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domingo, 6 de febrero de 2022

Corazón de niño

    El célebre guitarrista Eric Clapton, laureado con 17 premios Grammy, ha afirmado en una entrevista en la cadena “The Real Music Observer” que las personas que se han vacunado contra la covid-19, la inmensa mayoría, estaban bajo los efectos de una “hipnosis colectiva” y eran víctimas de “publicidad subliminal” fomentadas por los gobiernos, los media y los laboratorios farmacéuticos. 
 
    Los mass media, obviamente, no han perdido la ocasión de echarse sobre él enseguida para desacreditarle. «Los delirios antivacunas de Eric Clapton», tituló CNEWS, argumentando que el concepto de hipnosis colectiva, del que Eric Clapton se hace eco, era una “teoría infundada y conspiracionista”. Igualmente el Huffington Post consideraba que esa afirmación se hace “en el marco de la propaganda anti-vacuna” y se trata de una “teoría infundada”, evocada por el doctor Malone. 
 
     Esta teoría de la “psicosis de formación de masas” afirma que las personas vacunadas han sido hipnotizadas por la industria farmacéutica y los gobiernos para creer en la eficacia de la vacuna. 
 
 
   El concepto de psicosis colectiva (a mass formation psychosis) cobró auge a raíz de una entrevista que le hicieron el año pasado al epidemiólogo y biólogo molecular Robert Malone en el podcast "The Joe Rogan Experience", donde establecía una analogía entre lo que estaba sucediendo entonces (y suma y sigue)  y lo que sucedió en Alemania durante las décadas de 1920 y 1930: they had a highly intelligent, highly educated population, and they went barking mad: "tenían una población muy inteligente y muy educada y se volvieron locos". Hacía referencia, claro está, al desarrollo de la ideología nazi en la sociedad alemana de aquellas décadas. 
 
    Las declaraciones de Malone enseguida pusieron en pie de furibunda guerra a los media contra él, pese a que es el inventor de la tecnología del ARN mensajero utilizada por las vacunas Pfizer y Moderna, y le tildaban de “escéptico de las vacunas”, aprovechando de paso para calificar el podcast "The Joe Rogan Experience", el más escuchado en los Estados Unidos, como un «podcast de extrema-derecha». 
 
    La Vanguardia que titula objetivamente “El compositor británico Eric Clapton ha vuelto a sembrar la polémica por sus opiniones acerca de la crisis sanitaria que estamos viviendo”, acababa dictando sentencia sobre las declaraciones de Eric Clapton y descalificándolas: “Las afirmaciones del músico son falsas, pues no existe información científica que sugiera que las vacunas funcionan como un instrumento de control masivo. Por el contrario, sí existe numerosa evidencia sobre los beneficios de las vacunas para combatir la pandemia de covid”. 
 
    El País, por su parte, titulaba: El extraño caso de Eric Clapton: Cómo un mito se ha convertido en un tipo desagradable. 

 

    EricClapton nos ha regalado, por otra parte, este hermoso tema "Heart of a time", grabado el 24 de diciembre de 2021, la pasada Nochebuena que merece la pena escuchar. “Heart of a Child” es una melodía dolorosamente hermosa y a la vez una canción protesta -el cantante ha confesado que está componiendo muchas a estas alturas de su carrera dada su militancia en contra de las restricciones impuestas por la dictadura de las autoridades sanitarias, como Stand and deliver con letra de Van Morrison y This has gotta stop. El nuevo tema ofrece un testimonio poderoso de un joven que está a punto de suicidarse como consecuencia del aislamiento forzado del encierro sufrido, que lamenta el fallecimiento de su padre (y amigo de Clapton), diciéndole que recuerde a su hija pequeña a la que dejaría huérfana si se quita la vida. Las imágenes del videoclip ilustran la letra de una canción que pone el dedo en la llaga de un aspecto del régimen sanitario impuesto que rara vez se aborda: lo que está costando en el ámbito de la salud mental no el presunto virus letal en sí, sino las medidas adoptadas para combatirlo: la prohibición del contacto humano, la mascarilla que vela la sonrisa, y el miedo irracional a la muerte que se ha instilado, a lo que son especialmente susceptibles los jóvenes, pánico que puede empujar, paradójicamente, a la propia muerte voluntaria.


     He aquí la letra en versión original, coescrita con su amigo Robin Monotti, al que la revista Rolling Stone califica de "vaccine skeptic": Put down that gun, boy, / don’t blow your life away. / We’re going to need you / make it through the day. / They put it to you, / they put it in your head, / made you believe that / you’d be better off dead. / But don’t break the heart of your child / Don’t let the fear drive you wild. / We lost the love of a man / I was proud to know. / They locked you down, boy, / made you grieve alone. / Turn off the tv, / throw your phone away, / don’t you remember / what your daddy used to say. / Don’t break the heart of your child, / don’t let your fear drive you wild. / The pain you’re feeling / cuts me to the bone. / I’m right there with you, boy. / You’ll never be alone. / There’s someone else here, / someone who can’t complain. / She don’t know if you’ll be / coming home again. / Don’t break the heart of this child, / don’t let your tears drive you wild. / Don’t break the heart of your child, / don’t let your tears drive you wild.
 
Y una traducción: Suelta esa pistola, chico, / no arruines tu vida. / Vamos a necesitar que tú / logres pasar el día. / Te lo metieron a ti , / te lo metieron en la cabeza, / te hicieron creer que / estarías mejor muerto. / Pero no rompas el corazón de tu niño, / no dejes que el miedo te vuelva loco. / Perdimos el amor de un hombre / que yo estaba orgulloso de conocer. / Te encerraron, chico, / e hicieron llorar solo. / Apaga la televisión, / tira tu teléfono. / ¿No recuerdas / lo que tu padre solía decir? / No rompas el corazón de tu niño, / no dejes que tu miedo te vuelva loco. / El dolor que sientes / me cala hasta los huesos. / Estoy a tu lado, chico. / Nunca estarás solo. / Hay alguien más aquí, / alguien que no puede quejarse. / Ella no sabe si vas / a volver a casa. / No rompas el corazón de esta criatura, / no dejes que tus lágrimas te vuelvan loco. / No rompas el corazón de tu criatura, / no dejes que tus lágrimas te vuelvan loco.

martes, 2 de marzo de 2021

Mascarilla, pandemia, televisión

El amuleto (del latín amuletum "objeto pequeño que se lleva encima, al que se atribuye la virtud de alejar el mal o propiciar el bien") que es la mascarilla se impuso gracias a la invención de la pandemia por obra y gracia de la OMS.  La pandemia, por su parte,  se propagó y viralizó por el universo mundo por el influjo de los medios de información, conformación y formación de masas (mass media, en la lengua del Imperio). Si hubiésemos estado libres de su maleficio pernicioso, otro gallo más saludable nos habría cantado. La pestilencia no habría existido de no ser por la retransmisión televisiva. En el término "televisiva" incluyo la nueva epifanía de la caja tonta que es la Red Informática Universal y las Redes Sociales, en cuya maraña se ven atrapados y enzarzados los mileniales, que ya no ven la tele, y los más incautos de nosotros, es decir, la mayoría, aunque no la totalidad de la población. Siempre hay alguna gente, aunque sea poca, que se salva. 

Lo mismo se podría decir de ese otro talismán  que es la vacuna, ese suero milagroso que ya le está haciendo efecto a uno sin habérselo inoculado todavía, como la purga de Benito, que le curó el prolongado estreñimiento al susodicho sin habérsela tomado, haciendo que se cagara por las patas abajo, como suele decirse vulgarmente, delante del boticario antes de haberse administrado el poderoso laxante. A los que les han puesto la inyección, les hace el efecto placebo al inmunizarlos de un peligro inexistente, si no les causa otros más graves estragos, daños secundarios colaterales y adversos que ya se verán con el tiempo, -los secundarios son patentes enseguida, los primarios se verán más a largo plazo-  porque aún es demasiado pronto para evaluarlos, dado que la vacuna se halla en fase de experimentación generalizada en la mayoría, aunque afortunadamente no en la totalidad de la población. Ahora bien, si como parece algunos se contagian y contagian un virus "mutante" después de haberse vacunado, ¿de qué sirve la vacunación? Siempre hay alguna gente, por poca que sea, que se salva.

La buena noticia después de un año es que al parecer están descendiendo los "casos" de la dichosa pandemia de todos los demonios en todo el mundo desde hace algún tiempo.

¿Se deberá al amuleto de la mascarilla y demás medidas profilácticas de supuesta barrera y contención como la distancia social y los cierres, lockdowns en la lengua del Imperio, confinamientos y cuarentenas? Parece que va a ser que no es por eso. En los raros países del universo mundo como Suecia o Bielorrusia donde no se impusieron dichas medidas represivas y draconianas también están descendiendo los llamados “casos”, y lo que es más importante, las hospitalizaciones y las muertes en la mayoría aunque no en la totalidad de la población. 


¿Se deberá la remisión al mágico talismán de las vacunas? Pues parece que va a ser que tampoco, porque la disminución se da en países donde van muy adelantados en eso de los pinchazos, como Israel, en efecto, pero también en otros como sus vecinos de Líbano o Palestina donde no hay jeringuillazos y donde también están disminuyendo los “casos”, hospitalizaciones y muertes de la mayoría aunque no de la totalidad de la población.

¿Desde cuándo se observa este fenómeno? Pues parece que desde hace cosa de un mes o así. ¿Habrá desaparecido milagrosamente la peste de la faz de la Tierra? Pues va a ser que tampoco. ¿Qué ha sucedido entonces? Pues parece que hay una explicación muy simple pero no sencilla: A mediados de enero la OMS, que es la madre del cordero y responsable de la plaga, avisó de que la mayoría de las pruebas de laboratorio que se estaban haciendo en todo el mundo para la detección del presunto virus arrojaban elevados índices de falsos positivos, es decir, de "casos" de enfermos que no sabían que lo estaban, asintomáticos, porque se estaban haciendo mal, cosa que se sabía desde el principio y que algunos científicos honrados denunciaron sin que se les hiciera ningún caso porque no interesaba a la industria farmacéutica. 

A raíz de esa fecha, los laboratorios, sin dejar de hacer nunca pruebas y más pruebas que hasta entonces habían servido para mantener viva la fe en la pandemia, se aplicaron el cuento y comenzaron a hacerlas según las nuevas directrices, encaminadas como estaban a certificar el éxito del amuleto de la vacuna, porque ahora sí que le interesaba a la industria fabricante a la que sirve la OMS.  Y claro está: se produce el milagro, pero no por la vacunación, que está todavía en pañales, sino porque se demuestra que la pandemia es una creación e invención de los laboratorios, que estaban realizando las pruebas adrede para arrojar altos índices de contagios y que cundiera el pánico, como se les había sugerido, a fin de que todo dios quisiera inmunizar se, o sea, vacunarse.

Así que no sólo descienden los “casos”, sino también, lo que parece más difícil de creer, los ingresos en los hospitales y las muertes. Pero el virus no ha desaparecido por arte de magia. ¿Qué ha sucedido entonces? ¿Ha dejado la gente de ingresar en los sanatorios y unidades de cuidados intensivos y morirse? No, la gente ha seguido hospitalizándose y muriéndose más bien a su pesar, como siempre, pero ya no de virus coronado, popularmente "covi", sino de otras cosas. Ha habido gente, por ejemplo, que ha fallecido de una neumonía como siempre, pero no de una neumonía "covi", porque le han hecho la prueba y, oh milagro, ¡ha resultado negativa! Ya no está contagiada la mayoría, que nunca la totalidad de la población. Siempre hay gente, por poca que sea que se salva, aunque le cueste algo más librarse de la superchería de los amuletos.  
 


sábado, 27 de febrero de 2021

¿Información o propaganda?

Leo en la pantalla del ordenador un periódico digital de amplia difusión y talante progresista, cuyo nombre omito porque no me gusta hacer publicidad: Cómo paliar los efectos del uso de la mascarilla sobre tu tez en cómodos pasos. Sobre este titular, la foto de una bella señorita quitándose la mascarilla del rostro que aún le cuelga de la oreja y regalándonos la mejor de sus sonrisas.
 
 
Me entra entonces la duda ingenua pero razonable de si me encuentro ante un anuncio publicitario como sospecho a primera vista de una marca comercial de alguna crema facial o maquillaje por el estilo o ante una noticia de carácter informativo. 
 
Después de clicar en una misteriosa pestaña, leo en letra pequeña: “Este contenido está realizado por un anunciante y no interfiere en la información del periódico”. Ya está meridianamente clara la cosa: es publicidad comercial que ni siquiera se llama por su nombre, se denomina  “contenido ofrecido o patrocinado”. 
 
Los responsables del área comercial del diario digital justifican la inclusión del reportaje del siguiente modo: "El contenido patrocinado nos permite recibir financiación a la vez que contamos historias que les resulten interesantes (a los lectores). La función de este departamento comercial es crear historias mediante artículos, entrevistas y reportajes multimedia. Aportamos a nuestros patrocinadores nuestra conocida narrativa propia y trabajamos con ellos para ofrecerles una estrategia creativa y de distribución que se ajuste a sus intereses comunicativos". 
 
Una vez que se accede a la página, que en nada difiere del resto de las de ese diario, puede leerse lo siguiente: “Todo lo que necesitas para lucir una piel perfecta las 24 horas pese a la mascarilla.” No te preocupes, vienen a decirte: La falta de oxigenación, de transpiración y de vitamina D ha causado estragos en la epidermis, pero hay un maquillaje con tratamiento que te ayudará a recuperar el esplendor perdido
 
Ya se ve clarísimo que es publicidad, pero continúo leyendo porque el artículo no tiene desperdicio: “Si estás preocupada (sic por el uso del género femenino, el anuncio es sólo para señoras y señoritas, no para caballeros) por los efectos que ha tenido en tu piel la pandemia, con la mascarilla impidiéndote oxigenar medio rostro, la cuarentena y el actual semi confinamiento que nos impide disfrutar de la vitamina D solar tanto como sería necesario, aquí tienes unos cuantos consejos para volver a sentir una epidermis suave, aterciopelada, luminosa y a prueba de mascarillas.” 
 
 
Me encanta la crítica velada que se hace de la mascarilla y de los efectos cutáneos de la pandemia: ha impedido oxigenar medio rostro, y recibir la vitamina D solar “tanto como sería necesario”, lo que sería un mal menor si el tapabocas hubiese servido para algo bueno, pero el artículo no va a entrar a criticar la obligatoriedad del uso del barbijo, mordaza o bozal sino a poner remedio a sus efectos secundarios o colaterales adversos, por lo que no debe preocuparse, señora o señorita, ya que aquí van unos consejos para volver a sentir una epidermis “a prueba de mascarillas”. 
 
En suma, que se trataba de publicidad y propaganda, y no de información crítica, pero esta interferencia entre el contenido realizado por un anunciante y la información que suministra el periódico -generalmente malas noticias: cifras de muertos y contagiados y de lo que ellos llaman "casos", palabra mágica y performativa que convierte en enfermo imaginario al que no lo está,  hospitales colapsados en su mayoría, vacunas  y profecías científicas de futuras oleadas de epidemias y pandemias y virus asesinos- sólo conduce a la ceremonia de la confusión. 
 
Algo, sin embargo, podemos sacar en claro de todo ello que no deja de ser importante. Y es que hay que reconocer, la verdad sea dicha, que no hay ninguna diferencia entre lo uno y lo otro, que se ha difuminado tanto la definición de la noticia y del anuncio publicitario que se confunden una y otra cosa: lo que resulta revelador: las noticias, además de ser el cebo para meternos anuncios comerciales, no dejan de ser propaganda y la publicidad no deja de ser noticia. Y nosotros, receptores pasivos y consumidores de lo uno y de lo otro, que es lo mismo.

sábado, 7 de noviembre de 2020

La caverna mediática (de Platón)

Hace casi dos mil quinientos años que un tal Platón nos habló ya de la caverna y de los hombres que habitaban en ella. Decía el griego que esos cavernícolas éramos nosotros, que estábamos contemplando, prisioneros y maniatados de espaldas a la realidad, imágenes proyectadas en la pantalla cinematográfica de una pared. Creemos, así, que un árbol, un caballo o una casa son esas cosas que vemos reflejadas en el muro de la gruta a la luz de un foco luminoso.

De vez en cuando, viene alguien de fuera, el tal Platón por ejemplo, a decirnos que todo aquello es el engaño de un trampantojo, que aquellas imágenes virtuales no son más que ideas, simples remedos o proyecciones de las verdaderas realidades que existen fuera bajo el sol. Nos anima a que salgamos al exterior, porque es maravilloso contemplar el esplendor verde de un olivo mediterráneo o la elegancia de los movimientos de un caballo al trote o galope o las aguas azules y cristalinas del mar Egeo. Pero no hacemos caso del forastero recién llegado, aunque se llame Platón, venga de fuera y sepa de lo que habla; preferimos seguir contemplando, fascinados por las imágenes que atrofian nuestra imaginación, la película proyectada en la gran pantalla de la caverna.

 

Nosotros, los hombres y mujeres del siglo XXI no hacemos caso de esa voz, seguimos siendo todavía, aunque parezca mentira, cavernícolas, habitantes de la caverna. En esta sofisticada caverna mediática en que habitamos, las imágenes no se proyectan en paredes rupestres, sino en primer lugar en una sala de cine, después en nuestra propia sala de estar en monitores televisivos de plasma, a los que llegan, además, los ecos de las voces en alta definición remasterizada con sonido digital, y finalmente en las pantallas táctiles de nuestros móviles y tabletas. La caverna ya no es un lugar público, ni siquiera nuestra vivienda familiar, sino nuestro adminículo móvil y portátil, caverna individual y personalizada: nuestro smartphone en la lengua del Imperio.

Hemos pasado de la pantalla gigante, a la pequeña pantalla y de esta a la pantalla minúscula; y de lo más público a lo más privado. No conocemos más caballos, aguas del mar Egeo, olivos mediterráneos que los que vemos en nuestra realidad virtual, en los monitores de nuestros ordenadores personales y tabletas y demás artilugios digitales y táctiles. En la caverna mediática en la que vivimos, nosotros somos los prisioneros, aunque no sean visibles las cadenas y ligaduras que nos atan de pies y manos. No hay cárcel de mayor seguridad que aquella que no parece que lo es. Más allá de cualquier excusa, la más firme de las ataduras es nuestra propia decisión de permanecer entre las cuatro paredes de la caverna platónica mediática, porque apreciamos la seguridad de la gruta y nos asusta lo que puede haber al otro lado, el mundo exterior.
Preferimos lo malo conocido a lo bueno por conocer. Preferimos seguir, por miedo de la libertad, de espaldas a la realidad real, valga la redundancia, viviendo en un mundo fantasmagórico y virtual, alimentado por el miedo a lo desconocido, lo que hace imposible el encuentro con los demás, que ya no serían compañeros de esclavitud, sino de libertad, bajo la tibieza acogedora del sol.

El término “caverna mediática”, popularizado por el presidente de un famoso club deportivo catalán, un tal Joan Laporta, para desprestigiar a la prensa nacionalista madrileña, nos da pie a nosotros para revisar el mito. Al parecer, en diciembre de 2009 el FC Barcelona se impuso al Real Madrid por un gol a cero gracias al acierto de su fichaje estrella, un jugador sueco. Esta victoria aupó al equipo catalán al primer puesto del campeonato de liga desatando la euforia de la afición azulgrana. El presidente de ese algo más que un club fue fotografiado celebrando el triunfo regado en champán, y achacó la difusión de las traicioneras fotos que tanto le comprometían a “la caverna mediática españolista” (sic). La expresión hizo fortuna y, desde entonces, la utilizan los medios progresistas de comunicación para descalificar a los conservadores.


Pero, según lo que se me alcanza por lo poco que he podido averiguar –sería interesante que alguien más avezado que yo investigara sobre ello, el cacareado término de “caverna mediática” lo acuñó nueve años antes el escritor ya fallecido Manuel Vázquez Montalbán, que publicó en la revista Quaderns del CAC un artículo titulado En la caverna mediática. Propuesta de una reconsideración del mito platónico, donde dirigía una mirada crítica hacia todos los medios de comunicación de masas recurriendo, para explicar la situación del individuo en la sociedad globalizada actual, a la parábola platónica. Comenzaba su artículo, aludiendo quizá a los espejos esperpénticos del callejón del Gato, con guiño valleinclanesco y memorable frase que cito literalmente: Los medios de comunicación se han convertido en espejos trucados que devuelven falseadas imágenes del ciudadano.

Yo creo que el tal Joan Laporta usó el término “caverna mediática” despectivamente, sin aludir al mito platónico para nada. Para él “caverna” quiere decir “prehistoria”, y la expresión “caverna mediática” alude a los medios de comunicación reaccionarios, cavernícolas y trogloditas que están anclados en el pasado de la edad de las cavernas. Sin embargo, Vázquez Montalbán, más versado sin duda en humanidades que el presidente del club de balompié catalán,  alude, ya desde el título de su artículo, a la parábola platónica de la caverna para explicar nuestra situación frente a todos los medios de comunicación que, paradójicamente, sirven para mantenernos incomunicados ofreciéndonos información, una información que nos conforma a nosotros y que deforma la realidad.

También el individuo actual –dice Vázquez Montalbán- permanece en el seno de esa caverna y el mundo exterior son sombras… El individuo no ha elegido su postrada situación de habitante de la caverna y su mistificada percepción de la realidad exterior está programada por todos los interesados en acondicionar la realidad a un estatuto histórico inalterable. El esfuerzo del poder consiste precisamente en basar su fuerza en una progresiva concentración y la debilidad del adversario, nosotros, en un progresivo enclaustramiento en el seno de esa caverna”.

 

Los media, como llaman los ingleses a los medios de comunicación con el plural neutro acabado en -a del latín medium -"las cosas que actúan de intermediarias, los instrumentos mediadores entre el emisor y el receptor del mensaje, los soportes de la comunicación"-, tienen la virtud de convertir en noticia un acontecimiento, dándole más importancia de la que a priori pudiera tener, y, a la inversa, pueden hacer que un acontecimiento humanamente relevante no sea noticia, ignorándolo al no dar cuenta de él. También pueden, por supuesto, tergiversar la realidad informando sesgadamente de algo que ha sucedido, lo que muchas veces depende de la ideología política tras la que se parapeten. En cualquier caso, lo que hacen es servir de intermediarios entre la realidad exterior, que está formada de ideas que la idealizan, y nosotros, los prisioneros de carne y hueso de esa caverna mediática que pone delante de nuestros ojos la realidad del mundo para ocultarnos simple y llanamente la verdad.

domingo, 9 de agosto de 2020

Terrorismo informativo

Titulares terroristas de la prensa escrita: La pandemia se desboca: España bate récord con 1.895 contagios en un día. La cifra real de nuevos infectados en realidad es mucho peor porque Aragón, la comunidad más afectada, no ha comunicado datos por problemas técnicos. Sanidad suma a las estadísticas 4.507 positivos en las últimas horas. La pandemia en España se ha desbocado en los últimos días. Los cerca de 600 rebrotes activos están llevando al país a datos de finales de abril, a cifras de pleno confinamiento. Un día más, España volvió a batir su propio récord de la 'nueva normalidad' con 1.895 contagios con fecha de diagnóstico en las últimas 24 horas, etcétera, etcétera, etcétera... 
 
Algunas consideraciones: Los tests se multiplican en número creciente cada día que pasa, cuando hoy ya son completamente inútiles. Recuérdese cómo en este país de María Santísima allá por la primavera, cuando la epidemia causaba estragos en medio de la encerrona a la que nos sometieron en su fase más aguda, que era paradójicamente la más grave, se consideraban inútiles tanto las mascarillas como los tests a que ahora nos obligan. Sin embargo a día de la fecha, en plena canícula veraniega, cuando la epidemia ha hecho mutis por el foro, las mascarillas -esas retículas por las que entran y salen sin ningún problema como Perico por su casa los virus coronados, tan diminutos ellos como invisibles a nuestros ojos- ya no son inútiles e ineficaces, sino, por el contrario y paradójicamente, indispensables y obligatorias, incluso en los espacios exteriores al aire libre donde se podría respirar a pleno pulmón.
 
 Fotografía de  Gabriel Pérez-Juana
 
Y las cifras de los tests de PCR, que se hacen ahora a diestro y siniestro, cuando ya pasó lo peor, y que arrojan resultados positivos, no distinguen el virus muerto del vivo -si tiene algún sentido hablar de “vivo” y “muerto” a propósito de virus- y se presentan como si fueran los fallecidos de esta primavera, reactivando el motor del miedo. Es absurdo. Incoherente. 
 
Véase a título de ejemplo este titular alarmista de un periódico provinciano de campanario como es El Diario Montañés, el decano de la prensa montañesa que se decía antaño, de ayer mismo, 8 de agosto de 2020: La pandemia se desboca: España bate récord con 1.895 contagios en un día. 
Preguntémosle a ese titular y a ese periódico terrorista: -¿Pandemia? ¿Qué pandemia? ¿Dónde está ya esa señora que se desboca cual yegua desenfrenada que yo no la veo? 
-¿Qué récord es ese que bate España de 1.895 contagios en las últimas 14 horas? ¿Contagios de qué, de un virus que ya no está activo o que, si lo está, lo está tan poco que no se nota si no es mediante esa prueba? Obviamente, cuantos más pruebas PCR se realicen más resultados habrá, tanto positivos como negativos. Pero ¿tienen algún sentido realizar ahora que ya ha pasado todo tantas y tantas pruebas como se hacen a diario para que al día siguiente aparezcan las cifras en los titulares de los periódicos del régimen?
 
Sí, claro que tiene algún sentido: aterrorizar a la población, seguir haciendo que cunda el pánico, que no decaiga entre la gente, especialmente entre la juventud, divino tesoro, que cantó Rubén, que se va para no volver. Que cunda el miedo a la muerte que a todos nos aguarda tarde o temprano. 
 
La paradoja es que no hay ninguna progresión en la epidemia, que todos los virólogos dan por finiquitada, pero cuantas más pruebas se realizan más resultados positivos se obtendrán.
 
Claro está que el terrorismo informativo que aquí denunciamos es, en último extremo, un terrorismo de Estado perpetrado por las autoridades sanitarias que ordenan hacer dichas pruebas de Reacción en Cadena a la Polimerasa (RCP) o PCR (Polymerase Chain Reaction) en la lengua del Imperio. La prensa, al fin y al cabo, no se inventa la realización y resultados de dichas pruebas; se limita a informar de ello. Vienen aquí a cuento aquellos hendecasílabos de la rima de Bécquer: ¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo... / Me hacía un gran favor... Le di las gracias.
 
 Un delirio colectivo en el sentido patológico de la expresión se ha apoderado de una parte significativa de la gente. Al principio fueron los dirigentes políticos y a rebufo de ellos los responsables de los medios de comunicación y los periodistas, lo que ha acabado contagiando y contaminando a una proporción cada vez mayor de personas. 
 
Cuando hay un delirio colectivo, las llamadas a la calma y a la razón no sirven para nada. Es la histeria lo que reina, el delirium tremens. La temática de este delirio colectivo, de esta segunda ola que ya nos invade y que se ha adelantado al invierno y al otoño, es la peligrosidad extrema de un virus desarmado e inofensivo en la actualidad. Pero eso, que es lo que está delante de nuestros propios ojos y narices, no se ve: vemos las ideas terroríficas -un amasijo de imágenes y palabras revueltas con ellas- que, a modo de vendas, no nos dejan ver; vemos, de cara a la pared y de espaldas a la realidad, las sombras proyectadas en nuestras macro- y micropantallas, instalados como estamos en la caverna mediática platónica. 
 
No estamos muertos todavía, sino cagados literalmente de miedo, lo que a lo mejor explica el acopio de papel higiénico, que vuelve a escasear en las estanterías de los supermercados.