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jueves, 6 de agosto de 2020

De límites y fronteras

Cuando Rómulo el 21 de abril del año 753 antes de nuestra era trazaba con la reja del arado lo que se ha dado en llamar el sulcus primigenius, el surco sobre el que se levantaría la primera muralla de Roma, no estaba delimitando sólo, como parece a primera vista, el perímetro del futuro oppidum o ciudad fortificada, sino el prototipo de todo Estado moderno. 

Sobre ese surco se alzará una muralla como baluarte defensivo y a la vez definidor de la ciudad, con el concepto aparejado de ciudadano para el que goza del privilegio de vivir bajo su protección intra muros y de disfrutar del derecho de ciudadanía. 

Rómulo estaba fundando Roma y el prototipo de todas las futuras romas. Nadie atravesaría impunemente ese surco primigenio, ni siquiera su propio hermano Remo, al que el digno vástago de Marte dará muerte cuando, burlándose de sus pretensiones, se atreva a traspasar ese límite trazado arbitrariamente. Y le increpará con estas palabras: “Así muera en adelante cualquier otro que franquee mis murallas”. 

Rómulo, pues, se convertía en el primer rey de esa ciudad, a la que daría su nombre, porque lo último que le faltaba a su proyecto político era un nombre propio que también la definiera: se llamaría Roma, forma abreviada y femenina del nombre de su fundador. Inauguraba así, regándolo con la sangre de su crimen fratricida, el trazado de la futura urbe, asesinato debido, como advierte el historiador Tito Livio, a ese mal ancestral que es la ambición de poder (regni cupido).
Muralla romana de Lugo

Entre nosotros, la muralla de Lugo (Lucus Augusti), conservada impecablemente, aunque de época tardía, es un buen ejemplo de muralla romana defensiva y definidora de una ciudad que acabará como todas desbordándola y extendiéndose extra muros

Otro ejemplo de muro es el uallum o vallado del campamento romano, que será el germen de tantas futuras ciudades. Tanto la muralla de la ciudad (murus) como la valla del campamento militar (uallum) servirán como modelos para trazar una vez que Roma se extienda por toda la cuenca del Mediterráneo el limes del Imperio romano allá donde no haya límites naturales como ríos, cordilleras, mares o desiertos. 

Las fronteras no aparecieron en Europa hasta los primeros tiempos del Imperio romano, pero el germen había surgido ya en el acto fundacional de Roma. El término "frontera", derivado del latín frons frontis “frente”, es de hecho una creación romance o neolatina que no existía en la lengua clásica, donde se prefería limes (genitivo limitis) o finis para expresar ese concepto. El sentido del término "frontera" sería "que está en frente, opuesto, confrontado", evocando el frente de combate y aludiendo a la parte frontal de un territorio opuesto. 

En muchas de las provincias sometidas al Imperio había límites naturales, por lo que no era preciso levantar muros. Pero a Roma se le plantearon algunos problemas de definición en sus límites septentrionales principalmente. Para resolverlos recurrió a un complejo sistema de fortines, torres de observación y vigilancia y muros que, como se verá, nosotros hemos de alguna forma heredado y recreado. 

Valla de Melilla
 
En Gran Bretaña el emperador Adriano emprendió durante su reinado (117-138 de nuestra era) la construcción de una barrera artificial de piedra y tierra (y de adobe en algunos tramos) que contaba con 17 fuertes guarnecidos por unidades de infantería que llegaron a totalizar 8.400 hombres: es el llamado limes Britannicus. A intervalos regulares de 1,6 quilómetros puertas fortificadas permitían el paso a través de la muralla siempre bajo supervisión militar. Las torres levantadas cada 500 metros permitían la vigilancia y el control del territorio. Una gran zanja impedía la aproximación a la muralla por el norte, a la que seguía colina arriba, valle abajo a través de ciénagas y matorrales a lo largo y ancho de Gran Bretaña durante 130 quilómetros. Es el MVRVS (H)ADRIANI. 

Un sistema de fronteras por el estilo se montó desde el Mar del Norte hasta el Mar Negro a lo largo del Rin y del Danubio que, junto con otras fortificaciones, constituyó el llamado LIMES ROMANVS o límite sin más: fortines, torres de vigilancia y los campamentos legionarios allí destacados. De igual modo se protegió el espacio entre ambos ríos, desde el sur de Bonn hasta un punto cercano a Regensburg, reforzándolo con foso y empalizada que en algunos puntos dieron paso luego a una muralla de piedra. Este muro se extendería a lo largo de 382 quilómetros. 

 Valla de Melilla
 
Podemos, en conclusión, ver en el limes Romanus (y en la Gran Muralla china en el ámbito oriental) algunos de los fundamentos más remotos de las fronteras modernas, que ahora sin embargo tienden a desaparecer, al menos en el interior de la vieja Europa, donde han dejado de ser físicamente necesarias, pero no por ello han dejado de levantarse nuevos muros a lo largo del ancho mundo como el de Gaza que se interpone entre Israel y Palestina, o el muro fronterizo de México y los Estados Unidos, o, sin ir tan lejos, la valla de Melilla entre nosotros que separa lo que es España y Europa de Marruecos y el África. 

Se celebra ahora por todo lo alto, además, por lo que leo en la prensa, la caída del muro de Berlín hace 30 años, pero no hay que cantar victoria en absoluto, porque Europa misma no ha dejado por eso de llenarse desde entonces de vallas y de muros. Desde 1990, en efecto, los estados de la UE y del espacio Schengen han construido unos 1.000 quilómetros de muros terrestres, el equivalente a seis Muros de Berlín, la mayoría de ellos en la Europa del Este y en los Balcanes, para detener la llegada de emigrantes y refugiados, ampliándose, por ejemplo, en 40 quilómetros la valla divisoria entre Eslovenia y Croacia, o empezándose a construir una barrera entre Letonia y Bielorrusia, por citar sólo un par de casos significativos.