miércoles, 12 de agosto de 2020

De la ley sálica

Una periodista, cuyo nombre propio no viene al caso, escribía en una revista dirigida a conformar la opinión pública un artículo titulado “Cambios sucesorios”, donde, entre otras cosas, decía lo siguiente: “... no parece lógico que en pleno siglo XXI, se siga aplicando la ley Sálica...” 
 
La Ley Sálica la introdujo en España Felipe V de Borbón en 1713, procedente del país vecino -galo o salio, que también así se llama; de ahí su nombre-. Prohibía, en efecto, reinar a las mujeres. Fue derogada por Fernando VII mediante la Pragmática Sanción de 1789, publicada al año siguiente. De hecho al abolir la ley Sálica, Fernando VII produjo una crisis en la sucesión del trono entre los que estaban a favor de su hija Isabel II y los partidarios de su hermano Carlos, provocando la primera guerra carlista. Por eso, a la muerte del monarca en 1833, ocupó el trono su hija Isabel II.
 
 Retrato de la reina Isabel II de España, Isidoro Lorenzo (1826-1895)
 
Así decía la citada ley sálica en latín:  Nulla portio hæreditatis de terra Salica mulieri veniat, sed ad virilem sexum tota hæreditas perveniat. O sea: que ninguna porción de la herencia de la tierra sálica vaya para la mujer, sino que toda la herencia le corresponda al sexo varonil.
 
En España, por lo tanto, no está vigente la ley Sálica desde hace 187 años. Lo que rige, y que la mencionada periodista confunde, como mucha otra gente, es un artículo de nuestra Constitución que aún está vigente y que establece la preferencia de los varones sobre las féminas a la hora de reinar. De hecho, si la reina Letizia tuviera un hijo varón ahora mismo, éste, según nuestra Constitución, estaría llamado, como príncipe heredero, a ocupar el trono por delante de la infanta Sofía y de la actual princesa Leonor. Este hecho, bastante poco probable (?), haría seguramente que se modificara nuestra Charta Magna haciendo que prevaleciera el derecho de primogenitura independientemente del sexual. 
 
En estos tiempos que corren (“en pleno siglo XXI”, como escribía la anónima periodista) hay quien piensa que debe modernizarse y derogarse dicho artículo de nuestra Charta Magna que da preferencia al varón, habida cuenta de la discriminación sexual que supone para las féminas. Esto supondría, si tuviera efectos retroactivos, que en España reinara la infanta Elena, por ser la primogénita, en lugar de Felipe VI, que está reinando por ser varón, pero que de hecho es el más joven de los hijos del monarca emérito: a día de la fecha tiene 52 años, mientras que sus hermanas tienen Cristina 55 y Elena tiene 56.
 
Claro está que la cosa es un poco más compleja de lo que parece a simple vista. Porque si el sexo no lo determinan los cromosomas, sino que es una elección libre del individuo, que puede sentirse a gusto dentro de su propio cuerpo o a disgusto y atrapado en él, cualquier individuo personal puede operarse para cambiar de sexo. La infanta Elena, por ejemplo, podría someterse ahora mismo a una operación de cambio de sexo y reclamar el trono de España, sin necesidad de modificar la Constitución, para lo que quizá también sería menester que cambiara de nombre en el Registro Civil.
 
Consideramos, sin embargo, algunos que sería más interesante la derogación de la Pragmática y la implantanción de una nueva Ley Sálica -"en pleno siglo XXI"- que, además de impedir reinar a las mujeres como la vieja, impida también a los varones asentar sus posaderas en el trono y exhibir su testa coronada. Estoy seguro de que así y sólo así desaparecería la discriminación sexual y la heráldica, porque de esta manera nadie sería más que nadie ni por haber nacido antes ni por el sexo que tenga entre las piernas o con el que se identifique.
 
 
No puedo dejar de hacerme eco aquí, para acabar, de aquellos versos populares de Lorca: Si tu padre quiere un rey, / la baraja tiene cuatro: /rey de oros, rey de copas, / rey de espadas, rey de bastos. / Corre que te pillo, / corre que te agarro, / corre que te lleno, / la cara de barro.

martes, 11 de agosto de 2020

Woodstock y El virus de Hong Kong

A diferencia de la gripe de Hong-Kong del invierno de 1968, invisible porque no fue retransmitida por televisión ni propagada por la prensa, la enfermedad del virus coronado de 2019, Covid-19 en la lengua del Imperio, de una letalidad muy similar, tiene sin embargo un protagonismo absoluto y monotemático en nuestras vidas, hasta el punto de que nos ha instalado en una Nueva Normalidad.

Cuando los historiadores escriben sobre las pestes y epidemias de épocas pasadas, se ocupan, entre otras, de la peste de Atenas, en la que murió Periclés, la peste antonina, la peste bubónica que asoló Europa durante la Edad Media, o, más modernamente, la gripe española de 1918. Ignoran, a menudo, que mucho más cerca de nosotros, en 1968, hubo una epidemia que causó alrededor de un millón de muertos en todo el mundo y unos cien mil en los Estados Unidos, mayores de 65 años en su  mayoría,  a la que se le dio un tratamiento político y médico muy distinto. Dichos historiadores tienen que investigar y rebuscar en las fuentes escritas y orales de los recuerdos de los mayores de 52 años para encontrar documentación sobre la gripe hongkonesa. 

Un testimonio: "En 1968/69", dice Nathaniel L. Moir en National Interest, "la pandemia de H3N2 -nombre técnico de la gripe de Hong Kong- mató a más personas en los Estados Unidos que el número total combinado de muertes estadounidenses durante las guerras de Vietnam y Corea".

Algunos no recuerdan casi nada de aquello. No hubo confinamiento. La mayoría de las escuelas y universidades permanecieron abiertas. Si se cerraron algunas no fue por órdenes de arriba, sino por absentismo escolar. Empresas y comercios no cerraron. Se podía ir al cine. Se podía ir a bares y restaurantes. Hay quien recuerda haber asistido a un concierto de Grateful Dead. 


De hecho, la gente no tiene memoria o conciencia de que el famoso concierto de Woodstock de agosto de 1969, planeado en enero durante el peor período de mortalidad de la epidemia, ocurrió entre la primera y la segunda oleada de la gripe hongkonesa en los Estados Unidos.

Los mercados bursátiles no colapsaron debido a la gripe. El Congreso no aprobó ninguna legislación específica. La Reserva Federal no hizo nada. Ningún gobernador actuó para imponer el distanciamiento social, el aplanamiento de curvas (a pesar de que cientos de miles de personas fueron hospitalizadas), la libertad de movimiento, el confinamiento o la prohibición de las multitudes.

La prensa habló de aquello, pero, como señala Bojan Pancevski en el Wall Street Journal: “En 1968-70, los medios de comunicación dedicaron atención superficial al virus mientras ponían la lupa en otros eventos como el la llegada a la Luna y la guerra de Vietnam, y la agitación cultural de la sociedad civil, movimientos por los derechos, protestas estudiantiles y la revolución sexual ".

  

La mítica pareja actual de Woodstock

La comunidad médica asumió la responsabilidad principal de paliar y mitigar la enfermedad, como cabía esperar. Se asumió ampliamente que las enfermedades requieren respuestas médicas y clínicas, no políticas.

Entonces se entendía que las personas menos vulnerables que contraían la gripe no solo fortalecían el sistema inmunitario sino que también contribuían a la mitigación de la enfermedad al alcanzar la "inmunidad colectiva". 

Si hubiéramos aplicado los criterios sanitarios y políticos actuales entonces como ahora, la nación de Woodstock, que reunió a medio millón de personas del 15 al 17 de agosto de 1969,  que cambió la música y la forma de vivir y de pensar de muchas personas para siempre y aún resuena hoy en nuestros oídos nunca habría ocurrido.

El contraste entre 1969 y 2020 no podría ser más sorprendente. Eran inteligentes. Somos idiotas O al menos nuestros gobiernos lo son.

Este virus en los EE. UU se produjo en dos oleadas en los meses de invierno de 1968 y 1969, mientras que Woodstock, apogeo hippie del amor libre y de la música rock, se celebró en agosto, entre la primera y la segunda oleada. A los organizadores de Woodstock no se les pasó por la cabeza suspender el festival en enero cuando fue programado. 

 

Jimi Hendrix descompone el himno norteamericano a la guitarra.

 
(Según el artículo de Jeffrey A. Tucker Woodstock Occurred in the Middle of a Pandemic publicado el 1 de mayo de 2020)

domingo, 9 de agosto de 2020

Terrorismo informativo

Titulares terroristas de la prensa escrita: La pandemia se desboca: España bate récord con 1.895 contagios en un día. La cifra real de nuevos infectados en realidad es mucho peor porque Aragón, la comunidad más afectada, no ha comunicado datos por problemas técnicos. Sanidad suma a las estadísticas 4.507 positivos en las últimas horas. La pandemia en España se ha desbocado en los últimos días. Los cerca de 600 rebrotes activos están llevando al país a datos de finales de abril, a cifras de pleno confinamiento. Un día más, España volvió a batir su propio récord de la 'nueva normalidad' con 1.895 contagios con fecha de diagnóstico en las últimas 24 horas, etcétera, etcétera, etcétera... 
 
Algunas consideraciones: Los tests se multiplican en número creciente cada día que pasa, cuando hoy ya son completamente inútiles. Recuérdese cómo en este país de María Santísima allá por la primavera, cuando la epidemia causaba estragos en medio de la encerrona a la que nos sometieron en su fase más aguda, que era paradójicamente la más grave, se consideraban inútiles tanto las mascarillas como los tests a que ahora nos obligan. Sin embargo a día de la fecha, en plena canícula veraniega, cuando la epidemia ha hecho mutis por el foro, las mascarillas -esas retículas por las que entran y salen sin ningún problema como Perico por su casa los virus coronados, tan diminutos ellos como invisibles a nuestros ojos- ya no son inútiles e ineficaces, sino, por el contrario y paradójicamente, indispensables y obligatorias, incluso en los espacios exteriores al aire libre donde se podría respirar a pleno pulmón.
 
 Fotografía de  Gabriel Pérez-Juana
 
Y las cifras de los tests de PCR, que se hacen ahora a diestro y siniestro, cuando ya pasó lo peor, y que arrojan resultados positivos, no distinguen el virus muerto del vivo -si tiene algún sentido hablar de “vivo” y “muerto” a propósito de virus- y se presentan como si fueran los fallecidos de esta primavera, reactivando el motor del miedo. Es absurdo. Incoherente. 
 
Véase a título de ejemplo este titular alarmista de un periódico provinciano de campanario como es El Diario Montañés, el decano de la prensa montañesa que se decía antaño, de ayer mismo, 8 de agosto de 2020: La pandemia se desboca: España bate récord con 1.895 contagios en un día. 
Preguntémosle a ese titular y a ese periódico terrorista: -¿Pandemia? ¿Qué pandemia? ¿Dónde está ya esa señora que se desboca cual yegua desenfrenada que yo no la veo? 
-¿Qué récord es ese que bate España de 1.895 contagios en las últimas 14 horas? ¿Contagios de qué, de un virus que ya no está activo o que, si lo está, lo está tan poco que no se nota si no es mediante esa prueba? Obviamente, cuantos más pruebas PCR se realicen más resultados habrá, tanto positivos como negativos. Pero ¿tienen algún sentido realizar ahora que ya ha pasado todo tantas y tantas pruebas como se hacen a diario para que al día siguiente aparezcan las cifras en los titulares de los periódicos del régimen?
 
Sí, claro que tiene algún sentido: aterrorizar a la población, seguir haciendo que cunda el pánico, que no decaiga entre la gente, especialmente entre la juventud, divino tesoro, que cantó Rubén, que se va para no volver. Que cunda el miedo a la muerte que a todos nos aguarda tarde o temprano. 
 
La paradoja es que no hay ninguna progresión en la epidemia, que todos los virólogos dan por finiquitada, pero cuantas más pruebas se realizan más resultados positivos se obtendrán.
 
Claro está que el terrorismo informativo que aquí denunciamos es, en último extremo, un terrorismo de Estado perpetrado por las autoridades sanitarias que ordenan hacer dichas pruebas de Reacción en Cadena a la Polimerasa (RCP) o PCR (Polymerase Chain Reaction) en la lengua del Imperio. La prensa, al fin y al cabo, no se inventa la realización y resultados de dichas pruebas; se limita a informar de ello. Vienen aquí a cuento aquellos hendecasílabos de la rima de Bécquer: ¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo... / Me hacía un gran favor... Le di las gracias.
 
 Un delirio colectivo en el sentido patológico de la expresión se ha apoderado de una parte significativa de la gente. Al principio fueron los dirigentes políticos y a rebufo de ellos los responsables de los medios de comunicación y los periodistas, lo que ha acabado contagiando y contaminando a una proporción cada vez mayor de personas. 
 
Cuando hay un delirio colectivo, las llamadas a la calma y a la razón no sirven para nada. Es la histeria lo que reina, el delirium tremens. La temática de este delirio colectivo, de esta segunda ola que ya nos invade y que se ha adelantado al invierno y al otoño, es la peligrosidad extrema de un virus desarmado e inofensivo en la actualidad. Pero eso, que es lo que está delante de nuestros propios ojos y narices, no se ve: vemos las ideas terroríficas -un amasijo de imágenes y palabras revueltas con ellas- que, a modo de vendas, no nos dejan ver; vemos, de cara a la pared y de espaldas a la realidad, las sombras proyectadas en nuestras macro- y micropantallas, instalados como estamos en la caverna mediática platónica. 
 
No estamos muertos todavía, sino cagados literalmente de miedo, lo que a lo mejor explica el acopio de papel higiénico, que vuelve a escasear en las estanterías de los supermercados.

viernes, 7 de agosto de 2020

Esperpento aragonés

El Departamento de Sanidad del Gobierno de la taifa de Aragón ha publicado un edicto informativo dirigido a los “contactos de enfermos COVID-19”, que no tiene desperdicio para el resto de la humanidad, aunque a primera vista pudiera parecer una singularidad idiótica de ese reino. Así comienza: “Le acaban de realizar a usted la prueba denominada PCR cuyo objetivo es detectar si usted está enfermo”.

Usted, es decir, cualquiera puede sentirse en plena forma, más sano que una manzana, puede que incluso no se le pase por la cabeza que pudiera estar enfermo y no saberlo, pero no se fíe de las apariencias que, como dice la gente, engañan a menudo: “Usted ha estado en contacto con una persona enferma de COVID-19”. Y eso le pone a usted en nuestro punto de mira. No se fíe: Nos consta fehacientemente por nuestros servicios de sabuesos rastreadores que Vd. ha estado en contacto con una persona enferma y “debe saber que puede desarrollar la enfermedad desde el contacto con el enfermo hasta 14 días después, es lo que conocemos como período de incubación”.
Es por eso por lo que le hemos sometido a la prueba PCR, que son las siglas al revés de Reacción en Cadena a la Polimerasa en la lengua del Imperio. Así que en breve “Un sanitario se pondrá en contacto con usted para darle el resultado de la prueba”.

...Otra vez la dichosa palabra “contacto”. ¿Si estoy enfermo, no podré contagiar al sanitario que se ponga en contacto conmigo? No, si lo hace virtualmente, a través de la Red. De hecho mis contactos informáticos están a salvo del contagio porque son virtuales, puras entelequias. ¡Esos son los únicos contactos buenos, me dicen implícitamente, los que sólo existen en las Redes Sociales!

Bien, me advierten de que el sanitario que contacte conmigo podrá darme la baja laboral, si la necesito, lo que me llena de alegría. ¿Cómo no voy a necesitar que me liberen siquiera temporalmente del laburo, y, sobre todo, si estoy enfermo? Liberarse del trabajo estando sano parece cosa harto difícil, cuando uno se ve obligado a ganarse el pan con los sudores de su frente.

Pero sigo leyendo la hoja parroquial del Reino Democrático de la Taifa de Aragón, y, oh sorpresa, aquí viene lo mejor de todo.  “Si el resultado de la PCR fuera negativo, nos dice que no está enfermo en el momento de la prueba, pero DE NINGUNA MANERA INDICA QUE ESTÉ LIBRE DE PADECER LA ENFERMEDAD EN LOS PRÓXIMOS DÍAS, por lo que DEBE PERMANECER AISLADO.”

Que conste que las mayúsculas, que se leen como si fueran auténticos alaridos, pertenecen al texto, no se las pongo yo. Los ojos me hacen chiribitas. No puedo dar crédito a lo que estoy leyendo: ¡Mi gozo en un pozo! Si te hacen la prueba dichosa, date por jodido, maño. Seas positivo o negativo, te va a dar igual.

No lo entiendo. Podría llegar a entender que si el resultado de la dichosa prueba fuera positivo yo debiera aislarme para no contagiar a los demás. Podría llegar a entenderlo, aunque me resistiría a considerarme “enfermo” simplemente porque haya resultado positivo, cuando yo me siento en plena forma, sin ningún síntoma de enfermedad. Pero ya digo, podría entender que aún no haya desarrollado los síntomas...

Ahora bien, que me digan que si resulto negativo y que, por lo tanto, no estoy enfermo “en el momento de la prueba”, debo, sin embargo, permanecer aislado porque no estoy libre de padecer la enfermedad en los próximos días, eso no hay Dios que lo entienda.

Lo que me están diciendo desde el Departamento de Sanidad de la taifa de Zaragoza es que, según la metafísica aristotélica, no estoy enfermo a día de la prueba PCR en acto (ἐνέργεια, enérgeia), pero podría estarlo en potencia (δúναμις, dýnamis) y desarrollar la enfermedad en las próximas dos semanas. Esto no deja de ser una entelequia en el sentido ordinario y vulgar de la palabra griega ἐντελέχεια entelécheia, es decir, una cosa irreal porque yo, de hecho, no estoy enfermo. Pero téngase en cuenta que en la jerga filosófica aristotélica la entelequia es el “fin u objetivo de una actividad que la completa y la perfecciona”, por lo que se identifica con la actualidad.

Si no estoy enfermo en acto, tampoco lo estoy en potencia. Podría estarlo, pero no lo estoy: esa es la contradicción. Puedo llegar a estarlo, o no. Pero aquí no se aplica el principio jurídico de "in dubio pro reo", en caso de duda a favor del reo, sino todo lo contrario: "in dubio contra reum": no hay presunción de inocencia, sino de culpabilidad. 

Lo peor es el “por lo tanto” que se sigue de todo lo anterior: -No debo salir de casa durante 14 días. -No debo salir de mi habitación -celda- y si es imprescindible, por ejemplo para ir al retrete, debo hacerlo con mascarilla, desinfectar el inodoro y lavarme las manos como hacía Poncio Pilatos. Tengo que evitar relacionarme con las personas con las que convivo. Es decir, no sólo se trata de un arresto domiciliario que me impide salir de casa, sino de un aislamiento en celda de castigo.

El documento, después de ampararse en una ley orgánica de Medidas Especiales en Materia de Salud Pública,  finaliza del siguiente modo: “Recordándole que de no seguir las recomendaciones arriba indicadas se puede provocar una situación de verdadero peligro para la salud de la población, al poder transmitir la enfermedad al resto de la comunidad”. Manda huebos. (Los textos entrecomillados están tomados literalmente del documento adjunto).

jueves, 6 de agosto de 2020

De límites y fronteras

Cuando Rómulo el 21 de abril del año 753 antes de nuestra era trazaba con la reja del arado lo que se ha dado en llamar el sulcus primigenius, el surco sobre el que se levantaría la primera muralla de Roma, no estaba delimitando sólo, como parece a primera vista, el perímetro del futuro oppidum o ciudad fortificada, sino el prototipo de todo Estado moderno. 

Sobre ese surco se alzará una muralla como baluarte defensivo y a la vez definidor de la ciudad, con el concepto aparejado de ciudadano para el que goza del privilegio de vivir bajo su protección intra muros y de disfrutar del derecho de ciudadanía. 

Rómulo estaba fundando Roma y el prototipo de todas las futuras romas. Nadie atravesaría impunemente ese surco primigenio, ni siquiera su propio hermano Remo, al que el digno vástago de Marte dará muerte cuando, burlándose de sus pretensiones, se atreva a traspasar ese límite trazado arbitrariamente. Y le increpará con estas palabras: “Así muera en adelante cualquier otro que franquee mis murallas”. 

Rómulo, pues, se convertía en el primer rey de esa ciudad, a la que daría su nombre, porque lo último que le faltaba a su proyecto político era un nombre propio que también la definiera: se llamaría Roma, forma abreviada y femenina del nombre de su fundador. Inauguraba así, regándolo con la sangre de su crimen fratricida, el trazado de la futura urbe, asesinato debido, como advierte el historiador Tito Livio, a ese mal ancestral que es la ambición de poder (regni cupido).
Muralla romana de Lugo

Entre nosotros, la muralla de Lugo (Lucus Augusti), conservada impecablemente, aunque de época tardía, es un buen ejemplo de muralla romana defensiva y definidora de una ciudad que acabará como todas desbordándola y extendiéndose extra muros

Otro ejemplo de muro es el uallum o vallado del campamento romano, que será el germen de tantas futuras ciudades. Tanto la muralla de la ciudad (murus) como la valla del campamento militar (uallum) servirán como modelos para trazar una vez que Roma se extienda por toda la cuenca del Mediterráneo el limes del Imperio romano allá donde no haya límites naturales como ríos, cordilleras, mares o desiertos. 

Las fronteras no aparecieron en Europa hasta los primeros tiempos del Imperio romano, pero el germen había surgido ya en el acto fundacional de Roma. El término "frontera", derivado del latín frons frontis “frente”, es de hecho una creación romance o neolatina que no existía en la lengua clásica, donde se prefería limes (genitivo limitis) o finis para expresar ese concepto. El sentido del término "frontera" sería "que está en frente, opuesto, confrontado", evocando el frente de combate y aludiendo a la parte frontal de un territorio opuesto. 

En muchas de las provincias sometidas al Imperio había límites naturales, por lo que no era preciso levantar muros. Pero a Roma se le plantearon algunos problemas de definición en sus límites septentrionales principalmente. Para resolverlos recurrió a un complejo sistema de fortines, torres de observación y vigilancia y muros que, como se verá, nosotros hemos de alguna forma heredado y recreado. 

Valla de Melilla
 
En Gran Bretaña el emperador Adriano emprendió durante su reinado (117-138 de nuestra era) la construcción de una barrera artificial de piedra y tierra (y de adobe en algunos tramos) que contaba con 17 fuertes guarnecidos por unidades de infantería que llegaron a totalizar 8.400 hombres: es el llamado limes Britannicus. A intervalos regulares de 1,6 quilómetros puertas fortificadas permitían el paso a través de la muralla siempre bajo supervisión militar. Las torres levantadas cada 500 metros permitían la vigilancia y el control del territorio. Una gran zanja impedía la aproximación a la muralla por el norte, a la que seguía colina arriba, valle abajo a través de ciénagas y matorrales a lo largo y ancho de Gran Bretaña durante 130 quilómetros. Es el MVRVS (H)ADRIANI. 

Un sistema de fronteras por el estilo se montó desde el Mar del Norte hasta el Mar Negro a lo largo del Rin y del Danubio que, junto con otras fortificaciones, constituyó el llamado LIMES ROMANVS o límite sin más: fortines, torres de vigilancia y los campamentos legionarios allí destacados. De igual modo se protegió el espacio entre ambos ríos, desde el sur de Bonn hasta un punto cercano a Regensburg, reforzándolo con foso y empalizada que en algunos puntos dieron paso luego a una muralla de piedra. Este muro se extendería a lo largo de 382 quilómetros. 

 Valla de Melilla
 
Podemos, en conclusión, ver en el limes Romanus (y en la Gran Muralla china en el ámbito oriental) algunos de los fundamentos más remotos de las fronteras modernas, que ahora sin embargo tienden a desaparecer, al menos en el interior de la vieja Europa, donde han dejado de ser físicamente necesarias, pero no por ello han dejado de levantarse nuevos muros a lo largo del ancho mundo como el de Gaza que se interpone entre Israel y Palestina, o el muro fronterizo de México y los Estados Unidos, o, sin ir tan lejos, la valla de Melilla entre nosotros que separa lo que es España y Europa de Marruecos y el África. 

Se celebra ahora por todo lo alto, además, por lo que leo en la prensa, la caída del muro de Berlín hace 30 años, pero no hay que cantar victoria en absoluto, porque Europa misma no ha dejado por eso de llenarse desde entonces de vallas y de muros. Desde 1990, en efecto, los estados de la UE y del espacio Schengen han construido unos 1.000 quilómetros de muros terrestres, el equivalente a seis Muros de Berlín, la mayoría de ellos en la Europa del Este y en los Balcanes, para detener la llegada de emigrantes y refugiados, ampliándose, por ejemplo, en 40 quilómetros la valla divisoria entre Eslovenia y Croacia, o empezándose a construir una barrera entre Letonia y Bielorrusia, por citar sólo un par de casos significativos.

miércoles, 5 de agosto de 2020

El traje nuevo del Emperador

El cuento de Andersen “El traje nuevo del emperador”, conocido también como “El rey desnudo” es un relato infantil que Hans Christian Andersen publicó en 1837, pero que está basado en un relato popular más antiguo, del que tenemos noticia, por ejemplo, en  El conde Lucanor, del infante don Juan Manuel, escrito en la primera mitad del siglo XIV, concretamente en el exemplo XXXII de dicha obra, que el escritor danés conoció indirectamente.

Es la historia de un rey que fue engañado por dos supuestos sastres que le aseguraron que le confeccionarían el atuendo más fabuloso que pudiera imaginarse, para lo que debería facilitarles oro, plata y numerosas perlas y piedras preciosas, y que según le cuenta Petronio al conde Lucanor sólo era visible para los hidalgos, es decir para los que eran hijos del padre que creían, pero no para los hijos de padre desconocido (o hideputas).

El rey, obviamente, debería ver ese traje porque, de lo contrario, no podría lucir la corona que ostentaba, ya que si no lo veía, era porque no era hijo de un rey, sino de cualquier villano y no era por lo tanto digno de la línea dinástica...

El rey está desnudo, ilustración de W. Heath (1872-1944)

El traje, obviamente, era una estafa, y los presuntos sastres unos estafadores, pero nadie se atrevía a denunciar el engaño so pena de ser tachado de hijo de padre desconocido, y todos le decían que era el traje más bello del mundo.

No había tal traje de rico paño y seda bordada, labrado en oro y filigranas de las más ricas perlas y rubíes...

Llegó el día en que el monarca decidió vestir el traje y cabalgar por la villa. Todos sus súbditos aplaudían la regia comitiva.


Sabían que había que ver aquel atuendo so pena de ser considerados unos hideputas, hasta que en la versión de Andersen -que prescinde del detalle del adulterio de la madre, recuérdese aquello de pater incertus, mater certissima- un niño se atreve en su ingenuidad a gritar la verdad: “El rey está desnudo”, y en la del conde Lucanor un negro que guardava el cavallo del rey, et que non avía que pudiesse perder, llegó al rey et díxol': “Señor, a mi non me empece que me tengades por fijo de aquel padre que yo tengo, nin de otro, et por ende, dígovos que yo só ciego o vós desnuyo ides”, es decir, que o yo estoy ciego o vos vais desnudo.


¿Habrá alguien, me pregunto yo, algún niño como en el cuento infantil de Andersen o algún negro, como en el Conde Lucanor, o quizá algún borracho, por aquello de que sólo los niños y los borrachos dicen la verdad, se me ocurre ahora a mí, que se atreva a gritar lo que ven sus ojos, porque salta a la vista, que el virus coronado que cabalga por la villa está desnudo, y que el traje más bello del mundo no es más que la desnudez de los puros cueros?

martes, 4 de agosto de 2020

La modorra de la razón

El célebre grabado de Goya “El sueño de la razón produce monstruos”, que pasa por ser un ataque al racionalismo, muestra, por el contrario, que cuando la razón —representada por una figura durmiendo sobre un libro— abandona la vigilia, surgen los monstruos engendrados por la superstición, la ignorancia y el fanatismo.

El propio Goya escribió en 1797 sobre Los Caprichos: “El autor, soñando. Su intento sólo es desterrar vulgaridades perjudiciales, y perpetuar con esta obra de “caprichos” el testimonio sólido de la verdad”. 

Los Caprichos y las pinturas negras de la Quinta del Sordo suelen ser interpretados como una forma de irracionalismo prerromántico, pero Goya no es un romántico, ni siquiera un prerromántico, sino un afrancesado e ilustrado, un amigo de la diosa Razón, que sufrió persecución por ello en una España oscurantista. 

Resulta curioso a más de significativo cómo se ha impuesto la interpretación irracional, en lugar de la racionalista más propia de Goya. A ello ha colaborado, sin duda, la polisemia de la palabra española “sueño”, que recoge por un lato el hecho de dormir –sommeil, sleep, somnus, hypnos-, a lo que alude Goya, que nos muestra una razón desfalleciente, modorra, que ha bajado la guardia, que se ha adormecido, y por otro el acto de soñar –rêve, dream, somnium, oneiros-.

 Morfeo, Jean Antoine Houdon (1769)

En la mitología griega Hipno personifica el sueño, es hijo de la Noche y hermano gemelo de la Muerte (Tánato), puede adormecer a los dioses y a los hombres. La diosa Hera lo invoca en la Ilíada de Homero (XIV, 233) para rogarle que adormezca a Zeus después de haberse unido con él, y no huya de su lecho en busca de aventuras de otras amantes, así: Ὕπνε ἄναξ πάντων τε θεῶν πάντων τ᾽ ἀνθρώπων, (hýpne ánax pántoon te theôon pántoon t' anthróopoon, es decir: Sueño, señor de todos los dioses y todos los hombres...) y es el padre de Morfeo, dios que trae los sueños y ensoñaciones a los mortales. Morfeo, pues, es una divinidad onírica, hijo de Hipnos y de la Noche, según unos, por aquello de que los sueños suelen presentársenos durante el reposo nocturno,  cuando la razón ha bajado la guardia,  y según otros es uno de los mil Sueños engendrados por la noche sola. 

 Morfeo (detalle), Jean Antoine Houdon (1769) 

Suele representárselo con alas que baten rápida- y silenciosamente, que le permiten volar. Para presentarse a los mortales, se transofrma en seres queridos, de ahí que su nombre Morfeo, derive de μορφή (morfé, “forma” en griego), por las formas que adquiere. Su nombre ha dado nombre, valga la redundancia, a la morfina, por el poder soporífero de esta droga. Por otra parte, la expresión "caer en brazos de Morfeo" se utiliza como sinónima de “dormir” y, por consiguiente de "soñar".

lunes, 3 de agosto de 2020

"¡Vosotros, periodistas, sois los terroristas!"

El terrorismo es el cuento de la vieja que se inventa el Gobierno, cualquier gobierno, para meternos el miedo en el cuerpo y gobernarnos, ya que no hay más terrorismo que el terrorismo de Estado: que el miedo que nos infunden los medios de formación de la opinión pública -que son el cuarto poder, que se une a los tres tradicionales del Estado: legislativo, ejecutivo y judicial-  últimamente sobre todo con virus asesinos y pandemias, anteriormente con grupos armados terroristas, subversiones, asesinos en serie, violencias de todo género, fundamentalistas de cualquier fe y peligros indefinidos varios. Los que velan supuestamente por nuestra seguridad, o sea, nuestros Gobiernos, a los que se les llena la boca con palabras como esa de “seguridad”, "salud pública", "sanidad", son los que crean los problemas que dicen querer resolver, para justificar su trabajo. 


Enfermedades, violencias de género motivadas por la educación recibida, guerras que ya no se llaman así porque están camufladas de misiones humanitarias y caritativas, robos en los hogares, en las calles y en los propios bancos –los banqueros han resultado ser los mayores atracadores del banco-, accidentes de tráfico en serie en las autopistas y carreteras, todos esos problemas los crea el Gobierno para justificar su existencia y afán de poder resolverlos… Así que los gobiernos no son la solución de esos problemas que ellos mismos plantean, sino la parte más importante del problema. Salta a la vista no sólo que sean incapaces de resolver los problemas que generan, sino que los han creado para justificar su existencia intentando resolverlos y son la coartada perfecta que les da a ellos carta de naturaleza. 


¿Qué pasaría si no hubiera gobierno? ¿El caos, la anarquía? No, amigos míos: el caos y la anarquía es lo que pasa ahora, lo que hay ahora. El caos y la anarquía son el resultado de la acción del gobierno y de la gobernanza. No sabemos lo que pasaría si no hubiera gobiernos, pero sabemos lo que pasa ahora que los hay repartidos a lo largo y ancho de todo el globo terráqueo.


La historia de la humanidad no es más que una gigantesca tomadura de pelo y una descomunal rechifla. Y la realidad no es más que lo que bajo ese nombre nos venden ellos, nuestros democráticos gobernantes todos los días por la televisión, la radio, los periódicos y la todopoderosa Red que nos enreda con sus fake news y sus redes y retículas sociales, auténticas telas de araña.

Por cierto, conviene deshacer aquí el siguiente entuerto: no hay unas noticias verdaderas y otras que no lo sean y que por lo tanto sean falsas, o fake news como dicen los angloparlantes, es decir, los que hablan la lengua del Imperio, no: todas las noticias son falsas porque versan sobre la realidad, y la realidad, siendo real como es, no deja de ser esencialmente falsa y mentirosa como ella sola. Conviene aclararlo, para que nadie se llame a engaño. There are not unfake news, all news are fake news. Ellos crean los problemas, ellos -habitualmente el Ministerio de Interior y el de Justicia, y específicamente por su rabiosa actualidad el Ministerio de Sanidad- han inventado el terrorismo y su enaltecimiento, que no es más que la violencia del propio sistema que produce el Estado, que es lo que existe, como Dios antaño, sobre el pueblo, que es lo que está vivo, lo que vive por debajo y lo que el Estado pretende aniquilar. 

"¡Vosotros, periodistas, sois los terroristas!". No se trata de matar al mensajero cuando trae malas noticias, porque el mensajero no es responsable de las noticias que trae, pero el mensajero crea el mensaje y cuando el objeto de ese mensaje es sembrar el pánico dando por cierto algo que no lo es, aunque sea real, está practicando el terrorismo informativo, es decir, suministrando unas informaciones cuyo objetivo es fomentar el terror  entre la población. El periodista es como el paradójico bombero pirómano, es decir aquel que se dedica a apagar los fuegos que él mismo provoca, aquel que, por lo tanto, provoca los incendios a fin de sofocarlos.

El terrorismo tradicional siempre tiene la necesidad de que el resultado de sus acciones aparezca en la primera página del periódico, lo que también hay que verlo al revés: la primera página del periódico tiene la necesidad del terrorismo, y por lo tanto el primero necesita a los medios para su propagación y los medios al terrorismo que justifica su existencia. La información de noticias terroristas constituye lo que podríamos denominar terrorismo informativo.

A lo largo de la historia humana ha habido muchos miedos: el temor de Dios o al Demonio con su apocalíptico juicio final que decidirá la salvación o la condena de los mortales, el miedo al Otro  y a lo que hay de otro en uno mismo, y el miedo del varón a la Mujer, el llamado "metus cunni", que en la actualidad subsisten bajo otras manifestaciones: xenofobia, miedo al cambio climático, miedo al virus coronado, miedo a las armas de destrucción masiva, miedo al desplome de la economía mundial, miedo al fin del mundo... En realidad miedo a lo desconocido, cuando es a lo conocido a lo que deberíamos temer.

domingo, 2 de agosto de 2020

"Mascarilla más recomendable que capucha de aluminio"

Mundschutz empfehlenswerter als Aluhut (Mascarilla más recomendable que gorro de papel de aluminio). Hace unos meses, concretamente el 14 de mayo de 2020, el presidente de la República alemana, el señor Franz-Walter Seinmeier, salió de su reserva habitual e hizo unas declaraciones, recogidas por la prensa, en las que, después de considerarse a sí mismo un lego en medicina (ich bin selbst medizinischer Laie), es decir, tras empezar reconociendo socráticamente su ignorancia en el campo del arte hipocrática, lo que le honra,  se atrevía a asegurar sin embargo como si fuera un experto en una materia cuya ignorancia ha admitido previamente que desde el punto de vista de la protección contra el virus (trotzdem traue ich mich, zu behaupten, dass unter den Gesichtspunkten des Virenschutzes) la mascarilla, aunque a veces,  reconocía, fuera incómoda y molesta, era mucho más recomendable que el gorro de papel de aluminio (der vielleicht manchmal unbequeme und lästige Mundschutz empfehlenswerter ist, als der Aluhut).

Me extrañó que comparara el protector naso-bucal con un Aluhut o sombrero de papel aluminio, por lo que decidí informarme sobre tal particular. Parece ser que algunas personas que son tachadas a priori de paranoicos y teóricos de múltiples conspiraciones creen que un gorro de papel de aluminio protege sus cerebros de agentes exteriores tóxicos como radiaciones, ondas electromagnéticas, vibraciones, etc., que podrían penetrar en su interior y perturbarlo, ya que consideran que el aluminio tiene virtudes aislantes y protectoras que actúan como por arte de magia.


La analogía que establece el presidente de la República alemana me parece, en efecto, bastante acertada: la gasa de la mascarilla quirúrgica tendría unos poderes protectores, según su creencia, similares a los del papel de aluminio, que impediría la penetración de cualquier tipo de virus, coronado o no. Pero ¿por qué le parece más recomendable el protector buco-nasal que el cerebral?

Es lo que no acertaba yo a comprender hasta que me comentan que el gorro de papel de aluminio se considera propio de gente con muy cortas luces: terraplanistas, negacionistas del virus coronado, ultraderechistas, creyentes en fenómenos paranormales, antivacunas, anticientíficos... y un larguísimo etcétera a modo de cajón de sastre, de lo más variopinto.

Pero lo del gorro de papel de aluminio igual que lo de la mascarilla debe entenderse no clínicamente, sino filosófica- y epistemológicamente. Parece que uno se pone un gorro de esta clase, a riesgo de parecer un idiota o un tonto de capirote, como se decía en España de los que se encapuchaban y dejaban al parecer su cara al descubierto, cuando sospechaba que le iban a robar sus pensamientos y sus ideas personales, lo mismo que uno piensa cuando se enfunda una mascarilla que, si no lo hace, van a inocularle un virus que va a arrebatarle su salud.

Puestos a comparar, me parece más noble, qué queréis que os diga, cubrirse la cabeza como los antiguos sacerdotes o los monjes con capuchas o tiaras,  o como los monarcas con regias coronas, que cubrirse el rostro con un embozo islámico que, visto en Occidente como símbolo de discriminación femenina, ahora tiene la ventaja igualitaria de que discrimina tanto a varones como a féminas, por lo que el mal de muchos y muchas se convierte en consuelo de tontas y de tontos.



La mascarilla quirúrgica no protege al que la porta, sino a los demás cuando el que la porta transmite el virus a través de sus estornudos y  su tos; pero si no alberga el virus o si lo alberga pero no tose ni estornuda no hay ninguna necesidad de ella. Sin embargo se ha extendido la creencia totalitaria y tan absurda e idiota como la de las viseras de papel de aluminio de que si la llevamos todos sin excepción y siempre y en todo momento, sin bajar nunca la guardia, acabaremos con el virus...

Cuando empieza uno a dejarse hablar, como decía Agustín García Calvo, descubrimos que nuestros pensamientos entonces no son fruto de nuestras creencias o ideas individuales, sino de que, siguiendo a Heidegger, no somos nosotros mismos quienes pensamos, sino algo impersonal -y por lo tanto común- que Heidegger llamó das Man, que podríamos traducir por “el se”, a partir de la construcción gramatical impersonal alemana man denkt (literalmente: se piensa; en inglés they think/people think -obsérvese el impersonal inglés people, singular colectivo que por eso mismo se siente como plural y no comporta en el verbo la marca -s individual- /it is thought; en francés on pense, etc.). En otras palabras, nosotros no estamos realmente pensando, sino que das Man, el "se", está pensando, el pensamiento está pensando, la razón está razonando, el lenguaje mismo está hablando por nuestra boca y entonces a lo mejor acertamos a decir cosas con las que todos estamos de acuerdo. El Aluhut o gorro de papel de aluminio que, para algunos es un símbolo de protección, es tan ridículo como decir que la mascarilla, que para otros es un símbolo de lo mismo, cuando no de obediencia, sumisión y acatamiento acrítico, nos protege de contraer el virus de la peste.

sábado, 1 de agosto de 2020

LABOR IMPROBVS (Un meme clásico)

Un meme (neologismo acuñado por Richard Dawkins en 1970 sobre el griego "mímēma", que significa "imitación, figura, representación, imagen", formado a imagen y semejanza de gene, gen en la lengua del Imperio, relacionado con "memory" y con el francés "même") es una forma sencilla de propagación cultural de una idea formada por una imagen y muy pocas palabras que transmite un mensaje no exento de humor y sátira social y que circula como un virus a través de la Red y las redes sociales, por lo que se dice que se hacen virales enseguida.

He aquí un meme clásico inspirado en Virgilio (Geórgicas, libro I, versos 145-146): labor omnia uīcit / improbus que suele traducirse por “el trabajo tenaz venció todas las dificultades” o “un trabajo perseverante lo pudo todo” o, mejor aún, “un trabajo ímprobo -es decir duro, malo- solventó todos los obstáculos”. La frase suele citarse con el verbo en presente: labor omnia uincit / improbus, pero muy pocos manuscritos dan esta lectura que tanto se repite y cacarea. Las mejores ediciones de Virgilio, por ejemplo la oxoniense de Mynors, presentan el verbo en pretérito perfecto “uīcit” en lugar del presente “uincit”. 

 
Ímprobo,  con el prefijo negativo IN- escrito IM- ante pe es lo contrario de probo = bueno, por lo tanto es sinónimo de malo.