En el cuento "7
de marzo de 1936" de Henry de Montherlant incluido en su libro
de ensayos "El equinoccio de septiembre" un muchacho que puede
ser movilizado en cualquier momento y partir a la guerra dialoga con
su padre.
El hijo
ustedea a su padre, como era costumbre entonces cuando aún no se
había generalizado el tuteo entre los hijos y sus progenitores.
(Recuerdo que mis padres mismos me contaron que ellos habían tratado
de usted a los suyos cuando eran jóvenes, cosa que los de mi
generación, que empezamos a tutear a los nuestros, no entendíamos).
Oigamos parte de su diálogo en el que el hijo se extraña de que su padre no tenga noticias de la movilización: -¿No
lee usted entonces los periódicos? -¡Nunca!
Un día sin periódicos es un día purificado, liberado, despejado. -Sin embargo
en tiempos turbulentos... -Precisamente
en tiempos turbulentos es cuando no hay que leerlos.
El hijo, que tiene diecinueve años pero parece más joven, no se queda a cenar con su padre porque ha quedado con su novia. El padre no se lo reprocha. Lo comprende. El hijo no sabe si podrá volver al día siguiente o tendrá que partir antes al frente. El padre no le da un beso cuando se despiden. No porque no quiera a su hijo, sino porque está convencido de que no hace falta ninguna manifestación externa de sus sentimientos: Por un momento, el hombre se preguntó si besaría a su hijo. Pero no. Su hijo sabía que lo quería. Cuando se quiere de verdad a alguien, no hay necesidad de besarlo, no hay necesidad de decírselo. Solo las mujeres tienen esta pasión de sentirse infinitamente tranquilizadas.
Al día siguiente, su hijo no fue a almorzar. Y el hombre supuso que habría sido movilizado. Salió a la calle. Compró tres periódicos y buscó la confirmación de lo que temía: Odiaba los periódicos. A veces pasaba quince días sin abrir uno. Ahora tenía tres entre sus manos, que leía, detenido en medio de la calzada. Todo lo que había eran mentiras, y él se atiborraba de ellas, sabiéndolo. El despacho de la agencia que había leído en un periódico, lo releyó de cabo a rabo en los otros dos.
Hoy ya casi nadie lee periódicos de papel. Sus ventas han descendido notablemente. Ahora los periódicos se reinventan en las pantallas de la red con todo lujo de imágenes a color fijas y en movimiento y documentos sonoros, mediante suscripciones de pago que se hacen, como casi todo en esta vida virtual, on line.
Ahora ochenta y cinco años después, los periódicos digitales siguen mintiendo y publicando “un tas de mensonges”, o sea, un montón de mentiras, como diría Montherlant. Y nada más que eso; mentiras y más mentiras. No cuentan ni la mitad de las cosas que pasan, y no es verdad la mitad de las cosas que cuentan. Los periodistas son los terroristas, los que viralizan el terror haciéndolo crónico: la información es publicitaria propaganda.
Cuando parece que se agota el miedo al virus coronado, decadente ya y nunca tan letal como pronosticaron torticeramente, remozan otras remesas de miedos que sacan enseguida a relucir a la palestra mediática: miedo a la guerra de Pallaquistán y al Imperio que contraatacará, miedo al fundamentalismo religioso, miedo al cambio climático, miedo a una nueva recrisis económica que provocará desabastecimiento de suministros, hundimientos de las Bolsa y los mercados, miedo a un apagón digital que nos sumirá en la oscuridad de la noche informática planetaria... –no fuera malo esto último, como decimos por aquí abajo, pero no caerá esa breva porque si cae la breva luego no cogeremos el higo, y habrá que recomenzar el ciclo al revés: de higos a brevas y vuelta a comenzar.