miércoles, 9 de marzo de 2022

Ocurrencias que concurren

    Hay que ser conscientes de que la caja tonta no es tan tonta como puede parecer ingenuamente a primera y simple vista y ella quiere hacer que creamos haciéndose la tonta, ya que es una poderosísima arma psicagógica e inteligente de destrucción y distracción masiva que se declara en pie de guerra contra todos nosotros, su público televidente. 
 

     Las dos caras complementarias del Estado: De la pretensión del Ministerio de Sanidad de salvar vidas hemos pasado ahora a la del Ministerio de Defensa, o sea de la Guerra -llamemos a las cosas por su justo nombre, como es debido y se merece- de enviar a Ucrania para defensa de la paz armamento ofensivo made in Spain fácil de manejar -es decir, fácil de que el arma cargada por el diablo maneje al que pretenda manejarla. Nótese la contradicción inherente de la expresión “armas ofensivas para la defensa” de la población civil que según cacareó nuestra ínclita Ministra de la Guerra puede usar prácticamente cualquiera sin conocimiento ni licencia para hacerlo. 
 
 
    Frente al principio jurídico de “in dubio pro reo” hay jueces que esgrimen el contrario, que es “in dubio contra reum”, o sea en caso de duda, culpable el acusado. Uno, en situación de incertidumbre, es declarado infeccioso hasta que se desmuestre su salud, no su enfermedad; uno es prejuzgado culpable hasta que quede probada su inocencia, no su culpabilidad. La cuarentena se basa en la presunción de culpabilidad. Confían dichos jueces quizá en que el Juicio Final reparará los daños colaterales causados por sus juzgados -pero es justicia divina, no humana, la que premiará a los reos inocentes. 
 
 
  
    No se nace mujer, se llega a serlo, escribió Simone de Beauvoir. Igualmente descubre uno que tampoco se nace varón, llega uno a serlo, por lo que en definitiva no se nace, sino que se va uno haciendo y nunca termina de hacerlo, o varón o mujer. No hace falta decir que tampoco se nace hombre en el sentido genérico del término, o sea ser humano, y que cuando uno quiere darse cuenta de lo muy hecho que está es cuando le llega la hora y se deshace.
 
 
    Cuando la oferta supera a la demanda, se crea en economía de mercado, vía publicidad comercial y propaganda, la ilusión de la necesidad del producto y se programa a la vez su obsolescencia, poniéndole por un lado fecha de caducidad que nos anime a desecharlo y reemplazarlo pronto, y haciendo por el otro, efectivamente, que caduque. 
 
 
    “Si no hago nada malo, no tengo nada que temer”, dicen algunos partidarios de la vigilancia tecnológica de los prójimos por el Gran Hermano, lo cual está muy bien hasta que uno hace algo que cree que está bien hecho y por eso lo ha hecho -nadie, en efecto, obra mal a sabiendas, según el dicho probablemente socrático- pero que resulta malo a ojos de los demás, por ejemplo, a ojos de las autoridades competentes, que juzgan dicho acto delictivo y proclaman su maldad. Entonces uno tendrá serios problemas y mucho que temer. 
  

    La pregunta que deberíamos hacernos no es por qué hay gente que duda de la Ciencia, sino por qué hay gente que cree a pie juntillas en la Ciencia. ¿No será porque ha dejado de creer en Dios o en cualesquiera otras creencias o artículos dogmáticos de fe que tuviera, y tiene uno la imperiosa necesidad de creer en algo a toda costa, sea lo que sea para rellenar el vacío que ha dejado la vieja Religión?
 

 

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