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lunes, 23 de junio de 2025

'Sed tu uera puta'

En la sátira segunda del poeta latino Juvenal, conocida como “Los hipócritas”, se hallan unos hexámetros (149-153) que hacen referencia a la incredulidad que los relatos mitológicos sobre el mundo de ultratumba, tal y como lo describían, por ejemplo, poetas como Virgilio,  provocaban en sus contemporáneos
 
Traduzco esos hexámetros en su ritmo dactílico, que consta de seis pies compuestos de un tiempo marcado generalmente con acento de palabra seguido de uno o dos no marcados y en principio átonos: Que ánimas haya de muertos y reino de rey soterraño, / Río de Llanto y ranas en charca estigia negruzcas / y aguas que crucen en una barcaza tantos a miles / solo lo creen los niños que aún no pagan el baño. / Mas tú tenlo por cierto* (...) Se alude al final a los niños pequeños que entraban gratis a los baños públicos sin pagar dinero como los adultos, y en la actualidad en el trasporte público, diríamos. 
 
  La barca de Caronte, José Benlliure Gil (1896)

Doy la versión en tercetos encadenados con rima consonante y versos hendecasílabos castellanos de don Francisco Díaz Carmona (1892): Nadie a no ser el niño que se baña / de balde, cree ya en manes, en infierno, / en Carón, en la Estigia, con su extraña // turba de negras ranas y su eterno / vórtice, y en la barca que allí espera / almas que conducir al hondo averno. // Mas tú júzgalo cosa verdadera. Y la traducción más antigua de don Luis Folgueras Sion, en hendecasílabos blancos (1817): ¿Son Manes? ¿Hay infierno? ¿Existe el reino / de Carón, y en el hórrido Aqueronte / ranas disformes, y pasando a miles / ánimas tristes en la barca sola? / Este dogma tremendo por creyentes / no mas tiene que a niños, y eso aquellos / que de balde se bañan. Descreído / no le deseches tú (…) 
 
Es interesante la imagen que propone el poeta de los niños que no pagan, es decir, que no conocen aún el valor del dinero. Estos niños ingenuos y libres de los manejos del dinero creen cualquier cosa que se les cuente, por ejemplo las fábulas de ultratumba y del inframundo en las que no creemos, necios de nosotros, los adultos: las historias del can Cérbero de tres cabezas, que podría ser una imagen del monstruo del tiempo con su pasado, presente y futuro, y los suplicios eternos en el seno de los infiernos de las hijas de Dánao o de Sísifo, o de Tántalo, del que la lengua inglesa guarda, por cierto, recuerdo en el verbo 'tantalize' que suele traducirse al román paladino, cuando no se calca directamente como 'tantalizar', como atormentar con algo que se desea pero no se puede alcanzar. Se refiere a la acción de despertar el interés o la curiosidad de alguien con algo que resulta atractivo, como las inalcanzables manzanas del hambriento Tántalo, pero que no está disponible porque su realidad, diríamos hoy, es meramente virtual.
 
 
 
Mostraba así el poeta Juvenal en esos versos el general escepticismo que dominaba en la sociedad romana, pues solo los niños muy pequeños daban crédito a las antiguas tradiciones y habladurías mitológicas acerca de la laguna Estigia que había que atravesar en la barca de Caronte para llegar a la otra orilla, al reino de Plutón (o a la mansión de Hades, su homólogo griego), para lo que había que pagar un óbolo al barquero, de donde, por cierto, la costumbre de enterrar a los muertos en la antigua Grecia con la moneda en la boca para que pudieran costear el pasaje de la postrera travesía. 
 
Tan grande era el valor que había alcanzado ya el dinero en la antigüedad que hasta para salir de este mundo y entrar en el otro había que pagar el pasaje, so pena de quedar las almas errantes durante toda la eternidad en la otra orilla como si no hubieran recibido sepultura. 


Solo los niños creían esas chácharas de viejas, mientras que los mayores no les prestaban crédito ninguno. Bendita sea la inocencia que es ignorancia de los niños que aún no han pasado por el aro y entrado en la sociedad adulta, y que no saben lo que es el dinero, y sin embargo viven. Pero nosotros, que ya no vivimos, sino que en el mejor de los casos existimos, que no es lo mismo, deberíamos creerlo también, por eso el poeta satírico nos dice a continuación: sed tu uera puta: 'Mas tú tenlo por cierto'. No seamos descreídos y preguntémonos: ¿Dónde está el infierno? Es muy fácil decir que no existe, pero es más que posible que exista y no poco, sino mucho. 

Ya Lucrecio había interpretado todas esas historias como metáforas o trasposiciones de la realidad (Todo aquello sin duda que en el Aqueronte profundo / han contado que hay, lo tenemos en vida nosotros): ni Tántalo, ni Sísifo ni las hijas de Dánao son personajes de ultratumba, sino proyecciones de nosotros mismos y de nuestros sufrimientos, porque el infierno no es que no exista, existe, y mucho, pero no está en el inframundo de ultratumba que forjamos a nuestra imagen y semejanza, sino aquí y ahora mismo, bajo el reinado del Estado y el Capital: es la dura realidad que padecemos.
  
*Doy los versos en latín: esse aliquos manes et subterranea regna, / Cocytum et Stygio ranas in gurgite nigras / atque una transire uadum tot milia cumba / nec pueri credunt, nisi qui nondum aere lauantur. / sed tu uera puta (...) (Juv. II, vv. 149-153).

lunes, 30 de agosto de 2021

La visión del Infierno en el Hortus Deliciarum

  Herrada de Landsberg o más propiamente de Hohenburg (1125/30-1195) ingresó a temprana edad en la abadía de Hohenburg, en los montes Vosgos, de la que llegó a ser abadesa. Durante diez años embarcó a las sesenta monjas en la elaboración de un voluminoso manuscrito titulado Hortus deliciarum (El jardín de las delicias o deleites), enciclopedia del saber y las creencias existentes con numerosas ilustraciones, la primera de la que se tiene constancia que fue escrita por una mujer. 

    El manuscrito original, cuya mayor parte estaba como era habitual en el siglo XII en latín con glosas en alemán, se perdió en el incendio de 1870 de la Biblioteca de Estrasburgo durante la guerra franco-prusiana, pero se han conservado algunas copias que se hicieron de él por su valor didáctico y artístico de sus textos y miniaturas, lo que ha permitido su reconstrucción.

    La artista, que ha dado rienda suelta a su poderosa imaginación, pretende con esta miniatura aterrorizar a las monjas y novicias de Hohenburg a fin de alejarlas de vicios y pecados. Lo que representa es el castigo eterno de los malditos que en el Juicio Final serán colocados a la siniestra del Juez Soberano, no como los fieles colocados a su diestra, que gozarán eternamente de la recompensa celestial. Lo que presentamos es la copia del original que realizó Christian Moritz en 1818


     El infierno está formado por una serie de cavernas en llamas donde aparecen en muy diversas posiciones los condenados. Los torrentes de fuego dividen la escena en cuatro zonas o niveles. En la planta baja o zona inferior encontramos a Satanás, a quien en la miniatura previa los ángeles del señor encadenaron y arrojaron al lago de fuego. Ahí está como el rey de este horrible reino, como el príncipe de todos los demonios que atormentan a los condenados. Sobre él se lee el texto de “Lucifer ut Satanas”, es decir “Lucifer como Satanás”, el denominado vulgarmente en España Pedro o Pero Botero. 
 

     Tiene el cuello encadenado al río de fuego que enmarca la cámara especial donde se asienta. Su trono está formado por dos monstruos que engullen a los condenados, cuyos pies agarran y cuyas cabezas aplastan. En su regazo Satanás sostiene una pequeña figura, junto a la cual se lee: "El Anticristo". El Anticristo, según las Escrituras, es ciertamente el primogénito de Satanás, la personificación más completa de su maldad y poder, el mayor adversario de Jesucristo, como su nombre indica, por lo que su lugar se encuentra bien en el regazo del Padre de la mentira. A su izquierda vemos un demonio que conduce a un monje. No hacía falta que nos dijera quién era (monachus, calco semántico latino del μοναχός griego, que significa 'solitario') porque el hábito lo delata, que lleva una bolsa llena de dinero, y a continuación ese mismo demonio vierte en la boca abierta del mismo fraile ahora desnudo gran cantidad de monedas que le hace tragar porque el hábito no hace al monje, sino al revés: el monje al hábito; el desgraciado se ha perdido por avaricia. 
 

     En el primer piso (que sería el segundo si considerásemos a la planta baja el primero) vemos dos grandes calderas u ollas: en una, los demonios hierven judíos, reconocibles por sus sombreros puntiagudos, y por la inscripción latina “iudei”, en la otra, caballeros cubiertos con sus armaduras, “armati milites”: soldados armados. Si también ha colocado allí a nobles caballeros, a los que llama brazos de la Iglesia, es sin duda porque algunos caballeros no tuvieron reparos en saquear y devastar los bienes de la abadía, y quizá violar a las monjas.
 

    En el segundo piso, vemos primero a una mujer elegantemente vestida que devora a un niño desnudo, la madre que come a su hijo, luego a una cortesana suspendida por las manos entre dos demonios que la ajustan y le ayudan en su aseo; en el centro, un demonio le corta las orejas a uno que escuchó de buen grado a los aduladores y a los delatores; otro condenado derribado por el suelo es sujetado por la horca de un demonio, mientras su lengua, que está sacando en toda su longitud, es mordida por un sapo, como castigo quizá por haber proferido alguna blasfemia. El último de la derecha es un usurero que tiene un demonio encaramado sobre sus espaldas que derrama oro ardiente en sus manos.

 


    Por último, en el tercer y último piso, aparece primero un desgraciado que se suicida clavándose un puñal, luego tres personas 'impuras' que son heridas y mordidas por serpientes: las dos primeras son dos hombres que parecen sodomitas, la tercera es una mujer -Miguel Ángel utilizará el mismo símbolo de las serpientes en la decoración de la Capilla Sixtina-, y después tres personas engreídas que, como castigo a su orgullo, están colgadas boca abajo y son el juguete de unos diablejos. El primero está contrapesado por una gran piedra sobre la que está sentado un demonio; los otros dos están suspendidos de pies y manos de los dos extremos de una cuerda; entre los dos se baja la cuerda y se ve a un demonio que se balancea sobre ella como si estuviera en un columpio, mientras otros dos espíritus infernales les tiran a los orgullosos de los pelos. Los distintos vicios se representan así con su castigo especial, y Herrada es así una predecesora del Dante y su Divina Comedia. Encima de la fila superior de este terrible cuadro se encuentra el no menos terrible texto bíblico: Vermis impiorum non morietur et ignis illorum in sempiternum non extinguetur. Isaías LXVI, 24: El gusano roedor de los impíos no morirá, y el fuego de aquellos no se apagará en toda la eternidad.