miércoles, 31 de marzo de 2021

¡Que viene una ola! ¡Socorro!

    Vino una ola era una canción de Manolo Díaz (1967), dramática y alarmista en su fondo y forma como ella sola. Alertaba de la llegada inminente de una ola gigantesca y peligrosa para los bañistas desprevenidos, como la persona querida que se estaba bañando con el cantante. Éste le ruega, tendiéndole la mano, que se aferre a él después de repetir cuatro veces que viene una ola y que le dé la mano. 

    Viene una ola, viene una ola, viene una ola, viene una ola, y su corriente te aparta de mí. / Dame la mano, dame la mano, dame la mano, dame la mano, haz un esfuerzo y agárrate a mí.

    Y, aunque no se nos dice porque hay una elipsis u omisión intencionada de un segmento narrativo importante, la ola se lleva a la persona querida.  El cantante le ruega entonces a Dios encarecidamente que salve a la persona amada, perdonándole la vida, que no permita que se ahogue ya que se ha arrepentido... 

     ¡Oh no, por Dios! ¡vuelve aquí!, ¡oh Señor, por favor,  sálvala! Yo te lo pido: ¡ayúdala, sé buen amigo, perdónala, se ha arrepentido ya!

    Pero sucede lo inevitable, lo que el Señor no pudo o no quiso evitar, pese a la encarecida súplica del cantante: vino la ola, lo repite cuatro veces, y se llevó a esa persona querida; cuatro veces repite "algo querido". Nunca había sentido el cantante, que había visto venir la tragedia,  tantísima impotencia y tanto dolor.

     Vino una ola, vino una ola, vino una ola, vino una ola, y sin motivo el mar me robó algo querido, algo querido, algo querido, algo querido; nunca he sentido yo tanto dolor.

    Vuelve a repetirse el estribillo, que es la plegaria contrafactual del cantante al Señor para que no suceda lo que ha sucedido: ¡Oh no, por Dios! ¡vuelve aquí!, ¡oh Señor, por favor,  sálvala! Yo te lo pido: ¡ayúdala, sé buen amigo, perdónala, se ha arrepentido ya!

    Y se cuatripite  "viene una ola" como colofón de la canción y como advertencia para futuras oleadas. 

    Según algunos se trataba de una canción protesta por la ausencia de socorristas dedicados a salvar las vidas de los intrépidos bañistas en las playas españolas de aquellos años.

La gran ola de Kanagawa, Katsushika Hokusai (1830-1833)
 
   Recordaba esa canción cuando leía esta mañana en un periódico cualquiera este titular: Las restricciones de Semana Santa, claves para frenar la cuarta ola.Los periodistas recurren habitualmente a la metáfora de las olas para hablar, por ejemplo, de temperaturas muy elevadas, alertándonos de una “ola de calor”.  También recuerdo que en las postrimerías de la dictadura franquista y durante la transición, con la denominada “apertura”, se hablaba, sobre todo en los medios más conservadores, de la “ola de creciente inmoralidad y de pornografía y erotismo que nos invade”. Ahora nos alertan de que viene una ola, como en la canción de Manolo Díaz, pero esta vez pandémica, más propiamente epidémica, que es la cuarta según su cómputo. Por otra parte nos tranquilizan, porque hay unas "restricciones" que pueden frenarla.
 
    Cada vez que se avecina un período vacacional se intensifican las restricciones gubernativas supuestamente “sanitarias”. En realidad no tienen que ver con nuestra salud física y mental, no menos importante la una que la otra, sino con el Ministerio de Sanidad del Gobierno de España del que emanan, y de sus consejerías y versiones autonómicas vasallas y adláteres. Al hacer de la salud el valor supremo de la vida por encima de la libertad, nos restringen esta en nombre de la seguridad y aquella en aras de la salvación de futuras vidas, lo que resulta incongruente. Puede afirmarse sin empacho que hemos asistido a la mayor represión de la libertad y de la sociedad a lo largo de nuestra vida sin que la mayoría democrática y sumisa de la gente haya protestado ni levantado la voz. 


     No es extraño, pues, que un periódico cualquiera del Régimen -y todos lo son de un modo u otro- justifique las limitaciones gubernativas, encaminadas a frenar la presunta cuarta ola con el fin supremo de “salvar vidas”. Su saludable, bienintencionado y salvífico propósito justificaría los medios, en este caso unas medidas represivas que impiden nuestra movilidad tanto en el tiempo como en el espacio, y que nos fuerzan a llevar mascarilla para “filtrar” los supuestos virus que pululan en el exterior y el interior de nosotros mismos así como a pedir cita previa hasta para hacer nuestras necesidades fisiológicas más elementales.

    Pero una cosa es cierta: desde la orilla no se ve ningún oleaje porque no hay cuarta ola, que no es más que una metáfora, aunque sí que existe mucha resignada expectación por su llegada. Son los que dictan las medidas restrictivas para evitar la catástrofe los que paradójicamente conjuran, airean y crean la catástrofe de la que después darán cumplida cuenta periodística. Juegan las autoridades sanitarias, con la ayuda inestimable de los medios de manipulación y creación de la opinión pública a su servicio y con el apoyo de los científicos a sueldo de los gobiernos e industrias farmacéuticas, a hacer profecías falsas y apocalípticas para justificar medidas que restringen nuestras libertades formales y burguesas, que son las únicas que tenemos, aunque tampoco sean gran cosa.

    Si no pasa nada después de Semana Santa se dirá que ha sido gracias al seguimiento obediente de dichas restricciones. Si pasa algo, cacarearán que "estaba cantado" y lo achacarán a nuestro incumplimiento y falta de responsabilidad. Nos reprocharán como a niños pequeños que hemos sido malos y ahora tenemos que pagar el impuesto revolucionario en muertes e incidencias de casos y más casos cuya tasa subirá como la espuma a su conveniencia, por seguir con la metáfora marina, tras la resaca de la ola.

    El lema de la canción, que repetía machaconamente “viene una ola”, alcanzó tanta popularidad en España en los años sesenta y setenta que los hermanos Calatrava hicieron una versión bufa de ella que llegó a tener tanta fama o más que la original. Uno de los hermanos canta la canción original, y el otro hace sus comentarios satíricos. No viene nada mal recordarla para reírnos un poco de tanto alarmismo alarmante y maldecir el estado de alarma (del italiano all(e) arme "¡a las armas!") a la espera del armisticio o supresión de hostilidades.

 

martes, 30 de marzo de 2021

Sobre Alejandro Magno

Iron Maiden, el legendario grupo británico de heavy metal, cuyo nombre, la Doncella de Hierro, evoca una terrible máquina de tortura medieval, dedicó una canción a la figura de Alejandro Magno en su álbum Somewhere in Time, publicado en 1986.



La letra refleja bastante bien algunas de las facetas más importantes que la historiografía le ha atribuido a la figura de este personaje: la conquista de Asia Menor, la difusión del helenismo, la fundación de Alejandría en Egipto, ciudad que todavía lleva su nombre, y de tantas otras Alejandrías,  la anécdota del nudo gordiano... No se entiende sin embargo muy bien la afirmación que hace la canción de He paved the way for Christianity ("¿allanó el camino a la Cristiandad?"). Se pueden afirmar muchas cosas sobre Alejandro, pero esa, precisamente, y en sentido riguroso, no, a no ser que consideremos que la cruz se propagó por el mundo gracias a la espada. Alejandro es pagano, vivió y murió en el siglo IV antes de Cristo (366-323), y bajo ningún concepto puede considerarse un precursor del cristianismo.

La letra de la canción comienza con una cita de Plutarco, que pone en boca de Filipo de Macedonia, padre de Alejandro, cuando este cumplió 16 años: My son,  ask for thyself another Kingdom, for that which I leave is too small for thee: "Hijo mío, reclama para tí otro reino, porque este que te dejo es demasiado pequeño para ti".

He aquí un vídeo que subtitula la letra de la canción en castellano sobre imágenes de la fallida y espléndida película que Oliver Stone consagró a la figura de Alejandro en el año 2004.

Frente al fenómeno de mitificación de la figura de Alejandro de la citada película y de la susodicha canción como difusor del helenismo a la que hemos asistido en la modernidad, se alza contra la opinión de estos papanatas el criterio de Séneca, el filósofo cordobés, quien en una carta a su amigo Lucilio, la epístola núm. 94, arremete contra la figura histórica del macedonio, que propagó la guerra por el mundo entero.

De Alejandro Magno escribe: La locura de devastar las tierras ajenas incitaba al desdichado Alejandro y lo impulsaba hacia lo desconocido. ¿Piensas acaso que está cuerdo quien comienza por realizar sus matanzas precisamente en Grecia, donde ha sido educado? ¿Quien arrebata a cada uno lo que le es más querido: a Esparta le impone la servidumbre y a Atenas el silencio? No satisfecho con la ruina de tantas ciudades que Filipo había vencido o comprado, abate a otras en otros países y propaga la guerra por el mundo entero sin que, agotada, se detenga su crueldad en parte alguna, al modo de las fieras salvajes que muerden más de lo que su hambre reclama.

Ya tiene reunidos muchos reinos en uno solo, ya los griegos y los persas temen al mismo déspota, ya sufren el yugo hasta los pueblos que eran libres del poder de Darío; con todo, va más allá del océano y del Oriente y se indigna de que la victoria lo aparte de las huellas de Hércules y de Baco; se dispone a violentar a la misma naturaleza. No es que quiera andar, es que no puede detenerse, como las pesas arrojadas al precipicio que no se detienen hasta yacer en el fondo.

El juicio que emite sobre Alejandro es implacable: estaba loco. Su ira devastadora comienza por Grecia. Alude Séneca, aunque no lo menciona expresamente, a la destrucción de Tebas en el 355 ante porque la ciudad se había rebelado ante el falso rumor de la muerte del macedonio, y menciona el castigo que le infligió a Esparta, dominándola por el terror, y a Atenas, a la que ofreció condiciones más favorables de rendición privándola de su parresía o libertad de expresión. No pudo, sin embargo, emular a Hércules y a Baco que, según la leyenda, habían llegado hasta la India, porque cuando arribó con sus huestes al Indo, sus soldados, fatigados, le obligaron a volver sobre sus pasos y a abandonar su loca carrera hacia adelante.

Concluye Séneca su reflexión sobre este personaje, después de cargar también contra los romanos Pompeyo, Julio César y Mario: Éstos, mientras lo trastornaban todo, eran trastornados ellos mismos a la manera de los torbellinos, que hacen dar vueltas a los objetos que han arrebatado, pero son ellos mismos los que dan vueltas primero y su acometida es tanto más violenta por cuanto no pueden controlarse en absoluto; de ahí que, habiendo ocasionado el mal a muchos, también ellos experimentan aquella fuerza destructora con la que han dañado a tantos. No hay que pensar que uno puede ser feliz a costa de la infelicidad ajena.

lunes, 29 de marzo de 2021

Jefe o jefa ¿qué importa?

    “Que un jefe sea hombre o mujer no es algo que sea relevante”. Esto lo ha declarado la primera fémina que alcanza el grado de Teniente Coronel (“¿Tenienta Coronela?”) en el Ejército de España y que lucirá, por lo tanto, las dos estrellas de ocho puntas en las hombreras de su guerrera, recibiendo el tratamiento correspondiente, si todavía se estila, de Usía, abreviatura de Vuestra Señoría.

    Y tiene razón la mujer (no menciono su nombre propio, porque no viene al caso: lo que dice ella lo podría decir cualquiera, y, por usar su misma expresión, "no es relevante"): ya no importa el sexo biológico de quien ejerce el mando. Lo mismo da que da lo mismo que la jefatura la ejerza el macho o la hembra. Como dijo el rey católico de Aragón fascinado por la anécdota de Alejandro Magno y el nudo gordiano “Tanto monta, monta tanto”. Contaba la leyenda que quien desatara el nudo que se hallaba en el templo de Gordio dominaría Asia. Impaciente Alejandro, no lo desanudó sino que lo cortó de un tajo de su espada, como si diera lo mismo la manera de hacerlo con tal de lograr el objetivo. Se adelantó a Maquiavelo: el fin justificaría los medios. El caso es que el lema fernandino era algo así como "Tanto monta cortar como desatar", abreviado "Tanto monta" a lo que luego se añadió la coletilla popular "... monta tanto / Isabel como Fernando",  creando un pareado de octosílabos con rima asonante. 
 

    Algunos feministas consideran esto un progreso. Y tienen razón en parte: es un progreso en la historia de la dominación del hombre (incluida la mujer en el mismo saco) por el hombre. Pero no se puede hablar de un progreso en el sentido contrario de la liberación de ese dominio, en el de la lucha del pueblo contra el yugo que le impone el poder, el yugo que cantó Miguel Hernández (“Yugos os quieren poner, / gentes de la tierra mala, / yugos que habéis de dejar, / rotos sobre sus espaldas”).

    Efectivamente. Ya no es relevante que el jefe de la manada humana sea macho o hembra. Lo que sigue siendo bastante relevante es que haya jefes, tengan o no tengas testículos, y que haya ejércitos profesionales, porque lo que no se cuestiona, pese al feminismo, es la jerarquía y la propia existencia de las fuerzas armadas, sino la participación de las mujeres en dichas fuerzas y jerarquía, que comenzaron a integrarse voluntariamente en el ejército español a partir de 1988, haciendo realidad así el mito de las amazonas.
 

 (Heraclés luchando contra las amazonas)

    La palabra jefe entró en castellano según Corominas a mediados del siglo XVII como préstamo del francés chef, que a su vez deriva del latín CAPVT CAPITIS cabeza de donde ya teníamos en castellano "cabo" y "capitán" y "capataz", y en italiano "capo". A partir de 1843 está documentado en nuestra lengua su femenino "jefa".

    Fuera del ámbito militar, tener un jefe o una jefa es algo que comienza a estar mal visto, cuando es una característica de todas las personas que trabajan por cuenta ajena, o propia, si son sus propios jefes o jefas. Últimamente se habla mucho de que el jefe (boss en la lengua del Imperio) debe tratar de ser un líder (leader, que es anglicismo). ¿En qué consiste eso? Se supone que en ser empático, comunicador, en no mandar, sino en conseguir que sus subordinados hagan las cosas sin necesidad de que se les ordene cómo y cuándo hay que hacerlas, tan motivados que se identifiquen con la empresa y sean capaces de sacarla adelante, en un estado de total felicidad. 

    Hay que huir del jefe a la vieja usanza, autoritario, que sólo sabe dar órdenes. El moderno jefe ha de procurar ser uno más, un compañero y amigo, agradable, que no dice una palabra más alta que otra, un líder carismático que ejerce una jefatura trasformadora o liderazgo transformacional (vil traducción de transformational leadership en la lengua del Imperio), el nuevo estilo que tiene como objetivo influir positivamente en las forma de ser o actuar de las personas subordinadas -“personas subordinadas” es término inclusivo y políticamente correcto en lugar de “subordinados”-, logrando que el equipo -idem- trabaje con entusiasmo hacia el logro de sus metas. Esta tendencia, no poco patética, no deja de ser el viejo cuento del lobo que aclara la voz y enseña por la puerta la patita enharinada a los cabritos para hacerse pasar por mamá cabra...

domingo, 28 de marzo de 2021

"¡Cuídate, España, de la propia España!"

Recupero un poema de César Vallejo (1892-1938) que llega a mi conocimiento por la traducción y reelaboración en italiano que ha realizado de él Giorgio Agamben, quien publica en su página su versión peculiar de “¡Cuídate, España, de tu propia España!”, incluido en la obra póstuma del poeta “España, aparta de mí ese cáliz” (1939).  Así dice la versión de Agamben en versión original italiana:

 Guardati Italia dalla stessa Italia

Guardati Italia dalla tua propria Italia
guardati dalla croce senza Cristo
guardati dal martello senza falce

Guardati dal vicino senza volto
guardati dal boia con la maschera
guardati da chi brucia il tuo cadavere

Guardati dalla quarantena senza peste
e dalla peste senza quarantena
guardati da chi ti separa dai tuoi giorni

Guardati dal teschio senza tibie
guardati dalle tibie senza il teschio
Guardati da chi conta le tue morti

Guardati Italia dai tuoi nuovi potenti
guardati da chi osserva l’obbedienza
guardati Italia dalla stessa Italia

oOo

Traduzco la versión de Agamben al castellano devolviéndole el vocativo “España” que Agamben ha sustituido por “Italia”, respetando el hendecasílabo y restituyendo los signos de puntuación que el italiano evita.

  ¡Cuídate, España, de tu propia España! / ¡Cuídate de cruz que no tiene Cristo! / ¡Cuídate del martillo sin la hoz!

 ¡Cuídate de tus vecinos sin rostro! / ¡Cuídate del verdugo enmascarado! / ¡Cuídate del que quema tu cadáver!

¡Cuídate de cuarentena sin peste / y de la peste sin la cuarentena! / ¡Cuida del que te aparta de tus días!

¡Cuida de la calavera sin tibias / y de las tibias sin la calavera! / ¡Cuídate de aquel que cuenta tus muertes!

 ¡Cuídate de tus nuevos poderosos! / ¡Cuídate del que observa la obediencia! / ¡Cuídate, España, de la misma España!

 oOo

He aquí el poema original de César Vallejo que acaba con un dramático "¡Cuídate del futuro!" y tres puntos suspensivos: 

¡Cuídate, España, de tu propia España!

¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate de la hoz sin el martillo,
cuídate del martillo sin la hoz!
¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,
del verdugo a pesar suyo
y del indiferente a pesar suyo!
¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,
negárate tres veces,
y del que te negó, después, tres veces!
¡Cuídate de las calaveras sin las tibias,
y de las tibias sin las calaveras!
¡Cuídate de los nuevos poderosos!
¡Cuídate del que come tus cadáveres,
del que devora muertos a tus vivos!
¡Cuídate del leal ciento por ciento!
¡Cuídate del cielo más acá del aire
y cuídate del aire más allá del cielo!
¡Cuídate de los que te aman!
¡Cuídate de tus héroes!
¡Cuídate de tus muertos!
¡Cuídate de la República!
¡Cuídate del futuro!…

César Vallejo

sábado, 27 de marzo de 2021

¿Hay justicia? ¿Es justa la Justicia que hay?

Se suele personificar tradicionalmente a la justicia ya desde los antiguos romanos como una mujer, tal vez porque la palabra latina IUSTITIA -derivada de iustum “justo” y de ius(1) “derecho”- pertenece a la primera declinación y conlleva (casi mecánicamente) género gramatical femenino, por lo que a la hora de aplicarle un adjetivo como, por ejemplo, “caecus caeca caecum” que significa “que no ve, ciego, ciega”, debemos elegir el género gramatical femenino: IVSTITIA CAECA EST: la justicia es ciega.

Esta dama, sin embargo, no es ciega, propiamente hablando, aunque suele representársela desde antiguo con una venda en los ojos, aludiendo a que no hace distingos entre las personas, ya que para ella todos somos iguales, lo que nos recordaba el hoy jubilado Rey de España, el Emérito, le dicen, en una de sus postreras alocuciones navideñas televisadas. Decía el Borbón literalmente: “La justicia es igual para todos”, una afirmación que provocó enseguida la irrisión y carcajada general. 




Esta mujer está además provista de una balanza con la que sopesa las acciones humanas y de una espada justiciera con la que castiga las que juzga delictivas. De esta forma, la dama de la justicia personifica la idea de “justicia”: juicio, castigo, igualdad ante la ley. Es también el arcano octavo del Tarot, y está, además, relacionada con el signo zodiacal de Libra, que en latín significa “balanza”, que simboliza el equilibrio; y también está relacionada con Virgo, bajo la advocación de Astrea, hija de Zeus y de Temis, que era su nombre cuando la justicia reinaba en la Tierra.

Astrea difundió entre los hombres los sentimientos de equidad y virtud. Esto ocurrió en la Edad de Oro, pero al degenerar el género humano, nunca mejor dicho, con el progreso de la Historia,  la maldad se apoderó del mundo (las enfermedades, el trabajo, la esclavitud, la guerra, el dinero y un larguísimo y de sobra conocidísimo etcétera), y Astrea abandonó el planeta, subió al cielo en su destierro y se convirtió en la constelación de Virgo. Desde entonces no hay Justicia en el mundo, o, por decirlo de otra manera, desapareció Astrea y se crearon en su lugar los tribunales de justicia, las leyes justicieras, los jueces -desoyéndose las palabras del verbo divino “no juzguéis y no seréis juzgados”(2)- , las prisiones para que los que estamos eventualmente fuera de ellas creamos por contraposición a los que están encarcelados que nosotros somos libres y ellos no, asegurándose así de que en esta Edad de Hierro en la que estamos inmersos y malamente sobrevivimos no volvería a reinar la justicia de verdad nunca más en el mundo. Por lo que a la primera pregunta que hacíamos (¿Hay justicia?), la respuesta es que no. Y en cuanto a la segunda (¿Es justa la Justicia que hay, esto es, la existente?) la respuesta no puede ser otra que tampoco.


(1) No está de más recordar aquí la paradoja ciceroniana del summum ius, summa iniuria, suprema justicia, suprema injusticia, que indica que llevar la justicia al extremo resulta extremadamente injusto. Cabe mencionar también a propósito de esto las palabras del presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, don Carlos Lesmes, sobre la actual ley española de Enjuiciamiento Criminal, que según él “está pensada para el robagallinas, no para el gran defraudador”.


(2) Nolite iudicare, ut non iudicemini -en el griego original, μὴ κρίνετε, ἵνα μὴ κριθῆτε- son unas de las palabras más repetidas del evangelio y que menos caso se hacen. Las refieren los evangelistas Mateo (7,1) y Lucas (6,37) en el llamado Sermón de la Montaña. Con esta frase, el nazareno se rebelaba contra el derecho farisaico, ya que el único juicio correspondería sólo a Dios, es decir, a sabe Dios quién, por eso el verbo divino se opone a la lapidación de la adúltera, reprochando a los que iban a lincharla: qui sine peccatum est uestrum, primus in illam lapidem mittat: quien esté libre de pecado de vosotros, que arroje el primero la piedra contra ella. Se ha tratado de desactivar la carga subversiva del nolite iudicare interpretando la frase erróneamente como que quiere decir “no juzguéis mal o a la ligera”, cuando lo que quiere decir es, simplemente, "no juzguéis", es decir, que no juzguemos, que renunciemos a juzgar las acciones de los demás, porque no saben lo que hacen, no sabemos lo que hacemos, lo que afecta tanto al fuero interno de cada uno como a los tribunales de justicia. 


Traigo a colación de todo esto la fotografía de esta desmitificadora escultura del danés Jens Galschiot, que es una nueva alegoría esperpéntica  del peso o la carga, para ser más justos, de la Justicia: una justicia inicua, de una obesidad mórbida, desesperadamente lenta como el caballo del malo en las películas del oeste, casi inhumana, soportada por un pueblo sumiso y cansado de ella. El escultor tituló su obra "La supervivencia de los más gordos". Se puede contemplar en el puerto de Copenhague. Simboliza al mundo rico industrializado asentado sobre los hombros de un escuálido africano que a duras penas puede sostenerlo.

viernes, 26 de marzo de 2021

Nótulas

El coloso, atribuido a Goya.

En la segunda década del siglo XXI todos de la noche a la mañana nos hemos convertido en pacientes, es decir, en soportadores de males y en, vamos a decir, padecientes, aunque no padezcamos en la inmensa mayoría ningún mal de hecho ni estemos enfermos, pero nos abruman con una infinidad de males en potencia que hay que prevenir si no queremos lamentarlo: todos somos o seremos sufridores  porque podemos contagiar y contagiarnos. El Estado terapéutico sonríe satisfecho: ha conseguido declarando el Estado de Alarma y la guerra preventiva al virus doblegar a casi toda la población, sometiéndola a todo tipo de vejaciones con el nombre de tratamientos profilácticos. Y así en prevención de futuros males e infecciones respiratorias graves nos prescriben que dejemos de respirar... Somos incompatibles, pasivos patibularios. El Estado, impasible él, es el patíbulo, es decir, el tablado en el que se ejecuta la pena de muerte, mientras que nosotros, sus súbditos, somos los patibularios, los condenados al patíbulo, carne de cañón. ¿Hasta qué punto la paciencia es una virtud? ¿Hasta cuándo en fin vas a abusar, Estado Terapéutico, Ogro filantrópico, de nuestra paciencia?

oOo 

 

Un pentámetro yámbico de William Shakespeare, con arranque trocaico que hace que suene más solemne, porque contraviene el ritmo en el arranque del verso para llamar así más poderosamente nuestra atención, de la escena primera del acto cuarto de El Rey Lear es la sentencia del veredicto que Gloucester da sobre los tiempos que corren, que son estos mismos nuestros, todavía, aunque parezca mentira, por aquello de Machado de que "hoy es siempre todavía", y que son literalmente una peste, en la que los locos e idiotas conducen a los que están ciegos: Tis the time's plague when madmen lead the blind

El grabado de Thomas Nast que se reproduce más abajo para ilustrar el verso de Shakespeare, publicado por la revista neoyorquina Harpers Weekly,  muestra una figura central que es la alegoría del Tiempo alado, con su reloj de arena y su guadaña cercenadora que representa que el futuro es la muerte, y dos figuras la de un loco, que es la alegoría del gobierno, que lleva las riendas y guía hacia el abismo de un precipicio a una mujer con una venda en los ojos, que, ciega como es, simboliza en principio a la justicia, pues lleva ceñidas a la cintura las pesas de la balanza y enfundada la espada justiciera, pero que es también la representación viva de la gente del pueblo, es decir, de lo sometido, de la mujer y, por lo tanto, de los súbditos de ese gobierno de los locos.

 

This the times' plague when madmen lead the blind. (Shakespeare) Grabado de Thomas Nast (1876)

Se me ocurren dos traducciones en verso: La primera conserva el número de sílabas y el ritmo del pentámetro yámbico en castellano con un hendecasílabo yámbico (Peste es que locos guíen hoy a ciegos), tiene el inconveniente de que resulta muy comprimido en nuestra lengua porque no incluye los artículos. En inglés casi todas las palabras son ordinariamente monosilábicas -todas lo son en este verso salvo madmen-  y no pueden ser vertidas al castellano en el mismo molde silábico dado que nuestras palabras son por lo general polisilábicas; en la segunda versión opto por añadirle dos sílabas más al hendecasílabo para incluir los artículos convirtiéndolo en un tridecasílabo también yámbico:  La peste de hoy: los locos guían a los ciegos
 

jueves, 25 de marzo de 2021

"¡Matadlos a todos!" o La masacre de Béziers

Los cátaros, surgidos en el siglo XI, conocidos también como “albigenses” por la ciudad francesa de Albi, identificada a veces como la sede principal que los cobijó, fueron una secta religiosa que fundó su propia iglesia. A finales del siglo XII contaban ya con once obispos y un gran número de seguidores en la región del Languedoc, en el sur de Francia. Negaban la divinidad de Cristo y la autoridad del Papa, por lo que la todopoderosa Iglesia Católica Apostólica y Romana no tardó en declararlos herejes en 1176. 
 
El Papa Inocencio III había enviado predicadores para convertir a los cátaros, pero después de que su legado, Pedro de Castelnau, fuera asesinado en enero de 1208, ordenó una cruzada contra ellos.
 
La primera gran batalla de esta cruzada fue la brutal masacre de la ciudad francesa de Béziers, bastión cátaro, que tuvo lugar los días 21 y 22 de julio de 1209, y que conmemoramos aquí. El ejército, compuesto por unos diez mil cruzados, se reunió en Lyon y marchó hacia el sur al mando del legado papal Arnaldo Amalric, abad de Cîteaux. Los defensores de la ciudad hicieron una salida para contratacar al ejército sitiador, pero fueron derrotados, y los cruzados entraron en la ciudad y la incendiaron. 
 
Ante la duda razonable de cuántos de los habitantes de la ciudad serían herejes y habría que matarlos, y cuántos serían buenos católicos, se pronunció entonces la terrible frase totalitaria: “¡Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos!”*. Unos veinte mil residentes fueron asesinados en una matanza en la que los cruzados cercenaron las vidas de hombres, niños, mujeres y ancianos, profanando el sagrado de las iglesias al que se habían acogido y la catedral. El abad escribió al Papa: "La ciudad fue pasada a cuchillo. Así, la venganza de Dios dio rienda suelta a su maravillosa rabia".

La matanza de Béziers es doblemente significativa porque se sitúa al comienzo de la cruzada,  que todavía durará veinte años más, que desencadenará el terror y la sed de venganza, y porque se relaciona con la terrible frase Caedite eos, nouit enim Dominus qui sunt eius ("Matadlos, pues el Señor sabe quiénes son los suyos", literalmente), que se le ha atribuido  tanto a Simón de Montfort, que participó en dicha matanza, pero que no tenía ninguna relevancia ni responsabilidad especial en ella más allá de su propia participación, como con más probabilidad al abad de Cîteaux, Arnaldo Amalric, que era el legado papal. 

Hay, en todo caso, un eco neotestamentario de la epístola segunda de san Pablo a Timoteo (2.19): “El Señor conoce a los que son suyos” (Cognouit Deus qui sunt eius), que brinda el argumento que justificaría la orden de la matanza. 

La frase corresponde de cualquier modo al estado de ánimo de los cruzados de exterminar a toda la población. La justificación, si cabe alguna, es que a principios de siglo el obispo había invitado a los católicos a abandonar la ciudad de Béziers para no confundirse con los herejes y no morir con ellos, por lo que había ya una amenaza previa de exterminio. 

En todo caso, el bellaco de Simón de Montfort, un año después, en 1210 ordenaría prender la primera hoguera en Minerve entre Béziers y Carcasonne, donde fueron quemadas aproximadamente ciento cuarenta personas. 

La responsabilidad del Papa en la masacre no es poca, dado que hizo que la herejía se asimilara a un delito que debía ser castigado por el poder civil y considerado un crimen de lesa majestad, lo que conllevaba la muerte por el fuego de los herejes, que debían perecer quemados vivos en la hoguera. 

La puta de Babilonia, como llamaban los cátaros albigenses a la Iglesia de Roma según la expresión del Apocalipsis, la gran meretriz, la mayor y más vil ramera de todos los tiempos, ha cometido numerosísimos crímenes a lo largo de su existencia, y este no es más que uno de tantos perpetrados en nombre de Cristo, desde el año 323 en que, apoyada por el emperador Constantino, pasó de perseguida a perseguidora, de víctima a verdugo. Y ya se sabe que no suele haber peor verdugo que la víctima que ha dejado de serlo y asciende a la condición de sayón. 

Con el correr de los años esta Iglesia afianza su poder terrenal mandando a la hoguera a quienes disentían de sus opiniones o se oponían a su dominio acusándolos de herejía, en tanto el Papa de turno juntaba bajo su triple tiara el poder temporal y espiritual y se declaraba Pontífice Máximo y Vicario de Cristo en la Tierra. 

Ya en nuestros días Juan Pablo II dedicó sus últimos años de pontificado a pedir perdón por un centenar de crímenes tan execrables como este de Béziers que hemos comentado. La doctrina de la iglesia católica todo lo perdona y presupone que con ese perdón se anula como por arte de magia nuestro pasado, y nuestra identidad con él, pero eso, el perdón de los pecados que ella concede y no niega a nadie, no puede esperar que se lo concedamos a ella a cambio como contrapartida: no podemos perdonarle a ella todo lo mucho y lo malo que ha hecho durante estos ya más de veinte siglos, porque en sus dos milenios de historia, la iglesia ha derramado universalmente -eso es lo que quiere decir católico en griego "universal"- sangre humana a raudales invocando la entelequia vana de Dios -un nombre común que ha ascendido a la categoría de los nombres propios y que se escribe, por lo tanto, con letra inicial mayúscula- y fundándose en un mito oriental que llamamos Cristo. 

 
  
*Me permito relacionar esta frase con unas recientes declaraciones del epidemiólogo a sueldo del Gobierno de España, don Fernando Simón Soria, que  justificaba la decisión del gabinete de hacer obligatorio a toda la población el uso de la mascarilla (e indirectamente, de todas las medidas de confinamiento, cierre perimetral, distancia social, libertad de reunión y asociación y un larguísimo etcétera) con el siguiente razonamiento totalitario: Sólo deberían llevar mascarilla los enfermos (para no contagiar a los sanos con el miasma), pero como no sabemos quiénes están malos y quiénes no porque no hay síntomas aparentes, se hace obligatoria para todos, porque se considera que, en la práctica, todos estamos enfermos, unos en acto y otros en potencia aristotélica. Es decir, ante la duda, se impone la certidumbre de que hay que tratar a todo el mundo como si estuviera enfermo. Lo mismo sucedió en Béziers: ante la imposibilidad de saber quién es un hereje y quién un buen cristiano, consideremos a todos herejes, y acabemos así enseguida con la herejía, en la confianza de que Dios, en su infinita misericordia y sabiduría, sabrá reconocer a los suyos y concederles la vida eterna como premio y recompensa.

miércoles, 24 de marzo de 2021

Ramillete de jaicus primaverales

Ya está aquí, en sazón,/ la alergia primaveral; / ¡qué contrariedad! 

Me di la inyección / y adquirí la inmunidad: / puedo ya morir.

El endrino en flor: / otra vez, igual que ayer, / aunque nunca igual.

¡Con qué envidia ve, / enjaulado, el ruiseñor / volar al pardal!

Bajo el abedul / susurraba el viento, mil / palabras de amor.

¿Otra vez está / llamando a la puerta Abril? / No hay segunda vez.

Una bala aquí /directa y derecha entró, / en el corazón.

Yo no sé quién soy. / Si te digo la verdad, / mintiéndote estoy.

Falsa información / ¿Quién la verificará? / Falsa, sí, y real.

 

Praderas en primavera, Walter Crane (1883)

 Viendo un cuadro yo / entro como sin querer / a perderme en él.

Primavera ya: / un reclamo comercial / en la World Wide Web.

¡Espectacular / el almendro -mira- en flor! / Se lo digo ¿a quién?

Huella carmesí  / de unos labios sin bozal, / rojo de pasión.

Un rayo de sol / entra por el ventanal / a alegrarme a mí.

Ven, cuéntamelo: / cómo todo ya cambió y / cómo sigue igual.

Late el corazón / igual que una codorniz / en jaula y corral.

Miedo no lo hé, / que él me embarga y tiene a mí / clavándoseme.

¿Me liberaré / de todo, incluso de mí / mismo yo también?

La pregunta es flor / que tiene que florecer / aun sin responder.

 

Oviedo, Grabado (1885)
 

Oviedo, ciudad / que amo y que no existe ya,  / que conservo aún. 

Niño, pregunté: / ¿Tiene techo el cielo azul? / Nadie respondió.

Vuelven a anidar / negras golondrinas hoy / en mi corazón.

Suelta cada cual / su opinión particual / cual ventosidad.

Muchos años yo / tengo encima, y muchos más / desengaños ya.

Urna electoral, / que es sarcófago, ataúd / y orza funeral.

No hice voto yo / de obediencia,  mas me lo han / impuesto a pesar.

Libre creo ser / y hago lo que manda hacer / el ordenador.

 Canta el mirlo un son: / llega el día ya a su fin / de hoy sin conclusión.

martes, 23 de marzo de 2021

Nueva sarta de mensajes breves

Ver para creer: una fotografía en alta resolución de un agujero negro del universo corrobora la fe, esa vieja virtud teologal, en la ciencia, la nueva religión.


De A. Dumas hijo: Que los niños sean listos y los adultos necios, cosa que sucede, se debe, más que al paso del tiempo, a la educación recibida, que entontece.

“Yo no me quiero enterar” cantaba la Piquer, en aquella copla donde le rogaba a la vecina que no le contase la verdad que ella, “blanca de luna”, ya la conocía.

Cuando llegó, alertado por los vecinos de la presencia de una gran bandada de buitres hambrientos en el cielo, la potrilla yacía ya destripada sin entrañas.

No logro sacarme de la cabeza la imagen de la yegua despanzurrada, cuyas tripas los ávidos buitres que se resistían a emprender el vuelo devoraban a porfía.

Dos niños rusos de cinco años cavaron un túnel por debajo de la valla, utilizando las palas con que jugaban en la guardería, para escapar del Kindergarten.

Llamar "jardín de infancia" a la guardería donde los niños están recluidos y custodiados bajo tutela, a recaudo del mundo exterior, es poco menos que sarcasmo.

En la querella de los antiguos y los modernos, yo me inclino por los clásicos, unos muertos que están bien vivos y aun más vivos que muchos de nosotros.

Calino de Éfeso resuena y advierte: ἐν εἰρήνηι δὲ δοκεῖτε ἧσθαι, ἀτὰρ πόλεμος γαῖαν ἅπασαν ἔχει: En paz creéis estar pero la guerra gobierna toda la tierra.

Lo peor de la televisión no es que haya mucha telebasura en muchos programas, sino que la propia televisión convertida en espacio publicitario es telebasura.

Perder no es siempre lo peor que le puede pasar a uno: no hay pérdida que no sea de algún modo gananciosa, y viceversa: hay ganancias que nos echan a perder.

El rechazo a la tecnocracia no consiste en querer volver a la prehistoria, como dicen los apologetas de la tecnología, sino en salir de la caverna de Platón.
 
Nos andamos por las ramas buscando inútilmente entre ellas lo que sólo puede hallarse en el tronco, en la savia, en las raíces del árbol: el meollo del asunto.

 

(A H. Ibsen) El enemigo del pueblo es el sistema democrático, el régimen político que usurpa el nombre del pueblo so pretexto de representarlo y gobernarlo.

¿A quién se atribuye la frase?  “Sólo lo que se pierde se gana para siempre". Poco importa quién la dijo, si Agamenón o su porquero, sólo la razón de su verdad. 

Quemar o arriar una bandera no constituye un ultraje; son las banderas las que deshonran a la humanidad y nos ultrajan, cuando se izan y enarbolan, a nosotros. 

Yo voy por los mares sin rumbo ni puerto, No tengo ni sino ni horóscopo cierto, De nadie soy siervo, de nadie señor. (Versos sustraídos al romántico Zorrilla).

No somos los seres humanos quienes hacemos un uso bueno o malo de las armas; el único buen uso que cabe hacer de ellas es no dejar que nos utilicen a nosotros. 


La pistola lleva escrito en sí misma el fin para el que ha sido fabricada; el gatillo llama imperioso al dedo para que lo apriete y salga la bala disparada.

Hay reclusos encarcelados para que los que estamos fuera de las prisiones creamos que somos libres por contraposición con ellos, privados de efectiva libertad. 

Hay "enfermos mentales" en los hospitales psiquiátricos a fin de que los que estamos fuera de los manicomios creamos que somos cuerdos comparándonos con ellos. 

El "Conócete a ti mismo" del frontón del templo de Delfos es lo que Dios manda. Mejor, el verso del soneto de Unamuno: “conócete, mortal, mas no del todo”. 

La mujer del César no sólo debe ser bella, sino que además ha de parecerlo para lo que debe subordinarse a la dictadura cosmética y canon de belleza de la moda.

En el año 2012 de la era cristiana, según calendario maya, iba a llegar el fin del mundo, mas no fue así porque hacía mucho que el mundo había ya finalizado.


Nada más falso que el racismo que considera superior a una raza, porque el género humano, da igual la etnia a que pertenezca, es de todas formas despreciable. 
 
La carga más pesada a lo largo de la vida no es vivir sin existir, sino lo contrario, existir sin vivir, lo que hacemos todos y lo peor que hay que soportar. 
 
Matar pulgas a cañonazo limpio. El escepticismo popular razona que muchas veces es peor y más insufrible el remedio que la enfermedad que se pretende combatir.
 
Sira, la cantinera, a la puerta de la taberna: Saca vino y los dados; que muera el que mira al futuro. Tira de oreja y 'Vivid', dice la Muerte, 'que voy'.* 

 *Versos 37 y 38 del poema Copa, La tabernera, de la Appendix Vergiliana. 

oOo

No hace falta tener mucho talento para enseñar lo que uno sabe, que eso lo hace cualquiera, pero sí para, como hacen los profesores, enseñar lo que se ignora.


(Parafraseando a Montesquieu, que escribe en una de sus Cartas persas, la número 56, lo siguiente en su lengua: Un nombre infini de maîtres de langues, d'arts et de sciences, enseignent ce qu'ils ne savent pas; et ce talent est bien considérable: car il ne faut pas beaucoup d’esprit pour montrer ce qu'on sait; mais il en faut infiniment pour enseigner ce qu'on ignore.)

lunes, 22 de marzo de 2021

¿Y para qué? (Una lección de economía).

Un pueblecito blanco y azul de una minúscula isla griega. Un entrometido turista norteamericano o nipón o germánico –vaya usted a saber su procedencia, en todo caso extranjero y de mentalidad anglosajona, japonesa o alemana, uno de esos que  sólo se preocupa de trabajar y descansar e irse de vacaciones para recargar las pilas y poder así volver a trabajar como nuevo-, se acerca a un paisano que sestea. Un griego.  Podría tratarse de un mexicano, o un andaluz o un italiano del sur, quizá un siciliano. En todo caso, duerme apaciblemente en la playa, junto al mar. El turista le despierta de su siesta, y entabla la siguiente conversación:
 


—Oiga, buen hombre, ¿a qué se dedica usted, si puede saberse?
—A pescar. Soy pescador. –Responde el griego frotándose los ojos.
—¡Vaya, pues debe ser un trabajo muy duro y muy esclavo el suyo! Trabajará usted muchas horas.
—Sí, muchas horas, -replica el paisano de Homero.
—¿Cuántas, si no es indiscreción la pregunta? –Interroga el curioso turista impertinente que ni siquiera estando de vacaciones como está puede desconectar y olvidarse del trabajo embrutecedor.
—Bueno, trabajo unas tres o cuatro horitas al día.
—Pues no me parece a mí que sean muchas, sino todo lo contrario: muy pocas me parece a mí que son. ¿Y qué hace el resto del tiempo, si no le parece mal que le siga preguntando?
—Bueno, me levanto tarde. Voy a pescar un rato, ya le digo, juego con mis hijos, duermo la siesta con mi mujer y luego, al atardecer, salgo a tomar unas cervezas y a tocar el buzuqui con los amigos en la taberna.
El turista extranjero reacciona inmediatamente de forma airada y le reprocha:—Pero hombre, ¿cómo es usted así?
—¿¡Qué quiere decir!?
—¿Por qué no trabaja usted... más…  horas?
—¿Y por qué iba a trabajar más horas?, ¿qué necesidad tengo yo de hacer una cosa así?, responde preguntando el griego.
—Para al cabo de unos años, por ejemplo, poder comprar un barco más grande que esa barca que tiene y que da pena verla, la pobre.
—¿Y para qué quiero otra barca mejor que mi “Irene”?
—Para poder aumentar así sus capturas y, si lo hace, poder contratar a algún empleado y llegar a abrir su propio negocio de pescadería en este pueblecito griego.
—¿Y para qué?
—Pues, para  poder abrir luego una pescadería en la capital, en Atenas, por ejemplo.
—¿Y para qué?
—Para más adelante montar una industria de pescado en conserva, se me ocurre, y  abrir delegaciones en Estados Unidos y en Europa, por ejemplo.
—¿Y para qué?
—Para exportar pescado griego y que las acciones de su empresa coticen en bolsa y pueda hacerse usted así inmensamente millonario.
—¿Y para qué todo eso? –Preguntó el griego un poco molesto ya por tanto interrogatorio.
—Pues para poder jubilarse tranquilamente el día de mañana, levantarse tarde sin tener que madrugar, jugar un rato con sus nietos, venir aquí a echar la siesta a la vera del mar, si quiere, salir al atardecer a tomarse unas cañas de cerveza y a tocar el buzuqui con los amigos en la taberna...
—¿Y no se da usted cuenta de que eso es lo que hago yo ya precisamente aquí y ahora sin trabajar tantas horas y sin esperar al día de mañana para poder disfrutar?


(Me contaron esta historia, cuya autoría desconozco, protagonizada por un pescador mexicano y un turista gringo, y la he transformado, más a mi gusto, en el diálogo de un turista occidental y un humilde pescador de un pueblecito griego).
 
Mi pescador, que recuerda un poco al Zorba de Cachanchaquis,  nos da una inmejorable lección de economía, ahora que tanto se valora esta asignatura incrustada a machamartillo en nuestro sistema “educativo”, o quizá habría que decir que nos da una lección de contraeconomía.
 

 
 "Al que algo quiere algo le cuesta" es un dicho, muy conocido y, sin embargo, muy poco popular: muy conocido porque, nos lo han repetido sin cesar una y otra vez nuestros mayores, padres y educadores, desde nuestra más tierna infancia, y puede decirse, sin exageración, que la educación consiste en aprender que todo en esta vida tiene un precio, que todo lo que vale cuesta dinero, que no se nos da nada gratis et amore, sino que, además, hay que renunciar a muchas cosas para poder disfrutar de ellas el día de mañana, y hacer muchos sacrificios del ahora en aras del futuro. Viene a ser una especie de mantra sacrosanto que pretende darnos una lección de abnegación y de renuncia de los bienes presentes en nombre de unos valores futuros; se nos dice que todo lo que vale la pena cuesta, es decir, siempre exigirá un esfuerzo de nuestra parte que a menudo se traduce en dolor y sufrimiento. Nuestro sacrificio no es indoloro e incruento, sino todo lo contrario. Sin embargo, sin embargo, no es un dicho popular porque no expresa el sentir del pueblo, sino en todo caso del Estado que se le impone a la gente para que acepte la realidad.

En términos freudianos nuestra educación consiste en renunciar al principio del placer en nombre del principio de realidad, a costa de aceptar el displacer, es decir, el dolor y el sufrimiento, que esto conlleva, silenciado por los tambores lejanos de la tierra prometida.