¿Alguien creyó
ingenuamente alguna vez que la pandemia y la guerra declarada al
virus habían terminado y que por fin reinaría la paz universal?
¿Alguien creyó que por fin había llegado el tan cacareado fin de la
historia que profetizó Fukuyama? Pues se equivocó. Ambos fenómenos,
la epidemia ascendida a la categoría de pandemia universal, y la
guerra con aspiraciones tercermundialistas o globalistas, son los
ejes sobre los que se asienta el Great Reset o Gran Reajuste que
programaron las élites a la sombra, o sea el Big Brother orgüeliano, y que sale ahora a la luz con la
propaganda masiva, la fabricación de la opinión pública gracias al
adoctrinamiento, y el consentimiento malinformado.
Después de dos años
de intoxicación informativa vírica, seguimos recibiendo por todas
partes información tóxica, ahora de otra índole, concretamente
bélica. Todo el mundo parece estar de acuerdo en que estamos ante
una película de guerra de buenos y malos: los buenos son los
ucranianos y los malos los rusos, capitaneados por el diabólico zar
Putin. Aunque hay algunos, una minoría, que ven la cosa al revés:
los ucranianos son los malos y los rusos, que ya no soviéticos, los
buenos.

Sin embargo, a nadie
se le escapará en el fondo que esto no es una película de Jólivuz del oeste
americano de vaqueros y de indios, donde los primeros son
los buenos y los segundos son los malos, que serán derrotados
finalmente cuando haga su irrupción en escena el séptimo de
caballería en el último momento. En realidad, en esta película de
hazañas bélicas, no hay ninguno bueno, lo mismo que sucedió en
nuestra primera guerra mundial literaria, que es la Ilíada
que cantó Homero. En la Ilíada, como recalca Agustín García
Calvo en el prólogo de su titánica traducción, no hay ninguno
bueno. En esta épica primitiva, no hay uno que sea 'el Bueno", el chico de la película,
todos son malos, todos detestables, tanto los hombres como los dioses. Claro que esto cambiará, y aparecerán en la evolución del género épico los héroes: el Cid campeador, por ejemplo, sin ir más lejos, entre nosotros.
Nos proponen ahora
salir de la psicosis colectiva de la pandemia y entrar en la
siguiente histeria comunitaria, esta rusofobia a la que todos estamos
invitados a adherirnos bajo pena del mismo rechazo y de las mismas
condenas sociales de excomunión si no proclamamos nuestra ucraniofilia. Si Putin es
el villano, Zelenski es el héroe según los medios de comunicación
oficiales occidentales que conforman la unánime opinión pública.
Y no es así, pero no vamos aquí a incurrir en el error contrario de santanizar a
Zelenski y divinizar a Putin subiéndolo a los cielos. En realidad
no hay ningún tirano que sea bueno en esta ni en ninguna otra contienda. Y, en rigor, no hay ningún país, o sea, ningún Estado bueno, que no sea un país o un Estado de mierda, por decirlo más a lo político, como en el viejo chiste de Gila.

Hay una guerra estructural que no se declara, una guerra profunda, que es la que sostiene el Estado, cualquier Estado democrático o no, contra el pueblo en la que estamos todos inmersos desde la cuna hasta la tumba.
En esa guerra no hay nada como la designación de un enemigo común, un Malo, para
unir a los pueblos que desconfían de su gobierno bajo una misma
bandera. Ya sucedió con la pandemia
que declaró la Organización Mundial de la Salud el 11 de marzo de
2020, una pandemia más política que sanitaria, que nos ha hecho la
vida imposible durante dos años con restricciones existenciales que
han puesto en peligro nuestra salud física y mental. En la pandemia
el malo malísimo, el Enemigo, el Maligno, era el virus, que pretendía matarnos a todos. Nada más
lejos de la realidad, según los virólogos. El virus nunca
quiere matar a su anfitrión, sino que lo hospede. No persigue la muerte, sino la simbiosis, o sea la convivencia.
Pero igual que estaba prohibido pensar de forma diferente sobre
el virus coronado, ahora está prohibido pensar de forma diferente
sobre esta guerra, que en muchos aspectos tanto se parece a la otra,
a la sanitaria, aunque solo sea por el interés que ha despertado en
los medios que enseguida se han dedicado a fomentar el terrorismo
periodista o periodismo terrorista, que es lo mismo, como decíamos
el otro día, sustituyendo a
los tertulianos y comités de expertos sanitarios por generales retirados,
reporteros de guerra, geopolitólogos, y todólogos de salón, y
hasta psiquiatras que analizan el alma atormentada y perversa de
Vladimir Putin.

La mayoría de nuestros congéneres ya han seguido el ejemplo de
la solidaridad balando al modo de Fuenteovejuna, todos a una, exactamente lo
mismo que hicieron con el régimen sanitario. Nuestra época tiene
decididamente encefalograma plano. No tolera ninguna
contradicción, ningún cuestionamiento y promueve, además, un
maniqueísmo binario estructurado entre un Bien y un Mal decretados
universales e indiscutibles, y, ay del hereje que discrepe.