El otro día leía yo en la primera plana de la hoja parroquial autonómica El Diario Montañés el siguiente titular tan llamativo como honesto por su parte: "Cantabria cierra julio con un exceso de 200 muertes que no explican ni el covid ni el calor."
El fenómeno, por lo que veo en otros periódicos, no es exclusivamente cántabro, sino nacional. No hay datos del extranjero, porque la fuente de la información es el instituto Carlos III. El Diario Montañés confesaba que "Desde que hay estudios, nunca este mes (el pasado julio) había sido tan letal en la Comunidad". El País, el boletín oficial del Gobierno de las Españas, también sacaba un titular parecido: "El exceso de muertes este julio quintuplica la media de ese mes. Y no solo por el calor y la covid." Y añadía: "El Instituto de Salud Carlos III calcula casi 10.000 fallecimientos más de los previstos, 2.124 de ellos son atribuibles a las altas temperaturas".
Otros periódicos nos toman por idiotas achacando la mayoría de esas muertes al cambio climático que ha provocado los golpes de las olas de calor, algo que no cuadra si consultamos las hemerotecas, dado que esas mismas fuentes que ahora achacan los excesos de muertes al calor, reconocían otros años que el número de decesos por golpes de calor en las Españas había sido de 7 fallecidos en 2016, 7 fallecidos en 2017, 9 fallecidos en 2019 -(No hay datos de 2020 y 2021, los años de la pandemia en que todos los muertos eran cóvid) y 700 fallecidos en junio y 360 en dieciséis días de julio en 2022.
Nos toman por idiotas porque nos hacen creer que en tres años han aumentado los muertos por olas de calor nada más y nada menos que un tanto de 13.250 por ciento.
El Ministerio de Sanidad se empeña, sin embargo, en echar balones fuera, achacando esas muertes al cambio climático. ¿Cuándo si no es ahora mismo según las autoridades sanitarias ha sido el calor una de las principales causas de muerte en este país de María Santísima? Lo cierto es que los datos del sistema de monitorización del Ministerio chocan por completo con la estadística consolidada de años anteriores.
No hay correlación, como decía el titular de El Diario Montañés, entre el calor y el exceso de mortalidad si comparamos con las estadísticas de años atrás. ¿No habrá alguna relación, es una hipótesis que no debería descartarse a priori, con las inyecciones contra el Cóvid que se ha puesto la mayoría, casi la totalidad de la población? Téngase en cuenta que antes de que se pusieran estas inyecciones no había dicho exceso de mortalidad, y ahora sí.
Lo que está claro es que el número de muertes se ha disparado en España. Y lo que no está tan claro es la causa de esos 22.541 fallecidos de más de lo esperado que se han producido en los primeros siete meses de este año, hasta julio incluido. Parece un disparate decir como afirman que de esos 22.541 hay 3.828 que habrían muerto debido a las altas temperaturas.
La cifra española no tiene parangón en otros países de Europa, donde las estadísticas muestran también un pequeño repunte de la mortalidad, pero muy inferior a lo que sucede en España según el EuroMoMo.
¿Es Byung-Chul Han un
nuevo astro rutilante de la filosofía moderna o más bien, haciendo
uno de esos juegos de palabras a los que él es tan aficionado, un filosofastro? No se
puede negar que es el filósofo más famoso del mundo en la
actualidad. Su libro de hace diez años 'La sociedad del cansancio' se ha traducido a cuarenta idiomas. Un superventas. Un superstar. El que más vende y el que más y mejor se vende, el más
vendido y comercial, leído incluso por personas que no leen nunca ensayos filosóficos.
Se deja ver con mucha dificultad. No le gusta prodigarse en viajes pero ha hecho una excepción aceptando la invitación de la UIMP de Santander
este verano para conocer a su público español. Hay una larga cola para obtener la firma preciada del autor. Odia ser grabado, sólo se siente cómodo
expresándose en alemán. A pesar de su origen coreano, se vende como deustcher Philosoph, haciendo suyo el prestigio de la lengua de Marx, Freud y
Nietzsche. ¿El inglés? Es el instrumento de los dominadores, la
lengua del Imperio, como decimos a veces por aquí, en la que rechaza expresarse.
Crítico de la
digitalización, que no aborrece sin embargo, lamenta su mal
uso al servicio del capital y de la economía. Dice cosas ingeniosas
en pocas palabras como que ya no habitamos el cielo y la tierra, sino la
Nube y Google Earth en su lugar. Escribe muchos libros breves de no más de cien páginas
cada uno con frases concisas, contundentes, lapidarias y viralizables
enseguida.
Del esmarfon, al que denomina Phono Sapiens, sólo le
interesa la posibilidad de identificar algunas plantas. Confiesa que solo lo lleva encima cuando sale al encuentro del reino vegetal. Los
aficionados a la botánica, sin embargo, dicen que aplicaciones como PlantNet
fallan más que una escopeta de feria. Solo exhibe ahora un
viejo nokia que muestra al público para darle la hora y servirle de
teléfono, sin conexión a la Red.
El filósofo, que hace
alarde de su profesión, se dedica a cultivar, epicúreamente, su
jardín particular, su jardín secreto, lo que le reporta bienestar y
felicidad. El jardín es un lugar romántico. Según él, un antídoto contra la digitalización y la informatización del
mundo.
No hace falta orientalizar Occidente, dice, porque Occidente
dispone de su propio jardín oriental de literatura y delicias, que
es el romanticismo, del que se declara heredero, todo un neorromántico.
¿Crítico con la
pandemia? En cuanto nos obliga a fijarnos en las pantallas alejándonos
del mundo y alienándonos. En ningún caso critica el tratamiento
político que se ha hecho de ella, sino que se inscribe dentro de la corriente oficial.
En realidad su crítica a la digitalización tampoco es tan radical como parece a primera vista, sino bastante superficial. Todos los medios tienen un potencial emancipador, dice, y la digitalización no podía ser menos. El problema es que, mal dirigida, podría llevarnos al totalitarismo y al capitalismo de la vigilancia.
Cuando se le pregunta
por los filósofos actuales, afirma que los lee poco, que prefiere los
clásicos, sobre todo Nietzsche, siempre actualísimo, y
especialmente Walter Benjamin, el único filósofo al que le gustaría
abrazar.
Aprecia a Giorgio
Agamben, pero dice que ha desbarrado con la pandemia porque equiparó el
Green Pass a un medio de control y discriminación de los ciudadanos, dando pábulo a las teorías de la conspiración, por lo que no ha rendido un buen servicio a la filosofía. Encerrado en su propia prisión, Agamben ha dejado de pensar, cautivo de su propio pensamiento. Le
sugiere sin embargo al rector de la UIMP, presente ocasionalmente en la sala, que
invite a Agamben el próximo curso a impartir una lección magistral, si bien es un filósofo difícil de entender por el
gran público porque habla igual que escribe.
La idea agambeniana del «estado de excepción»,
ligada al totalitarismo, está hoy día obsoleta. No sirve para explicar
el presente según Han. De eso no se da cuenta Agamben. Reconoce sin embargo que Agamben tiene obviamente
razón al sostener que la pandemia trasformó la vida en
supervivencia, reduciéndola a «nuda vida», pero le reprocha su conspiranoia.
Byung-Chul Han
estuvo dos meses en Roma durante la pandemia. Puso como condición
que lo alojaran en una casa con jardín, y fue hospedado en la lujosa
Villa Massimo viviendo en su torre de marfil. Confiesa que fue muy feliz en la ciudad eterna, visitando pequeñas
iglesias católicas a las que iba en bicicleta. En una de ellas,
llamada San Bernardo alle Terme, tuvo incluso una suerte de revelación, como declaró a la prensa italiana:
comprendió que el Espíritu Santo es lo esencialmente Otro.
Aprovechando su estancia en Villa Massimo invitó a Agamben, como buenos colegas y discípulos que son ambos de Heidegger y Hanna Arendt. Pero Agamben se
disculpó enviándole un correo personal donde le decía que no podía asistir porque no tenía pasaporte cóvid, en Italia bautizado como green pass. Ni corto ni perezoso, Han hizo pública esta confesión leyendo el correo electrónico, acusando al filósofo italiano de
politizar una invitación amistosa, cargando contra él en los siguientes términos en un vídeo subido a la Red:
Esto es lo que dice Han: «He invitado a
Agamben a un encuentro en Villa Massimo. También el Goethe Institut
le ha enviado esta propuesta. Agamben me ha respondido a mí y al
director del Goethe Institut que temía no poder aceptar esta
invitación porque para ambas invitaciones le sería necesario el green pass. Él no tiene green pass. Depués de recibir este e-mail he
perdido mucho respeto por Agamben. Lo que hace es un abuso político
de una invitación amistosa. Usa la amistosa invitación para
manifestar testarudamente su problemática postura. Agamben en su
avanzada edad no se deja vacunar, porque ve en la vacunación un
objetivo político de dominio del Estado o porque como muchos
antivacunas teme que la vacunación lo haga volverse impotente, y
simplemente tonto. Yo mismo no estoy de acuerdo con el green pass en
el puesto de trabajo y en particular con la amenaza que nos pueda
caer encima si no se respeta la normativa. Pero aquí no nos sirve su
teoría del Estado de Excepción. Solo me gustaría preguntarle si
esta medida es conforme a la democracia y a la constitución. La
democracia no es algo que venga dado de una vez por todas, sino algo
por lo que es necesario luchar siempre. Tengo la sensación de que
Agamben no sabe qué es la democracia».
Byung-Chul Han, sin embargo, sí sabe lo que es la democracia, de la que se declara firme defensor, mientras que Agamben ha cometido el 'error' filosófico de equipararla con la perfecta dictadura contemporánea, desenmascarando la más y mejor cumplida encarnación del Estado de Excepción.
Han demuestra con esta declaración que no le llega ni moral- ni filosóficamente hablando a la altura de la suela de los zapatos al maestro italiano, él sí, un verdadero filósofo viviente.
Han no
es un astro de la filosofía, sino un filosofastro, es decir, un filósofo profesional sí,
como él se encarga de repetir constantemente, pero un filósofo fake, un filósofo virtual, un filósofo light, un bluf que no tiene
la calidad necesaria para ser considerado como auténtico filósofo.
Según el periódico ABC, diario de referencia y decano de la prensa nacional, que no racional, Estos son los síntomas de la variante Ómicron que afectan a las personas ya vacunadas de Covid. Escribe el autor del artículo que firma M.L.C.:
Estar vacunado no implica estar libre de coger el coronavirus. Porque no se concibieron (las denominadas 'vacunas') para evitar los contagios, sino para que los efectos del virus sean mucho menos adversos e incluso pasen desapercibidos.
¡Qué sutileza esta última de los efectos del virus que pasan desapercibidos! Es como si quisieran que no se les dé relevancia. Pero difícilmente pueden pasar desapercibidos estos síntomas de Ómicron, la última variante o mutación o lo que sea del engendro viral, que según ABC aparecen en personas vacunadas: tos persistente, secreción nasal, cansancio, fatiga muscular, dolor de cabeza, dolor de garganta, fiebre, estornudos. La mayoría de ellos son bastante visibles y triviales. Otra cosa es que no queramos darles demasiada importancia porque son los síntomas de un catarro o constipado o gripe, si se quiere, de toda la vida, que todos hemos experimentado alguna vez.
Lo que no podemos afirmar, porque es algo que no podemos saber a ciencia cierta, o que sólo podemos saber 'a ciencia incierta' al no tener ningún elemento de referencia para la comparación, es que estos síntomas del virus serían más graves e incluso mortales si uno no se hubiese prestado a las inoculaciones experimentales.
No especifica el citado artículo si estos síntomas afectan también a las personas no vacunadas, porque si no les afectasen, serían la clara consecuencia de las inoculaciones, y serían ellas y el virus o la proteína del virus inoculada, la causa de dichos síntomas que con tanta rapidez se contagian en este verano caluroso, un verano en el que el calor mata, siempre según la prensa orgánica, disparándose la mortalidad en oleadas cada vez más extremas, de manera que cuando suben las temperaturas aumentan los fallecimientos.
Otro periódico de la prensa nacional, que no racional, afirma al respecto sin ruborizarse: “Este calor no es normal: media España registra el inicio de verano más caluroso de la serie histórica”. (No sabemos nada de la serie pre-histórica, de la que no hay nada escrito ni escritura siquiera).
El estudio que reporta el periódico ABC concluye que “la eficacia de las vacunas ha ayudado a que los efectos del virus se vean muy reducidos”. Pero no es una conclusión lógica, porque lo que se pretendía con las inyecciones era inmunizarnos, alcanzar la inmunidad de rebaño o de grupo, como pretenden otros, a los que ofende lo del rebaño gregario que somos, lo que quiere decir precisamente evitar el contagio. Y eso, reconozcámoslo, no se ha conseguido, sino todo lo contrario.
Hay más contagios que nunca. Y en plena canícula de época estival. Estos contagios no son letales, pero ¿lo fueron acaso alguna vez? No, nunca lo fueron. Se sabía desde el principio que la letalidad del virus no era grave, no más que la de la gripe normal y corriente de todos los años por las mismas fechas, aunque se nos dijo lo contrario, sembrando el pánico y encendiendo todas las alarmas.
Las autoridades sanitarias le dijeron a la profesión médica, mintiéndole e imponiéndole unos protocolos irracionales (y donde hay capitán, como dice el refrán, no manda marinero), que no se podía hacer nada para curar el COVID-19, porque no había ningún tratamiento disponible. La prensa oficial y orgánica de todo el mundo respaldaba este nihilismo terapéutico interesado*, en el sentido más económico del término, lo que justificaba la aprobación por razones de emergencia y vía de urgencia de unos sueros experimentales, que, a la vista está, han fracasado estrepitosamente porque la inmensa mayoría tarde o temprano se ha acabado contagiado.
La defensa a ultranza de las presuntas vacunas anticóvid les lleva a decir que estos síntomas que padecen las personas vacunadas son insignificantes: “Tanto que pueden pasar como un resfriado corriente y que desaparezcan en apenas unos días”.
Si humanum fuit errare, si equivocarse fue humano, como escribió san Agustín, habría que reconocerlo, pero no lo hacen, porque no se han equivocado. Lo que han conseguido era precisamente lo que pretendían. Así que hay que concluir como el santo: diabolicum est per animositatem in errore manere: perseverar en el error debido a su animosidad hostil, eso ya no es humano, no, sino diabólico.
*El interés del capital era que trascurriera el tiempo sin hacer nada, había que quedarse en casa, no fueran a colapsarse los servicios de urgencia de los hospitales. Había que permanecer aislado (stay home) para salvar vidas (save lifes), y resistir, solos, hasta que los labios se amoratasen para ir al hospital. Se negaron la hidroxicloroquina y la ivermectina, unos tratamientos baratos y sin patente, y se puso el foco en la esperanza futura mesiánica y universal de la vacuna que según la Iglesia de la Ciencia Católica salvaría a la humanidad de la muerte eterna.
Hagamos, para acabar esta reflexión, un pequeño ejercicio sencillo de memoria histórica: El 10 de mayo de 2021 el presidente del gobierno de las Españas autonómicas nos aseguraba que faltaban sólo 100 días para lograr la inmunidad de rebaño, de grupo decía él para no ofender a nadie. En aquellos momentos, sólo un tercio de la población española había recibido alguna inyección y se fijaba para agosto el fin de la transmisión.
Ahora, tras un año y 3 o 4 jeringuillazos, una vez superado aquel objetivo con creces, se demuestra que estos productos farmacéuticos no impiden la infección ni inmunizan contra ella, y que por lo tanto no son sinónimos, como pretendían políticos y periodistas, 'inmunizado' e 'inyectado con estos sueros experimentales' que no impiden la transmisión.
En una entrevista que el periodista
Henrique Mariño le hacía al escritor Juan José Millás el 10 de
julio de 2020, en plena pandemia, en el periódico Público, que
llevaba por título “El
capitalismo es un delirio que en cualquier momento se puede venir
abajo”, el columnista y escritor reflexionaba sobre el
coronavirus, el capitalismo y el futuro.
En un momento de su
trascurso el entrevistador le hacía la interesantísima pregunta siguiente: ¿La
economía y las finanzas son una cuestión de fe? A la que Juan José Millás respondía,
equiparando fe y confianza: -“Absolutamente. Son una cuestión
de confianza. El Corte Inglés existe porque creemos en él. Si
dejásemos de hacerlo, duraría una o dos semanas. Sin embargo, si
dejas de creer en el virus, seguirá existiendo. Insisto: esa es la
diferencia entre las realidades reales y las realidades imaginadas.”
Según Millás El Corte Inglés sería una realidad imaginada,
mientras que el (corona)virus sería una realidad real, valga la
redundancia... Pero ahí está, en la redundancia, la trampa
dialéctica: no hay realidades reales, todas las realidades son
ideales, todas son imaginadas. Es cierto que El Corte Inglés existe
porque creemos en él, pero el Cóvid también.
Cóvid, como tal nombre propio, es un acrónimo de COronaVIrus Disease: enfermedad del virus coronado. Pero esta "nueva" enfermedad no tiene nada de nuevo: su patología es más vieja que el catarro de Matusalén. De hecho no presenta síntomas, que es lo más sospechoso de todo. La enfermedad cursa generalmente asintomática. Y si presenta algún síntoma clínico como fiebre, cansancio, neumonía, tos, pérdida de olfato o cualquier otro de los muchos que se le han atribuido no es exclusivo de esa supuesta nueva enfermedad o síndrome, cuya existencia sólo la revela una prueba que, por otra parte, no prueba nada en absoluto.
La única novedad de la supuesta 'enfermedad del virus coronado' o Cóvid, es la ausencia de síntomas o la presencia de los síntomas de toda la vida de cualquier gripe, catarro o neumonía. La única novedad de esta nueva enfermedad es el nombre: Cóvid, el nuevo artículo de fe, la pesadilla mortífera de una realidad imaginada, tan real como El Corte Inglés, no menos mortífero.
Próxima Centauri o Alfa Centauri C es una enana roja situada aproximadamente a 4,22 años luz de la Tierra, en la constelación del Centauro. Es la estrella más cercana al Sol.
El científico y filósofo de la ciencia francés Étienne Klein, director de investigación de la Comisión de Energía Atómica, ha subido a las redes una imagen de dicha estrella tomada por el Telescopio Espacial James-Webb (JWST), subrayando que la imagen mostraba un nivel de detalle que abría un nuevo mundo para la Ciencia. He aquí la imagen:
Después de viralizarse rápidamente la noticia, Étienne Klein reveló que la fotografía era una rodaja de chorizo, y que se trataba de una broma que debería enseñarnos a desconfiar de los argumentos de autoridad tanto como de la elocuencia espontánea de ciertas imágenes.
El problema de las imágenes es que enseguida las consideramos artículos de fe y hacemos de ellas santos de devoción, como decía mi difunta abuela analfabeta cuando veía un libro que contenía muchas ilustraciones, que ella denominaba "santos".
Las noticias falsas siempre tienen más éxito que las verdaderas en las redes sociales precisamente porque no se acomodan a lo que consideramos real y su novedad hace que se asimilen y pasen enseguida a ser parte de la realidad.
Étienne Klein (1958-...)
Las noticias falsas, obviamente, no son verdaderas, no hace falta decirlo, pero sí son reales y configuran, por lo tanto, la realidad, que tampoco es, hay que decirlo y repetirlo, verdadera.
Esta anécdota nos lleva a plantearnos el fenómeno de redefinición del vocabulario que hace que las palabras se vacíen de su significado o adquieran otro que no tenían. Podemos tomar como ejemplo, precisamente, la palabra “verdad” que la RAE define en primer término como “Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente”, o, dicho de otra manera más sencilla, verdad es la correspondencia o adecuación entre algo que se dice y la cosa a la que se refiere. Eso era, más o menos, lo que se creía en el mundo antiguo hasta la fecha, porque ahora, dentro del sistema político democrático vigente, la verdad se redefine como lo que la mayoría de la gente cree que es verdad, independientemente de que sea cierto o no lo sea, porque lo dicen los expertos a través de los medios masivos.
Y la gente cree a pie juntillas, sin cuestionarlo en absoluto, lo que dicen los medios de información, especialmente si viene avalado por un experto como en el caso que nos ocupa de la Proxima Centauri, quien nos ha engañado con una fotografía falsa con la mejor intención del mundo, para desengañarnos y que desconfiemos del criterio de autoridad.
También se ha redefinido hoy en día la palabra “experto”, que ya no es aquel que tiene grandes conocimientos en una materia especializada, sino aquel que es reconocido como autoridad en la materia por los medios de comunicación que lo presentan como tal a la opinión pública. El especialista es aquel que cada vez sabe más de menos. El nivel de especialización es tan alto que los conocimientos especializados no pueden ser asimilados por la gente.
Las noticias falsas son noticia antes que se descubra su intrínseca falsedad. Las fake news son noticias: su función es dar cuenta y razón de algo. Que ese algo sea luego razonable, que sea verdad o mentira es lo de menos. Porque es real. Y, por lo tanto, falso.
Nos amenazan los periodistas/terroristas, si son humanos y no son una horda de bots o robots humanoides de los medios masivos de des-información, con un invierno ruso, o sea gélido como el que derrotó a la Grande Armée de Napoleón o a los alemanes en Estalingrado, es decir un invierno con temperaturas bajo cero, sin el gas calefactor ruso, que nos va a dejar helados, literalmente congelados.
Nos amenazan con una crisis alimentaria global que va a hacer que nos muramos de hambre. y que, si nadie lo remedia, volvamos al canibalismo de comernos los unos a los otros ante la falta de alimentos.
Nos amenazan con el rebrote silencioso, pero imparable, de las enfermedades infecciosas, pese a los innegables avances de la Iglesia de la Ciencia. Ahí está, por ejemplo, la viruela del mono, como prueba, de que los víruses pueden volver y saltar del mundo animal al humano y contagiarnos, por lo que la Organización -corrupta- Mundial de (las enfermedades que afectan a la) Salud la ha proclamado emergencia sanitaria internacional basándose en la declaración de su Sumo Pontífice, que a su vez se basa en las sagradas escrituras de las revistas científicas y en la fe en la Iglesia de la Ciencia que preside y que excomulgará, al servicio como está de la Gran Farmacopea, a todos los que no apliquen sus protocolos sanitarios, y su consigna de que Hay que seguir la Ciencia, o sea, el Dinero, que es la fe y la religión dogmática incuestionable que mueve el mundo.
Nos amenazan con la escalada imparable de los precios y de los tipos de interés del Capital.
Nos amenazan con las predicciones meteorológicas catastróficas provocadas por el calentamiento global producido por el cambio climático del que todos somos responsables mientras no reduzcamos nuesta huella personal de CO2: futuras inundaciones, sequías, incendios forestales y en definitiva las diez plagas del Egipto faraónico.
Y sobre todo nos amenazan, otra vez, con el colapso de los hospitales para fomentar la medicina preventiva y profiláctica en detrimento de la curativa. La curación de patologías crónicas puede esperar, y, por lo tanto, se retrasa... porque ante el cataclismo que se avecina en todos los órdenes es más conveniente no saturar los hospitales, así que es preferible quedarse en casa y dejar que la gente se vaya muriendo lentamente.
Nos amenazan con que cualquier resfriado que tengamos es Cóviz, o sea una amenaza contra la salud pública que obliga a Caperucita a quedarse en casa y no visitar a la abuelita, no vaya a ser que sea ella y no el lobo quien se lleve por delante al otro barrio a la dulce ancianita, hasta que al menos la nieta demuestre que no está contagiada con unas pruebas pseudodiagnósticas de laboratorio que fallan más que las escopetas de feria arrojando falsos positivos que no hacen más que engrosar las cifras de las estadísticas, haya recibido las vacunas experimentales reglamentarias y lleve el bozal como Dios manda tapándole la boca y la nariz.
Alegato contra las personas mayores.
Este alegato no va dirigido contra los ancianos, porque en realidad,
benditos sean, son como niños, sino contra los adultos, es decir,
contra aquellos seres humanos que han dejado atrás su infancia y su
juventud, pisoteándola como Atila el rey de los hunos, y han
alcanzado la meta de la madurez entrando por el aro de la sociedad
organizada y establecida; contra aquellos que, dejando de ser
incendiarios, se han convertido en bomberos de sus propios fuegos
revolucionarios y ardores juveniles; contra aquellos que se han
acomodado en el sistema; contra aquellos a los que sólo importa la
cantidad y no la calidad, quienes para conocerte quieren saber cuánto
ganas, porque ya no vale aquello de “tanto tienes, tanto vales”
sino “sólo vales lo que ganas”; contra aquellos que se preocupan
por las cifras y sólo entienden de números, es decir, de dinero;
contra aquellos que han fraguado su personalidad, su persona, la
máscara hipócrita del actor de teatro antiguo, sobre el asesinato
del niño que fueron alguna vez y que era capaz de interesarse por
cualquier cosa excepto por los números y las cifras, lo único que
les preocupa ahora a ellos, los adultos, los adúlteros, los
adulterados.
Sesentayochistas. Los
jóvenes que se rebelaron en aquel mayo glorioso de 1968 en París no
hicieron más que someterse a la ley de los mercados, plegarse al
mercantilismo y a la mercantilización general del universo mundo.
Todos -bureno, todos todos no, pero sí la inmensa mayoría- se han
convertido en capitalistas y en gobernadores democráticamente
electos que saben controlar a las mil maravillas el márketing
electoral mediático. Los sesentayochistas son los viejos que
detentan ahora el poder, malditos sean: reclamaron que la
imaginación, o sea ellos, debía llegar al poder, y llegaron. Se
olvidaron de muchas cosas por el camino, se olvidaron de que la
imaginación debe rebelarse siempre contra el poder que la hace
impotente.
La voz de los
espíritus. En una sesión de espiritismo, el espíritu de un
fallecido recientemente se comunica a través de un médium y
proclama que los muertos somos nosotros.
Primaballerina en la Ópera de Breslavia, fotografía de Stefan Arczyński (1953)
Del arte
contemporáneo. Resucitamos
aquí el viejo debate entre los modernos y los antiguos en favor de
los antiguos. No es verdad que, como dijo Duchamp, todo lo que se
ponga en un museo, que es un espacio consagrado a las musas y por lo
tanto a las artes, se convierta por arte de magia, valga la
redundancia, en obra de arte, como tampoco es verdad la fórmula más
chabacana y warholiana de que todo lo que hay en un supermercado, por
ejemplo una lata de cerveza, pueda entrar en un museo y, por ende,
convertirse en una obra de arte. La gente lo sabe. Los modernos
críticos de arte, artistas frustrados, no quieren darse por
enterados. El arte contemporáneo no merece por lo general el
apelativo de “arte”: es basura abstracta, una mierda pinchada en
un palo, pero no arte. No denominemos, pues, arte al arte
contemporáneo. Atrevámonos a desengañarnos.
Gana
la banca. La banca siempre gana. ¿Quién va a desbancarla?
¿Quién será el desbancador que desbanque a la banca? ¿Será el
banquero el que gane el dinero de la banca? ¿Se producirá alguna
vez la quiebra del sistema bancario usurero universal? ¿Lo verán
mis ojos antes de que se los trague la negra tierra?
Desengaño.
Shepard Frairey es el nombre propio del joven artista de segunda o
tercera fila que realizó el cartel guarjoliano de Obama con la
palabra “HOPE” que en la lengua del imperio significa “esperanza”
en la campaña electoral, estampada bajo la efigie del futuro sheriff
y mesías electo democráticamente. Pues bien, el creador de esa
imagen lamenta ahora en unas declaraciones a la prensa algo que yo,
que no me creo nada, ya dije en su momento: que el primer presidente
negro de los Estados Unidos ha decepcionado a la juventud porque no
ha luchado contra el status quo como prometió reiteradamente.
Y es que el tan prometido y cacareado cambio (CHANGE, en la jerga
imperial) no era más que un recambio en el poder para que todo
siguiera, si no iba a peor, por lo menos igual de mal. Más vale
tarde que nunca. El desengaño, digo.
¿Cada
uno es cada uno? Nos dicen que cada uno es cada uno, y es
mentira. Nos falta mucho y nos sobra mucho para ser el que somos,
para ser cada uno. Por eso, porque cada uno no es cada uno, no hay
manera de contarnos ni puede haber una mayoría que se haga pasar por
el conjunto totalitario de todos.
Horrores
televisados. Las imágenes vistas a través de la pequeña
pantalla estupefaciente nos ayudan a asimilar la represión, el dolor
y el sufrimiento propios y ajenos, desposeyéndonos de sentimientos.
El primer gran reality show bélico fue la masacre de Golfo
Pérsico en el año 1991, cuando por primera vez asistíamos desde
las butacas de nuestros comedores a las imágenes en directo de los
bombardeos sobre Bagdad con toda la naturalidad del mundo. Asistimos después a muchos otros, destacando la guerra contra el virus y la pandemia durante los años 2020 y 2021. Ahora
tenemos, además de la actualización COVID-22 Plus, la guerra de Ucrania.
¿Por qué no muere el
Poder? Mal se plantea el pintor
brasileño las cosas. Se pregunta, en efecto, el artista ingenuamente
que por qué las personas del poder, los poderosos, no mueren. Y él
se ha retratado apuntado con una pistola a la Reina de Inglaterra, al
presidente de Irán y al de su país, al que degüella con un
cuchillo, entre otros mandamases potentados del mundo. El
autor comenta que la idea de pintar las obras que ha pintado donde él
ajusticia a los poderosos surgió cuando empezó a ver a los líderes
mundiales como responsables de la «gran cantidad de males que
afectan a una enorme cantidad de gente en todo el mundo». Y se
justifica considerando que como ellos matan a tanta gente, no sería
mala cosa matarlos a ellos. No se da cuenta el artista de que los
poderosos, como él dice, son impotentes al fin y a la postre y de
que muerto el perro no se acaba la rabia, porque lo importante no es
matar al individuo-títere que supuestamente encarna el poder, sino
el poder mismo que él encarna porque nosotros delegamos
irresponsablemente en él nuestro voto.
En cuanto al mito de Cristo,se puede hacer mitología comparada y establecer algún paralelismo con
la figura heroica de Hércules, al que los griegos denominaron Heraclés, un personaje hoy
en día totalmente desacreditado en el sentido de que no es objeto, que yo sepa,
de ninguna fe ni culto, y que sólo en la historia del arte (literatura, pintura y
escultura básicamente) encuentra lugar en nuestro mundo.
Hijo de Dios. Tanto Hércules o Heraclés como el Cristo son hijos de un diostodopoderoso:
hijo de Zeus, en el caso del héroe griego, y por lo tanto semidiós, hijo de Jehová, Yahvé o Dios en el
de Cristo. Ambos son, además, hijos de una virgen: Alcmena en el primer caso y
María en el segundo. Ambas mujeres llegaron vírgenes a la procreación de sus primogénitos. En el caso de
María se trataría de una unión espiritual, mientras que en el caso de Alcmena,
que todavía no había consumado su matrimonio con su esposo Anfitrión, de una unión carnal: Zeus se presentó ante
ella bajo el aspecto de Anfitrión, simulando que era su marido que volvía de la guerra.
Hércules Farnesio, copia romana en mármol del original de bronce de Lisipo (320 a. C.).
Ascensión a los cielos: Tras su muerte, tanto Heraclés como Jesús fueron ascendidos al Olimpo y al Reino de
los Cielos, respectivamente. La apoteosis de ambos es, obviamente, favorecida
por su condición heroica, es decir, de hijos de un dios y de una mortal.En
el caso del griego,
su glorificación se produjo cuando el héroe iba a ser incinerado
pero Zeus decidió salvarlo de sus llamas y ascenderlo al Olimpo en un
carro de
caballos. Por su parte, la ascensión de Jesucristo se produce tras su
resurrección del reino de los muertos al tercer día de su óbito.
Hay que distinguir entre Jesús, el personaje histórico, y el Cristo de la fe, entre el Jesús de carne y hueso y el mito que se fraguó sobre él y que suele denominarse el Cristo ("ungido" en griego), en el que creen hoy muchos millones de cristianos. Vamos a tratar, pues, de analizar el nombre compuesto «Jesucristo», para distinguir el personaje histórico del mitológico o legendario.
Jesús es un personaje histórico de cuya existencia cabe poca duda aunque no se sepa mucho de él: se sabe que nació en el año 6 después de Cristo, paradójicamente, que no nació en Navidad (24 de diciembre era la fiesta de la Natiuitas Solis, solsticio de invierno), que no nació en Belén, sino en Nazaret, que tuvo varios hermanos (Santiago, por ejemplo) y que fue, como Juan el Bautista, un predicador que repetía que había que prepararse para la llegada del Reino de Dios, convencido como estaba de que se acercaba el fin del mundo, una profecía que obviamente, dos mil años después, no se ha cumplido todavía.
Se separó de Juan Bautista (parece que hubo rivalidad entre ellos) y formó su propia secta. Algo que resulta obvio pero que hay que decirlo porque suele pasar desapercibido es que Jesús no es cristiano, sino judío. Su intención nunca fue crear una iglesia, sino preparar al pueblo de Israel para el advenimiento del Reino de Dios, un proyecto político y espiritual, que él creía inminente.
Fue condenado a muerte por los romanos acusado de sedición. Sobre su cruz se clavó el rótulo INRI, acrónimo de Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum: Jesús Nazareno rey de los judíos.
Parece ser que reclamó cuando entró en Jerusalén el trono de David.
Su crítica se dirigía al sector judío más romanizado (y por lo tanto menos fundamentalista y fanático, más tolerante y colaborador con la dominación romana), porque se apartaban de la religión tradicional judía, un monoteísmo de pueblo escogido centrado en Jehová o Yavéh. Los judíos esperaban un Mesías, un salvador enviado por Dios, que siguen esperando, porque no reconocen a Jesús más que como un profeta.
Cristo crucificado o de San Plácido, Velázquez (1632)
Que los romanos lo consideraban peligroso o al menos subversivo lo prueba el hecho de que fue detenido por una cohorte, esto es, por la décima parte de una legión (entre 400 y 600 legionarios romanos al mando de un tribuno) y por el hecho de que algunos de sus seguidores iban armados, como San Pedro, que portaba una espada. Es célebre el episodio en que le pregunta al maestro si saca ya la espada y éste le dice que todavía no.
Su predicación no es muy original. Se dirige sólo a los judíos, para que vuelvan a su religión tradicional. Una vez muerto el maestro, san Pablo, verdadero creador del mito de Cristo y fundador del cristianismo, hará de esta secta judaica una religión universal, fuera del estrecho marco original. La palabra griega "católico" quiere decir, precisamente, universal.
Todo el que quiera puede ser cristiano: no es imprescindible ser judío ni, en el caso de los varones, estar circuncidado. Pero para el Jesús histórico sí lo era.
Predicó el amor a los inimici, a los enemigos personales judíos, pero nunca a los hostes o enemigos públicos, es decir, a los romanos, por ejemplo; no se trata de un amor universal, sino de un odio frente al enemigo común, que eran los invasores del pueblo de Israel. En ningún momento condenó la violencia, que él utilizó para expulsar a los cambistas del templo, por ejemplo.
Parece que Jesús se oponía directamente a la dominación romana, lo que los evangelistas han disimulado y falseado, aunque en los propios Evangelios hay vislumbres de esto: “Y viendo los que estaban con él lo que iba a pasar, dijeron: “Señor ¿herimos con la espada?” La impresión neta de que Jesús y los suyos iban armados para una contienda, y no excluían la posibilidad de violencia se impone por sí misma.
Lo cierto es que fue condenado a la cruz y murió. Los cristianos creen que resucitó, pero eso forma parte del mito de Cristo, no de la realidad del personaje histórico, de Jesús, que murió y pasó como tantos más a la mayoría, como decían los griegos, con un eufemismo para referirse a la muerte. La resurrección de Jesús no puede considerarse un hecho histórico, sino algo que sólo se produjo en la imaginación alucinada de sus seguidores: un mito, por lo tanto.
El mito cristiano se basa en que el propio Jesús se ofreció como cordero de Dios («agnus Dei»), es decir, como sacrificio, autoinmolándose para salvar a los hombres, lo que no cuadra muy bien con las últimas palabras del Jesús histórico (Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?) que revelan, más bien, el fracaso de su empresa.
La imposibilidad de encajar el Jesús histórico y el Cristo de la fe constituye una evidencia interna de la altísima probabilidad de que haya existido un mesianista llamado Jesús que anunció la inmediata instauración en Israel del reino mesiánico de la esperanza judía en las promesas de su Dios.
El martirio inesperado de Jesús que concluyó con su crucifixión debería haber descalificado su pretensión de ser un mesías -y tal fue la reacción inicial de sus díscípulos, que sintieron el fracaso de su proyecto. En los Evangelios Jesús profetiza constantemente. Cuando acierta, lo hace ex eventu (pasión, muerte, resurrección), pero la mayoría de sus predicciones, como la de la inminencia del final de los tiempos, han resultado fallidas.
Uno de sus dichos con más fundamento histórico pudo ser, cuando le preguntaron si era lícito pagar el tributo a los romanos: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. La pregunta era una encerrona, si decía que no era lícito, los romanos caerían sobre él porque estaría alentando a la insumisión fiscal; si decía que era lícito, sus seguidores lo tacharían de cobarde. Entonces salió del paso dando una respuesta ambigua. Señala la moneda que tenía la efigie del César. Pregunta quién está allí representado. Le responden que el César de Roma. Entonces contesta. «Pues dádselo a él». Pero a Dios había que darle lo que era de Dios, es decir, según su concepción: la tierra prometida de Israel, su pueblo elegido.
¡Qué diferentes e incompatibles son el Jesús histórico y
el Cristo de «la fe de nuestros mayores»! En esa contradicción entre el uno y el otro radica quizá el éxito del mito. Si hubiera que quedarse con
uno de ellos ¿con quién nos quedaríamos? ¿con el líder guerrillero y
visionario que dijo literalmente «No creáis que he venido a meter paz en
la tierra. No he venido a meter paz, sino espada» (Mateo, 10, 34),
donde, por cierto, algunos han traducido mal a veces «cizaña» por
«espada» para suavizar la violencia del dicho? ¿o con el maestro espiritual pacifista que predica el amor
universal y la paz?
Os dejo con la pregunta en el aire y con una hermosa canción del
cantante canadiense Rufus Wainwright, Agnus Dei («cordero de Dios»), que
interpeta magistralmente al piano en directo en un concierto en Central
Park, cuya letra está basada en la liturgia cristiana. El cantante
considera, no sin razón, esta canción una canción pacifista contra la
guerra, una canción siempre muy oportuna, ahora mismo, por ejemplo,
cuando hay tantas guerras en el mundo. La letra dice
en latín, : «Agnus Dei / qui tollis peccata mundi, / dona nobis pacem»:
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, danos la paz. Divinas
palabras, que diría Valle Inclán.
Un libro fundamental y muy recomendable sobre el tema, del que he sacado todo lo anterior, es «El mito de Cristo», de Gonzalo Puente Ojea, publicado por Siglo Veintiuno de España, Madrid, 2000.
Me ha dado por traducir/plagiar los archiconocidos versos de Jean-Pierre Claris de Florian que dicen en la lengua de Molière "Plaisir d´amour ne dure qu´un moment, / Chagrin d´amour dure toute la vie" sobre el desencanto amoroso, versos que musicó Jean-Paul Égide Martini y que Berlioz arregló para orquesta, que han cantado y cantarán gentes muy diversas.
En la versión que hago de la letra, he suprimido el nombre propio de la ingrata Sylvie, sustituido por una segunda persona impersonal. A fin de cuentas, todos los nombres propios son pseudónimos, reales pero falsos, por lo que da igual uno que otro, o que un pronombre que apunte a cualquiera o a ninguno.
No dura más que un suspiro el amor,
/
y el desamor dura toda la vida.
Por tu querer, todo yo lo dejé, /
me dejas tú, por otro amor te vas.
No dura más que un suspiro el amor, / y el desamor dura toda la vida.
Mientras sin fin agua del manantial /
alrededor fluya de la pradera,
yo te querré, me prometías tú. / Fluye el caudal, tu corazón ya no.
No dura más que un suspiro el amor,
y el desamor dura toda la vida.
oOo
Esta melodía le sirvió al rey del rock, Elvis Presley, para su exitoso Can´t help falling in love: