Mostrando entradas con la etiqueta prensa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta prensa. Mostrar todas las entradas

sábado, 25 de febrero de 2023

El papel de la prensa (2)

   Un protocolo aplicado en algunas residencias de mayores recomendaba la suministración de dos medicamentos, morfina y midazolam, a los enfermos que padecían insuficiencia respiratoria, unos fármacos que jamás deben usarse en pacientes que pueden respirar por sí mismos aunque les falte un poco el aire, porque lo que hacen es dificultar aún más su respiración. Estos medicamentos agravaron su problemática y condujeron a muchos a la sedación paliativa y a la muerte. 

 

    Estos ancianos no murieron bajo los efectos de un virus presuntamente asesino, sino de los protocolos impuestos desde arriba por un supuesto comité anónimo de esperpénticos expertos. Afortunadamente, estos protocolos fueron ignorados en la mayoría de los geriátricos españoles. De los dos millones de ancianos, en efecto, que había en dichos establecimientos cuando comenzó la psicosis de histeria colectiva virocoronal, murieron durante aquella primera ola “solo” treinta mil. Pero algunas, si no muchas, de esas muertes podían haberse evitado si no se hubieran aoplicado los protocolos, es decir, las órdenes de arriba.

    La consigna de salvar vidas a toda costa condujo a la inmolación de muchas que podían haberse salvado. Las muertes de los protocolos contra el virus pasaron a contabilizarse como muertes debidas al virus asesino, con lo cual crecía la alarma. 

    Sin embargo, ahora que están muriendo, según las estadísticas oficiales, más personas que entonces, los medios callan vergonzosamente. Este exceso de mortalidad que estamos padeciendo en casi todos los países occidentales con altos niveles de inoculación anticoronaviral no es noticia porque no  interesa ni política- ni económicamente. Por eso los medios callan. Los esperpénticos expertos, negacionistas ellos, no dicen nada, están estudiando el problema sin alcanzar un consenso científico de una realidad que ya no pueden negar.

    Si los políticos o los medios de (in)formación afines abordan el problema, atribuyen el exceso de muertes a cualquier causa, es decir, a cualquier cosa, no en vano nuestra palabra patrimonial "cosa" procede del cultismo latino "causa". Achacan las muertes al calor, al frío, a la falta de ejercicio y la vida sedentaria, o al exceso de ejercicio, en el caso de los deportistas profesionales que fallecen súbitamente en competiciones o entrenamientos y no llegan a ingresar  en los hospitales... El problema de esta sobremortalidad que estamos experimentando ahora es precisamente que el exitus (letalis) no llega a registrarse en los hospitales, sino en todo caso en las funerarias, que no dan abasto, porque suelen ser muertes repentinas, súbitas, de personas que no estaban enfermas pero caen fulminadas súbitamente por el rayo.  


lunes, 23 de mayo de 2022

¡Ni caso!

    Durante mucho tiempo la información era un bien que escaseaba y era más difícil de conseguir que el oro, pero hoy día hay una apabullante inflación y superávit informativo: sobra por doquier. En la Red que se proyecta en las micro- y macropantallas de la caverna mediática es lo que más abunda, desde luego: información, de hecho es casi lo único que hay: noticias que son publicidad, propaganda para masas.
 
    La función de la prensa subvencionada por el Estado y por el Capital privado, tanto monta, consiste en suministrar cantidades ingentes de información para crear con ellas interpretaciones, o sea opiniones, favorables o desfavorables, utilizando estrategias de manipulación de la percepción, creando el fantasma de la Opinión Pública, que no es la opinión que tiene la gente, sino la que debería profesar.
 
La caverna de Platón
 
    Frente a las creencias que se nos imponen desde arriba, hay algo que surge de abajo, de lo más profundo de nuestros bajos fondos, que es la duda, lo único que nos permite salir de la opinión o de la creencia para tener acceso no al conocimiento de la verdad, que nunca poseeremos, sino al reconocimiento de la mentira.  Cualquier enfoque crítico pasa por la desmitificación y el desengaño de las creencias gracias a la duda.
 
    Como se ha podido ver a lo largo y ancho de la crisis de la pandemia del virus coronado, la mayoría de la gente ha preferido la opinión a la razón, la narrativa a la verdad. La doctrina de la pandemia podría resumirse del siguiente modo: Una epidemia de un terrible virus nuevo se cierne sobre toda la humanidad. No hay ningún tratamiento. Hay que confinar a la totalidad de la población, no sólo a los enfermos, sino también a los sanos. La superación de la pandemia provendrá únicamente de la vacuna. Estos cuatro puntos citados son, desde un punto de vista científico, bastante discutibles, y no solo eso: falsos. Y de hecho hay científicos que los han discutido, aunque han sido enseguida censurados, silenciados y tachados de negacionistas. El síntoma de esta pandemia fue la covidiarrea que hizo que se acabaran en un primer momento todas las existencias de papel higiénico en supermercados.
 
    Un problema que no data de ayer. Como decía Voltaire en su Diccionario filosófico bajo el epígrafe de Opinión: Se la considera la reina del mundo; lo es tanto que cuando la razón quiere combatirla, la razón es condenada a muerte. Es preciso que renazca veinte veces de sus cenizas para ahuyentar a la usurpadora. 
 
 

    Opinión es sinónimo de creencia que es una elección personal y subjetiva, como los gustos personales, opuesta al carácter universal de la razón. Y si la opinión es irracional, ¿qué diremos de la Opinión Pública, que dirige el mundo?
 
    Hay un término griego para la opinión que es doxa que aunque no está recogido todavía en el Diccionario de la docta Academia de la lengua española se usa mucho en ciencias sociales, y no nos resulta muy extraño, porque lo tenemos en adjetivos como ortodoxo y heterodoxo, y convertida la equis en jota en paradoja.
 
    Hay quien dice que la información, junto con el aire y con el agua, es lo que más abunda en el planeta: información, informaciones. El aire y el agua son necesarios para vivir. La información ¿para qué es necesaria? Algunos dirán que para saber lo que pasa. Pero es mentira. Las informaciones son necesarias para meternos el miedo en el cuerpo contándonos mentirijillas y para distraernos de lo que pasa de verdad. Lo mismo que el aire y que el agua, que están cada vez más contaminados en el planeta azul, la información también está polucionada, manipulada, sesgada; por lo que su abundancia se convierte en asfixiante: no es una riqueza de la que podamos enorgullecernos, sino un motivo de gran preocupación.
 
Caminante sobre mar de nubes, C. D. Friedrich (1818)
 
       La información es un tumor cancerígeno que pretende aniquilarnos, anestesiar nos  insensibilizándonos ante lo que pasa, porque la información logra que nos desentendamos precisamente de “lo que pasa” y nos preocupemos por cosas que no nos interesan, que ni nos van ni nos vienen, para que así seamos incapaces de ver lo que tenemos delante de nuestras propias narices -eso y no otra cosa es "lo que pasa"-, pues vemos, en su lugar, las pantallas que nos ponen a modo de aquellas orejeras que les plantaban a los asnos para que caminaran siempre adelante en la misma y prefijada dirección.
 
    ¿Es bueno, pues, estar informado? Para nada. No sólo no es bueno, es perjudicial para la salud física y mental. Nuestra tarea, por lo tanto, es librarnos de la información, desinformarnos, no hacer caso de lo mucho que nos cuentan.

sábado, 11 de diciembre de 2021

"De orden de las autoridades sanitarias, se hace saber..."

    La figura del alguacil pregonero encargado de anunciar a los vecinos del pueblo de viva voz lo que las autoridades mandaban ha sido sustituida por la del periodista en la prensa escrita y los locutores y locutrices de los llamados medios (in)formativos de masas, que publican periódicamente los bandos del señor alcalde, o de la genérica e inclusiva alcaldía, que es dicho políticamente más correcto por no decir de la alcaldesa, que ya no es la mujer del alcalde como era coloquialmente antaño, sino el femenino de alcalde, desde el momento en que las mujeres pueden ser elegidas democráticamente para desempeñar ese cargo de autoridad municipal.

 

    La sociedad de la información ha prescindido de la figura tradicional del pregonero, y la información llega ella sola como alguacilesa pregonera a todos los lugares a través de los medios audiovisuales, al igual que la Pálida Muerte de Horacio, que llama dando una patada a todas las puertas tanto de los tugurios de los pobres como de los palacios de los reyes.

     Uno de estos bandos “de orden del señor alcalde”, entiéndase, de “orden de las autoridades sanitarias”, que publican a todas horas los medios (in)formativos de masas es el siguiente: “Los niños de 5 a 11 años recibirán la primera dosis de las vacunas el 15 de diciembre y la segunda ocho semanas después”. Cada autonomía del reino de taifas que es España decidirá si la inoculación se llevará a cabo en colegios, hospitales o vacunódromos (sic, por el neologismo).

    Curiosamente no se dice “de orden de las autoridades sanitarias” porque la vacunación no es obligatoria, pero el anuncio de un hecho que no ha sucedido todavía (comenzará a partir del 15 de diciembre) es noticia, se presenta como una realidad, como si ya hubiera sucedido, porque lo que se está diciendo tácitamente es que se haga. Se trata de una fatalidad, en el sentido etimológico de la palabra. El fatum  o hado es el guión que debemos representar porque está mandado, lo que está dicho y además queda constancia escrita de ello. De alguna manera lo dicho es ya un hecho, aunque sea un hecho sólo de lengua, y aunque entre el dicho y el hecho, como dice el refrán con su rima, hay un trecho, ese trecho no es más que el camino que nosotros debemos seguir para cumplirlo.   

    Claro, dirán algunos, porque se trata de un hecho futuro, sin parar mientes en la contradicción terminológica en la que incurren. ¿Cómo se entiende que algo que se presenta como un hecho, es decir, como si ya se hubiera "hacido", que diría un niño que está aprendiendo a hablar, no se haya hecho todavía, sino que está programado para que se ejecute en el futuro? En rigor no hay hechos futuros, porque si son hechos no son futuros, y si son futuros no son hechos todavía. Noticia de un hecho futuro es, pues, una cotradicción en los términos: se habla de un hecho, de algo pasado, un suceso que aún no ha acaecido como si ya hubiera sucedido. Sin embargo en esa contradicción vivimos. 

 

       Los niños menores de 11 años en España no han recibido a fecha de hoy, ni falta seguramente que les hace, la llamada Vacuna, el producto que sin ser una vacuna de virus atenuado ha usurpado su nombre para que los que critican su imposición sean tachados de 'antivacunas' aunque no estén en contra de las vacunas tradicionales sino de este producto; la recibirán, si los dioses y diosas no lo impiden, a partir del 15 de diciembre, es decir, la "recibir han" han de recibirla, tienen que recibirla -ahí se ve la creación de nuestro Futuro Imperfecto como derivado de un Imperativo- porque así lo ordenan las autoridades sanitarias del Gobierno de España. Ahí se ve que el origen de los llamados “hechos futuros” es una orden, que el Gobierno traslada a sus sucursales autonómicas vasallas, que decidirán los detalles de su ejecución: dónde, cómo, cuándo, sin preguntarse por qué. 

    El mayor reproche que se le puede hacer a esta inoculación colectiva (y no me refiero ahora sólo a la infantil), además del de que es innecesaria totalmente, es que prescinde del examen y reconocimiento del paciente individual, por lo que no hay prescripción facultativa, lo que desde un punto de vista sanitario es una aberración médica y deontológica. Es una medida política, en el peor sentido de esta noble palabra, que se justifica como sanitaria, y que contradice el principio hipocrático de la medicina de “primum non nocere”, de en primer lugar no perjudicar al paciente. Y contradice lo que me atrevería a decir sin ser médico que es un axioma del arte médica:  que no hay un medicamento genérico ni un tratamiento válido para todo el mundo sin excepción. Mientras que la medicina pretende humildemente curar al enfermo de carne y hueso, la política sanitaria, sin embargo, mucho más soberbia por su afán totalitario, pretende erradicar las enfermedades erradicando a los enfermos. 


    Sueña la política sanitaria con curas absolutas que a menudo son peores que el mal que van a erradicar. Ya lo dice el escepticismo popular: a veces es peor el remedio que la enfermedad.

    El papel de la prensa y de los medios (in)formativos de masas no se agota sin embargo en emular al alguacil pregonero que rememorábamos más arriba anunciando hechos futuros, es decir, órdenes que tienen que cumplirse pese a la paradoja de que no sean obligatorias.  Cumplen también el papel de la propaganda de la moderna publicidad. Véase como ejemplo este otro titular de prensa: “La tercera dosis de la vacuna de Pfizer reduce el riesgo de muerte en un 90% según un nuevo estudio”. No es una noticia, es un spot publicitario, que revela que el cuarto poder que es la prensa en su sentido más amplio se une a la tríada tradicional del Estado, y que como los otros tres poderes (judicial, legislativo y ejecutivo), subordinados todos al ejecutivo, está al servicio de las grandes empresas sanitarias capitalistas y los codiciosos laboratorios, quienes, por su parte, refuerzan el apetito totalitario insaciable de los gobiernos de los Estados por mandar y someter a los pueblos merced al miedo y la mentira.


domingo, 29 de agosto de 2021

Un montón de mentiras

    En el cuento "7 de marzo de 1936" de Henry de Montherlant incluido en su libro de ensayos "El equinoccio de septiembre" un muchacho que puede ser movilizado en cualquier momento y partir a la guerra dialoga con su padre.

    El hijo ustedea a su padre, como era costumbre entonces cuando aún no se había generalizado el tuteo entre los hijos y sus progenitores. (Recuerdo que mis padres mismos me contaron que ellos habían tratado de usted a los suyos cuando eran jóvenes, cosa que los de mi generación, que empezamos a tutear a los nuestros, no entendíamos).

    Oigamos parte de su diálogo en el que el hijo se extraña de que su padre no tenga noticias de la movilización: -¿No lee usted entonces los periódicos? -¡Nunca! Un día sin periódicos es un día purificado, liberado, despejado. -Sin embargo en tiempos turbulentos... -Precisamente en tiempos turbulentos es cuando no hay que leerlos. 

 


    El hijo, que tiene diecinueve años pero parece más joven, no se queda a cenar con su padre porque ha quedado con su novia. El padre no se lo reprocha. Lo comprende. El hijo no sabe si podrá volver al día siguiente o tendrá que partir antes al frente. El padre no le da un beso cuando se despiden. No porque no quiera a su hijo, sino porque está convencido de que no hace falta ninguna manifestación externa de sus sentimientos: Por un momento, el hombre se preguntó si besaría a su hijo. Pero no. Su hijo sabía que lo quería. Cuando se quiere de verdad a alguien, no hay necesidad de besarlo, no hay necesidad de decírselo. Solo las mujeres tienen esta pasión de sentirse infinitamente tranquilizadas.
 
    Al día siguiente, su hijo no fue a almorzar. Y el hombre supuso que habría sido movilizado. Salió a la calle. Compró tres periódicos y buscó la confirmación de lo que temía: Odiaba los periódicos. A veces pasaba quince días sin abrir uno. Ahora tenía tres entre sus manos, que leía, detenido en medio de la calzada. Todo lo que había eran mentiras, y él se atiborraba de ellas, sabiéndolo. El despacho de la agencia que había leído en un periódico, lo releyó de cabo a rabo en los otros dos.
 
 
  
    Hoy ya casi nadie lee periódicos de papel. Sus ventas han descendido notablemente. Ahora los periódicos se reinventan en las pantallas de la red con todo lujo de imágenes a color fijas y en movimiento y documentos sonoros, mediante suscripciones de pago que se hacen, como casi todo en esta vida virtual, on line
 
    Ahora ochenta y cinco años después, los periódicos digitales siguen mintiendo y publicando “un tas de mensonges”, o sea, un montón de mentiras, como diría Montherlant. Y nada más que eso; mentiras y más mentiras. No cuentan ni la mitad de las cosas que pasan, y no es verdad la mitad de las cosas que cuentan. Los periodistas son los terroristas, los que viralizan el terror haciéndolo crónico: la información es publicitaria propaganda. 
 
 
    Cuando parece que se agota el miedo al virus coronado, decadente ya y nunca tan letal como pronosticaron torticeramente, remozan otras remesas de miedos que sacan enseguida a relucir a la palestra mediática: miedo a la guerra de Pallaquistán y al Imperio que contraatacará, miedo al fundamentalismo religioso, miedo al cambio climático, miedo a una nueva recrisis económica que provocará desabastecimiento de suministros, hundimientos de las Bolsa y los mercados, miedo a un apagón digital que nos sumirá en la oscuridad de la noche informática planetaria... –no fuera malo esto último, como decimos por aquí abajo, pero no caerá esa breva porque si cae la breva luego no cogeremos el higo, y habrá que recomenzar el ciclo al revés: de higos a brevas y vuelta a comenzar.