Hace casi dos mil quinientos años que un tal Platón nos habló ya de la
caverna y de los hombres que habitaban en ella. Decía el griego que esos
cavernícolas éramos nosotros, que estábamos contemplando, prisioneros y
maniatados de espaldas a la realidad, imágenes proyectadas en la
pantalla cinematográfica de una pared. Creemos, así, que un árbol, un
caballo o una casa son esas cosas que vemos reflejadas en el muro de la
gruta a la luz de un foco luminoso.
De vez en cuando, viene alguien de fuera, el tal Platón por ejemplo, a decirnos
que todo aquello es el engaño de un trampantojo, que aquellas imágenes
virtuales no son más que ideas, simples remedos o proyecciones de las
verdaderas realidades que existen fuera bajo el sol. Nos anima a que
salgamos al exterior, porque es maravilloso contemplar el esplendor
verde de un olivo mediterráneo o la elegancia de los movimientos de un
caballo al trote o galope o las aguas azules y cristalinas del mar Egeo.
Pero no hacemos caso del forastero recién llegado, aunque se llame Platón, venga de
fuera y sepa de lo que habla; preferimos seguir contemplando, fascinados
por las imágenes que atrofian nuestra imaginación, la película
proyectada en la gran pantalla de la caverna.
Nosotros, los hombres y mujeres del siglo XXI no hacemos caso de esa
voz, seguimos siendo todavía, aunque parezca mentira, cavernícolas,
habitantes de la caverna. En esta sofisticada caverna mediática en que
habitamos, las imágenes no se proyectan en paredes rupestres, sino en
primer lugar en una sala de cine, después en nuestra propia sala de
estar en monitores televisivos de plasma, a los que llegan, además, los
ecos de las voces en alta definición remasterizada con sonido digital, y
finalmente en las pantallas táctiles de nuestros móviles y tabletas. La caverna ya
no es un lugar público, ni siquiera nuestra vivienda familiar, sino
nuestro adminículo móvil y portátil, caverna individual y personalizada: nuestro
smartphone en la lengua del Imperio.
Hemos pasado de la pantalla gigante, a la pequeña pantalla y de esta a
la pantalla minúscula; y de lo más público a lo más privado.
No conocemos más caballos, aguas del mar Egeo, olivos mediterráneos que
los que vemos en nuestra realidad virtual, en los monitores de nuestros
ordenadores personales y tabletas y demás artilugios digitales y
táctiles. En la caverna mediática en la que vivimos, nosotros somos los
prisioneros, aunque no sean visibles las cadenas y ligaduras que nos
atan de pies y manos. No hay cárcel de mayor seguridad que aquella que
no parece que lo es. Más allá de cualquier excusa, la más firme de las
ataduras es nuestra propia decisión de permanecer entre las cuatro
paredes de la caverna platónica mediática, porque apreciamos la seguridad
de la gruta y nos asusta lo que puede haber al otro lado, el mundo
exterior.
Preferimos lo malo conocido a lo bueno por conocer. Preferimos seguir,
por miedo de la libertad, de espaldas a la realidad real, valga la
redundancia, viviendo en un mundo fantasmagórico y virtual, alimentado
por el miedo a lo desconocido, lo que hace imposible el encuentro con
los demás, que ya no serían compañeros de esclavitud, sino de libertad,
bajo la tibieza acogedora del sol.
El término “caverna mediática”, popularizado por el presidente de un
famoso club deportivo catalán, un tal Joan Laporta, para desprestigiar a la
prensa nacionalista madrileña, nos da pie a nosotros para revisar el
mito. Al parecer, en diciembre de 2009 el FC Barcelona se impuso al Real
Madrid por un gol a cero gracias al acierto de su fichaje estrella, un
jugador sueco. Esta victoria aupó al equipo catalán al primer puesto del
campeonato de liga desatando la euforia de la afición azulgrana. El
presidente de ese algo más que un club fue fotografiado celebrando el
triunfo regado en champán, y achacó la difusión de las traicioneras
fotos que tanto le comprometían a “la caverna mediática españolista”
(sic). La expresión hizo fortuna y, desde entonces, la utilizan los
medios progresistas de comunicación para descalificar a los
conservadores.
Pero, según lo que se me alcanza por lo poco que he podido averiguar
–sería interesante que alguien más avezado que yo investigara sobre
ello–, el cacareado término de “caverna mediática” lo acuñó nueve años
antes el escritor ya fallecido Manuel Vázquez Montalbán, que publicó en
la revista Quaderns del CAC un artículo titulado En la caverna mediática. Propuesta de una reconsideración del mito platónico,
donde dirigía una mirada crítica hacia todos los medios de
comunicación de masas recurriendo, para explicar la situación del
individuo en la sociedad globalizada actual, a la parábola platónica.
Comenzaba su artículo, aludiendo quizá a los espejos esperpénticos del
callejón del Gato, con guiño valleinclanesco y memorable frase que cito literalmente: Los
medios de comunicación se han convertido en espejos trucados que
devuelven falseadas imágenes del ciudadano.
Yo creo que el tal Joan Laporta usó el término “caverna mediática”
despectivamente, sin aludir al mito platónico para nada. Para él
“caverna” quiere decir “prehistoria”, y la expresión “caverna mediática”
alude a los medios de comunicación reaccionarios, cavernícolas y trogloditas que
están anclados en el pasado de la edad de las cavernas. Sin embargo, Vázquez Montalbán, más
versado sin duda en humanidades que el presidente del club de balompié catalán, alude, ya desde el título
de su artículo, a la parábola platónica de la caverna para explicar
nuestra situación frente a todos los medios de comunicación que,
paradójicamente, sirven para mantenernos incomunicados ofreciéndonos
información, una información que nos conforma a nosotros y que deforma
la realidad.
“También el individuo actual –dice Vázquez Montalbán- permanece en el
seno de esa caverna y el mundo exterior son sombras… El individuo no ha
elegido su postrada situación de habitante de la caverna y su
mistificada percepción de la realidad exterior está programada por todos
los interesados en acondicionar la realidad a un estatuto histórico
inalterable. El esfuerzo del poder consiste precisamente en basar su
fuerza en una progresiva concentración y la debilidad del adversario,
nosotros, en un progresivo enclaustramiento en el seno de esa caverna”.
Los media, como llaman los ingleses a los medios de comunicación con el plural neutro acabado en -a del latín medium
-"las cosas que actúan de intermediarias, los instrumentos mediadores
entre el emisor y el receptor del mensaje, los soportes de la
comunicación"-, tienen la virtud de convertir en noticia un
acontecimiento, dándole más importancia de la que a priori pudiera
tener, y, a la inversa, pueden hacer que un acontecimiento humanamente
relevante no sea noticia, ignorándolo al no dar cuenta de él. También
pueden, por supuesto, tergiversar la realidad informando sesgadamente de
algo que ha sucedido, lo que muchas veces depende de la ideología
política tras la que se parapeten. En cualquier caso, lo que hacen es
servir de intermediarios entre la realidad exterior, que está formada de
ideas que la idealizan, y nosotros, los prisioneros de carne y hueso de
esa caverna mediática que pone delante de nuestros ojos la realidad del
mundo para ocultarnos simple y llanamente la verdad.