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jueves, 10 de marzo de 2022

Ares, Arés

    En un hexámetro de la Ilíada inagotable de Homero, que es el número 31 del canto V, la diosa ojizarca Atena o Atenea (la Minerva de los romanos) apostrofa al impetuoso y beligerante Ares (el latino Marte, dios de la guerra), y le dice, tomándolo al mismo tiempo de la mano para convencerlo de apartarse momentáneamente de la batalla, lo que suena así en su lengua: Āres, Á-res broto-loigè, mi-aiphóne - teichesi-plēta (Ἆρες Ἄρες βροτολοιγὲ μιαιφόνε τειχεσιπλῆτα). Puede traducirse, por ejemplo, como hace Emilio Crespo Güemes por ¡Ares, Ares, estrago de mortales, manchado de crímenes, salteador de murallas!, descomponiendo los epítetos homéricos, o como hace más homéricamente Agustín García Calvo recreándolos con una palabra compuesta en nuestra lengua: ¡Ares, Arés, matahombres, sanguino, arrasabarreras!. En esto de la traducción, que siempre es una traición, cada maestrillo tiene su librillo. La de Crespo Güemes es impecable en cuanto a la letra, mientras que la de García Calvo lo es en cuanto a la música, es decir, en cuanto a la métrica, dado su loable empeño de reproducir en castellano con los acentos de palabra el ritmo del verso épico de Homero que es el hexámetro dactílico.

    Métricamente, por cierto, hay una curiosa irregularidad en el nombre del dios de la guerra. En la primera ocasión en que aparece el nombre de Ares, la alfa inicial es larga, mientras que la segunda vez, a continuación, la alfa es breve. La traducción en verso de García Calvo sugiere esta irregularidad haciendo que la “a” de Ares sea átona la segunda vez, acentuando la “e” del nombre del dios: “Ares, Arés...” 

Ares, Arés

    Dejando al margen estas peculiaridades de cada traducción, hay que decir que durante la guerra de Troya, que es la primera guerra mundial literaria de Occidente, Ares, el señor de los ejércitos e hijo de Zeus, que había prometido a su madre Hera y a Atenea ponerse del lado de los griegos, se pasa al bando troyano, mientras que Atenea, hija también de Zeus y diosa de la guerra en su aspecto estratégico, que odiaba a estos últimos, ya que el príncipe Paris en su célebre juicio la había postergado en favor de Afrodita, favorecía con su casco, su lanza y su escudo a los griegos, y, especialmente, a Odiseo.

    Con motivo de la disputa entre ambos dioses guerreros, que se narra en el canto XXI de la Ilíada, motivada porque Atenea, patrona de Atenas, dirigió la lanza de Diomedes contra Ares hiriéndolo, el dios dispara su lanza de bronce contra la Égida, el escudo o la coraza de Atenea, mientras que la diosa coge una gruesa piedra y se la arroja al cuello, derribándolo. Ares cae a tierra, y Atenea, triunfa sobre el dios, burlándose de él y también de su amante Afrodita que acude en su ayuda. Atenea, vencedora, venga así también el rencor de Hera, dolida, como ella, por haberse Ares cambiado de bando y pasado a ayudar a los troyanos. El cuadro de Jacques-Louis David que se exhibe en el Museo del Louvre, titulado El combate entre Ares y Atenea, conocido también con los nombres latinos de los dioses, El combate entre Marte y Minerva, representa esta escena, donde aparece también Afrodita, o sea Venus, contemplando apenada a su amado Ares desde el cielo. 

Combate entre Ares y Atenea, Jacques-Louis David (1771)
 
     Ares y Atenea son ambos dos dioses guerreros, pese a concebir la guerra de forma distinta, él como un fin en sí mismo, de un modo primitivo, ella como un medio para imponer la paz, es decir, la dominación de la polis, o sea del Estado. En realidad no son dos dioses antitéticos, sino de alguna manera dos caras de la misma moneda, con dos concepciones distintas pero complementarias de la guerra. 
 
    En este sentido, el episodio narrado del enfrentamiento entre ambas divinidades anticipa de alguna forma el desenlace de la guerra de Troya, en el que la astucia de los griegos (Odiseo/Ulises), encarnada en el caballo de Troya, más que la fuerza física que representa Aquiles, derrotará a los defensores de la bien amurallada Troya al cabo de los diez años que duraban ya la guerra y el asedio, otorgando la victoria a los helenos. 
 
    Ares y Atenea tienen en Grecia el monopolio de la guerra. Se lo dice Zeus a Afrodita cuando le aconseja que se dedique a lo erótico y se deje de empresas guerreras (πολεμήϊα ἔργα), en el verso 430 del libro V: Y eso a cargo irá todo de Ares veloz y Atenea (ταῦτα δ᾽ Ἄρηϊ θοῷ καὶ Ἀθήνῃ πάντα μελήσει. 
 
Atenea prómajos,
Leónidas Drosis (1836-1882)  
  
    Mientras Ares representa la furia guerrera desenfrenada, excesiva y desmesurada como la ira de Aquiles, Atenea, política e industriosa como es, sustituye la lucha furiosa de los héroes por el combate hoplítico ordenado. Como se afirma en el Diccionario de las mitologías de Ives Bonnefoy: Atenea reina sobre la guerra en la medida en que la guerra es una función de la ciudad en su conjunto. A Atenea se la representa πρόμαχος (prómajos), bregando en primera línea de combate, uniformada de pies a cabeza con el atuendo hoplítico: casco, coraza, escudo y lanza. Además porta un elemento mágico que es la Égida, unas veces como coraza y otras como escudo, que es arma defensiva, pero que posee en sí la cabeza de la Górgona, que petrifica con su mirada a todo aquel que le hace frente, por lo que es también un arma ofensiva. Atena representa la domesticación en el sentido de politización de la guerra. De alguna manera Ares es un dios primitivo, heroico, propio de la edad de bronce, mientras que Atena o Atenea pertenece a la edad de hierro actual y es contemporánea nuestra, encarnando lo que podríamos denominar con una flagrante contradictio in adiecto "inteligencia militar".