296.- El excesivo prestigio de la revolución. Dijo en alguna parte Cioran que la rebelión gozaba entre nosotros de un privilegio indebido. Tal vez sea, digo yo, porque le inyecta nueva savia a la vieja maquinaria del sistema de forma que el cambio provocado por la rebelión hace que las cosas sigan exactamente igual que si no hubieran cambiado, mientras que nosotros las percibimos de otra manera como si lo hubieran hecho: lo que cambia es nuestra percepción de la realidad, no la realidad misma, que sigue siendo igual: los mismos perros con collares diferentes: lo que sucedió en España en la llamada "transición". La revolución es cosa de los revolucionarios, de los que quieren que todo cambie para que siga todo igual; revolucionarios como Fidel Castro o Ernesto Ché Guevara, tantos que en el mundo han sido, que se rebelaron contra lo establecido, y eso les honra, pero fundaron su propio establecimiento. ¿Quién se rebelará ahora contra el establishment que ellos establecieron?
297. - Lo que vale el oro. En el corazón de la ciudad se han abierto muchos establecimientos, generalmente pequeños y cutres, en los que se tasa y se compra oro al mejor precio. Así dice un anuncio bastante significativo de uno de ellos: "Todos sabemos el dolor que produce desprenderse de objetos personales como son las joyas que hemos heredado o que hemos ido atesorando a lo largo de nuestra vida, al igual que SOMOS CONSCIENTES DEL DIFÍCIL MOMENTO QUE VIVEN MUCHAS FAMILIAS EN ESPAÑA, YA QUE ESTA CRISIS NO ENTIENDE DE CLASES SOCIALES (¡!sic, literalmente). Por eso queremos que Vd. reciba el mejor de los tratos posibles, valorando sus joyas con la tasación más alta." Uno sólo se desprende de sus joyas cuando está arruinado, cuando no tiene dinero o, como ahora, cuando el dinero que tiene no vale lo que tenía que valer, es decir, su valor en oro, porque está devaluado, porque los billetes de papel del banco casi no tienen más valor que el papel higiénico. Hay que decir sin cansarse de repetirlo, que, aunque no lo parezcan, todos los billetes son falsos, que no hay uno solo verdadero en curso. Hay que decir que el oro, que es el más maleable y precioso de todos los metales, es lo que oro vale, como dice un refrán, lo que quiere decir que el valor de las cosas no lo representa exclusivamente el dinero. Ya lo dijo don Antonio Machado: Todo necio, confunde valor y precio. El oro vale lo que vale el oro. O lo que es lo mismo. el metro mide lo que mide un metro. Pero ¿cuánto mide un metro de verdad? ¿Cuánto exactamente? ¿Cuánto vale un lingote de oro de verdad? ¿Lo sabe alguien?
298- Tres síntomas. A poco que pasee uno por las barriadas que rodean a las grandes ciudades, esos suburbios que se extienden como tumores cancerígenos alrededor de los centros históricos gentrificados para pasto del turismo, hay tres cosas que saltan a la vista enseguida: la abundancia de farmacias, que revelan el alto grado de medicalización de la población hasta el punto de que toda la existencia humana desde la cuna hasta la sepultura está supeditada a la gran farmacopea, lo que demuestra el obsesivo auge de la medicina preventiva -en detrimento de la curativa y de los centros hospitalarios que se dedican a curar los males presentes-, así como el recurso constante a la automedicación de fármacos ante cualquier mínimo problema o inconveniente que se presente; la abundancia de clínicas veterinarias y de tiendas de mascotas y de complementos para ellas -comida, atrezzo, juguetes, golosinas...-, así como de perros paseados por sus dueños, lo que revela la necesidad de animales de compañía que tiene la mayoría de las personas, habida cuenta de la inconfesable epidemia de soledad no deseada; y, last but not least, la escasez de niños en las calles y en los parques, lo que pone de relieve el actual declive demográfico, y la tristeza de que los pocos niños que vienen al mundo estén encerrados en sus domicilios o en centros escolares o ludotecas, ausentes de las calles, con pocos espacios libres y disponibles para ellos, alejados del juego en libertad en una sociedad cada vez más aséptica, controladora y controlada, que prefiere enviarlos a lugares confinados para que realicen actividades limitadas en lugar de dejarlos experimentar la vida al aire libre.
299.- ¿Libertad de expresión contra censura? En nuestros días, la sacrosanta libertad de expresión es la nueva y más peligrosa máscara de la Inquisición: no consiste en que se nos prohíba decir algo, pues se ha hecho realidad la aspiración sesentayochesca del prohibido prohibir, sino en todo lo contrario: Torquemada, el Gran Inquisidor, permite ahora decir cualquier cosa, tantas tonterías como a uno le vengan en gana, hasta tal punto que resulte trivial cualquier cosa que se diga, reducida por el mero hecho de que la diga alguien a simple opinión personal o idiotez consabida y respetable de ese alguien, como todas las opiniones, con las que se puede estar de acuerdo o no, por supuesto, pero ajena por lo tanto al sometimiento crítico al análisis del sentido y la razón comunes, dado su carácter privado de ocurrencia personal y blindada respetabilidad: no es más que un voto particular, un grano que, ya se sabe, no hace granero. Si alguien acierta a expresar algo razonable, corre el peligro de que no se lo reconozcan, porque es peligroso darle la razón al pensamiento, y le digan que esa es su opinión personal, respetable como todas las opiniones e ideologías pero que no hay por qué compartir, porque al fin y al cabo cada uno tiene la suya. A fin de cuentas, como dicen los gringos, todos tenemos una opinión, la nuestra, lo mismo que un asshole u ojete del culo. Ha desaparecido la censura externa, lo que quiere decir, ni más ni menos, que la hemos interiorizado. Ahora nadie dice nada que no sea Politically Correct: la censura más eficaz es la autocensura interiorizada, el tribunal inquisitorial de la propia y santísima conciencia. Cuando los censores comprobaron que prohibir era contraproducente, porque conseguían atraer la atención del público levantando la liebre del deseo sobre lo que prohibían, decidieron cambiar de estratagema permitiéndolo todo. Pero ¿de qué le sirve la libertad de expresión a un pensamiento prisionero?
300.- En busca del voto decisivo. ¿Cuál será el voto que decida la inclinación de la balanza? ¿Cuál será el grano que haga que un montón pese más que el otro? Porque no nos engañemos, no todos los votos son iguales, como se revela en el cómputo: hay un voto que vale más que los demás, es el último que se cuenta, el que decide el empate o desempate: es el voto decisivo que buscan los candidatos a los que acompaña la incertidumbre hasta el final de la campaña, una de las más reñidas e igualadas que se recuerdan, en la que los electores deben elegir entre la peste y el cólera. ¿Y qué sucede si hay empate? ¿hay algún voto de calidad? Los candidatos llegan igualados a la recta final de una campaña electoral marcada por un clima de altísima tensión. Cuando la contienda está extremadamente reñida, resulta que hay un voto decisivo que los candidatos buscan con afán. ¿Será el suyo propio? ¿Puede producirse un empate técnico? Teóricamente es posible. ¿Qué sucedería en un caso hipotético de empate? ¿Quién dirime el lado hacia el que se inclina la balanza? Se habla de la existencia de un voto de calidad, cuya importancia no es cuantitativa, sino cualitativa, que es el voto del presidente, director o mandamás, lo cual da a entender enseguida que no todos los votos son iguales, que no todos tienen el mismo peso específico, que hay al menos un voto que es el de “calidad”, el que más vale, el que decide el desempate.