El 14 de abril de 2018 se perpetró un bombardeo franco-británico-norteamericano sobre la ciudad de Damasco y, acto seguido, en tiempo real, llegaron las primeras imágenes a nuestras micropantallas.
Esta foto de un reguero de luz sobre la noche damascena, como si fuera el
rastro luminoso de una estrella fugaz, fue tomada por Hassan Ammar de Associated Press la noche de autos.
Bombardeo norteamericano de Damasco, abril 2018
¿Dónde están
las otras imágenes, las que no nos han llegado? ¿Por qué no nos llegan las fotografías
de los daños colaterales o efectos secundarios, que en realidad, no nos
engañemos, son los primarios? La difusión de esa estela luminosa en la noche de
la capital de Siria, como si fuera la cola del cometa que siguieron los
Reyes Magos o la estela que deja un avión a reacción durante el día en el cielo azul, minimiza el bombardeo, hace que no
parezca tal, sino una sesión de fuegos artificiales completamente inofensiva.
No cabe duda de que, desterrada la palabra, lo que manda es la imagen. Tiene la ventaja de que no
hace falta traducirla a los diversos idiomas, es universal, por eso la noticia
se reduce a una fotografía. Sin palabras. La imagen impacta igual que la bomba.
En enero de 1991 los Estados Unidos de
América y sus aliados entre
los que se contaba por cierto el Gobierno español, un gobierno que aunque no participó en el bombardeo de Damasco lo aplaudió
sin ningún atisbo de vergüenza, bombardearon Bagdad y
comenzó lo que luego se denominó la
Guerra del Golfo. Las imágenes que sirvió al mundo la CNN entonces eran
unos
rastros luminosos sobre un fondo verde. Parecía una sesión de
pirotecnia, pero eran las estelas de los misiles. Aquellas imágenes no
mostraban daños materiales ni humanos. Eran fotogramas
asépticos de una película muda, casi neutros, que revelaban en todo caso
la superioridad y
sofisticación del armamento del Imperio frente a las supuestas y
temibles “armas
de destrucción masiva” del déspota mesopotámico. Igual que ahora.
Bombardeo norteamericano de Bagdad, enero 1991
No
hay imágenes
del enemigo, ni de las víctimas humanas por lo que parece que tampoco
hay
responsabilidad sobre ellas ni crímenes de guerra, como si la guerra de
por sí no fuera un crimen de lesa humanidad. La guerra se desarrollaba en
un escenario remoto y
casi legendario de las mil y una noches: Oriente, al otro lado del mar,
lejos
del Imperio. Hay, obviamente, censura y control sobre las imágenes:
sólo se difunden las que interesan, nada de población civil malherida ni
cadáveres humanos, sino ruinas de aeródromos e instalaciones militares,
arsenales tecnológicos,
centros estratégicos de fabricación de armas químicas, malévolos
laboratorios de Fu Manchú, el villano que odia la civilización
occidental y quiere destruirla... Si hay víctimas humanas, son
lamentables e inevitables accidentes
y efectos colaterales no deseados que no es necesario sacar a la luz
pública
para no regodearse con el espectáculo de la danza macabra de la muerte
ajena. Son imágenes, nos advierten, que pueden herir la sensibilidad del espectador, no vaya a ser que la gente
piense que no está bien lo que hacemos y, más aún, que está mal, muy
mal. Entonces es cuando vienen las palabras
en ayuda de las imágenes, que son el auténtico soporte de la noticia, a
justificar la atrocidad de la guerra, a justificarla. Guerra justa, guerra santa. La población civil se reduce a la
categoría de daño accidental, aunque supuestamente se la bombardea para
defenderla
de sí misma, por su propio bien y a fin de preservar sus derechos
humanos y destruir
las crueles armas que almacenan para provocarnos una muerte lenta y
dolorosa, como si las convencionales no matasen de igual modo.
Si por algún azar nos llegan fotos tremebundas de inocentes criaturas muertas, ahora que es tan sencillo compartir imágenes por la Red, enseguida serán desacreditadas y se considerarán "fake images", por decirlo con un término de la lengua del Imperio. O nos acostumbramos a verlas, inmunizados ante el sufrimiento y el dolor ajenos, sin que nos afecten lo más mínimo o, para que no nos afecten, nos decimos a nosotros mismos que están manipuladas.
Los medios de manipulación de masas remueven el fantasma de la guerra, porque es su alimento. Crean noticias e informaciones para llenar páginas de periódicos y horas de telediarios y comentarios en las redes sociales, creando la ficción espectacular de que pasa algo.
Guerra justa, guerra santa, que el envoltorio mediático resalta, elaboración televisual para la audiencia en dosis correctas, para dar sentido a la obediencia ciega in-oculada.
ResponderEliminarLlevan ya dos años aterrorizándonos con la pandemia y como se les acaba el cuento empiezan ahora a hacerlo con la Guerra -¿acaso hay paz en la Tierra en algún sitio?-. Son coartadas para seguir in-oculándonos obediencia ciega. Gracias por el comentario.
ResponderEliminar