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miércoles, 22 de enero de 2025

Democracia oligárquica

Publica Albiac un artículo en El Debate el 20 de enero del presente año titulado “Democracia oligárquica”, en el que, comentando el discurso de despedida del presidente norteamericano, destaca dos cosas, subrayando que quizá el susodicho no habría confesado ni reconocido esas cosas, si no fuera por el resquemor de la derrota electoral,  a propósito de la democracia, que es un término vacío, un 'cascajo huero' como escribe Albiac, que históricamente ha desaparecido (quizá no haya existido propiamente nunca, dada la contradicción en sus términos pueblo/poder que encierra). Lo que veníamos llamando “democracia” se ha extinguido, si es que ha florecido alguna vez. Ni siquiera existió en Grecia donde nació. 
 
Esas dos revelaciones del discurso del ya expresidente son las siguientes:
Hoy se está configurando en Estados Unidos una oligarquía de extrema riqueza, poder e influencia que amenaza literalmente toda nuestra democracia, nuestros derechos y libertades básicos». 
 
Esto puede ampliarse a todo el mundo, si tenemos en cuenta, por ejemplo, lo que revela el diario británico The Guardian, a saber, que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, que la riqueza, es decir, el dinero de los multimillonarios del mundo creció en dos billones de dólares el año pasado, tres veces más rápido que en 2023, alcanzando la cifra astronómica de 5.700 millones de dólares al día.
 
 
Los estadounidenses están siendo sepultados bajo una avalancha de desinformación e información falsa que permite el abuso de poder». 
 
Otra afirmación que puede generalizarse al universo mundo: los europeos, y los asiáticos y los africanos y todos los americanos y australianos están siendo desinformados y malinformados por los supuestos medios de información, lo que se debe al uso que deriva siempre en abuso de poder.
 
Escribe Albiac: Y que, en su lugar, asistimos, por todo el planeta y en distintos grados de perfección, al alzado de gigantescos poderes económicos que, por primera vez en la historia moderna, pueden hablar de tú a tú a la máquina colosal del Estado: esa que, desde el inicio de las revoluciones burguesas, ponía su virtud en, siendo sin comparación más potente que cualquier sujeto privado, tener la capacidad de imponer el equilibrio y contención entre todos. Hoy, en el mundo digitalmente desdoblado de los grandes dispositivos telemáticos, no hay Estado que, en rigor, pueda afrontar con certeza de victoria un choque contra la media docena de grandes empresas tecnológicas. Y todas ellas juntas están capacitadas para desencadenar un apagón universal al cual ningún poder político sobreviviría. En ningún punto del planeta. Llamamos democracia, hoy, a la forma menos cruenta de una hermética oligarquía
 
 
El análisis de Albiac se generaliza a Europa y en concreto a España, pero ahí, en la concreción, es donde pierde interés: que el presidente del ejecutivo español haya plantado al frente de Telefónica a un acólito es algo trivial, que no pasa de ser anecdótico. Quizá sea un triste intento de un gobierno de controlar políticamente un poder económico dentro de un proyecto político personal que Albiac califica de cesarista, pero de alguna manera, al final de su escrito, confía ingenuamente en la Justicia -la esperanza es el último mal que se pierde- y en que "el presidente (español) y su gente puedan verse sentados en el banquillo”.
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 No puede atribuirse a Lenin con certeza la frase "La democracia es una forma de gobierno en la que cada cuatro años se cambia de tirano", como figura en la imagen que me envía un lector. Puede tratarse de una simplificación de su crítica a la democracia burguesa que formula en El Estado y la Revolución. Lenin criticó la democracia representativa bajo el capitalismo, argumentando que era una fachada que servía a los intereses de la burguesía, pero no llegó a formular esa idea en los términos de "cambiar de tirano", dado que el tirano sería siempre el mismo con unos u otros mandatarios: el capitalismo. Frases como esta suelen surgir como atribuciones apócrifas o interpretaciones populares que no tienen una fuente específica escrita, aunque reflejan a menudo algo de esa sabiduría popular desengañada, si no fuera porque los que mandan por activa, a su vez, son los más mandados por pasiva.