La figura
del alguacil pregonero encargado de anunciar a los vecinos del pueblo
de viva voz lo que las autoridades mandaban ha sido sustituida por
la del periodista en la prensa escrita y los locutores y locutrices
de los llamados medios (in)formativos de masas, que publican
periódicamente los bandos del señor alcalde, o de la genérica e
inclusiva alcaldía, que es dicho políticamente más correcto por no decir de la alcaldesa, que ya no es la mujer del
alcalde como era coloquialmente antaño, sino el femenino de alcalde,
desde el momento en que las mujeres pueden ser elegidas
democráticamente para desempeñar ese cargo de autoridad municipal.
La sociedad de la información ha prescindido de la
figura tradicional del pregonero, y la información llega ella sola como
alguacilesa pregonera a todos los lugares a través de los medios
audiovisuales, al igual que la Pálida Muerte de Horacio, que llama
dando una patada a todas las puertas tanto de los tugurios de los pobres como
de los palacios de los reyes.
Uno de
estos bandos “de orden del señor alcalde”, entiéndase, de
“orden de las autoridades sanitarias”, que publican a todas horas
los medios (in)formativos de masas es el siguiente: “Los niños de
5 a 11 años recibirán la primera dosis de las vacunas el 15 de
diciembre y la segunda ocho semanas después”. Cada autonomía del
reino de taifas que es España decidirá si la inoculación se
llevará a cabo en colegios, hospitales o vacunódromos (sic, por el neologismo).
Curiosamente
no se dice “de orden de las autoridades sanitarias” porque la
vacunación no es obligatoria, pero el anuncio de un hecho que no ha
sucedido todavía (comenzará a partir del 15 de diciembre) es
noticia, se presenta como una realidad, como si ya hubiera sucedido,
porque lo que se está diciendo tácitamente es que se haga. Se trata de una fatalidad, en el sentido etimológico de la palabra. El fatum o hado es el guión que debemos representar porque está mandado, lo que está dicho y además queda constancia escrita de ello. De alguna manera lo dicho es ya un hecho, aunque sea un hecho sólo de lengua, y aunque entre el dicho y el hecho, como dice el refrán con su rima, hay un trecho, ese trecho no es más que el camino que nosotros debemos seguir para cumplirlo.
Claro,
dirán algunos, porque se trata de un hecho futuro, sin parar mientes
en la contradicción terminológica en la que incurren. ¿Cómo se
entiende que algo que se presenta como un hecho, es decir, como si ya
se hubiera "hacido", que diría un niño que está aprendiendo a hablar, no se haya hecho todavía, sino que está
programado para que se ejecute en el futuro? En rigor no hay hechos
futuros, porque si son hechos no son futuros, y si son futuros no son
hechos todavía. Noticia de un hecho futuro es, pues, una cotradicción en los
términos: se habla de un hecho, de algo pasado, un suceso que aún
no ha acaecido como si ya hubiera sucedido. Sin embargo en esa
contradicción vivimos.
Los niños
menores de 11 años en España no han recibido a fecha de hoy, ni
falta seguramente que les hace, la llamada Vacuna, el producto que sin ser una vacuna de virus atenuado ha usurpado su nombre para que los que critican su imposición sean tachados de 'antivacunas' aunque no estén en contra de las vacunas tradicionales sino de este producto; la recibirán, si los dioses y diosas no lo impiden, a
partir del 15 de diciembre, es decir, la "recibir han" han de recibirla, tienen que
recibirla -ahí se ve la creación de nuestro Futuro Imperfecto como derivado de un Imperativo- porque así lo ordenan las autoridades sanitarias del
Gobierno de España. Ahí se ve que el origen de los llamados “hechos
futuros” es una orden, que el Gobierno traslada a sus sucursales
autonómicas vasallas, que decidirán los detalles de su ejecución: dónde, cómo, cuándo, sin preguntarse por qué.
El mayor
reproche que se le puede hacer a esta inoculación colectiva (y no me
refiero ahora sólo a la infantil), además del de que es innecesaria
totalmente, es que prescinde del examen y reconocimiento del
paciente individual, por lo que no hay prescripción facultativa, lo que desde un punto de vista sanitario es una aberración
médica y deontológica. Es una medida política, en el peor sentido de esta noble palabra, que se justifica como sanitaria, y que contradice el principio hipocrático de la medicina de “primum non
nocere”, de en primer lugar no perjudicar al paciente. Y contradice lo que me atrevería a
decir sin ser médico que es un axioma del arte médica: que no hay
un medicamento genérico ni un tratamiento válido para todo el mundo sin
excepción. Mientras que la medicina pretende humildemente curar al
enfermo de carne y hueso, la política sanitaria, sin embargo, mucho más soberbia por su afán
totalitario, pretende erradicar las enfermedades erradicando a los
enfermos.
Sueña la
política sanitaria con curas absolutas que a menudo son peores que
el mal que van a erradicar. Ya lo dice el escepticismo popular:
a veces es peor el remedio que la enfermedad.
El papel
de la prensa y de los medios (in)formativos de masas no se agota sin
embargo en emular al alguacil pregonero que rememorábamos más
arriba anunciando hechos futuros, es decir, órdenes que tienen que
cumplirse pese a la paradoja de que no sean obligatorias.
Cumplen también el papel de la propaganda de la moderna
publicidad. Véase como ejemplo este otro titular de prensa: “La
tercera dosis de la vacuna de Pfizer reduce el riesgo de muerte en un
90% según un nuevo estudio”. No es una noticia, es un spot
publicitario, que revela que el cuarto poder que es la prensa en su
sentido más amplio se une a la tríada tradicional del
Estado, y que como los otros tres poderes (judicial, legislativo y
ejecutivo), subordinados todos al ejecutivo, está al servicio de
las grandes empresas sanitarias capitalistas y los codiciosos
laboratorios, quienes, por su parte, refuerzan el apetito totalitario insaciable
de los gobiernos de los Estados por mandar y someter a los pueblos merced al
miedo y la mentira.