Un protocolo aplicado en algunas residencias de mayores recomendaba la suministración de dos medicamentos, morfina y midazolam, a los enfermos que padecían insuficiencia respiratoria, unos fármacos que jamás deben usarse en pacientes que pueden respirar por sí mismos aunque les falte un poco el aire, porque lo que hacen es dificultar aún más su respiración. Estos medicamentos agravaron su problemática y condujeron a muchos a la sedación paliativa y a la muerte.
Estos ancianos no murieron bajo los efectos de un virus presuntamente asesino, sino de los protocolos impuestos desde arriba por un supuesto comité anónimo de esperpénticos expertos. Afortunadamente, estos protocolos fueron ignorados en la mayoría de los geriátricos españoles. De los dos millones de ancianos, en efecto, que había en dichos establecimientos cuando comenzó la psicosis de histeria colectiva virocoronal, murieron durante aquella primera ola “solo” treinta mil. Pero algunas, si no muchas, de esas muertes podían haberse evitado si no se hubieran aoplicado los protocolos, es decir, las órdenes de arriba.
La consigna de salvar vidas a toda costa condujo a la inmolación de muchas que podían haberse salvado. Las muertes de los protocolos contra el virus pasaron a contabilizarse como muertes debidas al virus asesino, con lo cual crecía la alarma.
Sin embargo, ahora que están muriendo, según las estadísticas oficiales, más personas que entonces, los medios callan vergonzosamente. Este exceso de mortalidad que estamos padeciendo en casi todos los países occidentales con altos niveles de inoculación anticoronaviral no es noticia porque no interesa ni política- ni económicamente. Por eso los medios callan. Los esperpénticos expertos, negacionistas ellos, no dicen nada, están estudiando el problema sin alcanzar un consenso científico de una realidad que ya no pueden negar.
Si los políticos o los medios de (in)formación afines
abordan el problema, atribuyen el exceso de muertes a cualquier
causa, es decir, a cualquier cosa, no en vano nuestra palabra patrimonial "cosa" procede del cultismo latino "causa". Achacan las muertes al calor, al frío, a la falta de
ejercicio y la vida sedentaria, o al exceso de ejercicio, en el caso
de los deportistas profesionales que fallecen súbitamente en
competiciones o entrenamientos y no llegan a ingresar en los
hospitales... El problema de esta sobremortalidad que estamos
experimentando ahora es precisamente que el exitus (letalis) no llega a registrarse en los hospitales, sino en todo caso en las funerarias, que no dan abasto, porque suelen
ser muertes repentinas, súbitas, de personas que no estaban
enfermas pero caen fulminadas súbitamente por el rayo.