Mostrando entradas con la etiqueta medios de comunicación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta medios de comunicación. Mostrar todas las entradas

sábado, 21 de octubre de 2023

¿Tú de qué lado estás? (I)

    ¿De qué lado estás tú? ¿Tú con quién estás? ¿Con Putin o con Zelensky? ¿Con los judíos o con los palestinos? Es una pregunta viciosa, capciosa, engañosa, que intenta alinearnos en uno de los dos bandos que se presentan como rivales, cuando en realidad no lo son, no son sino uno solo y el mismo bando subdividido por cada lado en pueblo frente a gobierno, que tiene tomado al pueblo como rehén. . Nos hacen creer que hay dos bandos y que tenemos que tomar partido por uno u otro, y decidir cuál es el bueno y cuál el malo de la película que nos proyectan en la caverna de Platón.
 
    Y el pueblo, sea judío o sea palestino, es víctima ante todo de su gobierno que le impone una bandera y que lo sacrifica en nombre de la Patria haciendo que se enfrente a otro pueblo. Por eso no hay que posicionarse a favor de una u otra bandera, de Israel o de Palestina, ni de Rusia o de Ucrania como se nos exige a cada paso, sino en contra de todas las banderas y todos los Estados, porque todos los Estados son terroristas -y no sólo el de Israel, por cierto, aunque sea uno de los mayores- a favor sólo del pueblo sometido. 
 
 
    La caverna de Platón sigue siendo una metáfora ilustrativa muy válida de la situación actual en la que estamos inmersos, una metáfora perfecta de la esclavitud contemporánea a la que nos someten los gobiernos y los medios de comunicación a su servicio y que no vemos porque creemos que la esclavitud es un fenómeno histórico abolido de la haz de la tierra. Somos esclavos ignorantes que ignoran su esclavitud y aman las propias cadenas, que son sus banderas, que las aceptan en lugar de la libertad y que se baten con quien quiera rompérselas porque no saben vivir sin ellas. 
 
    Lo que Platón no había imaginado ni por asomo seguramente todavía es lo que solo se manifiesta plenamente hoy, que allá abajo, en la oscura caverna, los esclavos se enfrentan a hostia limpia entre sí, defendiendo cada uno las opiniones que los encadenan a la pantalla donde se proyecta no la realidad, sino su simulacro. Los esclavos, en lugar de cooperar en nombre de la común liberación, se declaran la guerra unos a otros, y, en cuanto al resto, unos aplauden, otros abuchean la película que les proyectan los mal llamados medios de comunicación al servicio del Poder. 
 
 
    Si uno ve la televisión, escucha la radio, que es lo mismo para el caso que la televisión pero sin imágenes, que no dejan por otro lado de ser imágenes, lee los periódicos de cuando en cuando, entra en las redes sociales, visualiza los vídeos de youtube, vive, aunque no lo parezca, de espaldas a la realidad so pretexto de estar paradójicamente informado de ella. Nos piden que nos informemos para poder formarnos una opinión personal propia, y poder opinar sobre las noticias que nos sirve por esos medios la industria descomunal de producción de eventos que mueve cantidades ingentes de dinero, enterándonos de las actualidades, profundizando en sus causas y proponiendo soluciones, opinando constantemente, que no razonando, al cabo y al fin. 
 
    La realidad de verdad no es la virtual que nos sirven los medios, sino la que está, sospechamos, en el exterior de la caverna. La guerra no se libra sólo en los campos de batalla, se libra principalmente en nuestras mentes a través de la manipulación que llevan a cabo las pantallas que retransmiten tanto imágenes como palabras. 
 
    Uno no se libra ingenuamente de la caverna porque se niegue a ver imágenes y prefiera oír palabras: las palabras son también imágenes. En la caverna abundan tanto las sombras como los ecos. Todos los dispositivos hacen posible programar nuestras percepciones. Desde los temas propuestos hasta los dogmas que los sustentan y el ángulo o sesgo elegido, la información a la que tenemos acceso por cualesquiera medios está ahí para (in)formarnos y conformarnos haciéndonos creer lo que quienes nos dirigen quieren que pensemos y creamos como si fuera cosa de nuestra propia cosecha personal. Y como tienen el monopolio de la información, las élites gobernantes pueden hacer que creamos cualquier cosa.
 
 
    A la pregunta de la viñeta de Caín publicada en La Razón de “¿Con quién vas tú en esta guerra?”,la respuesta podría ser mejor: “Con el que me digan los medios, que son los que me informan de que hay una guerra y de que hay dos bandos, uno bueno y otro malo". Ahora bien, lo que dice la mujer tiene también su miga: "Yo voy con quienes me manden. Y ¿quiénes me mandan a mí? Mis representantes, aquellos que yo he votado, que para eso los he elegido: para que me manden. Para eso simpatizo con ellos, no hace falta que vaya a votarles, puedo abstenerme, y es igual, para que me digan lo que debo pensar y con quién tengo que alinearme en esta guerra".

jueves, 27 de enero de 2022

Tambores de guerra

    La casta dominante cambia de narrativa oficial y nos ofrece ahora el relato de una guerra inminente en la Europa del este, entre la madre Rusia y Ucrania, para salir huyendo de la crisis sanitaria y mediática coronaviral. El viejo truco del rabo del perro de Alcibíades, quien para distraer a la opinión pública ateniense decidió, como se sabe, cortarle el rabo a su perro suministrando así otro tema de conversación relativo a su persona, pero que distrajera de otros más turbios negocios con él relacionados. Cuando la situación interna de los países miembros del engendro de la Unión Europea está bloqueada, una buena crisis externa permite colaborar en la tarea de reducción de la población y fomentar el patriotismo y el ardor guerrero del que viven los traficantes de armas y los creadores de noticias.

    No es nada nuevo.  ¿No recuerdan los mayores la enorme mentira inventada por la CIA y la Casa Blanca para justificar la invasión de Iraq y el derrocamiento del sátrapa mesopotámico de la existencia de armas de destrucción masiva que amenazaban al estado de Israel, bendito de Jehová, y a toda Europa, conflicto -se popularizó entonces este eufemismo de 'guerra'- que enriqueció a los traficantes de armas estadounidenses y a los medios de comunicación ávidos de crear cortinas de humo?

     Los mismos europeos que se tragaron el cuento chino del virus de Wuhan, todo un montaje que permitió a los laboratorios farmacéuticos enriquecerse con el dinero de las arcas públicas de los contribuyentes del viejo continente y casi del entero mundo, se tragarán ahora el cuento de que el Zar es el peor dictador que ha existido y que la guerra es algo bueno, siempre y cuando no nos salpique mucho a nosotros, nos mantenga entretenidos e informados y no nos impida irnos de vacaciones para desconectar de vez en cuando. 



      Tras casi veinticuatro meses de agotamiento coronaviral, ¿qué mejor que una buena guerra lejos de nuestras fronteras para cambiar de relato y "a otra cosa, mariposa" como si aquí no hubiese pasado nada? Ya hacía tiempo que estaba claro que la farsa del virus coronado estaba llegando a su fin. Ya han conseguido vacunar a todo el mundo (sólo quedan unos pocos irreductibles) y la perspectiva de una tercera dosis -recuérdese a Paracelso sola dosis facit uenenum (Todo es veneno y nada es veneno, sólo la dosis hace el veneno)- siembra la duda incluso entre los más fanáticos fervientes defensores de la inoculación masiva de sustancias experimentales. Pero las industrias farmacéuticas pueden darse con un canto en los dientes satisfechas con la promesa de una inoculación renovada anualmente con el objeto de debilitar el sistema inmunitario so pretexto de fortalecerlo y contribuir así también a la reducción de la población del planeta superpoblado.

     Así que la élite occidental tiene que cambiar de coartada para seguir ganando dinero engañando a la opinión pública. Hay quien creía que la nueva superchería sería la "emergencia climática" para pasar de una dictadura a otra, pero, aunque hemos entrado en el invierno, este no ha producido realmente las catástrofes que darían crédito a la puesta en escena de dicho trampantojo. Así que hacía falta recurrir a algo más tradicional, algo tan viejo como la guerra de Troya,  que no suele fallar históricamente: una buena escaramua guerrera contra el zar ruso para distraernos, para volver a unirnos después de la crisis sanitaria que tanto ha separado a amigos y familias, como si todavía tuviéramos algo que compartir con estos sinvergüenzas que viven del erario público inventando enemigos imaginarios entre los que han figurado los chivos expiatorios que nos hemos negado a inocularnos.


    La casta dirigente de Occidente ha caído en el mundo zuckerbergiano del Metaverso, es decir, de la ilusión de un universo paralelo al mundo físico, virtual por supuesto, fomentado por los medios de creación de masas amodorradas, en el que cualquier persona que lo desee puede vivir y evadirse de la dura realidad. Ya le han puesto nombre y todo: lo llaman “Metaverso”, porque está más allá del universo conocido. Suena a ciencia-ficción, pero ya está moviendo dinero, es real. Ya se sabe, hay que seguir siempre la pista a la pasta: Las gafas de realidad aumentada y mixta, esas orejeras digitales, están a punto de ofrecernos la misma experiencia que nuestros ojos y oídos, y darnos el cambiazo de las cosas por sus ideas. 

    Parece que la tecnología quiere liberarnos de este mundo permitiéndonos fabricar otro u otros a nuestro antojo. Claro que así también tragamos más y mejor esta “nueva normalidad” en la que nos han metido, huyendo al dichoso Metaverso ese para evadirnos, donde,  más allá del arco iris, en la nube que diríamos, el cielo es azul, y los sueños que nos atrevemos a soñar, que son los que nos mandan, se cumplen como en la empalagosa canción Somewhere over the rainbow. Lo que parece que está cada vez más claro es que si hace unos años internet servía para desconectar de la realidad y evadirnos un rato de ella,  ahora va a ser nuestra prosaica realidad la que nos pueda servir para desconectar de la cada vez más todopoderosa Red de redes. 

 

    Permanezcan atentos a sus pantallas. China y Rusia están preparadas para la guerra, mientras nosotros nos preparamos para el espectáculo de la guerra. ¿Despertará alguna vez la opinión pública europea, convenientemente vacunada y anestesiada por los medios de masas, y comprenderá hasta qué punto le han mentido sus dirigentes del signo político que fueran -lo mismo da que da lo mismo- y hasta qué punto ha sido engañada otra vez?

domingo, 29 de agosto de 2021

Un montón de mentiras

    En el cuento "7 de marzo de 1936" de Henry de Montherlant incluido en su libro de ensayos "El equinoccio de septiembre" un muchacho que puede ser movilizado en cualquier momento y partir a la guerra dialoga con su padre.

    El hijo ustedea a su padre, como era costumbre entonces cuando aún no se había generalizado el tuteo entre los hijos y sus progenitores. (Recuerdo que mis padres mismos me contaron que ellos habían tratado de usted a los suyos cuando eran jóvenes, cosa que los de mi generación, que empezamos a tutear a los nuestros, no entendíamos).

    Oigamos parte de su diálogo en el que el hijo se extraña de que su padre no tenga noticias de la movilización: -¿No lee usted entonces los periódicos? -¡Nunca! Un día sin periódicos es un día purificado, liberado, despejado. -Sin embargo en tiempos turbulentos... -Precisamente en tiempos turbulentos es cuando no hay que leerlos. 

 


    El hijo, que tiene diecinueve años pero parece más joven, no se queda a cenar con su padre porque ha quedado con su novia. El padre no se lo reprocha. Lo comprende. El hijo no sabe si podrá volver al día siguiente o tendrá que partir antes al frente. El padre no le da un beso cuando se despiden. No porque no quiera a su hijo, sino porque está convencido de que no hace falta ninguna manifestación externa de sus sentimientos: Por un momento, el hombre se preguntó si besaría a su hijo. Pero no. Su hijo sabía que lo quería. Cuando se quiere de verdad a alguien, no hay necesidad de besarlo, no hay necesidad de decírselo. Solo las mujeres tienen esta pasión de sentirse infinitamente tranquilizadas.
 
    Al día siguiente, su hijo no fue a almorzar. Y el hombre supuso que habría sido movilizado. Salió a la calle. Compró tres periódicos y buscó la confirmación de lo que temía: Odiaba los periódicos. A veces pasaba quince días sin abrir uno. Ahora tenía tres entre sus manos, que leía, detenido en medio de la calzada. Todo lo que había eran mentiras, y él se atiborraba de ellas, sabiéndolo. El despacho de la agencia que había leído en un periódico, lo releyó de cabo a rabo en los otros dos.
 
 
  
    Hoy ya casi nadie lee periódicos de papel. Sus ventas han descendido notablemente. Ahora los periódicos se reinventan en las pantallas de la red con todo lujo de imágenes a color fijas y en movimiento y documentos sonoros, mediante suscripciones de pago que se hacen, como casi todo en esta vida virtual, on line
 
    Ahora ochenta y cinco años después, los periódicos digitales siguen mintiendo y publicando “un tas de mensonges”, o sea, un montón de mentiras, como diría Montherlant. Y nada más que eso; mentiras y más mentiras. No cuentan ni la mitad de las cosas que pasan, y no es verdad la mitad de las cosas que cuentan. Los periodistas son los terroristas, los que viralizan el terror haciéndolo crónico: la información es publicitaria propaganda. 
 
 
    Cuando parece que se agota el miedo al virus coronado, decadente ya y nunca tan letal como pronosticaron torticeramente, remozan otras remesas de miedos que sacan enseguida a relucir a la palestra mediática: miedo a la guerra de Pallaquistán y al Imperio que contraatacará, miedo al fundamentalismo religioso, miedo al cambio climático, miedo a una nueva recrisis económica que provocará desabastecimiento de suministros, hundimientos de las Bolsa y los mercados, miedo a un apagón digital que nos sumirá en la oscuridad de la noche informática planetaria... –no fuera malo esto último, como decimos por aquí abajo, pero no caerá esa breva porque si cae la breva luego no cogeremos el higo, y habrá que recomenzar el ciclo al revés: de higos a brevas y vuelta a comenzar.