No hace falta ser pitoniso ni futurólogo para predecir quién
va a ganar (quién ha ganado ya) las elecciones antes de que se celebren, y no sólo las españolas
sino las de cualquier país y en cualquier momento de su coyuntura
histórica. Gane quien gane, pierde siempre el pueblo. Resulta indiferente que gane la derecha, la izquierda, el centro o las extremidades de ese falso espectro político: se trata de la misma bestia, Leviatán.
Dicen que hay un voto conservador que se opone a otro supuestamente
progresista. Yo
no lo creo. Todos los votos son conservadores en esencia. Si votar sirviera para cambiar las cosas y no para lo que sirve, que es lo contrario, estaría prohibido.
Dicen que la democracia es el gobierno del pueblo, pero el pueblo no quiere ningún gobierno. Son los gobiernos los que quieren que haya un pueblo que los elija, que los apoye, que los sustente sometiéndose al dictado mayoritario de las urnas.
Nos dicen que tengamos fe en el sistema y en el futuro. O para evitar las resonancias
religiosas de la palabra "fe", la sustituyen por "confianza", que es término
más laico y neutro, pero es lo mismo. El sistema y el futuro son lo mismo,
porque el futuro es la muerte y el sistema no está nunca hecho hasta
que no ha alcanzado su fin, su muerte siempre futura. Pero ¿por qué hay que tener confianza en algo tan evanescente como el
futuro, un embeleco de curas y políticos para meternos el veneno de la
esperanza en el alma?
Los mandamases, desde el mandarín de China hasta el presidente del
gobierno de cualquier tribu, los que más mandan en este mundo
son los más obedientes, los que más obedecen, los más mandados, los que
más fe -o confianza- tienen en Dios, es decir, en el Orden supremo establecido que
se nos impone desde arriba: en el Dinero. Y lo que se nos impone desde lo alto es la fe o confianza o crédito, por usar el término económico,
en uno mismo y en el futuro, ad maiorem gloriam Dei, para mayor gloria
del Estado y del Mercado que son el Jano bifronte de la bestia monoteísta actual.
Me alegraría mucho que siguiera viva la mecha de la rebeldía que alguna vez prendió. Pero
sé que muchos
de los que se indignaron antaño acudieron a votar religiosamente, cumpliendo con su
deber cívico, lo que no ha dejado de entristecernos a algunos profundamente y aun de indignarnos. Si para algo sirven las elecciones es
para desactivar la protesta, para que haya pueblo sometido, convertido en electorado, reducido a su condición de votante y
contribuyente, para que todo cambie a fin de poder seguir igual.
A los indignados les dijeron: "Si queréis que os tomemos en serio, presentaos a las elecciones, y dejad de ser un hatajo de mastuerzos". Y ellos, tontos de ellos, se presentaron a las elecciones y enterraron en las urnas su indignación entrando por el aro como domadas fierecillas.
A los indignados les dijeron: "Si queréis que os tomemos en serio, presentaos a las elecciones, y dejad de ser un hatajo de mastuerzos". Y ellos, tontos de ellos, se presentaron a las elecciones y enterraron en las urnas su indignación entrando por el aro como domadas fierecillas.
Si
para luchar contra el capitalismo, porque nos declaramos
de algún modo anticapitalistas, adoptamos la estrategia de
adaptarnos al marco político capitalista y democrático dominante, acabaremos, en
el mejor de los casos, gestionando “un poco mejor” el
capitalismo, y, lo peor de todo, reforzándolo.
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