En un hexámetro de la Ilíada inagotable de Homero, que es el número 31 del canto V, la diosa ojizarca Atena o Atenea (la Minerva de los romanos) apostrofa al impetuoso y beligerante Ares (el latino Marte, dios de la guerra), y le dice, tomándolo al mismo tiempo de la mano para convencerlo de apartarse momentáneamente de la batalla, lo que suena así en su lengua: Āres, Á-res broto-loigè, mi-aiphóne - teichesi-plēta (Ἆρες Ἄρες βροτολοιγὲ μιαιφόνε τειχεσιπλῆτα). Puede traducirse, por ejemplo, como hace Emilio Crespo Güemes por ¡Ares, Ares, estrago de mortales, manchado de crímenes, salteador de murallas!, descomponiendo los epítetos homéricos, o como hace más homéricamente Agustín García Calvo recreándolos con una palabra compuesta en nuestra lengua: ¡Ares, Arés, matahombres, sanguino, arrasabarreras!. En esto de la traducción, que siempre es una traición, cada maestrillo tiene su librillo. La de Crespo Güemes es impecable en cuanto a la letra, mientras que la de García Calvo lo es en cuanto a la música, es decir, en cuanto a la métrica, dado su loable empeño de reproducir en castellano con los acentos de palabra el ritmo del verso épico de Homero que es el hexámetro dactílico.
Métricamente, por cierto, hay una curiosa irregularidad en el nombre del dios de la guerra. En la primera ocasión en que aparece el nombre de Ares, la alfa inicial es larga, mientras que la segunda vez, a continuación, la alfa es breve. La traducción en verso de García Calvo sugiere esta irregularidad haciendo que la “a” de Ares sea átona la segunda vez, acentuando la “e” del nombre del dios: “Ares, Arés...”
Dejando al margen estas peculiaridades de cada traducción, hay que decir que durante la guerra de Troya, que es la primera guerra mundial literaria de Occidente, Ares, el señor de los ejércitos e hijo de Zeus, que había prometido a su madre Hera y a Atenea ponerse del lado de los griegos, se pasa al bando troyano, mientras que Atenea, hija también de Zeus y diosa de la guerra en su aspecto estratégico, que odiaba a estos últimos, ya que el príncipe Paris en su célebre juicio la había postergado en favor de Afrodita, favorecía con su casco, su lanza y su escudo a los griegos, y, especialmente, a Odiseo.
Con motivo de la disputa entre ambos dioses guerreros, que se narra en el canto XXI de la Ilíada, motivada porque Atenea, patrona de Atenas, dirigió la lanza de Diomedes contra Ares hiriéndolo, el dios dispara su lanza de bronce contra la Égida, el escudo o la coraza de Atenea, mientras que la diosa coge una gruesa piedra y se la arroja al cuello, derribándolo. Ares cae a tierra, y Atenea, triunfa sobre el dios, burlándose de él y también de su amante Afrodita que acude en su ayuda. Atenea, vencedora, venga así también el rencor de Hera, dolida, como ella, por haberse Ares cambiado de bando y pasado a ayudar a los troyanos. El cuadro de Jacques-Louis David que se exhibe en el Museo del Louvre, titulado El combate entre Ares y Atenea, conocido también con los nombres latinos de los dioses, El combate entre Marte y Minerva, representa esta escena, donde aparece también Afrodita, o sea Venus, contemplando apenada a su amado Ares desde el cielo.