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miércoles, 31 de marzo de 2021

¡Que viene una ola! ¡Socorro!

    Vino una ola era una canción de Manolo Díaz (1967), dramática y alarmista en su fondo y forma como ella sola. Alertaba de la llegada inminente de una ola gigantesca y peligrosa para los bañistas desprevenidos, como la persona querida que se estaba bañando con el cantante. Éste le ruega, tendiéndole la mano, que se aferre a él después de repetir cuatro veces que viene una ola y que le dé la mano. 

    Viene una ola, viene una ola, viene una ola, viene una ola, y su corriente te aparta de mí. / Dame la mano, dame la mano, dame la mano, dame la mano, haz un esfuerzo y agárrate a mí.

    Y, aunque no se nos dice porque hay una elipsis u omisión intencionada de un segmento narrativo importante, la ola se lleva a la persona querida.  El cantante le ruega entonces a Dios encarecidamente que salve a la persona amada, perdonándole la vida, que no permita que se ahogue ya que se ha arrepentido... 

     ¡Oh no, por Dios! ¡vuelve aquí!, ¡oh Señor, por favor,  sálvala! Yo te lo pido: ¡ayúdala, sé buen amigo, perdónala, se ha arrepentido ya!

    Pero sucede lo inevitable, lo que el Señor no pudo o no quiso evitar, pese a la encarecida súplica del cantante: vino la ola, lo repite cuatro veces, y se llevó a esa persona querida; cuatro veces repite "algo querido". Nunca había sentido el cantante, que había visto venir la tragedia,  tantísima impotencia y tanto dolor.

     Vino una ola, vino una ola, vino una ola, vino una ola, y sin motivo el mar me robó algo querido, algo querido, algo querido, algo querido; nunca he sentido yo tanto dolor.

    Vuelve a repetirse el estribillo, que es la plegaria contrafactual del cantante al Señor para que no suceda lo que ha sucedido: ¡Oh no, por Dios! ¡vuelve aquí!, ¡oh Señor, por favor,  sálvala! Yo te lo pido: ¡ayúdala, sé buen amigo, perdónala, se ha arrepentido ya!

    Y se cuatripite  "viene una ola" como colofón de la canción y como advertencia para futuras oleadas. 

    Según algunos se trataba de una canción protesta por la ausencia de socorristas dedicados a salvar las vidas de los intrépidos bañistas en las playas españolas de aquellos años.

La gran ola de Kanagawa, Katsushika Hokusai (1830-1833)
 
   Recordaba esa canción cuando leía esta mañana en un periódico cualquiera este titular: Las restricciones de Semana Santa, claves para frenar la cuarta ola.Los periodistas recurren habitualmente a la metáfora de las olas para hablar, por ejemplo, de temperaturas muy elevadas, alertándonos de una “ola de calor”.  También recuerdo que en las postrimerías de la dictadura franquista y durante la transición, con la denominada “apertura”, se hablaba, sobre todo en los medios más conservadores, de la “ola de creciente inmoralidad y de pornografía y erotismo que nos invade”. Ahora nos alertan de que viene una ola, como en la canción de Manolo Díaz, pero esta vez pandémica, más propiamente epidémica, que es la cuarta según su cómputo. Por otra parte nos tranquilizan, porque hay unas "restricciones" que pueden frenarla.
 
    Cada vez que se avecina un período vacacional se intensifican las restricciones gubernativas supuestamente “sanitarias”. En realidad no tienen que ver con nuestra salud física y mental, no menos importante la una que la otra, sino con el Ministerio de Sanidad del Gobierno de España del que emanan, y de sus consejerías y versiones autonómicas vasallas y adláteres. Al hacer de la salud el valor supremo de la vida por encima de la libertad, nos restringen esta en nombre de la seguridad y aquella en aras de la salvación de futuras vidas, lo que resulta incongruente. Puede afirmarse sin empacho que hemos asistido a la mayor represión de la libertad y de la sociedad a lo largo de nuestra vida sin que la mayoría democrática y sumisa de la gente haya protestado ni levantado la voz. 


     No es extraño, pues, que un periódico cualquiera del Régimen -y todos lo son de un modo u otro- justifique las limitaciones gubernativas, encaminadas a frenar la presunta cuarta ola con el fin supremo de “salvar vidas”. Su saludable, bienintencionado y salvífico propósito justificaría los medios, en este caso unas medidas represivas que impiden nuestra movilidad tanto en el tiempo como en el espacio, y que nos fuerzan a llevar mascarilla para “filtrar” los supuestos virus que pululan en el exterior y el interior de nosotros mismos así como a pedir cita previa hasta para hacer nuestras necesidades fisiológicas más elementales.

    Pero una cosa es cierta: desde la orilla no se ve ningún oleaje porque no hay cuarta ola, que no es más que una metáfora, aunque sí que existe mucha resignada expectación por su llegada. Son los que dictan las medidas restrictivas para evitar la catástrofe los que paradójicamente conjuran, airean y crean la catástrofe de la que después darán cumplida cuenta periodística. Juegan las autoridades sanitarias, con la ayuda inestimable de los medios de manipulación y creación de la opinión pública a su servicio y con el apoyo de los científicos a sueldo de los gobiernos e industrias farmacéuticas, a hacer profecías falsas y apocalípticas para justificar medidas que restringen nuestras libertades formales y burguesas, que son las únicas que tenemos, aunque tampoco sean gran cosa.

    Si no pasa nada después de Semana Santa se dirá que ha sido gracias al seguimiento obediente de dichas restricciones. Si pasa algo, cacarearán que "estaba cantado" y lo achacarán a nuestro incumplimiento y falta de responsabilidad. Nos reprocharán como a niños pequeños que hemos sido malos y ahora tenemos que pagar el impuesto revolucionario en muertes e incidencias de casos y más casos cuya tasa subirá como la espuma a su conveniencia, por seguir con la metáfora marina, tras la resaca de la ola.

    El lema de la canción, que repetía machaconamente “viene una ola”, alcanzó tanta popularidad en España en los años sesenta y setenta que los hermanos Calatrava hicieron una versión bufa de ella que llegó a tener tanta fama o más que la original. Uno de los hermanos canta la canción original, y el otro hace sus comentarios satíricos. No viene nada mal recordarla para reírnos un poco de tanto alarmismo alarmante y maldecir el estado de alarma (del italiano all(e) arme "¡a las armas!") a la espera del armisticio o supresión de hostilidades.