viernes, 1 de diciembre de 2023
Pareceres (XXXIV)
jueves, 17 de agosto de 2023
Pareceres (XXVI)
126.- Inversión de la perspectiva. La mayoría de nosotros rechazamos el credo ajeno, y hacemos bien, porque vemos cómo condiciona a los demás y cómo nos condicionaría, si lo aceptamos, a nosotros. Pero deberíamos invertir la perspectiva, poniéndonos en lugar de los otros, para ver el condicionamiento de nuestras propias creencias e ideología, no para cambiar de credo, sino para desembarazarnos, nunca mejor dicho, de todas y cada una de las nuestras. Nuestras sagradas creencias deberíamos exponerlas, o sea, abandonarlas, deponerlas como armas mortales de destrucción masiva que resultan.
127.- Huella de carbono. Los gobiernos del mundo precisan emprender siempre una guerra civil -y todas las guerras lo son a su manera- porque la guerra es la esencia misma del Estado, necesaria como es para subyugar al pueblo. Después de la emprendida contra el terrorismo, en la que todos y cada uno de nosotros éramos sospechosos, se declaró la guerra contra el virus en la que todos éramos portadores del patógeno, contagiadores y contagiados. Una vez acabadas, por ahora, aquellas viejas guerras, emprenden ahora la guerra contra el CO2 o dióxido de carbono. Es una guerra, como las anteriores, que el Estado declara al pueblo, que se une bajo la férula de su gobierno para luchar contra el enemigo interior, contra sí mismo, es decir, para tirar piedras contra su propio tejado, contra nosotros mismos porque con cada bocanada de aire que exhalamos estamos vertiendo a la atmósfera CO2, o sea dióxido de carbono, o como se llamaba antes, anhídrido carbónico, que es el principal gas de efecto invernadero antropogénico. Vamos dejando en el transcurso de nuestra existencia, que no vida, porque esto no es vida, una huella de carbono, pecadores que somos, por la que tenemos que pagar. Uno puede pagar el impuesto revolucionario de su cuota de carbono, ser un consumidor responsable y redimirse así de sus pecados.
129.- ALCA. Que el Nuevo Mundo no es tan nuevo como indica su propio nombre, sino que es sólo un trasunto de la inveterada, ya decrépita y rancia Europa, y que es más viejo, por lo tanto, que el catarro de Matusalén, lo demuestra el mero hecho de que ALCA sea el acrónimo de “Área de Libre Comercio de las Américas”, y no, ¡qué bello sería!, cambiando la preposición de lugar, “Área Libre de Comercio de las Américas”. Pero no es así. ¡Qué pena! No hay que confundir las cosas, dicen: no es lo mismo la teología de la liberación, que es más del mismo cuento teosófico de siempre, que la liberación de la teología, que es lo que muchos de nosotros deseamos.
130.- Ganarse la vida. Trabajas 5 días para disfrutar 2, consagrando el fin de semana que nunca es el fin de la semana... Trabajas todo el año solo para tomarte unas semanas de vacaciones. Trabajas toda tu vida para jubilarte a una edad muy avanzada. Trabajas para ganarte la vida, y, trabajando, la pierdes irremisiblemente. Y no contemplas más que tus últimos alientos. Con el tiempo te das cuenta de que la vida no ha sido más que una parodia de sí misma. Nos hemos acostumbrado tanto nuestra propia esclavitud que no somos conscientes de ella.
sábado, 5 de noviembre de 2022
Giornalista terrorista!
Informaba el jueves pasado 3 de noviembre el rotativo italiano La Repubblica, uno de los más leídos en ese país, que los médicos italianos que habían sido suspendidos de empleo y sueldo por no haberse inoculado -me resisto a decir 'vacunado' como si se tratara de una vacuna consabida- contra el síndrome del virus coronado, -decía que de un total de cuatrocientos cincuenta mil habían sido menos de cuatro mil las batas blancas no inoculadas, que parece poco: podía haber dicho más de tres mil, y parecería algo más- se reincorporaban ahora al trabajo, y les preguntaba a sus lectores si se fiaban de ellos, sembrando con la misma pregunta cuando menos la desconfianza. Afirmaba que muchos colegas médicos no se fiaban de ellos y que los acusaban “di comportamento antiscientifico”, con lo que de paso el propio periódico dejaba recaer sobre ellos, como el que no quiere la cosa pero es lo que pretende, un idéntico reproche.
La pregunta que les formulaba exactamente a sus lectores era: ¿Os fiaríais si vuestro médico no estuviese “vax”, ridículo anglicismo por “vacunado”?
El periódico se esconde detrás de la palabra “ciencia” dando a entender que la segregación ha sido una medida "científica" y tachan de “anticientíficos” y excomulgan de la Iglesia de la Ciencia a los no inoculados poniéndolos en la picota. Se hace un mal uso de las palabras “ciencia” y “vacuna” cuando se dice que las inoculaciones son “vacunas” definidas por la “ciencia” como seguras y eficaces más allá de toda duda razonable, cuando es esa supuesta razón lo que hay que poner en duda y cuando es palpable no que sea una mentira lo de “safe and effective” sino que son dos mentiras, cada cual más gorda.
El periódico les cuelga el sambenito de “no-vax” como si fueran apestados por no haberse sometido cual cobayas de laboratorio a una inoculación sin fin -ya van por la cuarta dosis que es la que sigue a la tercera y precede a la quinta- que, además de innecesaria, ha resultado contraproducente y está resultando perjudicial habida cuenta de sus cada vez más numerosos efectos adversos.
La reflexión que se impone es que sin periodistas/terroristas cómplices que siguen metiendo miedo a sus lectores a través de una propaganda machacona contra unos profesionales que son presentados como herejes de la Ciencia, como médicos de serie B de los que hay que, al menos, desconfiar, sin ellos, así como sin políticos de uno y otro signo vendidos a la codicia insaciable de la industria farmacéutica, nunca habría sido posible esto.
Yo me fiaría personalmente más de un médico que no se hubiera prestado al experimento, y muy poco o casi nada de uno que hubiera aconsejado a sus pacientes someterse a la inoculación. Y muchísimo menos de uno que opina que es un deber deontológico y que debería ser obligatorio “por las buenas o por las malas, por lo civil o por lo militar” como dijo un caudillo autonómico muy conocido por estos pagos.
martes, 25 de enero de 2022
¿Quién cree en el periodismo?
En el santoral laico ayer, 24 de enero, se celebró la efeméride del día del periodista. La AMI (Asociación de Medios de Información) publicó la siguiente publicidad, valga la redundancia, para propaganda bajo el título de “Gracias por mantenernos bien informados” y con el hashtag de índole religiosa #CreemosEnElPeriodismo, que presenta el Periodismo, con mayúscula honorífica, como un artículo de fe en el que al parecer la gente, escéptica por naturaleza, cree a pie juntillas.
Así dice el comunicado publicitario de la susodicha Asociación de medios de masificación, o sea de conversión de la gente en masas amorfas: “En los dos últimos años, nuestros periodistas han cumplido con su compromiso con la sociedad con seriedad y entrega, contrastando las informaciones y evitando excesos en momentos de extraordinaria incertidumbre. Gracias por vuestro trabajo.”
No hay que agradecer un trabajo que sólo ha servido para consolidar el terrorismo de la crisis sanitaria que impusieron al mundo la Organización Mundial de la Salud, por señalar en primera instancia al principal responsable, y demás organismos internacionales que están en la mente de todo el mundo, secundados rápidamente por la mayoría de los gobiernos tanto de derechas como de izquierdas que entraron en pánico.
No hay que agradecerles nada a los periodistas: salvo que, horros de sentido crítico y de profesionalidad, han practicado a mansalva el terrorismo informativo convirtiéndose en la voz sumisa y obediente de su Amo.
En El periodismo como sostén de la realidad escribíamos: Facta non uerba (hechos, no palabras) dice el proverbio clásico, pero no hay facta sin uerba, no hay actualidad sin un periodismo que la sostenga. La actualidad no deja de ser una de las hipóstasis de la eternidad, al igual que los bancos son la hipóstasis del capitalismo. Y el hecho de que los hechos, valga la redundancia, necesiten palabras muestra de alguna manera su vulnerabilidad e inconsistencia, y revela que quizá no estén tan hechos como parecen a simple vista.
No, no vamos a salir a las ventanas y balcones a aplaudirles a las ocho de la tarde en reconocimiento de su labor profesional como gratitud. No tenemos nada que agradecerles. Y sí mucho, muchísimo, que reprocharles: todo.
lunes, 17 de enero de 2022
De los nombres de Dios (gramática periodística terrorista)
-Por pasiva:
Abatido tras intentar asaltar la comisaría de Cornellà al grito de «Alá es grande» (ABC)
Los cuatro titulares que utilizan el participio de perfecto pasivo “abatido” omiten y por lo tanto ocultan el complemento agente “por los Mossos” que debe sobreentenderse y deducirse de la mención que hacen del lugar donde se ha producido el suceso: “una comisaría de Cornellá (tres titulares) y de Barcelona (un titular). Podemos concluir que un setenta por ciento presentan la noticia ocultando el hecho de que la policía de la Generalitat, los Mossos d'Esquadra, ha matado a un hombre (7 titulares), a un atacante (1 titular), a un argelino (1 titular) a un “sustantivo animado masculino singular” (1 titular). La voz pasiva periodística se emplea, precisamente, para ocultar el complemento agente, bien porque se sobreentiende, bien porque se desconoce, bien porque no se quiere resaltar, sino ocultar bajo un tupido velo de silencio.
Sí, hay que traducir "Alá" por Dios, que es lo que significa. El País es el único que traduce "Alá" por Dios, pero lo hace sólo en la portada, porque en la página interior se arrepiente y lo modifica: Los Mossos abaten a un hombre que entró en la comisaría de Cornellà al grito de “Alá es grande”.
Esto me recuerda a una aguda consideración que hacía Maurizio Bettini en su Elogio del politeísmo (publicado entre nosotros por Alianza editorial en 2016): “En éstas, en efecto, (se refiere a las religiones monoteístas) la divinidad no se distingue por un nombre propio, sino por un nombre común”. Lo que sucede es que un nombre común “dios” asume en las religiones monoteístas del libro el papel de nombre propio, porque al haber sólo uno en absoluto, exclusivo y excluyente, se escribe con mayúscula: Dios, anulándose la oposición nombre común/nombre propio.
domingo, 18 de julio de 2021
Periodistas, terroristas.
Un vídeo del Gobierno de Australia de 30 segundos, que puede herir la
sensibilidad del público, alerta sobre la severa peligrosidad de la Covid-19. Una mujer joven se
asfixia pese a los dos tubos de oxígeno en la nariz para respirar, y nos
mira aterrada como diciéndonos: "Me estoy muriendo". A continuación se lee, en la lengua del Imperio: COVID-19 CAN AFFECT
ANYONE, o sea que LA ENFERMEDAD DEL VIRUS CORONADO COSECHA DE
CRIANZA 2019 PUEDE AFECTAR, por si no nos hubiéramos enterado, A CUALQUIERA. Nadie está libre de contraerla y, no sólo eso, no está libre ni Dios de contagiarla.
Se oye de fondo la dificultosa respiración de la joven. Y, acto seguido, aparecen las consabidas consignas gubernamentales que quieren salvarnos la vida matándonos, es decir, haciéndonosla imposible y más difícil de lo que es: Stay home (Quédate y púdrete en casa), Get tested (Hazte la prueba, chequéate), Book your vaccination (Reserva tu inyección letal).
El mensaje terrorista ha sido autorizado por el Gobierno australiano de Canberra, como parte de su campaña de agitación y propaganda, en realidad se trata de terrorismo de Estado, pero podía ser de casi cualquier otro país del globo terráqueo, empeñados como están todos los gobiernos del signo político que sean en aterrorizar a la población en esta guerra por la gobernanza mundial que han emprendido de hacernos mal por nuestro propio bien reforzando el poder del binomio Estado y Capital.
¡Qué tiempos aquellos en que un periódico serio como The Times escribía en un artículo editorial en 1854 sin que nadie se rasgase las vestiduras: "We prefer to take our chance with cholera than be bullied into health" (Preferimos arriesgarnos con el cólera que ser intimidados por la salud)! Imaginemos el escándalo que supondría que dijese algún periódico ahora: Preferimos tentar a la suerte con la Covid-19 que vivir acojonados con consignas sanitarias.
El caso es que a uno de nuestros flamantes plumíferos académicos, Arturo Pérez-Reverte, escritor cuya obra literaria desconozco -sólo he leído de él algunos artículos en los que destaca el uso gracioso que hace del lenguaje popular y coloquial, y poco más- le ha salido la vena periodística y por lo tanto terrorista y comenta en un tuite o pío-pío de esos que saca en sus redes sociales a propósito del susodicho vídeo: “Que es muy duro el video, dicen algunos, horrorizados. Pues claro que es duro. Para eso lo hicieron los australianos, para horrorizar y concienciar a los irresponsables y los tontos. Y justo por eso debería verlo todo el mundo”.
Subrayo dos cosas que no entiendo: cómo
reconoce que los australianos -se refiere al gobierno confundiéndolo con el pueblo- hicieron el
video para “horrorizar” y “concienciar”, equiparando
significativamente ambos términos como si tomar conciencia de algo supusiese estar atemorizado, “a los irresponsables y los
tontos”, volviendo a equiparar dos palabras que no son
equiparables. Y finalmente añade que todo el mundo debería verlo, se
supone que para horrorizarse, más de lo que a estas alturas estamos
ya, y concienciarse permaneciendo en su casita bien encerrado,
sometiéndose a las pruebas de Reacción en Cadena a la Polimerasa y
demás análisis, ahora disponibles en farmacias a módicos precios,
y correr pronto a vacunarse... Olvida el insigne plumífero que si el miedo es mal consejero, como dice el dicho popular, el horror sería terrorífico.
Imagino que nuestro flamante académico se habrá inoculado a estas alturas, y no con una sola dosis, sino con las dos reglamentarias, como el presentador de televisión que en otro pío-pío de esos confesó el otro día, compungido: “Tras haber esquivado las cuatro primeras olas. Tras haber pasado más de un año trabajando casi todos los días y sin contagios. Tras haberme vacunado de la primera y segunda dosis. Esta semana he dado positivo en Covid. Y lo que es peor, parte de mi familia también”.
El cociente intelectual del presentador de “Todo
es mentira” no ve la relación que hay entre lo uno y lo otro. El
pasado mes de junio se inyectó la primera dosis, y no fue algo
privado concerniente solo a su historial médico, sino que lo retransmitió públicamente en vivo y en directo
por la tele para dar ejemplo a los telespectadores. Hace poco se ha
puesto la segunda dosis y ahora ¡toma virus! Me recuerda mucho a una vecina que se vacunó contra la gripe por primera vez en su vida, pilló un trancazo descomunal que estuvo a punto de arrastrarla al otro barrio, y comentó: "¡Menos mal que estaba vacunada, que si no llego a estarlo...!" No sabemos lo que hubiera pasado si no llega a estar vacunada. Eso no lo sabe nadie, ni Dios padre. Lo que sí sabemos es lo que le pasó estándolo.
Claro que la estúpida lógica para encefalogramas
planos que hay detrás de todo esto es muy sencilla:
Si la inoculación tiene efectos secundarios: “Es normal que te escueza un poco y
te dé algo de fiebre y que...” Si hay contagio tras la primera
dosis: "Solo tenía una dosis y no estaba inmunizado todavía".
Si se contagia tras la segunda: "Es que no habían pasado dos
semanas". Si ya habían pasado dos semanas: "Es que la
vacuna es para que no sea grave". Si es grave: "Es que es
para que no se muera". Si se muere: "Es que no
protege 100%. No hay nada cien por cien definitivo”.
lunes, 5 de abril de 2021
El periodismo como sostén de la realidad
Unas declaraciones de un veterano periodista español, Iñaki Gabilondo, llaman mi atención porque dicen más verdad de la que suelen decir los periodistas, dedicados como cariátides (no en vano algunos se llaman columnistas), a sostener y no enmendar el templo de la realidad, o, como ellos prefieren decir, la actualidad.
Tras medio siglo de actividad profesional, que se dice pronto, este hombre decide retirarse paulatinamente de los medios de creación y manipulación de la opinión pública a los que ha servido fielmente durante tanto tiempo descolgándose con unas jugosas confesiones.
Al comentario no exento de cierto amable reproche del entrevistador de “usted parece el periodista que huye de la actualidad porque ya no la soporta”, responde: “Para hacer este trabajo hay que tener fe (y yo la estaba perdiendo)”. Respuesta con la que le da la razón en parte, reconociendo que ya no soporta la actualidad, y razonando el motivo de su incomodidad personal de tener que salir todos los días a la palestra con un "escepticismo excesivo".
Con eso ya está dicho todo: el trabajo del periodista es defender la realidad, la actualidad como él dice. Su labor improbus consiste en sostener que la actualidad es la verdad, y para eso hace falta mucha fe porque si la actualidad fuera verdad se sostendría por sí misma ella sola y no necesitaría de la periódica charlatanería impresa y expresa de los reporteros que dé cumplida cuenta de ella.
El sano escepticismo o falta de fe hace que a uno le entre el gusanillo de la duda, la duda razonable que, a su vez, hace que uno se sienta incómodo con su trabajo y de algún modo empachado, como sostenía en declaraciones a otro medio: “Me retiro de este territorio a petición propia porque deseo dejar de hacer comentarios y análisis políticos. (…) El problema es que estoy empachado. Sé defender mis opiniones, pero cada vez me cuesta más tenerlas”.
Reconoce el afamado comentarista político que tiene, como todo hijo de vecino, sus opiniones particulares, pero cada vez le cuesta más “tenerlas”, es decir, albergarlas y asumirlas como propias, como si la razón común que le asiste a él como nos asiste a todos le estuviera liberando de la necesidad de defender a capa y espada lo menos común que tenemos, nuestras convicciones, dentro de lo común que es que cada cual tenga sus propias opiniones. Por eso reconoce, confidencialmente: “Para asomarse día a día hacen falta unas fuerzas que ya no tengo y una fe que flaquea. No quiero ser el cenizo pesimista de las 8:30. Antes de que se apague la luz, prefiero iluminar otros rincones”.
Es una lástima que el desengaño, por así llamarlo, les llegue a las personas a una edad tan avanzada, que necesitemos tantos años, setenta y ocho en su caso, para que, como él dice, nos flaquee la fe, para que la obesa mórbida que es esa virtud teologal se nos quede en los puros y desnudos huesos. Pero así como no hay razones para el optimismo, tampoco debe haberlas para el pesimismo ceniciento.
Facta non uerba (hechos, no palabras) dice el proverbio clásico, pero no hay facta sin uerba, no hay actualidad sin un periodismo que la sostenga. La actualidad no deja de ser una de las hipóstasis de la eternidad, al igual que los bancos son la hipóstasis del capitalismo. Y el hecho de que los hechos, valga la redundancia, necesiten palabras muestra de alguna manera su vulnerabilidad e inconsistencia, y revela que quizá no estén tan hechos como parece a simple vista. Tal vez los hechos no estén tan hechos como su nombre indica, o "hacidos", como diría un niño que está aprendiendo a hablar. Acaso no estén tan hechos como para que, a falta de palabras que los justifiquen, no puedan deshacerse. Esto último no está garantizado por nada ni por nadie, desde luego. Pero por eso mismo puede merecer la pena intentarlo, por si acaso.
viernes, 25 de diciembre de 2020
¿Acto de amor al prójimo?
lunes, 3 de agosto de 2020
"¡Vosotros, periodistas, sois los terroristas!"
A lo largo
de la historia humana ha habido muchos miedos: el temor de Dios o al Demonio con
su apocalíptico juicio final que decidirá la salvación o la
condena de los mortales, el miedo al Otro y a lo que hay de otro en uno mismo, y el
miedo del varón a la Mujer, el llamado "metus cunni", que en la actualidad subsisten bajo
otras manifestaciones: xenofobia, miedo al cambio climático, miedo al virus
coronado, miedo a las armas de destrucción masiva, miedo al desplome de la economía mundial, miedo al fin del mundo... En realidad miedo a lo desconocido, cuando es a lo conocido a lo que deberíamos temer.