibilidad y según las
fluctuaciones de las leyes de la
oferta y la demanda.
Como
el precio de una obra de arte, de un cuadro, de una melodía musical, de
una poesía, de un razonamiento filosófico o de una narración es
tan difícil de calcular, porque hay que efectuar su conversión a dinero,
capitalización o catargiriosis, cosa que parece imposible pero se hace,
se recurre para su tasación a las subastas donde las producciones
artísticas se venden al mejor postor, adjudicándoles su propiedad al que
está
dispuesto a pagar más por ellas.
¿Arte o chatarra?
La
palabra subasta, por cierto, procede de la preposición latina sub
(bajo) y del sustantivo hasta (lanza). Cuando a
un ciudadano se le requisaban los bienes, se clavaba una lanza para
indicar que aquello estaba custodiado por el poder militar del
Estado y nadie podía tocarlo hasta que no se celebrara una
venta pública y se adjudicara al que más pagara por ellos tras una pública puja.
Lo mismo sucedía con el botín de guerra, en el que se incluían los
prisioneros, que, habiendo perdido su libertad, se subastaban en
pública almoneda como esclavos que pasaban a ser propiedad de los
dueños que los adquirieran.
Llegamos,
pues, a la conclusión de que las obras de arte y los artistas
también se venden y también cotizan, y sus cotizaciones suelen
estar en razón inversa a su valor. Cotizar es término económico
que significa pagar una cuota y fijar un precio en la Bolsa, que
deriva del latín “quota” (cuánto), por lo que la cotización de una obra
está relacionada con la cantidad de dinero que cuesta, pero no con la
calidad, que como se ha dicho suele ir en la proporción de a mayor
cotización menor calidad y viceversa: los que más venden, por otra
parte, son los más vendidos.
Avida
Dollars es, en efecto, un anagrama: Las diez letras de este latín
macarrónico, que significa "deseosa de dólares", escritas
en otro orden corresponden al nombre y apellido del pintor Salvador
Dalí. El adjetivo "avida" está en forma femenina. A veces
se traduce por "sediento", pero, más propiamente
sería "sedienta de dólares". ¿Por qué el femenino? Pues
porque podemos sobreentender, por ejemplo, el sustantivo "persona" o "alma": Dalí era una alma deseosa
de dinero. También podemos sobreentender, en una alusión a su
codicia, mujer codiciosa de dinero: prostituta, artista que
comercializa su arte, que se/lo vende.
La fuente, marcel Duchamp (1917)
El urinario de Duchamp
demostró que cualquier cosa podía considerarse una obra de arte con
tal de que el artista, en este caso Marcel Duchamp (1887-1968), la declarara tal chef d'oeuvre –le puso el título de La Fuente
(1917)- , la separara de su contexto original (en este caso, un
retrete) y la situara en un nuevo marco adecuado -una galería, una exposición o un
museo-, y algún crítico especializado o entendido en arte la considerara como tal
“obra de arte” u “obra maestra”. Fue firmada inicialmente por
“R. Mutt”, un nombre desconocido en el mundo artístico, por lo
que se rechazó, pero cuando se supo que R. Mutt era un pseudónimo
detrás del que se escondía Marcel Duchamp, reconocido artista vanguardista, se reconsideró
como una obra de arte escultórica con un significado trascendente
que estaba implícito en su título.
Otro
ejemplo bastante más significativo de
catargiriosis o conversión en dinero es la obra “Mierda de artista” de
Piero Manzoni
(1933-1962). ¿En qué consistía esta singular obra maestra de arte? El
artista firmó –y la simple firma de Manzoni le imprimió carácter
de arte a la obra e incrementó su valor dándole un significado y su
cotización- noventa latas de conserva con la etiqueta “Mierda de
artista. Peso neto 30 gramos. Conservada al natural. Producida y
envasada en mayo 1961” escrita en cuatro idiomas para que estuviera bien
claro: italiano,
francés, inglés y alemán (le faltó el castellano). ¡Vendió cada lata al
precio equivalente
a la cotización que tenía el oro en el día! Pero lo curioso ha
sido que la lata número 69 de las 90 que firmó ha alcanzado la
cotización actual de 275.000 euros en una subasta reciente de Milán. La
artística caca se ha vendido no ya a precio de vil metal, su peso en oro, sino
más cara aún que el oro. Se ignora cuál
es el contenido de estas latas de conserva herméticamente cerradas, si
Manzoni defecó y depositó sus heces en su interior, porque, según
parece, ninguna ha sido
abierta, todavía.
Mierda de artista, Piero Manzoni (1961)
¿Qué
convierte las
cosas en arte, ya que cualquier cosa puede convertirse en obra de
arte? En primer lugar, la personalidad de un artista estampada en la
firma de su nombre propio; en segundo lugar, la exhibición del objeto en
una galería consagrada o museo donde
se exponen otras obras de arte. El objeto se ha convertido como por arte
de magia ya en obra de arte, aunque no haya ningún proceso creativo
detrás en su realización,
gracias a la firma del artista. Y en último lugar, el beneplácito
de la crítica especializada, que considera que la pieza es una obra de
arte y como tal la consagra, aunque el público no entendido no
comparta esa opinión y
no la valore.
Frente al profanum vulgus, se alza la
opinión del único que entiende, además del artista, que es el
crítico especializado, que se convierte así en sumo sacerdote del
culto de Apolo y las Musas, y dictamina lo que puede entrar y lo que no
en la
Historia del Arte. El resto del público -no entendido- queda excluido y
considerado "ignorante" del arte moderno y contemporáneo.
Hemos sacralizado el concepto de creación y el de originalidad, cuando en realidad la mayoría de las
producciones artísticas, sometidas a derechos de autor como están, no tienen
ningún valor para la gente, y la mayoría de las obras
de arte contemporáneas son, como suele decirse vulgarmente, “una mierda
pinchada en un palo”, lo que, paradójicamente, aumenta su cotización
en la bolsa de valores del mercado y las subvenciones estatales.
Lo que más se promociona y subvenciona econónicamente hablando suele ser lo que menos vale
para la gente y el pueblo, lo más inocuo y lo menos peligroso para el Estado y
el Capital, como sabemos desde que la figura de Mecenas dio nombre al
mecenazgo y a la protección de los poetas bajo el principado de
Augusto, exigiéndoles que cantaran las glorias del nuevo régimen
imperial.