lunes, 14 de julio de 2025
Pareceres LXXXI
domingo, 6 de febrero de 2022
Corazón de niño
EricClapton nos ha regalado, por otra parte, este hermoso tema "Heart of a time", grabado el 24 de diciembre de 2021, la pasada Nochebuena que merece la pena escuchar. “Heart of a Child” es una melodía dolorosamente hermosa y a la vez una canción protesta -el cantante ha confesado que está componiendo muchas a estas alturas de su carrera dada su militancia en contra de las restricciones impuestas por la dictadura de las autoridades sanitarias, como Stand and deliver con letra de Van Morrison y This has gotta stop. El nuevo tema ofrece un testimonio poderoso de un joven que está a punto de suicidarse como consecuencia del aislamiento forzado del encierro sufrido, que lamenta el fallecimiento de su padre (y amigo de Clapton), diciéndole que recuerde a su hija pequeña a la que dejaría huérfana si se quita la vida. Las imágenes del videoclip ilustran la letra de una canción que pone el dedo en la llaga de un aspecto del régimen sanitario impuesto que rara vez se aborda: lo que está costando en el ámbito de la salud mental no el presunto virus letal en sí, sino las medidas adoptadas para combatirlo: la prohibición del contacto humano, la mascarilla que vela la sonrisa, y el miedo irracional a la muerte que se ha instilado, a lo que son especialmente susceptibles los jóvenes, pánico que puede empujar, paradójicamente, a la propia muerte voluntaria.
martes, 2 de marzo de 2021
Mascarilla, pandemia, televisión
El amuleto (del latín amuletum "objeto pequeño que se lleva encima, al que se atribuye la virtud de alejar el mal o propiciar el bien") que es la mascarilla se impuso gracias a la invención de la pandemia por obra y gracia de la OMS. La pandemia, por su parte, se propagó y viralizó por el universo mundo por el influjo de los medios de información, conformación y formación de masas (mass media, en la lengua del Imperio). Si hubiésemos estado libres de su maleficio pernicioso, otro gallo más saludable nos habría cantado. La pestilencia no habría existido de no ser por la retransmisión televisiva. En el término "televisiva" incluyo la nueva epifanía de la caja tonta que es la Red Informática Universal y las Redes Sociales, en cuya maraña se ven atrapados y enzarzados los mileniales, que ya no ven la tele, y los más incautos de nosotros, es decir, la mayoría, aunque no la totalidad de la población. Siempre hay alguna gente, aunque sea poca, que se salva.
La buena noticia después de un año es que al parecer están descendiendo los "casos" de la dichosa pandemia de todos los demonios en todo el mundo desde hace algún tiempo.
¿Se deberá al amuleto de la mascarilla y demás medidas profilácticas de supuesta barrera y contención como la distancia social y los cierres, lockdowns en la lengua del Imperio, confinamientos y cuarentenas? Parece que va a ser que no es por eso. En los raros países del universo mundo como Suecia o Bielorrusia donde no se impusieron dichas medidas represivas y draconianas también están descendiendo los llamados “casos”, y lo que es más importante, las hospitalizaciones y las muertes en la mayoría aunque no en la totalidad de la población.
¿Se deberá la remisión al mágico talismán de las vacunas? Pues parece que va a ser que tampoco, porque la disminución se da en países donde van muy adelantados en eso de los pinchazos, como Israel, en efecto, pero también en otros como sus vecinos de Líbano o Palestina donde no hay jeringuillazos y donde también están disminuyendo los “casos”, hospitalizaciones y muertes de la mayoría aunque no de la totalidad de la población.
¿Desde cuándo se observa este fenómeno? Pues parece que desde hace cosa de un mes o así. ¿Habrá desaparecido milagrosamente la peste de la faz de la Tierra? Pues va a ser que tampoco. ¿Qué ha sucedido entonces? Pues parece que hay una explicación muy simple pero no sencilla: A mediados de enero la OMS, que es la madre del cordero y responsable de la plaga, avisó de que la mayoría de las pruebas de laboratorio que se estaban haciendo en todo el mundo para la detección del presunto virus arrojaban elevados índices de falsos positivos, es decir, de "casos" de enfermos que no sabían que lo estaban, asintomáticos, porque se estaban haciendo mal, cosa que se sabía desde el principio y que algunos científicos honrados denunciaron sin que se les hiciera ningún caso porque no interesaba a la industria farmacéutica.
A raíz de esa fecha, los laboratorios, sin dejar de hacer nunca pruebas y más pruebas que hasta entonces habían servido para mantener viva la fe en la pandemia, se aplicaron el cuento y comenzaron a hacerlas según las nuevas directrices, encaminadas como estaban a certificar el éxito del amuleto de la vacuna, porque ahora sí que le interesaba a la industria fabricante a la que sirve la OMS. Y claro está: se produce el milagro, pero no por la vacunación, que está todavía en pañales, sino porque se demuestra que la pandemia es una creación e invención de los laboratorios, que estaban realizando las pruebas adrede para arrojar altos índices de contagios y que cundiera el pánico, como se les había sugerido, a fin de que todo dios quisiera inmunizar se, o sea, vacunarse.

sábado, 27 de febrero de 2021
¿Información o propaganda?
sábado, 7 de noviembre de 2020
La caverna mediática (de Platón)
Hace casi dos mil quinientos años que un tal Platón nos habló ya de la
caverna y de los hombres que habitaban en ella. Decía el griego que esos
cavernícolas éramos nosotros, que estábamos contemplando, prisioneros y
maniatados de espaldas a la realidad, imágenes proyectadas en la
pantalla cinematográfica de una pared. Creemos, así, que un árbol, un
caballo o una casa son esas cosas que vemos reflejadas en el muro de la
gruta a la luz de un foco luminoso.
De vez en cuando, viene alguien de fuera, el tal Platón por ejemplo, a decirnos
que todo aquello es el engaño de un trampantojo, que aquellas imágenes
virtuales no son más que ideas, simples remedos o proyecciones de las
verdaderas realidades que existen fuera bajo el sol. Nos anima a que
salgamos al exterior, porque es maravilloso contemplar el esplendor
verde de un olivo mediterráneo o la elegancia de los movimientos de un
caballo al trote o galope o las aguas azules y cristalinas del mar Egeo.
Pero no hacemos caso del forastero recién llegado, aunque se llame Platón, venga de
fuera y sepa de lo que habla; preferimos seguir contemplando, fascinados
por las imágenes que atrofian nuestra imaginación, la película
proyectada en la gran pantalla de la caverna.
Nosotros, los hombres y mujeres del siglo XXI no hacemos caso de esa voz, seguimos siendo todavía, aunque parezca mentira, cavernícolas, habitantes de la caverna. En esta sofisticada caverna mediática en que habitamos, las imágenes no se proyectan en paredes rupestres, sino en primer lugar en una sala de cine, después en nuestra propia sala de estar en monitores televisivos de plasma, a los que llegan, además, los ecos de las voces en alta definición remasterizada con sonido digital, y finalmente en las pantallas táctiles de nuestros móviles y tabletas. La caverna ya no es un lugar público, ni siquiera nuestra vivienda familiar, sino nuestro adminículo móvil y portátil, caverna individual y personalizada: nuestro smartphone en la lengua del Imperio.
Hemos pasado de la pantalla gigante, a la pequeña pantalla y de esta a la pantalla minúscula; y de lo más público a lo más privado. No conocemos más caballos, aguas del mar Egeo, olivos mediterráneos que los que vemos en nuestra realidad virtual, en los monitores de nuestros ordenadores personales y tabletas y demás artilugios digitales y táctiles. En la caverna mediática en la que vivimos, nosotros somos los prisioneros, aunque no sean visibles las cadenas y ligaduras que nos atan de pies y manos. No hay cárcel de mayor seguridad que aquella que no parece que lo es. Más allá de cualquier excusa, la más firme de las ataduras es nuestra propia decisión de permanecer entre las cuatro paredes de la caverna platónica mediática, porque apreciamos la seguridad de la gruta y nos asusta lo que puede haber al otro lado, el mundo exterior.
El término “caverna mediática”, popularizado por el presidente de un famoso club deportivo catalán, un tal Joan Laporta, para desprestigiar a la prensa nacionalista madrileña, nos da pie a nosotros para revisar el mito. Al parecer, en diciembre de 2009 el FC Barcelona se impuso al Real Madrid por un gol a cero gracias al acierto de su fichaje estrella, un jugador sueco. Esta victoria aupó al equipo catalán al primer puesto del campeonato de liga desatando la euforia de la afición azulgrana. El presidente de ese algo más que un club fue fotografiado celebrando el triunfo regado en champán, y achacó la difusión de las traicioneras fotos que tanto le comprometían a “la caverna mediática españolista” (sic). La expresión hizo fortuna y, desde entonces, la utilizan los medios progresistas de comunicación para descalificar a los conservadores.
Pero, según lo que se me alcanza por lo poco que he podido averiguar –sería interesante que alguien más avezado que yo investigara sobre ello–, el cacareado término de “caverna mediática” lo acuñó nueve años antes el escritor ya fallecido Manuel Vázquez Montalbán, que publicó en la revista Quaderns del CAC un artículo titulado En la caverna mediática. Propuesta de una reconsideración del mito platónico, donde dirigía una mirada crítica hacia todos los medios de comunicación de masas recurriendo, para explicar la situación del individuo en la sociedad globalizada actual, a la parábola platónica. Comenzaba su artículo, aludiendo quizá a los espejos esperpénticos del callejón del Gato, con guiño valleinclanesco y memorable frase que cito literalmente: Los medios de comunicación se han convertido en espejos trucados que devuelven falseadas imágenes del ciudadano.
Yo creo que el tal Joan Laporta usó el término “caverna mediática” despectivamente, sin aludir al mito platónico para nada. Para él “caverna” quiere decir “prehistoria”, y la expresión “caverna mediática” alude a los medios de comunicación reaccionarios, cavernícolas y trogloditas que están anclados en el pasado de la edad de las cavernas. Sin embargo, Vázquez Montalbán, más versado sin duda en humanidades que el presidente del club de balompié catalán, alude, ya desde el título de su artículo, a la parábola platónica de la caverna para explicar nuestra situación frente a todos los medios de comunicación que, paradójicamente, sirven para mantenernos incomunicados ofreciéndonos información, una información que nos conforma a nosotros y que deforma la realidad.
“También el individuo actual –dice Vázquez Montalbán- permanece en el seno de esa caverna y el mundo exterior son sombras… El individuo no ha elegido su postrada situación de habitante de la caverna y su mistificada percepción de la realidad exterior está programada por todos los interesados en acondicionar la realidad a un estatuto histórico inalterable. El esfuerzo del poder consiste precisamente en basar su fuerza en una progresiva concentración y la debilidad del adversario, nosotros, en un progresivo enclaustramiento en el seno de esa caverna”.

Los media, como llaman los ingleses a los medios de comunicación con el plural neutro acabado en -a del latín medium -"las cosas que actúan de intermediarias, los instrumentos mediadores entre el emisor y el receptor del mensaje, los soportes de la comunicación"-, tienen la virtud de convertir en noticia un acontecimiento, dándole más importancia de la que a priori pudiera tener, y, a la inversa, pueden hacer que un acontecimiento humanamente relevante no sea noticia, ignorándolo al no dar cuenta de él. También pueden, por supuesto, tergiversar la realidad informando sesgadamente de algo que ha sucedido, lo que muchas veces depende de la ideología política tras la que se parapeten. En cualquier caso, lo que hacen es servir de intermediarios entre la realidad exterior, que está formada de ideas que la idealizan, y nosotros, los prisioneros de carne y hueso de esa caverna mediática que pone delante de nuestros ojos la realidad del mundo para ocultarnos simple y llanamente la verdad.