lunes, 31 de enero de 2022

El caso de Szilveszter Csollany

    El periódico británico The independent, fundado en 1986 y de ideología liberal y de centro izquierda, según lo cataloga la inevitable güiquipedia, publicó la siguiente noticia el 25 de enero del presente año: Medallista de oro olímpico antivacunas Szilveszter Csollany muere de covid a sus 51 años.

    Al parecer el gimnasta húngaro Szilveszter Csollany enfermó en diciembre, fue hospitalizado, lo entubaron y falleció el 24 de enero.

 

    Lo curioso de esta noticia es que, más allá del titular, en el tercer párrafo se dice que el seis veces medallista, a pesar de haber manifestado opiniones contrarias a la vacunación en sus redes sociales, había sido vacunado para poder continuar trabajando como entrenador de gimnasia en Austria. 

   Esta, pues, es una muestra más de periodismo terrorista, de cómo se tergiversa una noticia. De la lectura del titular se desprendía que si Szilveszter Csollany, al que se calificaba de anti-vax antivacunas, había muerto de Covid, era porque, siendo consecuente con su postura, no se habría vacunado, habría contraído la enfermedad y no la habría superado.

    ¿Cómo es posible que un deportista olímpico de 51 años  muriera de Covid, pese a estar vacunado? Como eso hay que explicarlo, se dice que “contrajo el virus poco después de recibir su vacuna y, por lo tanto, no había desarrollado suficientes niveles de anticuerpos” , lo que no está respaldado por ninguna opinión científica ni fuente médica.

 

    Lo peor de esta noticia no es el titular deliberadamente engañoso ni la falta deontológica de ética periodística, sino algo más profundo: parece que el gimnasta húngaro a pesar de estar vacunado merecía morir, porque había albergado y expresado sus dudas y porque se había sometido a la inoculación sin fe en ella, obligado por las circunstancias, como si hubiera caído sobre él una maldición divina. 

     Esto me recuerda al aviso aquel del agua supuestamente milagrosa del santuario de Lourdes que decía que la virtud del líquido elemento no residía en el agua misma, sino en la fe del que la bebía.

    Uno puede estar vacunado, pero como ha expresado dudas anteriormente sobre la seguridad y efectividad de los sueros que ha recibido, el mantra cacareado hasta la sociedad en todos los platós televisivos, no le harán ningún efecto, no le inmunizarán. Es más, como castigo divino, le inocularán el virus mortal. Las creencias -la fe en definitiva- es más importante que lo que haya hecho o dejado uno de hacer.   De todo ello se deduce que estar vacunado pero no creer en la vacuna es tan malo como haber rechazado físicamente la vacuna, o incluso peor.

 


    El pobre Szilveszter Csollany recibió el suero y murió de todos modos, quizá porque su fe no era lo suficientemente fuerte, porque en su fuero interno seguía siendo un 'antivaxxer', porque no se te juzga por lo que has hecho o dejado de hacer, sino por lo que has dicho, por las dudas que has sembrado en el fervor científico y religioso de la gente. 

   El caso del gimnasta húngaro me recuerda al lobo del bellísimo cuento de R. Sánchez Ferlosio titulado "El reincidente", incluido en su libro El Geco, Cuentos y fragmentos (2004). Cuando el lobo siente cercana su hora, y se acerca a las puertas del Cielo es rechazado porque ha sido un asesino que ha matado muchos corderos para comer. Deja de matar, y vuelve a intentarlo por segunda vez. Esta vez es rechazado por ladrón que ha robado mendrugos de pan para alimentarse. Cuando vuelve a intentarlo por tercera vez, el querubín de guardia vuelve a rechazarlo espetándole: "Bien lo sabías o lo adivinabas la primera vez; mejor lo supiste y hasta corroboraste la segunda; ¡y a despecho de todo te has empeñado en volver una tercera! ¡Sea, pues! ¡Tú lo has querido! Ahora te irás como las otras veces, pero esta vez no volverás jamás. Ya no es por asesino. Tampoco es por ladrón. Ahora es por lobo". 

    Da igual que el gimnasta estuviera vacunado, que lo estaba, o no lo estuviera, era un antivacunas, había sido visto varias veces sin la mascarilla reglamentaria, compartía imágenes y contenido en sus redes sociales donde propagaba diferentes teorías conspirativas sobre la inoculación. No podía, por lo tanto, seguir llamando a las puertas del Cielo, reservado solo a los justos y obedientes. Merecía la peor y más horrible de las muertes.

domingo, 30 de enero de 2022

El simbolismo de la urna

    La palabra urna, que es latina urna –ae, está presente en la mayoría de las lengua europeas y no sólo en las romances derivadas de la del Lacio (francés urne; italiano, portugués, catalán, gallego, castellano urna; rumano urnă), sino también en inglés urn, alemán Urne, o ruso, en alfabeto cirílico,  урна, pronunciada igual que en español.


 

    La voz está documentada por escrito en nuestra lengua desde el siglo XVI. La raíz latina sería *urc-na, presente también en urceus y orca. Suele relacionarse con el griego ὕρχη (hýrchee, que era propiamente un recipiente de tierra para la salazón del pescado).  La urna era una vasija o un cubo para sacar agua de un pozo, que servía además como medida de capacidad, y estaba dotada de unas pequeñas asas (ansulae) para cargarla según la costumbre a hombros o sobre la cabeza.

    El urceus, por su parte,  era un botijo o una jarra generalmente de barro con un asa (ansa) que se empleaba para diversos usos aunque principalmente para servir el agua. De esta palabra nos viene orzo, ya en desuso en castellano, y orza, que sigue empleándose y es según la Real Academia una “vasija vidriada de barro, alta y sin asas, que sirve por lo común para guardar conservas”. 


 


    Derivado de urceus encontramos en Petronio el curioso adverbio urceatim “a cántaros” en una no menos curiosa expresión en el Satiricón 44, 18: Iouem aquam exorabant, itaque statim urceatim pluebat: Rogaban el agua a Júpiter y al punto llovía a cántaros. Hay pues equivalencia entre nuestra expresión “llover a cántaros” o jarrear y el “urceatim pluere” petroniano, cosa que no siempre sucede entre las lenguas, donde no suelen corresponderse estas expresiones o modi di dire. Los ingleses, por ejemplo, dicen cuando llueve intensamente: it is raining dogs and cats, que significa literalmente “llueven perros y gatos”, pero que,  entrando dentro de la categoría de frases y expresiones hechas, no debe traducirse nunca al pie de la letra sino que hay que buscar en la lengua a la que va a trasladarse una expresión equivalente, como esta nuestra de llueve "a cántaros" u otra por el estilo.

    Pero la urna también servía para depositar votos o para echar suertes y averiguar así el destino. Y no nos olvidemos de la urna cineraria, que es la que guarda las cenizas de los cadáveres previamente incinerados. La urna, sea electoral o funeraria, es un receptáculo que recoge las últimas voluntades del elector o las cenizas del difunto, por lo que conlleva ante todo un innegable simbolismo fúnebre y mortuorio. En ella yacen los sueños, las esperanzas y los deseos de nuestra vida, las cenizas, como si dijéramos, del niño muerto que hemos sido y las de todos los cadáveres de nuestros antepasados. La urna también nos recuerda a la hucha infantil, la alcancía donde se atesoraban los ahorros, ese dinero que se destina a adquirir en el futuro algo que se desea ahora, para lo que será preciso romperla para extraer las monedas atesoradas.

    La urna dentro del campo del simbolismo occidental es según J. E. Cirlot en su Diccionario de símbolos (Ediciones siruela, Madrid, 1998) un “símbolo de contención que, como todos los de este tipo, corresponde al mundo de objetos femenino. La urna de oro o plata, asociada a un lirio blanco, es el emblema favorito de la Virgen en la iconografía religiosa”.

    Desde un punto de vista machista, la urna electoral con su ranura es un símbolo sexual que representa la vulva femenina, donde los votos que se introducen en su útero serían símbolos fálicos.  

¿Dónde van los votos de las elecciones a ir tras el escrutinio?

    Hace unos años, precisamente,  sacaron un anuncio televisivo para las elecciones al parlamento catalán del 2003,  que presenta esta imaginería sexual y que no tiene desperdicio. Animaba a los jóvenes a votar porque, decían, era un placer similar al sexual que tenían la suerte de poder disfrutar una vez alcanzada la mayoría de edad: Votar és un plaer que tenim la sort de gaudir. El spot no tiene desperdicio: una chica, recién cumplida la mayoría accede por primera vez a las urnas... Es curioso que sea una chica y no un chico, lo que parece un guiño feminista dentro de una simbología claramente machista. Visiblemente nerviosa, llega al colegio electoral, coge una papeleta (da igual para el caso de qué partido político era), la mete en el sobre, se desmelena, se identifica presentando el DNI,  la introduce en la urna, metiendo y sacando varias veces su voto hasta depositarlo definitivamente en su interior,  y, acto seguido, acabado el meteysaca, experimenta un orgasmo poco discreto y más bien escandaloso ante el estupor de la mesa electoral, que no da crédito a lo que ven sus ojos. 
 
  
  Se vendían así las elecciones democráticas, o el derecho a decidir, como dicen ahora, como si uno supiera verdaderamente lo que quiere y lo que decide. Y se vendían como una metáfora del orgasmo, cuando este suele ser por otra parte bastante ajeno a nuestra voluntad, animando a los jóvenes a votar per ser lliures, como si la libertad consistiera en elegir una u otra papeleta llena de nombres propios, participando en la orgía democrática de los comicios.  En ningún caso representa la urna electoral la voluntad popular, porque la voluntad del pueblo no es delegable y no consiste en elegir a un individuo para que gobierne en nombre de los demás arrogándose su representación, sino que por el contrario, desea que nadie represente a nadie, que nadie sea más que nadie, y, en definitivia, que no gobierne nadie.

sábado, 29 de enero de 2022

Cultura negacionista

    Leyendo el artículo La Polla Records: antisistemas del ayer, antivacunas del hoy publicado el 28 de enero de 2022 en un diario digital, me llama la atención el uso que hace el periodista de la expresión 'cultura negacionista', que no entiendo muy bien y que me intriga. Entiendo que se opone a cultura 'afirmacionista', que sería su contrario. Aplicarle el sufijo -ismo tanto a la palabra 'negación' como a 'afirmación' me hace pensar que nos encontramos ante una ideología que se afana en negar o afirmar la realidad de alguna cosa. Y es esa cosa precisamente que unos niegan y que otros afirman la que me gustaría desvelar.

    El artículo, escrito por un tal José Antonio Luna, da cuenta del estreno de un documental titulado No somos nada, que repasa los 40 años de trayectoria  del grupo musical La Polla Records liderado por Evaristo Páramos, alias El Drogas, que dijo adiós a los escenarios con una su gira de despedida que terminó el 30 de diciembre en Madrid. 

    Según el periodista, La Polla Records “en los últimos meses ha sido noticia por dar voz a la cultura negacionista” (sic). Y trata de justificar su aserto con la siguiente argumentación: “La Polla ha sido bandera del inconformismo con el sistema, de luchar contra el orden establecido. Una idea que, en los últimos meses, parece haber encontrado el enemigo equivocado: las vacunas contra el coronavirus.”

  

    Según el citado periodista “las vacunas contra el coronavirus” no forman parte del orden establecido y del sistema por lo que son un “enemigo equivocado”, que no debería ser objeto de las pullas de Evaristo Páramos y su grupo, que siempre se han destacado por su inconformismo. Páramos abrió el concierto exhibiendo una gran pancarta con el logo de la OMS tachado para, posteriormente, dejar paso al colectivo Bizitza que subió al escenario y leyó un manifiesto en contra del "pasaporte de la vergüenza", o sea el salvoconducto exigido en el País Vasco que certifica que uno está vacunado y supuestamente inmunizado con sustancias experimentales autorizadas por razón de 'emergencia' pero no aprobadas todavía.

    Las canciones características de este grupo según el periodista están 'marcadas por la crítica al fascismo y al capitalismo'. Ilustra su afirmación reproduciendo unos versos de una de ellas titulada Cara al culo, que es una parodia de Cara al sol, el viejo himno falangista: "Todos los fascistas viven (Cara al culo), por eso no ven más allá de su nariz". Le parece, sin duda a José Antonio Luna políticamente correcto criticar el fascismo y declararse, por lo tanto antifascista, siempre que el enemigo sea el fascismo histórico en el sentido estricto de la palabra pero no el fascismo democrático realmente existente en el sentido amplio y generoso del término. Dicho con otras palabras, se puede criticar la dictadura de Franco, porque ya no existe, pero no la dictadura sanitaria y mediática existente que ahora padecemos porque 'es por nuestro bien' y el que no lo vea es un negacionista fascista y de extrema derecha.

       

     El inconformismo con el sistema está bien, da a entender el periodista, siempre que no sea con el sistema político democrático vigente y con el sistema sanitario que padecemos. Por eso le parece que criticar a la organización terrorista que es la OMS y la vacunación contra el virus coronado que promueve es atacar a un 'enemigo equivocado', afirmación que no razona, pero resulta que ese enemigo, según él erróneo, es el enemigo real que tenemos hoy en día delante de nuestras propias narices, el único que hay. El que él esgrime es un fantasma del pasado. Afirmarlo o negarlo, e incurrir por lo tanto en una 'cultura' afirmacionista o negacionista, depende ya de la actitud conformista o inconformista de cada uno.

    Le parecerá sin duda mejor al periodista y a muchos como él luchar contra los fantoches del siglo XX que contra las realidades del presente. La crítica del capitalismo tampoco le parece mal, siempre y cuando no se toque el espinoso tema del enriquecimiento desmedido de la industria farmacéutica a costa de las arcas de los Estados y los impuestos de los contribuyentes. Supongo, aunque no lo diga, tampoco le parecerá mal la crítica a la Iglesia católica, pero la nueva religión que es la Ciencia dogmática esa es intocable e infalible.

    Páramos se une así, escribe el periodista, a la postura mantenida por otros artistas, como los músicos Miguel Bosé y Enrique Bunbury o la fotógrafa Ouka Leele. Todos ellos han abrazado una 'cultura negacionista' que no es precisamente actual, sino que, cito literalmente, se remonta a la divulgación del esoterismo y las religiones new age surgidas como respuesta a la decadencia de los dioses tradicionales. 

      

      Ya vemos en qué consiste la cultura negacionista que aunque parezca una modernez no lo es. Lo que no veo yo es la relación lógica entre criticar a la Organización Mundial de la Salud, leer un manifiesto contra las vacunas experimentales autorizadas contra el virus coronado y criticar el pasaporte sanitario que acreditaba que uno estaba 'inmunizado' y sin embargo podía contagiar a sus semejantes porque al parecer las vacunas no servían para lo que decían porque además de no ser necesarias, eran ineficaces y evidentemente muy poco seguras, por no decir muy peligrosas.

    Pero aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid cita José Antonio Luna para ilustrar sus convencionales puntos de vista al escritor mexicano Mauricio-José Schwarz: "Detrás de este tipo de actitudes y posiciones está la idea central de que la ciencia y sus conocimientos no son de fiar. Que los resultados obtenidos mediante el uso del método científico son, en realidad, producto de la ideología dominante o del capricho de hombres y mujeres que, en laboratorios secretos, actúan como siervos del poder para atender las necesidades y deseos de los malvados que controlan el mundo dentro de una vasta y siniestra conspiración". La cita, cuyo broche de oro es la palabra 'conspiración' adjetivada como 'vasta y siniestra',  está tomada de un libro prepandémico publicado en 2017, por lo que no parece muy adecuada para explicar la 'cultura negacionista' de los citados artistas.

viernes, 28 de enero de 2022

Saturno devorando a sus hijos

    Leo en las hojas parroquiales electrónicas de mi comunidad autónoma, o sea en la prensa de campanario, que los directores de los IES, o sea I(n)stitutos de Educación Secundaria de Cantabria, piden ayuda a la Consejería de Educación de dicha taifa (cito literalmente) “ante el incremento de los trastornos de la salud mental del alumnado como consecuencia de la situación 'muy convulsa' que sufre la sociedad desde hace dos años por los 'estragos' del Covid-19”. 
 
    Reclaman que se dote a los centros de la figura del psicólogo escolar y que se aumente la dotación del servicio de Orientación (vuelvo a citar de la hoja parroquial) "para dar la mejor respuesta posible a esta problemática latente y mejorar la atención psicológica en nuestros centros educativos". 
 
Saturno devorando a su hijo, Goya (1819-1823)
 
      No voy a entrar yo en la necesidad o no de dichos psicagogos y orientadores desorientados la mayoría de las veces que reivindican los directores de los i(n)stitutos, que también deberían atender al profesorado y a los propios equipos directivos. Me llaman más la atención las justificaciones que esgrimen para reclamarlos, como si el problema no fuera en gran medida con ellos, y no me refiero solo a los equipos directivos de los centros, sino a los profesores y padres, a los adultos en general. 
 
    Afirman los directores claramente que los trastornos mentales que sufren los adolescentes se deben a la situación muy convulsa provocada por los estragos del Covid-19. No son los estragos de la enfermedad del virus coronado, me parece a mí, los que han provocado la convulsión de la sociedad, sino las medidas restrictivas y draconianas que se han aplicado y se siguen implementando desde mediados de marzo del 2020 secundadas unánimemente por los medios de información, empeñados en la tarea de desinformar y de hacer que cunda el pánico en la gente. Una de ellas, a título de mero ejemplo:  la aconsejada utilización de los barbijos FPP2, los más caros en el mercado y los más seguros, según los expertos de los platós televisivos, porque no dejan entrar ni salir a los virus. Claro que tampoco dejan entrar ni salir el aire por lo que se hace difícil, si no imposible, respirar. 
 
Saturno devorando a su hijo, Daniele Crespi (1619)
 
     Son los protocolos sanitarios en los hospitales y los protocolos escolares dictados por las autoridades sanitarias y educativas respectivamente los responsables de los trastornos de los adolescentes, a los que comenzaron encerrando en sus casas -confinando, decían entonces con un eufemismo deleznable para referirse a lo que no era sino un arresto domiciliario, España se convertía en un enorme centro penitenciario-, obligando a llevar mascarillas en las aulas y a mantener ridículas distancias de 'seguridad', tomándoles la temperatura compulsivamente todos los días y haciéndoles creer que estaban enfermos porque podían estarlo o porque lo decía una prueba fraudulenta que no tiene ningún valor diagnóstico pero que se ha utilizado para diagnosticar la 'enfermedad' asintomática, cerrando aulas y aislando y poniendo en cuarentena a los 'positivos' como si fueran apestados, inculcándoles desde el primer momento que podían matar sin querer a sus abuelos y progenitores, y finalmente que tenían que inocularse una sustancia experimental, ellos que no tenían prácticamente ningún riesgo de contraer ni de trasmitir la dichosa enfermedad. 
 
Saturno devorando a uno de sus hijos, Rubens (1636)
 
     Parece que el sistema de enseñanza, o educativo, como prefiere autodenominarse él, ha decidido no querer saber lo que está pasando. ¿Cómo no van a estar trastornados los jóvenes y adolescentes, si lo estamos todos, inducidos como hemos sido a una psicosis colectiva delirante y paranoica? ¿Quién está en los cabales de su sano juicio? Pero es especialmente triste que ellos, los adolescentes, y los niños, cuyas sonrisas se han visto congeladas bajo las ridículas mascarillas, estén viviendo bajo una dictadura mediática y sanitaria que les ha inculcado que los besos y los abrazos son conductas de alto riesgo que tenemos que evitar si no queremos contagiarnos y matar a los mayores. 
 
    Somos precisamente los mayores los que hemos sacrificado la infancia y la adolescencia. Nunca antes se había visto una cosa igual, que una generación inmole a los más jóvenes haciéndoles literalmente la vida imposible para asegurar su supervivencia. Miento, se había visto, sí, en la mitología: Saturno, entiéndase Crono,  el titán, que ante el temor no sólo de ser destronado sino de sucumbir a manos de uno de sus hijos, un temor que le había sido inculcado por Urano y Gea, el Cielo y la Tierra respectivamente en la lengua de Homero, depositarios de la sabiduría, que era la ciencia de aquel momento, y del conocimiento del porvenir, los iba devorando a medida que nacían.  Ayudó a su madre a vengarse de su padre Urano, que abusaba constantemente de ella, utilizando la hoz que ella le dio para cercenarle los testículos que arrojó al mar, de donde nacería según una versión Afrodita. Crono ocupó su lugar en el cielo y se hizo dueño del universo, casándose con su hermana la titánide Rea. Los romanos lo identificaron a él con Saturno y a ella con Cibeles. 

       Numerosos pintores, a lo largo de la histoira del arte, han representado la escena de antropofagia en la que Crono devora literalmente a cada uno de sus hijos.  Por ejemplo, y dentro del Museo de El Prado, sin ir más lejos, tenemos los impresionantes lienzos de Goya y el de Rubens, más antiguo.
 
 

    En la época imperial, con la romanización del norte de África, Saturno se identificó con el gran dios cartaginés Ba'al Hammon, al que los cartagineses ofrecían sacrificios humanos de niños, precisamente, recién nacidos. Las nuevas generaciones eran sacrificadas en aras de la supervivencia de sus mayores.
 
     Saturno, pues, ha engullido a todos sus vástagos, antes de que alguno de ellos le arrebate el trono y la vida, contagiándole el virus letal que no ha visto nadie todavía pero que como Dios existe, y cómo y cuánto existe... todavía.

jueves, 27 de enero de 2022

Tambores de guerra

    La casta dominante cambia de narrativa oficial y nos ofrece ahora el relato de una guerra inminente en la Europa del este, entre la madre Rusia y Ucrania, para salir huyendo de la crisis sanitaria y mediática coronaviral. El viejo truco del rabo del perro de Alcibíades, quien para distraer a la opinión pública ateniense decidió, como se sabe, cortarle el rabo a su perro suministrando así otro tema de conversación relativo a su persona, pero que distrajera de otros más turbios negocios con él relacionados. Cuando la situación interna de los países miembros del engendro de la Unión Europea está bloqueada, una buena crisis externa permite colaborar en la tarea de reducción de la población y fomentar el patriotismo y el ardor guerrero del que viven los traficantes de armas y los creadores de noticias.

    No es nada nuevo.  ¿No recuerdan los mayores la enorme mentira inventada por la CIA y la Casa Blanca para justificar la invasión de Iraq y el derrocamiento del sátrapa mesopotámico de la existencia de armas de destrucción masiva que amenazaban al estado de Israel, bendito de Jehová, y a toda Europa, conflicto -se popularizó entonces este eufemismo de 'guerra'- que enriqueció a los traficantes de armas estadounidenses y a los medios de comunicación ávidos de crear cortinas de humo?

     Los mismos europeos que se tragaron el cuento chino del virus de Wuhan, todo un montaje que permitió a los laboratorios farmacéuticos enriquecerse con el dinero de las arcas públicas de los contribuyentes del viejo continente y casi del entero mundo, se tragarán ahora el cuento de que el Zar es el peor dictador que ha existido y que la guerra es algo bueno, siempre y cuando no nos salpique mucho a nosotros, nos mantenga entretenidos e informados y no nos impida irnos de vacaciones para desconectar de vez en cuando. 



      Tras casi veinticuatro meses de agotamiento coronaviral, ¿qué mejor que una buena guerra lejos de nuestras fronteras para cambiar de relato y "a otra cosa, mariposa" como si aquí no hubiese pasado nada? Ya hacía tiempo que estaba claro que la farsa del virus coronado estaba llegando a su fin. Ya han conseguido vacunar a todo el mundo (sólo quedan unos pocos irreductibles) y la perspectiva de una tercera dosis -recuérdese a Paracelso sola dosis facit uenenum (Todo es veneno y nada es veneno, sólo la dosis hace el veneno)- siembra la duda incluso entre los más fanáticos fervientes defensores de la inoculación masiva de sustancias experimentales. Pero las industrias farmacéuticas pueden darse con un canto en los dientes satisfechas con la promesa de una inoculación renovada anualmente con el objeto de debilitar el sistema inmunitario so pretexto de fortalecerlo y contribuir así también a la reducción de la población del planeta superpoblado.

     Así que la élite occidental tiene que cambiar de coartada para seguir ganando dinero engañando a la opinión pública. Hay quien creía que la nueva superchería sería la "emergencia climática" para pasar de una dictadura a otra, pero, aunque hemos entrado en el invierno, este no ha producido realmente las catástrofes que darían crédito a la puesta en escena de dicho trampantojo. Así que hacía falta recurrir a algo más tradicional, algo tan viejo como la guerra de Troya,  que no suele fallar históricamente: una buena escaramua guerrera contra el zar ruso para distraernos, para volver a unirnos después de la crisis sanitaria que tanto ha separado a amigos y familias, como si todavía tuviéramos algo que compartir con estos sinvergüenzas que viven del erario público inventando enemigos imaginarios entre los que han figurado los chivos expiatorios que nos hemos negado a inocularnos.


    La casta dirigente de Occidente ha caído en el mundo zuckerbergiano del Metaverso, es decir, de la ilusión de un universo paralelo al mundo físico, virtual por supuesto, fomentado por los medios de creación de masas amodorradas, en el que cualquier persona que lo desee puede vivir y evadirse de la dura realidad. Ya le han puesto nombre y todo: lo llaman “Metaverso”, porque está más allá del universo conocido. Suena a ciencia-ficción, pero ya está moviendo dinero, es real. Ya se sabe, hay que seguir siempre la pista a la pasta: Las gafas de realidad aumentada y mixta, esas orejeras digitales, están a punto de ofrecernos la misma experiencia que nuestros ojos y oídos, y darnos el cambiazo de las cosas por sus ideas. 

    Parece que la tecnología quiere liberarnos de este mundo permitiéndonos fabricar otro u otros a nuestro antojo. Claro que así también tragamos más y mejor esta “nueva normalidad” en la que nos han metido, huyendo al dichoso Metaverso ese para evadirnos, donde,  más allá del arco iris, en la nube que diríamos, el cielo es azul, y los sueños que nos atrevemos a soñar, que son los que nos mandan, se cumplen como en la empalagosa canción Somewhere over the rainbow. Lo que parece que está cada vez más claro es que si hace unos años internet servía para desconectar de la realidad y evadirnos un rato de ella,  ahora va a ser nuestra prosaica realidad la que nos pueda servir para desconectar de la cada vez más todopoderosa Red de redes. 

 

    Permanezcan atentos a sus pantallas. China y Rusia están preparadas para la guerra, mientras nosotros nos preparamos para el espectáculo de la guerra. ¿Despertará alguna vez la opinión pública europea, convenientemente vacunada y anestesiada por los medios de masas, y comprenderá hasta qué punto le han mentido sus dirigentes del signo político que fueran -lo mismo da que da lo mismo- y hasta qué punto ha sido engañada otra vez?

miércoles, 26 de enero de 2022

Morir por las Ideas

    ¿Hay alguna idea por la que merezca la pena matar o morir, o simplemente vivir? No pocos jóvenes se hacen esta pregunta. ¿Hay algo por lo que merezca la pena sacrificarse en esta vida? Yo, que ya no soy joven, creo, sinceramente, que no. Si soy sabio, que no lo soy, y tengo alguans briznas de sabiduría no será por mis años, que no son pocos, sino por mis desengaños, que son muchos.

    Preguntémonos en primer lugar: ¿Quién ha inventado esas ideas o ideales por los que supuestamente merece la pena morir o vivir, que para el caso viene a ser lo mismo? Los inventores de ideas e ideales suelen ser pederastas muy longevos, filósofos de luengas barbas blancas fundadores de sectas religiosas, que se rodean de jovenzuelos incautos a los que incitan a matar y a morir, pero ellos no suelen matar, no vaya a ser que los metan en la cárcel, ni morir por ideas tampoco, desde luego.

    Decía Gandhi que por las ideas no se debía matar nunca, en todo caso se debía morir por ellas. Pero los verdaderos idealistas no suelen sacrificarse, sino incitar a los demás al sacrificio. Ellos alimentan las ideas vivas para que otros hagan el trabajo sucio de matar y morir por ellas.

  

    Están también, además de las ideas, las religiones: el cristianismo, por ejemplo. Cierto que ya lleva dos mil años de rodadura por el mundo, pero si ha durado tanto no es porque sus fieles hayan dado la vida por él en santo martirio, ya que si lo hubieran hecho no habría cristianos ni Cristo que lo fundó a estas alturas, sino porque han matado por él organizando cruzadas y guerras santas en nombre de la sacrosanta Cruz. Lo mismo vale para el islam.

    Si vemos al enemigo no como alguien a quien se puede matar, sino como alguien con quien se puede vivir, convivir,  no habría guerras. Recordemos que la palabra “enemigo” procede del latín “inimicus”, que quería decir “in-” no y “-amicus” amigo, o sea que enemigo es el que no es amigo. Y recordemos también que “amigo” viene de “amor”. Pues eso, no habría guerras en el mundo, como decíamos, ni siquiera guerras santas, perdón, guerras justas o intervenciones humanitarias, como dicen ahora con moderno eufemismo para disimualr la sangre del campo de Marte. No las habría si no tenemos enemigos. Si no tuviéramos enemigos, haríamos el amor y no la guerra.

 

    Sirva este lugar de modesto homenaje a Georges Brassens, el François Villon de la canción francesa, trovador genial donde los haya habido, que cantaba aquello de ¿morir por las ideas para dar sentido a nuestra existencia? Sí, pero poco a poco, sin prisa, con una muerte lenta que dure... toda la vida. 

    En esta canción se lanza Brassens contra lo que es la forma de dominación más abstracta, y a la vez, por eso mismo, la más mortífera, que tiene el Poder, que es la Idea adoptada como idea personal, que se identifica con la muerte, como sucede en la vida cotidiana, donde se reduce la vida a la idea de la vida, o sea a muerte, dado que la idea es la muerte de la cosa.

    Ofrezco la versión para cantar que hizo Agustín García Calvo de la canción de Brassens:

¡Morir por una idea!: idea interesante; / por no tenerla, yo por poco fallecí: / pues los que la tenían, mayoría aplastante, / aullando "¡Muera, muera!" se echaron sobre mí. / En fin, me han convencido; mi Musa desatenta / reniega de su error, y vota su moción; / con una leve enmienda a la formulación: / por la idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta.

Visto que nada va a perderse con la espera, / vamos al otro barrio sin prisa por llegar; / pues, si aprieta uno el paso, puede ocurrir que muera / por ideas que ya han mandado retirar. / Pues bien, si hay algo amargo y triste, es darse cuenta, / al rendir uno a Dios el alma, de que no / cogió la buena idea, de que se equivocó. / Por la Idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta.


 Los que con más ardor predican el espicho / casi siempre acá abajo se suelen demorar: / "Morir por una idea" es (nunca mejor dicho) / la razón de su vida, y la han de aprovechar. / Los hay que, con el noble ideal que los alienta, / si se descuidan, viven más que Matusalén; / deduzco que se dicen aparte ellos también / "Por la Idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta".

De ideas que den pie para estirar la pata / sectas de mil colores ofrecen arsenal; / así que si pregunta la víctima novata / "Morir por una idea, muy bien, pero ¿por cuál?"; / y, como se parecen una y otra y cuarenta, / al verlas con sus mil pendones avanzar / el listo en torno al hoyo da vueltas sin parar. / Por la Idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta. 

Y al menos, si bastara un par de escabechinas / para que todo al fin cambiara y fuera bien, / después de tantos siglos de ilustres sarracinas / tendríamos acá que estar ya en el Edén; / mas la Edad de Oro siempre mañana se presenta: / el Dios del Ideal jamás calma su sed; / y es siempre muerte y muerte, muerte una y otra vez. / Por la Idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta.

Ustedes, los que animan a pasar por el tajo, / mueran delante; el paso les cedemos, y ya; / pero dejen vivir a los otros, ¡carajo!: / la vida es todo el lujo que en vida se les da. / Porque, al fin, la Pelona nunca pierde la cuenta: / no hace falta que nadie le ayude en su misión. / ¡Basta de fantochadas al pie del paredón! / Por la Idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta.

       

Antonio Selfa canta la versión que hizo Agustín García Calvo de la canción de Brassens en el minuto 21,49. 

martes, 25 de enero de 2022

¿Quién cree en el periodismo?

    En el santoral laico ayer, 24 de enero, se celebró la efeméride del día del periodista. La AMI (Asociación de Medios de Información) publicó la siguiente publicidad, valga la redundancia, para propaganda bajo el título de “Gracias por mantenernos bien informados” y con el hashtag de índole religiosa #CreemosEnElPeriodismo, que presenta el Periodismo, con mayúscula honorífica, como un artículo de fe en el que al parecer la gente, escéptica por naturaleza, cree a pie juntillas. 

    Así dice el comunicado publicitario de la susodicha Asociación de medios de masificación, o sea de conversión de la gente en masas amorfas: “En los dos últimos años, nuestros periodistas han cumplido con su compromiso con la sociedad con seriedad y entrega, contrastando las informaciones y evitando excesos en momentos de extraordinaria incertidumbre. Gracias por vuestro trabajo.”


     La alusión a los dos últimos años es, obviamente, una referencia a la pandemia. Afirmar que los periodistas han cumplido con su compromiso con la sociedad con seriedad y entrega no es decir nada, si no se especifica en qué consiste ese compromiso al que con tanta seriedad se han volcado. La excelente labor de los periodistas durante la pandemia, salvo muy honrosas excepciones prácticamente inexistentes, ha sido la creación y sostenimiento de dicha pandemia. No han contrastado las informaciones, no han practicado un periodismo independiente y crítico, y no han evitado los excesos, sino todo lo contrario, los han provocado "en unos momentos de extraordinaria incertidumbre", que ellos mismos han propiciado, generando lo que se ha dado en llamar 'terrorismo informativo', hasta el punto de que puede corearse sin ninguna hipérbole el mote 'vosotros, periodistas, sois los terroristas'.
 
La 'excelente labor de los periodistas durante la pandemia', según El Roto.
 

    No hay que agradecer un trabajo que sólo ha servido para consolidar el terrorismo de la crisis sanitaria que impusieron al mundo la Organización Mundial de la Salud, por señalar en primera instancia al principal responsable, y demás organismos internacionales que están en la mente de todo el mundo, secundados rápidamente por la mayoría de los gobiernos tanto de derechas como de izquierdas que entraron en pánico.

    No hay que agradecerles nada a los periodistas: salvo que, horros de sentido crítico y de profesionalidad, han practicado a mansalva el terrorismo informativo convirtiéndose en la voz sumisa y obediente de su Amo. 

    En El periodismo como sostén de la realidad escribíamos:   Facta non uerba (hechos, no palabras) dice el proverbio clásico, pero no hay facta sin uerba, no hay actualidad sin un periodismo que la sostenga. La actualidad no deja de ser una de las hipóstasis de la eternidad, al igual que los bancos son la hipóstasis del capitalismo. Y el hecho de que los hechos, valga la redundancia, necesiten palabras muestra de alguna manera su vulnerabilidad e inconsistencia, y revela que quizá no estén tan hechos como parecen a simple vista. 

    No, no vamos a salir a las ventanas y balcones a aplaudirles a las ocho de la tarde en reconocimiento de su labor profesional como gratitud. No tenemos nada que agradecerles. Y sí mucho, muchísimo, que reprocharles: todo.

lunes, 24 de enero de 2022

Más telegramas

El gobierno, de vacaciones. ¿Cómo vamos a estar dos semanas desgobernados?  Va a ser el caos. Dice un alma cándida, pero ¿hay acaso más caos que el gobierno?

A punto de finalizar la exitosa serie El cuento chino del virus de Wuhan, se estrena el lunes la prometedora El zar invade Ucrania levantando gran expectación.

 

Medidas sanitarias en caso de guerra: mascarilla, distancia física, gel hidroalcohólico, desinfección de granadas y salvoconducto de acceso al campo de batalla.


 
Crean un conflicto internacional para llenar los telediarios y para, al mismo tiempo, vaciarlos de paso de la cansina narrativa terrorista del virus asesino. 

 

 Sustituyen, como si no hubiera pasado nada durante los dos años que pronto van a cumplirse un trampantojo por otro, el fantasma de una guerra por el de otra.
 
Si la enfermedad es un error y el paciente un síntoma del error, la medicina se convierte en el arte de erradicar la enfermedad y por lo tanto a los pacientes.
 
 
 
Mientras que la medicina pretende curar al enfermo, la política sanitaria, mucho más soberbia, codicia exterminar las enfermedades exterminando a los enfermos.

 
 Según las palabras de algunos altos funcionarios, ministros y autoridades sanitarias: Usted es culpable de su mala salud. Usted es responsable de su situación. 
 
 
 El sano está, según la secta sanitaria, potencialmente enfermo y debe recibir para entrar en el reino de los cielos el bautismo vacunal de la nueva religión.  

Durante el año 2020 de la era cristiana se propagó que los que gozaban de buensa salud eran enfermos asintomáticos, una amenaza letal para la vida de los otros.


  Pretender dedicarse a salvar abstracciones fetichistas como el planeta o la vida es la nueva religión que exige que nos sacrifiquemos por mor de esos ideales.

Doctores tiene la Iglesia, o sea la comunidad científica, que en lugar de encomendarnos a la razón y la sabia duda, nos instilan una fe ciega en sus creencias.

 

 
La viróloga oficial del reino de las Españas dice que los que se han tridosificado se han adelantado a la mutación vírica poniendo la tirita antes de la herida. 
 
 El sistema penitenciario crea delincuentes; el sistema sanitario, enfermos, y, dentro de él, el manicomio, locos; todo a la mayor gloria del poder establecido.

domingo, 23 de enero de 2022

Gasajémonos de hucia

    He aquí un villancico, en el primitivo sentido de la palabra, de Juan del Encina (1469-1529) que me he permitido “traducir” y poner en castellano actual, dado que contiene algunas palabras que han caído ya en desuso como gasajarse, gasajoso y gasajo, huzia ó hucia, descruciar, cordojo, aburrir (con el sentido de aborrecer) y pensoso.

    Las tres primeras las conservamos con a-: agasajarse, agasajoso, agasajo; proceden del germánico gasalho, compañero, que en alemán moderno da origen a  gesellen y Gesellschaft, 'acompañar' y 'sociedad', respectivamente; descruciar viene del latín ex-cruciare “atormentar con el suplicio de la cruz”, al que se le ha antepuesto el prefijo privativo de(s)-, por lo que pasa a significar todo lo contrario: "liberarse de los tormentos"; cordojo es un compuesto de cor dolio, es decir, dolor del corazón, y pensoso viene de pensum "peso de la lana que la mujer tenía que hilar en un día", de donde pasa a tener un significado más general de "tarea, trabajo, obligación".

    Y sobre hucia, hay que decir que procede de fiducia, que en latín significaba ‘confianza’. Por la vía culta la adoptó el castellano sin modificaciones y así fiducia figura todavía en el vigente DRAE, aunque con la apostilla de “anticuada”; más vivo, sin embargo, está hoy su adjetivo derivado fiduciario, término  relacionado con los mundos del derecho y las finanzas. Por la vía vernácula normal, fiducia experimentó sucesivas alteraciones fiducia> fiuzia> fuzia> hucia, hasta llegar al término que utiliza Juan del Encina y que todavía recogía el  Diccionario del ’92 definiéndolo como ‘fianza, aval, confianza’, si bien tildándolo de “anticuado”.

    Cuando el español forma verbos a partir de sustantivos, suele aumentar la raíz de éstos con una a- inicial; así se obtiene de crédito,  acreditar. Siguiendo este procedimiento, de hucia se creó ahuciar, con la hache intercalada, que significa  "esperanzar o dar confianza, y también crédito". Confío en que se vea bien aquí la relación existente entre la fianza (económica) y la vieja fe religiosa "que mueve montañas", de ahí que ahuciar no sólo signifique tener confianza en una persona, sino también darle crédito, en el sentido económico del término.  Para expresar lo contrario sólo hay que anteponer el prefijo privativo des- y ya tenemos des-ahuciar, a imagen y semejanza de des-acreditar, por ejemplo.

    Esa es la relación que podemos establecer entre la hucia de Juan del Encina y los modernos desahucios, que no dejan de ser desconfianzas o desacreditaciones que hacen que el dueño, que suele ser una entidad bancaria,  despida al arrendatario, poniéndolo "de patitas en la calle". (Hemos explicado, de paso, el origen de la hache intercalada; hay que tener en cuenta que la grafía *deshaucio (a imagen de deshacer, por ejemplo) es incorrecta, por lo que llevamos visto, ya que es engañosa).   



    En cuanto al contenido del villancico de don Juan del Encina, presenta el tema del carpe diem horaciano, tras el que late el espíritu epicúreo y hedonista de disfrutar de los placeres de la vida porque los problemas vienen ellos solos sin que vayamos a buscarlos: ¡Busquemos siempre el placer, / que el pesar / viene sin irlo a buscar!

Gasajémonos de huzia, / qu'el pesar / viénese sin le buscar.                     

Gasajemos esta vida,  /descruziemos del trabajo;   / quien pudiere haver gasajo, / del cordojo se despida. / ¡Dele, dele despedida, / qu'el pesar / viénese sin le buscar!                             

Busquemos los gasajados, / despidamos los enojos; / los que se dan a cordojos / muy presto son debrocados. / ¡Descuidemos los cuidados,  / qu'el pesar / viénese sin le buscar!                              

De los enojos huyamos  / con todos nuestros poderes;  / andemos tras los plazeres,   / los pesares aburramos.  / ¡Tras los plazeres corramos, /   qu'el pesar  /   viénese sin le buscar!                               

Hagamos siempre por ser   / alegres y gasajosos; / cuidados tristes, pensosos, / huyamos de los tener. / ¡Busquemos siempre el plazer,  / qu'el pesar  / viénese sin le buscar! 
  
 

                           Disfrutemos bien a gusto (con confianza, sin remilgos) / que el pesar  /   viene sin irlo a buscar.

                           Disfrutemos de esta vida, /  evitemos su trabajo; / el que tenga un agasajo / de congoja se despida. / ¡Déle, déle despedida, / que el pesar / Viene sin irlo a buscar! 

                  Busquemos el agasajo, / despidamos los enojos; /        los que se dan a congojos / pronto se vienen abajo. / ¡Descuidemos los cuidados, / que el pesar / viene sin irlo a buscar!

                         De los problemas huyamos / con todos nuestros poderes; / andemos tras los placeres, / pesares aborrezcamos. /      ¡Tras los placeres corramos, / que el pesar / viene sin irlo a buscar!  

                         Hagamos siempre por ser  / alegres y cariñosos; / cuidados tristes, penosos, / evitemos padecer. / ¡Busquemos siempre el placer, / que el pesar / viene sir irlo a buscar!


    El grupo estonio Hortus Musicus canta el villancico epicúreo de Juan del Encina a partir del minuto 30,20 del video. Pero el álbum todo no tiene desperdicio: se trata de música renacentista donde se celebra el re-nacimiento del mundo clásico pagano; la Edad Media ha quedado atrás con sus luces y sus sombras. No fuera malo, como suele decirse. Ya nos advirtió Umberto Eco años atrás, en 1972, de la irrupción de una Nueva Edad Media estableciendo paralelismos entre el viejo medievo y la edad contemporánea: héla aquí llegada, habitando entre nosotros. 


sábado, 22 de enero de 2022

Borges espurio y auténtico

 "Si pudiera vivir nuevamente mi vida,

declinaría, créanme, tal eventualidad,

harto de la fatiga de esta triste existencia

y de esta realidad falsa en sus apariencias,

harto de soportar la gravedad del mundo

como el gigante aquel que fascinaba al niño

que era yo y que hojeaba láminas de los libros

 de la mitología de griegos y romanos,

antes de que él supiera que iba a ser su destino

ser Atlante fatal, su fatídico sino,

valga la redundante torpeza literaria.

No hay instante que valga la pena de vivirlo

ni el hastío tedioso de volverlo a vivir.

Déjenme en paz librarme de esta guerra, la vida;

déjenme que me muera no más, si ya he vivido."


 
 
 

Yo soñé esta mañana que moría y sentía

una gran sensación de alivio. Desperté

del sueño, y desperté francamente feliz

no porque fuera un sueño, sino porque era libre.

Olvídense de Borges, olvídense de mí.

 

oOo

Circula por la Red un falso poema atribuido a Jorge Luis Borges que se llama Aprendiendo. Está tan mal escrito que no puede ser obra de Borges. Además, parece una mala traducción de la lengua del Imperio que, como se sabe, es el inglés norteamericano. En cuanto a los contenidos, son realmente tópicos, típicos lugares comunes de un manual de autoayuda escrito por algún psicólogo doctorado por cualquier supuestamente prestigiosa University de los United States donde a sus autores les han regalado el título por su participación en el equipo de rugby, y les han dado una beca para hacer un curso monográfico sobre pensamiento único y convencional.

Al pobre Borges, que estará removiéndose en su tumba contra tal falsificación, le habría hecho gracia la superchería plagiaria si hubiera tenido algo más de arte y un poco solo de ingenio. Por mi parte, se me ocurre contraatacar con este Desaprendiendo, igualmente falsario, que quizá sí podía haber escrito Borges. 



  
Desaprendiendo

Con el tiempo y con los libros de la Biblioteca Universal uno debería percatarse de la relatividad de las cosas todas de la vida, y de la sutil semejanza que hay entre el día y la noche, entre un éxito y un fracaso, entre el bien y el mal, entre el odio y el amor, entre la verdad y su falsificación.

Con el tiempo comprendes que la vida, esa vieja raposa de la fábula de Esopo, la peor maestra que podía tocarte en esta escuela, lejos de enseñarte algo, te convierte, si te dejas llevar por ella, en un sinvergüenza y un infame canalla.

Con el tiempo uno no aprende nada de nada, absolutamente nada, excepto la fatiga de desaprender lo mucho y lo mal que ha aprendido, desandando el camino andado.

Con el tiempo todo se va, la vida se va, los amigos se van, se van las palabras, se van los instantes, fugitivos como el río de Heraclito el Oscuro, y sólo queda el viejo déspota al que los griegos llamaron Cronos, ese dios omnipresente al que sería preciso desenmascarar.

Con el tiempo y en cualqueir lugar del mundo, aquí y ahora mismo en Buenos Aires, por ejemplo, se descubre al fin que el tiempo no cuenta ni vale para nada, ni siquiera para cicatrizar nuestras múltiples heridas.