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lunes, 26 de junio de 2023

Invasión Extraterrestre

    Es curioso cómo los OVNIS, acrónimo de Objeto Volador (o Volante) No Indentificado, (calco de UFO, Unidentified Flying Object en la lengua del Imperio) han pasado a denominarse ahora FANIS o sea, Fenómenos Anómalos No Identificados (calco de UAP Unidentified Anomalous Phenomena), una denominación más genérica y abstracta que podría referirse a casi cualquier cosa, por ejemplo a una aparición de la virgen María o de algún ángel o arcángel del Señor.

    El cambio de terminología ha sido promovido por la NASA, que quiere ceñirse a los datos y “evitar teorías de la conspiración” en torno a una presunta invasión extraterrestre, que sólo con mencionarla, la están ya presentando ante nuestros ojos. 

    Estos OVNIS, rebautizados ahora como FANIS, aparecieron en el período de posguerra y dieron pábulo a una nueva ciencia o pseudo-ciencia, más bien, que era la Ufología, y a numerosísimas películas de ficción científica o científica ficción. Hoy día, la gente sigue atrapada por estas historias, y de cuando en cuando aparecen en los medios noticias referentes a avistamientos y a informes secretos guardados celosamente por los gobiernos. Nos encontramos con que hay gente que cree seriamente en ellos y gente que rechaza decididamente esas creencias que considera ridículas.

 

    La historia de los OVNIS se remonta, por lo menos, a 1947, cuando un piloto informó haber visto nueve objetos parpadeando en el cielo sobre el estado de Guásinton, haciendo maniobras extrañas y volando a velocidades supersónicas. La difusión del relato del piloto popularizó el término “platillo volador/volante”, de modo que fue utilizado por todo el mundo.  Los oficiales militares habían estudiado algunos de esos platillos y llegaron a la conclusión de que las naves eran de origen extraterrestre, pero les advirtieron que nunca revelaran el hecho. 

    En 2017, el New York Times y otros medios de comunicación e (in)formación de masas revelaron la existencia de un programa secreto del Pentágono dedicado a registrar ovnis, conocido como el Programa de Identificación de Amenazas Aeroespaciales Avanzadas, o AATIP. El exdirector del programa era el denunciante. Los lectores estaban cautivados y desconfiados al mismo tiempo, por lo que el gobierno del Imperio se vio obligado a emitir un desmentido que no hizo más que enturbiar las aguas. 

     Seis años después, se repite la misma historia para distraernos del estrés postraumático de la pandemia y de la guerra de Ucrania y entretenernos con otros relatos: Al parecer, no estamos solos en el espacio universal. Un antiguo oficial de Inteligencia revela que el Imperio oculta en secreto restos de naves alienígenas, y ha llegado a presentar una denuncia contra el gobierno: "vehículos intactos", naves espaciales que no fueron fabricadas por humanos por lo que eran de origen extraterrestre en los que se habían hallado "pilotos muertos". Según él el gobierno tiene evidencia científica de naves espaciales creadas por una inteligencia -¿artificial?- no humana de origen desconocido.

    Es comprensible que a muchas personas les resulte tentador imaginar que el Gobierno estadounidense ha estado ocultando la existencia de naves espaciales extraterrestres recuperadas, porque la función del Gobierno es mentir, engañar y ocultar la verdad, presentándonos en su lugar la realidad, pero también hay quienes mantienen una actitud escéptica sobre el tema, dado que el denunciante se basa en testimonios indirectos y no en su experiencia visual directa y personal.

    ¿Qué hay detrás de estos avistamientos? ¿Son visiones o alucinaciones? Lo cierto es que es harto difícil establecer la verdad sobre el fenómeno ufológico. ¿Se trata de alucinaciones individuales o colectivas? ¿Están los testigos de tales apariciones bajo influencia de proyecciones psicológicas de un inconsciente colectivo que hunde sus raíces en la antigüedad? ¿Serán los extraterrestres, selenitas o marcianos, reencarnaciones de los dioses mitológicos?  No nos corresponde a nosotros creer o dejar de creer en los ovnis o fanis. Sin duda, son reales, en el sentido de que forman parte de la realidad como fenómenos psíquicos, pero no podemos afirmar ni negar su realidad física, por así decir, ni su origen extraterrestre, ni si se trata de seres angelicales custodios que están dispuestos a aterrizar para salvarnos o, por el contrario, son demonios que vienen a destruirnos.

    Cumplen, eso sí, una función en nuestras vidas. Sirven como consuelo de nuestra humana existencia, huérfana de experiencias religiosas, y son un mito moderno alimentado por la ciencia que es ficción y la ficción que es ciencia. No podemos negar que los ovnis o fanis son reales, como la vida misma, lo que no quiere decir que sean verdaderos. 


martes, 15 de marzo de 2022

Guerra neuronal

    Acuso recibo de un artículo titulado The casualties of Empire (Las víctimas del Imperio) escrito por el periodista norteamericano Patrick Lawrence y publicado el 8 de marzo en Consortium News.  Según su análisis, la intención de Washington fue provocar la intervención de Moscú e instigar un conflicto de larga duración que atasque a las fuerzas rusas y deje solos a los ucranianos para librar una resistencia que posiblemente no tenga éxito. No hay otra forma de explicar los miles de millones de dólares en armas y material que Estados Unidos y sus aliados europeos vierten ahora en Ucrania. La estrategia estadounidense requiere, necesariamente, la destrucción de una Ucrania puesta al servicio de las ambiciones imperiales de Estados Unidos, como ha venido y viene sucediendo en los últimos tiempos en Afganistán, Iraq, Libia y Siria por ejemplo.

      Más allá de este análisis, con el que podemos estar de acuerdo, el artículo plantea que los estadounidenses -y sus vasallos europeos también, diríamos nosotros-, nos estamos destruyendo a nosotros mismos. ¿Cómo? ¿En qué sentido? En el de que nosotros también somos víctimas de esta guerra en la que es nuestra mentalidad el campo donde se libra la batalla. 

Empire State Building iluminado con los colores de la bandera ucraniana.
 

  El artículo de Lawrence enriquece bastante el debate sobre la actualidad de la guerra, porque propone analizar la situación en Ucrania a través de un documento de la OTAN de 45 páginas titulado La guerra cognitiva (Cognitive Warfare), que no tiene desperdicio, en donde se asegura que la mente humana se considera ahora como el nuevo dominio de la guerra (the human mind is now being considered as a new domain of war). La intención de este estudio es explorar hasta dónde podemos manipular las mentes de los demás y las nuestras, más allá de todo lo que se haya intentado hasta la fecha: “El cerebro será el campo de batalla del siglo XXI”, afirma el documento. “Los humanos son el dominio en disputa. El objetivo de la guerra cognitiva es convertir a cada ser humano en un arma”.

Guerra en tierra, mar y aire, y en nuestra mente.

     En una subsección titulada Las vulnerabilidades del cerebro humano, (página 13) el informe dice lo siguiente: “En particular, el cerebro es incapaz de distinguir [sic] si la información es correcta o incorrecta; (…) es llevado a creer afirmaciones o mensajes que ya ha escuchado como verdaderos, aunque estos puedan ser falsos; acepta declaraciones como verdaderas, si están respaldadas por evidencia, sin tener en cuenta [sic] la autenticidad de esa evidencia.”

    Y se añade esto, especialmente perverso: “A nivel político y estratégico, sería un error subestimar el impacto de las emociones… Las emociones (esperanza, miedo, humillación) dan forma al mundo y a las relaciones internacionales, y actúan como cámara de eco de las redes sociales.”

    La guerra cognitiva es una ventana que nos permite acceder a métodos diabólicos de propaganda y a poder gestionar la percepción humana de una manera que no tiene precedentes. Estamos ante una manera nueva de librar una guerra, tanto contra las poblaciones nacionales como contra las extranjeras declaradas enemigas.

El objetivo de la guerra cognitiva  son nuestras neuronas.
 

    A propósito de esto, cita Lawrence un fragmento del libro de C. G. Jung Presente y Futuro (1957): La argumentación razonada sólo es factible y fecunda mientras la carga emocional de una situación dada no rebase un determinado punto crítico; en cuanto la temperatura afectiva exceda de dicho punto, la razón se torna inoperante y cede el paso al eslogan y al anhelo quimérico, esto es, a una suerte de estado obsesivo colectivo, el cual, conforme se va acentuando, degenera en epidemia psíquica.

    Lo que viene a decir, en términos más sencillos, que cuando nuestras emociones nos superan, ya no podemos pensar racionalmente o hablar de manera provechosa entre nosotros.

    Parece que la guerra cognitiva funciona, sea o no sea este informe de la OTAN el manual de los propagandistas, y está funcionando en todo su esplendor en el conflicto que ahora ocupa a todos los medios de la guerra de Ucrania para la mayoría de los estadounidenses y europeos.