El benedictino Pedro Damián
refiere una conversación de sobremesa que sostuvo durante una cena con su amigo el abad
Desiderio en el monasterio de Montecasino, probablemente en el año 1067. Resulta
que se había desarrollado ampliamente durante los siglos IX y X el método
dialéctico, basado en el empleo de la lógica y el razonamiento, en el que la ratio se contraponía a la auctoritas de las Sagradas Escrituras.
Entre
los acérrimos enemigos de la dialéctica, destaca este benedictino, que rechaza
el uso de la razón, ya que es el mismo diablo, según él, el que inspira a las
ciencias humanas sembrando la perniciosa semilla de la duda en las sagradas
creencias. Para Pedro Damián la filosofía debería ser la ancilla theologiae o ancilla
fidei, es decir, la esclava de la teología o de la fe y no otra cosa; la servidora no
puede mandar al ama, a la que debe subordinarse como sumisa esclava del Señor.
Abadía de Montecasino
El diálogo mantenido en aquella
velada en la abadía versó en torno a las palabras de una carta de san Jerónimo (22,
5) donde afirmaba el santo que la omnipotencia de Dios, que lo puede todo, no puede
restaurar la virginidad de una doncella que la haya perdido.
Resonaban acaso en sus oídos algunos latines paganos, como el ciceroniano: praeterita mutare non possumus: no podemos cambiar el pasado, o yendo un poco más lejos el factum est illud: fieri infectum non potest de una comedia de Plauto, que pone en boca de un tal Licónides: hecho está eso: no puede deshacerse. Quizá también podían venirle a las mientes aquellos versos de Homero cuando Néstor,
al oír el fragor del combate, sale de su tienda, contempla desolado que ha
sido rota la resistencia del muro que creían inexpugnable, y a la vista de los
desgraciados sucesos le dice a Agamenón: (Ilíada
XIV, 53-54): ἦ
δὴ ταῦτά γ᾽ ἑτοῖμα τετεύχαται, οὐδέ
κεν ἄλλως / Ζεὺς ὑψιβρεμέτης αὐτὸς
παρατεκτήναιτο (Sí,
eso, cumplido, al menos, pasó, y de modo ninguno / Zeus mismo, el
altitonante, podría mudarlo).
Viene a decirlo el sabio rey de Pilo a Agamenón, el rey de reyes, que
ni siquiera Zeus, el dios principal del panteón olímpico griego,
puede cambiar lo que ha pasado.
También podría venirle a la cabeza Platón, que puso en boca de Protágoras la siguiente
consideración, abundando sobre la misma idea de que lo que ha sido
no puede dejar de ser. Está hablando de cuando se castiga a alguien
no por lo que ha hecho, que no puede deshacerse, sino pensando en el
futuro, para que no vuelva a hacerlo: ὁ
δὲ μετὰ λόγου ἐπιχειρῶν κολάζειν οὐ
τοῦ παρεληλυθότος ἕνεκα ἀδικήματος
τιμωρεῖται—οὐ γὰρ ἂν τό γε πραχθὲν
ἀγένητον θείη—ἀλλὰ τοῦ μέλλοντος
χάριν, ἵνα μὴ αὖθις ἀδικήσῃ μήτε αὐτὸς
οὗτος μήτε ἄλλος ὁ τοῦτον ἰδὼν
κολασθέντα. El que intenta
castigar con razón aplica el castigo, no por la injusticia cometida
-pues no se lograría que lo hecho no haya acaecido-,
sino pensando en el futuro, para que no vuelva a cometer una
injusticia ni este mismo ni otro al ver que éste sufre castigo. Lo que más
nos interesa de esa frase ahora es el inciso, que insiste sobre la
misma idea: pues no se conseguiría que lo hecho no haya sucedido.
Ejemplificaba así
la imposibilidad de Dios de cambiar o cancelar el pasado y hacer que no haya sido lo que ha sido. La epístola escrita
en Belén en el año 287 de nuestra era estaba dirigida a una tal Eustoquio,
virgen romana, y más que una carta era
un breve tratado sobre la importancia de la guarda de la virginidad y sus
excelencias.
Afirma literalmente Jerónimo en
esa carta: Audenter loquor: cum omnia Deus possit,
suscitare virginem non potest post ruinam. Valet
quidem liberare
de poena, sed non
valet coronare
corruptam. Lo que viene a sonar en estos
otros latines algo degenerados que hablamos ahora algo así: Me
atrevo a decir: aunque todo lo puede Dios, no puede restabecer la virginidad (sc.
a una virgen) después de su pérdida. Aconseja
más adelanta el santo a la joven Eustoquio
que huya especialmente del vino: Vinum
et adulescentia, duplex incendium voluptatis. O lo que es lo mismo: Vino y juventud doble incendio son de
sensualidad.
San Jerónimo escribiendo, Caravaggio 1605
No podía pasarle desapercibida al
benedictino la extremada audacia dialéctica del santo Jerónimo, que afirmaba que
pudiéndolo todo Dios había, sin embargo, algo que no podía, contradictio in terminis,
como era hacer que no hubiera pasado algo que había efectivamente
pasado, porque era un argumento racional contra la omnipotencia del Dios
pantocrátor que establecía la fe…
En lenguaje
popular se oye a veces una formulación similar a la de Jerónimo: Todo lo puede Dios menos hacer parir a las
viejas. A los ojos inquisitoriales de Pedro Damián era peligrosísimo reconocer una cosa así, aunque el propósito
de Jerónimo fuera bueno como era sin duda encarecer a la joven doncella romana a guardar su
doncellez, porque suponía que Dios no lo podía todo y, por lo tanto, si no lo podía todo, era
impotente.
Pedro Damián se apresura enseguida a
escribir una carta como respuesta directa a Desiderio y a otros monjes de la
abadía para que no cayeran en el error de Jerónimo. En relación con el punto planteado de si Dios puede restablecer la
virginidad a una virgen que la ha perdido, la respuesta del benedictino,
completamente irracional, será que sí, contrariamente a lo sostenido por san Jerónimo.
La restauración de la virginidad puede entenderse en dos sentidos dice Pedro
Damián: la restauración iuxta meritum
y la restauración iuxta carnem
y, en la primera Dios puede en función de los méritos y
su virtud devolver la virginidad a una mujer perdonándole su falta y
haciendo
que caiga en el olvido y llegue a ser virtuosa, incluso más virtuosa que
la más casta de las vírgenes, pero eso no basta. Otorgarle el perdón
no borra el
hecho, puede borrar su consecuencia o su cualidad de pecado, pero no
anula el
acto en sí, por eso se ve obligado Pedro Damián a afirmar respecto de la
última
que Dios también tiene el poder de
reparar la carne y devolverle a la mujer su virginidad carnal: Lo digo
abiertamente, lo digo, y sin temer ninguna
crítica de consideración filosófica afirmo
rotundamente que puede Dios todopoderoso volver virgen a cualquier mujer casada
varias veces, y reparar el signo de la incorrupción en la propia carne de ella,
tal como salió del útero materno.
San Pedro Damián, Andrea Barbiani (1776)
El problema que hay detrás de
esta disputa es si la omnipotencia divina puede cancelar el pasado. Según el
benedictino, Dios puede cambiar el futuro, el presente y el pasado. La
justificación se encuentra en la eternidad de Dios, ya que en Dios todo es
simultáneo y sucede a la vez, de una vez por todas para siempre, y llega a decir que para Él
nunca pasan del todo las cosas pretéritas ni sobrevienen las futuras. Pedro
Damián parte de una concepción absoluta de la omnipotencia divina y llega a
cuestionar implícitamente el principio aristotélico de no contradicción en
defensa de la fe que veía amenazada de resquebrajamiento.
Santo
Tomás, por su parte, no llega a tanto: Afirma que Dios puede todo
lo absolutamente posible, pero no lo imposible. Y esto último no por
insuficiencia o impotencia del poder divino, algo inadmisible, sino
porque lo que no puede ser, no puede ser, y además, como diría el otro,
incorporando la negación en el adjetivo para hacer afirmativa la frase,
es imposible. Por consiguiente, Dios no puede hacer lo imposible, pero
no porque no
pueda, sino porque, por definición, lo imposible no puede ser hecho ni
hacerse. La conclusión del aquinate sería: “Ergo
eadem ratione non potest facere de quocumque alio praeterito, quod non fuerit”. Por lo tanto, por la misma razón (Dios) no
puede hacer de cualquier otra cosa pasada que no haya sido: Dios no puede cancelar el pasado. ¡Qué más quisiera Él!
Pantocrátor