jueves, 27 de agosto de 2020

Nadie da duros a cuatro pesetas

Para entender el dicho español, ya pasado de moda desde que entramos en el euro, de que nadie da duros a cuatro pesetas, que nuestros mileniales no entenderán, hay que tener en cuenta que el duro era una moneda española que valía cinco pesetas.  Hoy diríamos "nadie da euros a ochenta céntimos".
 
 
Moneda de un duro (5 pesetas) con la imagen del hoy rey Emérito.
 
Leo sobre el origen del dicho español “Nadie da duros a cuatro pesetas”, lo que Andrés Rodríguez Amayuelas escribe en El Viejo Topo el 2 de abril de 2017: Cuentan que un político español de provincias, de finales del XIX, se presentaba a las elecciones provinciales. Para garantizarse el voto en el medio rural, decidió comprar su voto dándoles 4 pesetas a cada persona. Otro candidato, que ya era diputado, se enteró de la maniobra y, no queriendo perder su acta, decidió tomar cartas en el asunto. Se dirigió a quienes habían recibido el dinero del otro candidato y les dijo que a quienes le entregaran el dinero recibido y le votaran, les daría un duro… y así lo hicieron, quedando agradecidos por la generosidad del diputado. 
 
La anécdota, no sé si cierta, aunque un tanto imprecisa porque no menciona los nombres de los políticos, explicaría muy bien el origen del dicho. Ambos políticos compran el voto: el primero por cuatro pesetas, el segundo lo hace por una sola, dado que les da a sus electores un duro a cambio de cuatro pesetas, sí, y ahí está la picaresca española, y de su voto, que le resulta más barato que al anterior diputado, que había pagado 4 pesetas y perdido las elecciones... Se non è vero, como dicen los italianos, è ben trovato. 
 
Parece, sin embargo, que el pintor y escritor catalán Santiago Rusiñol, si no inventó la frase, sí protagonizó una anécdota relacionada con ella, al apostar con sus amigos que se ponía en la calle a vender duros a cuatro pesetas y a que nadie se los compraba, y en efecto, salió a la calle y vociferó o puso un cartel que decía: Vendo duros a cuatro pesetas. Nadie le hizo caso porque pensaban que quería darles monedas falsas, el gato por la liebre, o, simplemente, engañarles. Ganó la apuesta porque no vendió ni un solo duro ya que todo el mundo pensaba, con más razón seguramente de la que creían, que los duros eran falsos. Me explico: no eran falsos, porque eran de curso legal, pero sí eran falsos porque la gente no entendía que hubiera duros que pudieran valer cuatro pesetas, cuando el valor establecido era el de cinco pesetas. 
 
"Els quatre gats", Barcelona.
 
Escribe M. Martín Ferrand en ABC (22/04/2001): Santiago Rusiñol, parapetado tras su barba solemne y sus mostachos modernistas, fue un espléndido pintor, un aceptable escritor y un humorista en estado puro. En su tertulia barcelonesa de «Els quatre gats», especialmente con Casas, Utrillo y Regoyos, perpetraba bromas divertidísimas que luego ponía en práctica para demostrar empíricamente las notas de la condición humana. Muy cerca de la cervecería que le daba nombre a la tertulia, junto al edificio neogótico de Puig y Cadafalch, un buen día de finales del XIX Rusiñol instaló un tenderete, lo cubrió de auténticos duros de plata y, sentado frente a él, se puso a pregonar: «¡Duros a cuatro pesetas!». No vendió ni uno solo y les demostró así a sus contertulios la ineficacia de la verdad predicada en la calle, sin avales y garantías acreditativas. Los españoles desconfiamos, más que de ninguna otra cosa, de la verdad clara y limpiamente formulada. Los transeúntes le miraban y, en el mejor de los casos, esbozaban una sonrisa al tiempo que apretaban el paso para darse a la fuga.

miércoles, 26 de agosto de 2020

La misteriosa sonrisa

 ¿Quién le ha robado la sonrisa a la Gioconda?
 
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Fotografía de Gabriel Pérez-Juana (2020) 

martes, 25 de agosto de 2020

Petrarca y la soledad

Francesco Petrarca nació el 20 de julio de 1304 y murió un día antes de cumplir los 70 años, el 19 de julio de 1374. Gran poeta en lengua latina y toscana, reponsable entre nosotros de la introducción del hendecasílabo en la poesía culta castellana gracias a Boscán y a Garcilaso, fue sin duda uno de los primeros hombres modernos, inaugurador del renacimiento, del humanismo y del amor por la filología clásica. 


 Retrato de Petrarca, anónimo.

En un latín pulcro y esmerado escribió esta confesión surgida de lo hondo de su alma sobre la soledad preguntándose ubi sunt?: (Rerum Familiarum Libri VIII 7.19-20): ubi dulces nunc amici? ubi sunt amati uultus? ubi uerba mulcentia? ubi mitis et iucunda conuersatio?  ¿Dónde están ahora los dulces amigos, dónde sus amados rostros, donde sus halagüeñas palabras, dónde su entrañable y grata conversación?

quod fulmen ista consumpsit? quis terrae motus euertit? quae tempestas demersit? quae abyssus absorbuit? ¿Qué rayo fulminó esas cosas? ¿Qué terremoto las trastornó? ¿Qué tormenta las anegó? ¿Qué abismo las engulló?

stipati eramus, prope iam soli sumus. Eramos una piña, ahora estamos ya prácticamente solos.

nouae amicitiae contrahendae sunt. unde autem siue ad quid, humano genere paene extincto, et proximo, ut auguror, rerum fine?   Hay que hacer nuevas amistades. Pero ¿dónde y para qué, una vez casi extinguido el género humano y muy próximo, según creo, el fin de las cosas? 

sumus, frater, sumus — quid dissimulem? — uere soli? Estamos, hermano, estamos -¿a qué disimularlo?- verdaderamente solos. 

domingo, 23 de agosto de 2020

Un par de versos de Agatón

La primera palabra de la declaración de fe cristiana que surgió de los concilios de Nicea (Bitinia, en la actual Turquía) convocado bajo la presidencia del emperador romano Constantino en el año 325, y el concilio de Constantinopla (la actual Estambul) en el 381, es precisamente “credo”: yo creo, credo en latín, πιστεύω en griego): una declaración de fe. Por eso se llama credo niceno-constantinopolitano: credo in unum Deum, patrem omnipotentem, πιστεύω εἰς ἕνα Θεόν, πατέρα, παντοκράτορα: creo en un solo Dios, padre todopoderoso.

 Ícono ruso sobre el primer concilio de Nicea.

Sin embargo, según leo en la inevitable Güiquipedia, parece que en el concilio de Nicea el symbolum Nicenum o símbolo de la declaración dogmática de fe que surgió de allí comenzaba con un πιστεύομεν, credimus o creemos, es decir, con una declaración colectiva en primera persona del plural, en lugar de la del singular que acabó imponiéndose en Constantinopla como interiorización individual de la creencia general.  

Mucho antes de que se celebraran esos concilios ya Aristóteles había dejado escrito en la Ética a Nicómaco VI, 2, 1139 b. que había cosas que nadie, ni siqueira un dios, podía hacer: οὐκ ἔστι δὲ προαιρετὸν οὐδὲν γεγονός, οἷον οὐδεὶς προαιρεῖται Ἴλιον πεπορθηκέναι: οὐδὲ γὰρ βουλεύεται περὶ τοῦ γεγονότος ἀλλὰ περὶ τοῦ ἐσομένου καὶ ἐνδεχομένου, τὸ δὲ γεγονὸς οὐκ ἐνδέχεται μὴ γενέσθαι. Lo que viene a decir en nuestra lengua: Nada que haya ocurrido ya es objeto de elección, por ejemplo, nadie elige que Troya haya sido saqueada; porque tampoco se delibera sobre lo pasado, sino sobre lo futuro y posible, y lo pasado no puede no haber ocurrido

A continuación cita Aristóteles un par de versos de Agatón, poeta trágico nacido en el siglo V a. de C., cuyas obras no se conservan, sino solo algunos fragmentos, unas cincuenta líneas. Tras los grandes tres trágicos atenienses Ésquilo, Sofoclés y Eurípides, es el más celebrado. Pues bien, uno de esos fragmentos de Agatón, que aparece como personaje en el Banquete de Platón, y al que Aristóteles cita varias veces en la Poética porque al parecer había escrito una tragedia que no estaba basada en la mitología y la leyenda ni en la historia como Los Persas de Ésquilo, sino en caracteres inventados, son estos dos trímetros yámbicos que cita el estagirita en apoyo de su afirmación anterior: διὸ ὀρθῶς Ἀγάθων μόνου γὰρ αὐτοῦ καὶ θεὸς στερίσκεται, / ἀγένητα ποιεῖν ἅσσ᾽ ἂν ᾖ πεπραγμένα. Lo que viene a decir: por eso dice bien Agatón: «Pues de esto mismo está privado un dios también, / de hacer que no haya sido aquello que pasó». 

Symbolum Nicenum,  Credo in unum Deum (Johann Sebadstian Bach)


Si damos el paso de convertir el nombre común θεός, deus, dios, en nombre propio que escribiremos según nuestra convención habitual con letra inicial mayúscula: Θεός, Deus, Dios, hemos pasado del politeísmo al monoteísmo, que es lo que hace el credo niceno-constantinopolitano, que además califica a la divinidad, esencialmente masculina, de παντοκράτωρ, omnipotens, todopoderoso. 

Precisamente Aristóteles, apoyado en los versos de Agatón, viene a decirnos antes de que se establezca la creencia en ese dogma que la divinidad no puede ser omnipotente. Nadie, por lo tanto, ni siquiera un dios, ni tampoco Dios avant la lettre,  puede evitar que Troya haya sido destruida y saqueada como fue una vez que ha sucedido porque no se puede cancelar el pasado y hacer que lo que ha sido no haya sucedido.

sábado, 22 de agosto de 2020

Pólemos epidemios

Traigo aquí a colación un par de hexámetros de Homero (Ilíada, IX, 63-64), puestos en boca del viejo y sabio Néstor, rey de Pilo, que insulta con ellos a modo de maldición a quienes aman la guerra intestina, pólemos epidémios en griego, la guerra civil -y todas las guerran son en el fondo civiles aunque las hagan los militares-, que dicen en su propia lengua: ἀφρήτωρ ἀθέμιστος ἀνέστιός ἐστιν ἐκεῖνος / ὃς πολέμου ἔραται ἐπιδημίου ὀκρυόεντος. 

Suenan así en nuestra lengua en la versión de Emilio Crespo, una traducción fidedigna: “Sin familia, sin ley y sin hogar se quede aquel / que ama el intestino combate, que hiela los corazones.” Agustín García Calvo los traduce en hexámetros castellanos con rima asonante, una traducción más próxima a la música, porque es una versión rítmica que evoca la libertad y la servidumbre del verso homérico: “Hombre sin-ley es aquél, sin-hogar, sin-trato-con-buenos / que arda en amor de la guerra, heladora, peste de pueblos”. Me lanzo, por mi parte, no sin mucha osadía, a traducir estos versos, tal y como yo los entiendo, fundiendo los hallazgos de ambas versiones: “Un sin-hermanos-ni-amigos, sin-ley, sin-hogar es el hombre / que ama la guerra civil que hiela los corazones”. 


Y retomo el epíteto “epidemios”, sobre-el-pueblo, que Homero aplica a la guerra -pólemos-, y que será el origen de nuestro sustantivo “epidemia”, y la sugerencia del filósofo italiano Giorgio Agamben, quien en el artículo que publicaba el 2 de mayo de 2020 titulado “La medicina come religione”, que puede leerese traducido entero salvo el último párrafo aquí mismo,  presenta a la medicina, aparición de la vieja “ciencia”, como la nueva religión laica de nuestro tiempo, que, como toda religión, entraña una guerra religiosa basada en la fe de su férreo sistema de creencias que no puede ponerse en duda. 

Escribía allí Agamben que este “pólemos epidemios” era la nueva guerra civil mundial que desde un punto de vista político toma el lugar de las guerras mundiales tradicionales, sustituyendo incluso a las recientes guerras contra el terrorismo. ¿En qué consiste esta guerra? Se plantea entre una lucha contra el virus, epifanía del Mal, que potencialmente podemos portar todos en nuestro interior. Una de las armas que utiliza es, además de la distancia social, la mascarilla, que se esgrime a modo de escudo protector contra el Maligno. Mucha gente, cuando pasea en soledad, se desprende de ella a fin de poder respirar mejor a pleno pulmón, lo que es lógico y comprensible, pero se apresta enseguida a embozársela cuando ve que va a cruzarse con alguien, no vaya a ser que el Maligno, que puede estar dentro de alguno de ambos contagie a la otra persona... 


Como dice Agamben en el citado artículo: “Todas las naciones y todos los pueblos están ahora permanentemente en guerra consigo mismos, porque el invisible y escurridizo enemigo con el que están luchando está dentro de nosotros.” Esta guerra civil que se cierne sobre y contra el pueblo, pólemos epidemios, nos trae a colación aquella otra guerra de Heraclito de Éfeso, la guerra de la razón contra la realidad y falsedad del mundo.

Leamos el fragmento 53 de Heraclito: πόλεμος πάντων μὲν πατήρ ἐστι, πάντων δὲ βασιλεύς, καὶ τοὺς μὲν θεοὺς ἔδειξε τοὺς δὲ ἀνθρώπους, τοὺς μὲν δούλους ἐποίησε τοὺς δὲ ἐλευθέρους. Dice literalmente: Guerra de todos es padre, de todos rey, y a los unos los señaló dioses, a los otros hombres, a los unos los hizo esclavos, a los otros libres. ¿Por qué la guerra es el padre y no la madre de todo? 

No nos dejemos llevar por las apariencias del género gramatical de las lenguas que lo tienen. En griego la palabra “guerra”, pólemos, es masculina, mientras que en castellano es femenina. La guerra, para Heraclito, es “patér”, título que comparte con Zeus, “padre de hombres y dioses”, y por otro lado es “basileús” “rey”. No hace falta, como han hecho algunos traductores, recurrir a un sinónimo de “guerra” de género masculino como es “combate” para traducir el texto: “El combate es el padre de todas las cosas”. No es necesario llegar a tanto porque se pierde mucho por el camino.


Acaba Agamben su artículo diciendo que la filosofía, como ha sucedido a lo largo de la historia, deberá luchar contra esta nueva religión, que ya no es el cristianismo, ni siquiera el capitalismo, sino la ciencia y sus artículos de fe. Los amantes de la verdad, que son aquellos que no la poseen pero que la buscan y denuncian las mentiras dominantes, serán excluidos, insultados y acusados de difundir noticias falsas y teorías de la conspiración, cuando no censurados y considerados herejes.

viernes, 21 de agosto de 2020

Lo que no puede Dios totopoderoso (quod Deus omnipotens non potest)

El benedictino Pedro Damián refiere una conversación de sobremesa que sostuvo durante una cena con su amigo el abad Desiderio en el monasterio de Montecasino, probablemente en el año 1067. Resulta que se había desarrollado ampliamente durante los siglos IX y X el método dialéctico, basado en el empleo de la lógica y el razonamiento, en el que la ratio se contraponía a la auctoritas de las Sagradas Escrituras. 

Entre los acérrimos enemigos de la dialéctica, destaca este benedictino, que rechaza el uso de la razón, ya que es el mismo diablo, según él, el que inspira a las ciencias humanas sembrando la perniciosa semilla de la duda en las sagradas creencias. Para Pedro Damián la filosofía debería ser la ancilla theologiae o ancilla fidei, es decir, la esclava de la teología o de la fe y no otra cosa; la servidora no puede mandar al ama, a la que debe subordinarse como sumisa esclava del Señor. 

 Abadía de Montecasino

El diálogo mantenido en aquella velada en la abadía versó en torno a las palabras de una carta de san Jerónimo (22, 5) donde afirmaba el santo que la omnipotencia de Dios, que lo puede todo, no puede restaurar la virginidad de una doncella que la haya perdido. 

Resonaban acaso en sus oídos algunos latines paganos, como el ciceroniano: praeterita mutare non possumus: no podemos cambiar el pasado, o yendo un poco más lejos el factum est illud: fieri infectum non potest de una comedia de Plauto, que pone en boca de un tal Licónides:  hecho está eso: no puede deshacerse. Quizá también podían venirle a las mientes aquellos versos de Homero cuando Néstor, al oír el fragor del combate, sale de su tienda, contempla desolado que ha sido rota la resistencia del muro que creían inexpugnable, y a la vista de los desgraciados sucesos le dice a Agamenón: (Ilíada XIV, 53-54): ἦ δὴ ταῦτά γ᾽ ἑτοῖμα τετεύχαται, οὐδέ κεν ἄλλως / Ζεὺς ὑψιβρεμέτης αὐτὸς παρατεκτήναιτο (Sí, eso, cumplido, al menos, pasó, y de modo ninguno / Zeus mismo, el altitonante, podría mudarlo). Viene a decirlo el sabio rey de Pilo a Agamenón, el rey de reyes, que ni siquiera Zeus, el dios principal del panteón olímpico griego, puede cambiar lo que ha pasado. 

También podría venirle a la cabeza Platón, que puso en boca de Protágoras la siguiente consideración, abundando sobre la misma idea de que lo que ha sido no puede dejar de ser. Está hablando de cuando se castiga a alguien no por lo que ha hecho, que no puede deshacerse, sino pensando en el futuro, para que no vuelva a hacerlo: ὁ δὲ μετὰ λόγου ἐπιχειρῶν κολάζειν οὐ τοῦ παρεληλυθότος ἕνεκα ἀδικήματος τιμωρεῖται—οὐ γὰρ ἂν τό γε πραχθὲν ἀγένητον θείη—ἀλλὰ τοῦ μέλλοντος χάριν, ἵνα μὴ αὖθις ἀδικήσῃ μήτε αὐτὸς οὗτος μήτε ἄλλος ὁ τοῦτον ἰδὼν κολασθέντα. El que intenta castigar con razón aplica el castigo, no por la injusticia cometida -pues no se lograría que lo hecho no haya acaecido-, sino pensando en el futuro, para que no vuelva a cometer una injusticia ni este mismo ni otro al ver que éste sufre castigo. Lo que más nos interesa de esa frase ahora es el inciso, que insiste sobre la misma idea: pues no se conseguiría que lo hecho no haya sucedido.



Ejemplificaba así la imposibilidad de Dios de cambiar o cancelar el pasado y hacer que no haya sido lo que ha sido. La epístola escrita en Belén en el año 287 de nuestra era estaba dirigida a una tal Eustoquio, virgen romana,  y más que una carta era un breve tratado sobre la importancia de la guarda de la virginidad y sus excelencias.

Afirma literalmente Jerónimo en esa carta: Audenter loquor: cum omnia Deus possit, suscitare virginem non potest post ruinam. Valet quidem liberare de poena, sed non valet coronare corruptam. Lo que viene a sonar en  estos otros latines algo degenerados que hablamos ahora algo así: Me atrevo a decir: aunque todo lo puede Dios, no puede restabecer la virginidad (sc. a una virgen) después de su pérdida.   Aconseja más adelanta el santo a la joven Eustoquio que huya especialmente del vino: Vinum et adulescentia, duplex incendium voluptatis. O lo que es lo mismo: Vino y juventud doble incendio son de sensualidad. 


San Jerónimo escribiendo, Caravaggio 1605

No podía pasarle desapercibida al benedictino la extremada audacia dialéctica del santo Jerónimo, que afirmaba que pudiéndolo todo Dios había, sin embargo, algo que no podía, contradictio in terminis, como era hacer que no hubiera pasado algo que había efectivamente pasado, porque era un argumento racional contra la omnipotencia del Dios pantocrátor que establecía la fe…

En lenguaje popular se oye a veces una formulación similar a la de Jerónimo: Todo lo puede Dios menos hacer parir a las viejas. A los ojos inquisitoriales de Pedro Damián era peligrosísimo reconocer una cosa así, aunque el propósito de Jerónimo fuera bueno como era sin duda encarecer a la joven doncella romana a guardar su doncellez, porque suponía que Dios no lo podía todo y, por lo tanto, si no lo podía todo, era impotente.

Pedro Damián se apresura enseguida a escribir una carta como respuesta directa a Desiderio y a otros monjes de la abadía para que no cayeran en el error de Jerónimo. En relación con el punto planteado de si Dios puede restablecer la virginidad a una virgen que la ha perdido, la respuesta del benedictino, completamente irracional, será que sí, contrariamente a lo sostenido por san Jerónimo. La restauración de la virginidad puede entenderse en dos sentidos dice Pedro Damián: la restauración iuxta meritum y la restauración  iuxta carnem y, en la primera Dios puede en función de los méritos y su virtud devolver la virginidad a una mujer perdonándole su falta y haciendo que caiga en el olvido y llegue a ser virtuosa, incluso más virtuosa que la más casta de las vírgenes,  pero eso no basta. Otorgarle el perdón no borra el hecho, puede borrar su consecuencia o su cualidad de pecado, pero no anula el acto en sí, por eso se ve obligado Pedro Damián a afirmar respecto de la última que Dios también  tiene el poder de reparar la carne y devolverle a la mujer su virginidad  carnal:  Lo digo abiertamente, lo digo,  y sin temer ninguna crítica de consideración  filosófica afirmo rotundamente que puede Dios todopoderoso volver virgen a cualquier mujer casada varias veces, y reparar el signo de la incorrupción en la propia carne de ella, tal como salió del útero materno.

 San Pedro Damián, Andrea Barbiani (1776)

El problema que hay detrás de esta disputa es si la omnipotencia divina puede cancelar el pasado. Según el benedictino, Dios puede cambiar el futuro, el presente y el pasado. La justificación se encuentra en la eternidad de Dios, ya que en Dios todo es simultáneo y sucede a la vez, de una vez por todas para siempre, y llega a decir que para Él nunca pasan del todo las cosas pretéritas ni sobrevienen las futuras. Pedro Damián parte de una concepción absoluta de la omnipotencia divina y llega a cuestionar implícitamente el principio aristotélico de no contradicción en defensa de la fe que veía amenazada de resquebrajamiento.

Santo Tomás, por su parte, no llega a tanto: Afirma que Dios puede todo lo absolutamente posible, pero no lo imposible. Y esto último no por insuficiencia o impotencia del poder divino, algo inadmisible, sino porque lo que no puede ser, no puede ser, y además, como diría el otro, incorporando la negación en el adjetivo para hacer afirmativa la frase, es imposible. Por consiguiente, Dios no puede hacer lo imposible, pero no porque no pueda, sino porque, por definición, lo imposible no puede ser hecho ni hacerse. La conclusión del aquinate sería: “Ergo eadem ratione non potest facere de quocumque alio praeterito, quod non fuerit”.  Por lo tanto, por la misma razón (Dios) no puede hacer de cualquier otra cosa pasada que no haya sido: Dios no puede cancelar el pasado. ¡Qué más quisiera Él!


Pantocrátor

jueves, 20 de agosto de 2020

Taller de métrica (IV): El priapeo

Se denomina priapeo al dístico o estrofa compuesta de dos versos: un glicónico y un ferecracio. El nombre puede deberse al recuerdo de su empleo en principio para las inscripciones obscenas de las imágenes itifálicas de Priapo, alcanzando después un tratamiento literario en los poetas conocidos. El primero consta de ocho sílabas pero al ser la última aguda cuenta, en el cómputo castellano, como verso de nueve sílabas, y el segundo es un heptasílabo con final llano, en realidad, un glicónico amputado al que le falta la última sílaba.

Fresco del dios griego Priapo en la casa de los Vettii, Pompeya.

La gracia de este verso o, si se prefiere, estrofilla para la métrica castellana reside en que se evita el octosílabo llano, que es el verso de arte menor por excelencia más abundante en nuestra lírica. Pasamos así de un octosílabo agudo, eneasílabo para el cómputo, a un heptasílabo evitando el trillado octosílabo.

Pero estos versos, el glicónico y el ferecracio, no son simplemente versos "de sílabas contadas", sino que responden a un esquema rítmico, cuya base inicial son dos sílabas indiferentes al ritmo, un coriambo central (+ - - +) más un yambo para el glicónico (- +), y una sílaba no marcada para el ferecracio ( - ).

Este verso se encuetra ya en griego en los líricos Safó y Anacreonte, que lo utiliza en serie estíquica. En latín sólo está atestiguado en el carmen 17 y en el fragmento 1 de Catulo, en uno de los Priapea (86) de la Appendix Vergiliana  y en un fragmento de Mecenas.

Sirvan como ejemplo del carmen 17 de Catulo, los cuatro últimos priapeos:

nunc eum uolo de tuo / ponte mittere pronum,
si pote stolidum repen-/te  excitare ueternum,
et supinum animum in graui / derelinquere caeno,
ferream ut soleam tena-/ci  in uoragine mula.

De tu puente deseo a él / de cabeza tirarlo,
por de pronto si espabilar / puede torpe modorra,
y si deja en el lodazal / denso su alma indolente,
como mula su herraje en un / remolino viscoso. 

Parece que el primer ejemplo que encontramos en latín estaría en un fragmento de Catulo, citado por Terenciano Mauro, que comienza así:
hunc lucum tibi dedico / consecroque, Priape,
Este bosque dedico a ti / yo y te consagro, Priapo.

Un ejemplo en castellano de creación propia podría ser esta canción que compuse contra el servicio militar obligatorio:

 

En el tren a servir al rey / ya a los mozos se llevan,
bravos quintos, a hacer atroz / instrucción de la guerra.

Tren que surcas al ras el mar / de esta España y sus tierras,
que la partes de norte a sur, / haz, buen tren, que se pierdan,

que los mozos no lleguen hoy, / ni hoy ni nunca, a la meta,
cambia el rumbo y da marcha atrás, / y que nadie lo sepa.

Que al destino no lleguen, tren, / ni a lo que les espera:
voz de mando y el ronco son / de una fiera trompeta.

Tren, desanda el camino, y haz / que no lleguen, que vuelvan
 con la novia que triste está / sola haciendo la cuenta

de los días que faltan, ay, / de las noches que quedan;
que no lleguen nunca al cuartel; /  tren, bendito tú seas.     

miércoles, 19 de agosto de 2020

España esperpéntica

La palabra “esperpento”, de origen incierto pero de reciente raigambre familiar, significa en principio “persona o cosa muy fea”, documentada como está hacia 1878. A finales del siglo XIX se utiliza como metáfora de “desatino literario”, hasta que don Ramón María del Valle-Inclán la reivindica como dnominación del género literario propio que crea y que deforma la realidad acentuando sus rasgos más grotescos. 

El adjetivo “esperpéntico” nos viene como anillo al dedo para calificar la situación que vive España que, tras la fuga del rey emérito, que además de cazador de osos y elefantes y acérrimo defensor de la tauromaquia era presidente honorífico de la WWF, una de las mayores organizaciones mundiales dedicadas a la conservación de la naturaleza, se plantea una cuestión tan nimia cómo la de escoger entre una forma política de sumisión u otra, entre monarquía o república. 


El rey emérito, cuyas andanzas sirven ahora a los medios de comunicación para desviar la atención de la grave crisis sanitaria y económica que padecemos, hizo una fulgurante aparición estelar en la televisión nocturna durante el golpe de Estado del 23-F, lo que le valió el título honorífico de salvador de la patria y la democracia, haciendo que le rindieran pleitesía todos sus vasallos, incluso aquellos que le llamaban Juan Carlos el Breve, aun cuando su verdadero papel fuera más que dudoso. 

Juan Carlos “el campechano”, el de los accidentes domésticos, el mujeriego, el misterioso motorista que se quita el casco y se descubre en cualquier gasolinera, ha sido el rey de una época en la que la política cedió, sumisa, a la economía. 

En el libro “La Cruz y la Corona. Las dos hipotecas de la Historia de España”, de Gonzalo Puente Ojea (1924-2017), publicado por editorial Txalaparta en 2011, se puede leer este magnífico retrato del Emérito (págs. 269-271): “...ocurrió que me quedé al frente de la Embajada de Atenas en funciones de Encargado de Negocios interino, en el otoño de 1962, cuando Juan Carlos de Borbón y su esposa se habían residenciado en aquella capital, en espera de que el Caudillo de España decidiese su futuro inmediato, en el contexto de la perspectiva de una probable ascensión al trono. Durante este tiempo se sucedieron abundantes y largos diálogos, casi todos de contenido político, que siempre con gran respeto y cordialidad me permitieron conocer a fondo la mentalidad y opiniones del Príncipe: su admiración sin límites a la persona y por la obra política del Caudillo. En cuanto a la persona, me dijo que era como su “segundo padre” (…) En cuanto a la obra, ensalzó una y otra vez la grandiosa transformación material y social de España, acusando su mentalidad exclusivamente pragmática, todo en la línea del “desarrollismo” de López Rodó o del “Estado de obras” de Fernández de la Mora. Lo que más le interesaba eran el estado de las Fuerzas Armadas, y en general lo relacionado con lo militar, y su dedicación al deporte, y al uso de máquinas de gran tecnología -aviones, automóviles, naves de guerra o competición. En marcado contraste con la personalidad del Conde de Barcelona, hombre apasionado por la política y por la historia contemporánea española, Juan Carlos jamás me habló de estos temas, y me pareció que pasaba olímpicamente de los graves problemas recientes y actuales de la nación, o del pasado trágico del pueblo español; por el contrario, su juicio sobre las personas que contaban en el escenario político -juicios que expresaba con su lenguaje abierto, colorista y popular- coincidía con la actitud favorable o desfavorable a sus aspiraciones a reinar. En rigor, pude apreciar con consternación que se trataba de un joven apolítico, egoísta y de su generación, orientado solo por sus apetencias dinásticas y sus aficiones lúdicas, y con bajísimo nivel cultural.  

Retrato de la familia de Juan Carlos I, Antonio López (2014)

Pero la preocupación que dejó en mi ánimo -y que confirmaron mis ulteriores conversaciones con él- fueron dos: su avidez de dinero, quizá generada en las relativas estrecheces de su niñez; y su absoluta ignorancia de las razones que condujeron a su abuelo paterno al exilio, más su insensibilidad ante la herencia de miseria y persecución que habían sufrido los perdedores de la feroz guerra civil y seguían padeciendo en el plano de la libertad de pensamiento y de expresión cuantos exigían legítimamente la supresión de la Dictadura, de la que él era el Delfín, para instaurar de nuevo una verdadera Constitución democrática elaborada por Cortes Constituyentes elegidas directamente por el pueblo.” 

No pretendo hacer un análisis de cuál es la forma preferible de Estado. Creo que en el fondo da lo mismo porque es indiferente. Monarquía y república son, grosso modo, las dos caras de una misma moneda, que es el Estado. Si la república le conviene en un momento dado a la clase política y económicamente dominante, habrá república. Por ahora parece que no es el caso, dado que estamos asistiendo a un relanzamiento de la imagen de la corona, centrándose en la figura de Felipe VI. Pero en realidad a los españoles, obedientes y sumisos, les da igual, están dispuestos a votar lo que les manden eligiendo entre la falsa opción de izquierda o derecha, y, si se presenta el caso, entre la monarquía o la república.

martes, 18 de agosto de 2020

Mal haya quien lo consiente

    Siguiendo el modelo del estribillo y las rimas de una de las letrillas satíricas de Quevedo, se han ido componiendo estas coplas a dos manos a lo largo del tiempo lanzando sus maldiciones contra la Nueva Normalidad que se nos impone ahora y la actitud condescendiente y sumisa de quien lo consiente sin rechistar. 
 
    Finalmente han podido sonar y llegar al oído de la gente gracias a esta interpretación de voz y guitarra, que nos recuerda a algunas de las cosas que cantaban Chicho Sánchez Ferlosio o Elisa Serna durante la oprobiosa dictadura, en pleno auge de la llamada canción protesta. 
 
Que pase por ser normal / lo que a todas luces no es, / y creamos, al revés, / malo el bien y bueno el mal, / y a lo falso y demencial / le sigamos la corriente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que haya que llevar bozal / que tape boca y nariz, / y acatar la directriz / de una norma criminal, / llevar máscara mortal, / ay, obligatoriamente: ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que te apliquen protocolo / de propaganda del bulo, / dándote así por el culo / sin más remedio, Manolo, / y que no sea a ti solo / sino a tantísima gente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que resultes positivo / sin un síntoma aparente / y estando estupendamente, / y hasta que des negativo, / por ley te confinen vivo / como vulgar delincuente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que quieran estabularnos / otra vez como al ganado / que ha de ser sacrificado, / y, además, amordazarnos / a fin de, sanos, matarnos / avasalladoramente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que nos quieran convencer / de que el mundo ya ha cambiado, / que vivir arrodillado / es lo que nos toca hacer, / que se debe de creer / y callar y ser paciente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Y que tú y yo obedezcamos / lo que ordenan desde arriba / y, aunque vivir se prohiba, / complacientes lo aplaudamos, / y sirvamos a los amos / matándonos cruelmente: / ahí tienes quien lo consiente. 
 
 
Otras estrofas que también pueden cantarse según el mismo ritmo y melodía: 
 
Que tengamos que guardar / las normas protocolarias / y distancias sanitarias, / sin podernos abrazar, / vida mía, ni besar / en la boca tiernamente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que en camisas de once varas / nos metamos y que entremos / por el aro y que traguemos / y pongamos buenas caras / viendo las cosas tan claras, / sin que nos rechine el diente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que en cada esquina, señores, / salga un banco y nos esquilme / sin cámara que lo filme / oculta entre bastidores, / siendo los atracadores / los banqueros propiamente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que salga vida, ya ves, / de automático cajero, / lluvia de oro y de dinero, / y ande el mundo del revés / como viejo chocho al bies / sin que nadie lo desmiente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que tengamos que poner / culo, cama y palangana, / y hacerlo de mala gana, / manda huebos, y joder / echando siempre a correr / a la zaga de algún cliente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que nos corten, ay, las alas / los ministros de la guerra, / hijos de una mala perra, / con el vuelo de las balas, / por las buenas, por las malas, / dándonoslas en la frente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que haya tanto papeleo, / burocracia y verborrea, / que venga Dios y lo vea, / -y que conste aquí el cabreo-, / que haya juez y que haya reo / y escribano y escribiente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que nos vengan con monsergas, / profilaxis y pamplinas, / con chequeos, medicinas / con fundas para las vergas, / y placeres que postergas / a un futuro inexistente, / ¡mal haya quien lo consiente!
 
Que vayamos a votar / (¡voto a Cristo, vive Dios, / si uno y otro suman dos!) / a quien nos va a gobernar, / cuando así nos van a dar, / ay, democráticamente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que el que escribe sus razones / de buena razón se aleje, / y entre líneas se deje / la verdad y los cojones, / y por un par de doblones / le haga el juego al prepotente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que caiga en el saco roto / del olvido la letrilla / y no quede calderilla / de última copla ni el voto / ya ni por lo más remoto / dándole el cante a la gente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
   

lunes, 17 de agosto de 2020

¡Viva san Roque y el perro! (y 2)

San Roque, a pesar de ser un santo extensamente venerado desde finales de la Edad Media como demuestra el auge por toda Europa de las numerosas cofradías que llevan su nombre, no fue canonizado hasta que el papa Gregorio XIII incluyó a Roque de Montpellier en 1584 en el martirologio de la Iglesia, acto litúrgico-administrativo que no supuso propiamente la canonización, pero sí la proclamación oficial de su culto por la suprema autoridad de la Iglesia, un culto que exteendido entre el pueblo desde el siglo XIV había llegado ya hasta el Nuevo Mundo. 
Por otra parte, nada se sabe a ciencia cierta sobre este personaje, ni siquiera su lugar de nacimiento y muerte, o las fechas en que vivió. Otro papa, Urbano VIII, volvió a confirmar el culto a san Roque en 1629 al aprobar los textos litúrgicos de la misa y del oficio divino de la fiesta de san Roque. 

San Roque como protector de la pese, taller de Rubens (hacia 1623)
 
Leo en un periódico francés de 1885 (L' union monarchique du Finistère) la siguiente noticia: En Salon (Bouches du Rhône) se produjo una manifestación enteramente popular que llevaba triunfalmente una estatua de San Roque en reconocimiento por el fin del cólera. Quince días antes, en plena epidemia, había tenido lugar una ceremonia para pedir el fin de la peste sin que interviniera la policía, pero en esta ocasión las mujeres, que llevaban la imagen del santo, fueron increpadas por los agentes de la autoridad, lo que provocó que la multitud se indignara. Unas tres mil pesonas participaban en la manifestación. Las portadoras de la imagen oponen resistencia a los agentes. Finalmente se apoderan de la imagen del santo, y la multitud indignada protesta gritando: ¡Viva san Roque! 

 
Asimismo leo en otro periódico francés de 21 de agosto de 1896 (Le gaulois) la noticia “Una procesión civil” sucedida en Ajaccio (Córcega). Dice así (traduzco literalmente): 
 “Una viva agitación reinó en nuestra ciudad durante la jornada del 16 de agosto como consecuencia del disentimiento entre el obispo de Ajaccio y la cofradía de san Roque. 
 Tuvo lugar la procesión del santo y su estatua fue llevada en triunfo a pesar de la prohibición de Monseñor de la Foata y la ausencia del clero.
Durante toda la jornada del domingo, detonaciones de cajas, tiradas sobre la plaza del oratorio de san Roque, han resonado. Una muchedumbre considerable toma parte en el desfile que comienza a las seis; la estatua de san Roque, desapareciendo bajo los ramos y los ornamentos, es rodeada por una guardia de honor; hombres del pueblo se disputan el privilengio de llevarla a hombros. 
Llegada ante la iglesia parroquial cuyas puertas se cierran por orden ante la aparición de la estatua. Esta medida exaspera a la multitud que amenaza con derribar las puertas de la iglesia y entrar allí por la fuerza, pero acaban prevaleciendo consejos de prudencia y la procesión regresa a su punto de partida; san Roque se reintegra a su capilla, saludado por las campanas que sonaban a todo vuelo. Estallan los aplausos: “Viva san Roque” y se deshacen en diatribas contra el clero. 
En definitiva, hemos asistido a una procesión civil: hay que conocer la vivacidad del sentimiento religioso en este país para explicarse una anomalía semejante. De buena fe los miembros de la cofradía creyeron que defendían así los derechos de su corporación y la libertad de conciencia. (...)”.