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lunes, 22 de septiembre de 2025

Electrodoméstica televisión

    Quizá merezca la pena volver a ver (o ver por primera vez si no se ha visto antes) El televisor (trastorno obsesivo-compulsivo), una de aquellas terroríficas Historias para no dormir que vi y me impresionó cuando tenía quince años, un terror en este caso que no es de índole sobrenatural, sino que emana de la naturaleza del 'inofensivo' electrodoméstico del título, un mediometraje rodado para la pequeña pantalla que digiera en 1974 Narciso Ibáñez Serrrador.
 
    Enrique, interpretado magistralmente por Narciso Ibáñez Menta, es un hombre gris y rutinario, un españolito medio de la época que se mata a trabajar revisando cuentas en un banco de ocho de la mañana a doce de la noche para brindarles lo mejor a su mujer, Susana, una conmovedora María Fernanda D'Ocón, y a sus hijos.
 
    Su vida cambia radicalmente cuando hace realidad su sueño de adquirir un televisor de veinticuatro pulgadas a todo color que instala en el salón de su pisito colmenero. A partir de ese momento, Enrique descubre un mundo nuevo, un universo invasivo lleno de maravillas que ignoraba y de peligros sin cuento en el que se funden y confunden la realidad y la ficción televisada.
 

    'El televisor' no solo es un relato que nos arrastra hacia el abismo de la locura de su protagonista, sino que conserva, cincuenta y un años después, parece mentira, su carácter visionario y premonitorio, todo un alegato contra la sociedad del espectáculo y el reality show y mucho más que una crítica satírica, como han querido ver algunos, de la televisión del régimen franquista, porque su calado político y premonitorio va más allá de la realidad de aquel entonces y llega a nosotros, adquiriendo proporciones descomunales con la oferta audiovisual de las plataformas actuales y la vida virtual paralela que nos proporcionan las redes sociales. 
 
    Enrique se convierte en un teleadicto, deja incluso de trabajar y traga todo lo que le echan por la tele, sentado en el sillón ante la pequeña pantalla desde que empieza la carta de ajuste hasta la despedida y cierre de la emisión. Cuando su esposa le ruega que vuelva al trabajo y que deje de ver televisión, le responde: 
-No puedo, Susana. No puedo regresar hasta que no sepa si el autor que quiere estrenar su obra pudo por fin estrenarla, no puedo si no sé si ese policía gordo y simpático se retira o no, o si encuentra a su hermano. Necesito saber el desenlace de todos esos problemas. 
Susana.- Es que no puedes seguir viviendo así. 
Enrique.- Antes sí que no vivía, pero la televisión me ha dado muchas vidas. Pero mañana, Susana, mañana lo arreglaré todo para que el televisor no sea peligroso.
 
    Enrique fabrica una caja de cartón, que pone delante de la pantalla a modo de tapa con un pequeño agujero para poder ver él lo que pasa y que no pueda salir esa realidad de la televisión por el agujero diminuto. 
 
    Susana comprende entonces que Enrique, como Alonso Quijano, el Caballero de la Triste Figura, ha enloquecido y pide ayuda a un psiquiatra. 

 He aquí el diálogo entre el loquero y el loco de Enrique: 
 
-¿Por qué puso usted esta caja delante de la pantalla? 
-Por mi familia, no quiero que a ellos les ocurra nada. (...) 
-¿A qué se refiere? 
-Al horror. ¿Qué ocurriría si Quique, Quique, mi hijo menor -tiene doce años- , qué ocurriría si viese a los niños que yo he visto el otro día, si a uno de esos niños se le ocurre salir del televisor y entrar en casa y mis hijos lo ven. 
-¿Qué niños? 
-Los desfigurados, quemados por el napalm y todos esos cadáveres de guerrilleros palestinos y las bombas que estallan en Oriente. Hace días que me di cuenta pero ya era tarde. 
-¿Se dio cuenta de qué? 
-De que todo lo que sale por aquí es mentira, o es maldad, porque Canon,Canon parece simpático ¿eh? No sé, será porque es gordo y le gusta comer, pero Canon mata. Y Caine, a pesar de no usar armas, a pesar de su filosofía oriental, de su aparente bondad, Caine también mata. Y los concursos. Se da dinero, se muestran muchos billetes de mil y la gente sonríe, pero solo ganan una o dos parejas, solo ganan los que concursan y yo sé que hay millones que no lo ganan y lo necesitan... Y los dibujos animados, qué cosa más estúpida. De pronto comprendí que los dibujos animados también matan. Vemos a un ratón travieso que corre tras un gato, pero corre para ponerle una bomba que estalla o lo empuja por la nieve hasta hacerle caer en un precipicio. El gato y el ratón y el pato y el conejito sobreviven siempre, sí, pero siguen tratando de matarse los unos a los otros, y hay un hombre, bueno no sé cómo se llama, un hombre que habla de los animales, que defiende a los animales. ¡Que va! Lo que hace es mostrar cómo los animales se matan los unos a los otros o cómo los hombres matan a los animales. Hasta la misa es mentira porque no vale. 
-Pero usted tiene que comprender que la televisión es simplemente un espectáculo del que no se puede abusar, como no se debe abusar del cine o del teatro. Debe usted seleccionar los programas y ver solo unos pocos... 
-No, no es solo eso... 
-...o no verlos. 
-Por un tiempo debe usted de dejar de ver televisión. 
-No puedo. 
-¿Por qué? 
-Porque ya no sé pensar. Aquí, en este estante, yo tenía libros. Ahora solo tengo revistas de televisión para conocer las programaciones y estar al tanto. Aquí tenía libros. Y los libros me hacían imaginar, pero ya no, no sé imaginar, porque ahí me lo ofrecen todo imaginado por otros, y mal imaginado. Aquí tenía discos y le parecerá estúpido pero antes me gustaba mucho Beethoven... Hace días que no puedo recordar los compases de la quinta sinfonía. Trato de recordarlos... Ahora... Me estoy concentrando ¿eh? No puedo, no, no puedo. Las únicas músicas que en estos momentos me están pasando por la cabeza son esas que dicen: “Qué suavidad, todo esplendor, para el cabello es lo mejor”, o esas otras que dicen “Siempre sea alegre, siempre sea joven, sienta burbujas en su corazón" (Llora) ¡Ay! 
-¿Usted me permite? 
-Sí, claro. 
-Voy a abrir la tapa del televisor para hacerle ver que esto es solo un aparato electrónico lleno de cables, de lámparas y … 
-¡No lo haga! 
-¿Por qué no? 
-Sería como abrir una catarata de maldad... Aquí dentro está la violencia, la sangre, el horror, la mentira, todo está aquí, tratando de salir e invadir las casas. Hasta los locutores, que parecen hombres y mujeres normales, no lo son porque solo hablan de guerras, de asesinatos, de raptos, de linchamientos... 
-Pero si usted ve todo eso ¿por qué sigue viendo televisión? 
-Porque la necesito, porque ya no sé pensar. Es ella la que piensa por mí. 
 
  
    No voy a destripar el final, absolutamente genial y kafkiano. Pero resulta interesante ver cómo un producto de la televisión se vuelve y revuelve contra la propia televisión que lo ampara. El espectáculo de la sociedad que nos ofrecen los medios de (in)comunicación de masas nos ha convertido en la sociedad del espectáculo que con tanta lucidez analizó -desmenuzó- Guy Debord, y antes que él el mito de la caverna de Platón. Querámoslo o no, somos el producto de esa sociedad espectacular en el peor sentido de la palabra, que es el etimológico. El espectáculo nos lo sirven en bandeja, bien entrados ya en el siglo XXI, las redes sociales de la Red Informática Universal, no solo la añeja televisión familiar que solo vemos, muy de cuando en cuando ya, los mayores, es decir, los viejos, siendo para muchos la única compañía de su soledad. Hoy el televisor y su trastorno obsesivo-compulsivo es el teléfono móvil que tantas utilidades nos proporciona y tanto nos utiliza haciéndonos agachar la cabeza religiosamente como si de un piadoso devocionario se tratara.
 
    En la sociedad del espectáculo la realidad y la ficción se confunden constantemente hasta el punto de que nos convierten a los espectadores en seres alienados. El estado natural del hombre posmoderno es el de la enajenación mental orquestada por los medios que, so pretexto de comunicarnos, nos incomunican, y so pretexto de informarnos nos desinforman conformándonos como orates víctimas de ataques de delirios colectivos que alteran nuestra percepción de la realidad impostada por una virtualidad que ha sido concebida para modificar las creencias y opiniones del público sometido al espectáculo y a la propaganda comunicativa e informativa del Poder.