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martes, 30 de marzo de 2021

Sobre Alejandro Magno

Iron Maiden, el legendario grupo británico de heavy metal, cuyo nombre, la Doncella de Hierro, evoca una terrible máquina de tortura medieval, dedicó una canción a la figura de Alejandro Magno en su álbum Somewhere in Time, publicado en 1986.



La letra refleja bastante bien algunas de las facetas más importantes que la historiografía le ha atribuido a la figura de este personaje: la conquista de Asia Menor, la difusión del helenismo, la fundación de Alejandría en Egipto, ciudad que todavía lleva su nombre, y de tantas otras Alejandrías,  la anécdota del nudo gordiano... No se entiende sin embargo muy bien la afirmación que hace la canción de He paved the way for Christianity ("¿allanó el camino a la Cristiandad?"). Se pueden afirmar muchas cosas sobre Alejandro, pero esa, precisamente, y en sentido riguroso, no, a no ser que consideremos que la cruz se propagó por el mundo gracias a la espada. Alejandro es pagano, vivió y murió en el siglo IV antes de Cristo (366-323), y bajo ningún concepto puede considerarse un precursor del cristianismo.

La letra de la canción comienza con una cita de Plutarco, que pone en boca de Filipo de Macedonia, padre de Alejandro, cuando este cumplió 16 años: My son,  ask for thyself another Kingdom, for that which I leave is too small for thee: "Hijo mío, reclama para tí otro reino, porque este que te dejo es demasiado pequeño para ti".

He aquí un vídeo que subtitula la letra de la canción en castellano sobre imágenes de la fallida y espléndida película que Oliver Stone consagró a la figura de Alejandro en el año 2004.

Frente al fenómeno de mitificación de la figura de Alejandro de la citada película y de la susodicha canción como difusor del helenismo a la que hemos asistido en la modernidad, se alza contra la opinión de estos papanatas el criterio de Séneca, el filósofo cordobés, quien en una carta a su amigo Lucilio, la epístola núm. 94, arremete contra la figura histórica del macedonio, que propagó la guerra por el mundo entero.

De Alejandro Magno escribe: La locura de devastar las tierras ajenas incitaba al desdichado Alejandro y lo impulsaba hacia lo desconocido. ¿Piensas acaso que está cuerdo quien comienza por realizar sus matanzas precisamente en Grecia, donde ha sido educado? ¿Quien arrebata a cada uno lo que le es más querido: a Esparta le impone la servidumbre y a Atenas el silencio? No satisfecho con la ruina de tantas ciudades que Filipo había vencido o comprado, abate a otras en otros países y propaga la guerra por el mundo entero sin que, agotada, se detenga su crueldad en parte alguna, al modo de las fieras salvajes que muerden más de lo que su hambre reclama.

Ya tiene reunidos muchos reinos en uno solo, ya los griegos y los persas temen al mismo déspota, ya sufren el yugo hasta los pueblos que eran libres del poder de Darío; con todo, va más allá del océano y del Oriente y se indigna de que la victoria lo aparte de las huellas de Hércules y de Baco; se dispone a violentar a la misma naturaleza. No es que quiera andar, es que no puede detenerse, como las pesas arrojadas al precipicio que no se detienen hasta yacer en el fondo.

El juicio que emite sobre Alejandro es implacable: estaba loco. Su ira devastadora comienza por Grecia. Alude Séneca, aunque no lo menciona expresamente, a la destrucción de Tebas en el 355 ante porque la ciudad se había rebelado ante el falso rumor de la muerte del macedonio, y menciona el castigo que le infligió a Esparta, dominándola por el terror, y a Atenas, a la que ofreció condiciones más favorables de rendición privándola de su parresía o libertad de expresión. No pudo, sin embargo, emular a Hércules y a Baco que, según la leyenda, habían llegado hasta la India, porque cuando arribó con sus huestes al Indo, sus soldados, fatigados, le obligaron a volver sobre sus pasos y a abandonar su loca carrera hacia adelante.

Concluye Séneca su reflexión sobre este personaje, después de cargar también contra los romanos Pompeyo, Julio César y Mario: Éstos, mientras lo trastornaban todo, eran trastornados ellos mismos a la manera de los torbellinos, que hacen dar vueltas a los objetos que han arrebatado, pero son ellos mismos los que dan vueltas primero y su acometida es tanto más violenta por cuanto no pueden controlarse en absoluto; de ahí que, habiendo ocasionado el mal a muchos, también ellos experimentan aquella fuerza destructora con la que han dañado a tantos. No hay que pensar que uno puede ser feliz a costa de la infelicidad ajena.