Cuando duermen los ángeles, niños pequeños, no a despertarlos vayas, guarda silencio,
deja que en brazos caigan del buen Morfeo, en el pozo bendito del dios del sueño,
pero cuando los maten y caigan yertos, cercenadas sus alas, quebrado el vuelo,
-ahora mismo en Gaza, flor del desierto, ya enterrada entre escombros de bombardeos-,
alza la voz y el grito pon en el cielo, maldice al Dios que exige crimen horrendo.
¡Ay del Dios de Israel, señor de ejércitos, cruel patriarca borracho, Yavé sangriento,
que ha mandado a sus huestes dar muerte al pueblo palestino: no quede ni rastro de ellos!
Los hijos de Israel cumplen, guerreros, sin compasión sus órdenes y mandamiento.
Matan hombres, mujeres, niños de pecho. Y no dejan a nadie vivo viviendo.
No son seres humanos iguales que ellos: no tienen a la vida ningún derecho.
En el nombre de atroz dios justiciero truenan los cielos, se hunde ya el firmamento.
Las madres, pobres, no hallan ningún consuelo: sollozan, chillan dándose golpes de pecho,
rasgan sus vestiduras, mesan el pelo, gritan al mundo, sordo, su planto y duelo.
No encuentran las palabras en sus adentros. Y a mí, ay, el corazón me ha dado un vuelco.
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