La
 visita de la Reina a Cantabria el pasado 18 de septiembre para 
inaugurar el curso escolar 2024-2025 de Formación Profesional en un IES 
de la comunidad, acompañada de la presidenta de la taifa cántabra y de 
la ministra de Educación, Formación Profesional y Deportes, Pilar Alegría, me trajo a 
la memoria el artículo que publicó su ilustre predecesora Isabel Celaá el 29 de agosto de 
2019 en el BOE que es el Periódico Global, alias El País, titulado "Una FP contemporánea del futuro". 
    Lo
 primero que me llamó la atención y que hasta entonces me había pasado 
desapercibido, era el nombre del Ministerio que  ya 
no era de Educación y Ciencia, como antaño, o Educación y Descanso como 
recuerdo que se llamó alguna vez en la oprobiosa dictadura, sino 
Educación y Formación Profesional (y Deportes), como si la categoría de la efepé no 
estuviera incluida, como antes, en la de Educación y fuera algo 
completamente distinto y ajeno, como parece que es también la Cultura, desgajada en otro ministerio. ¿No debería depender la efepé en todo caso del Ministerio de Trabajo y de las propias empresas?
    Citaba Isabel Celaá al arquitecto futurista César Manrique 
que se consideró a sí mismo un “contemporáneo del futuro”, sea esto lo 
que sea y signifique lo que signifique, que yo no lo sé ni quiero saberlo, para, acto seguido, afirmar 
solemnemente: “Ese futuro es nuestro presente”. 
    Después
 de elogiar lo mucho que había avanzado la ciencia, que era una barbaridad,
 y la irrupción disruptiva de las nuevas tecnologías en nuestras vidas, 
anunciaba, visionaria ella como la sibila de Cumas, “transformaciones 
organizativas y pedagógicas en todas las etapas y enseñanzas, desde la 
educación infantil hasta la Formación Profesional (las mayúsculas 
honoríficas son suyas, así como la minúscula siguiente) o el 
bachillerato”. 
    Y
 tras su apuesta decidida por la efepé se despachaba con la siguiente 
afirmación: “Estimaciones de la OCDE nos indican que la robotización 
podría llegar a afectar al 52% del empleo en España.”
¿Cómo interpretar esto? Entiendo que el verbo “afectar” es aquí sinónimo
 de “hacer desaparecer”. Si los robots pueden realizar la mitad de los 
trabajos que hacemos las personas, bienvenidos sean, que trabajen ellos.
 Así lo entiendo yo. ¿Por qué no celebramos esta liberación del yugo del
 trabajo, esta conquista del ocio y el tiempo libre, y en suma de la 
libertad? Si se pierden un 52% de los empleos en España, ¿por qué no 
repartimos el 48% restante entre quienes quieran desempeñar algún 
trabajillo, acortando la jornada laboral de todos los trabajadores a un 
par, como mucho, de horas diarias por ejemplo? Esa sería una óptima 
reforma laboral que ni aquella ministra en funciones ni esta otra a la que 
acompañaba ahora la Reina y embajadora de la moda española cual maniquí florero por el ancho mundo iban a emprender. El problema no es el fin del trabajo, sino el trabajo mismo.
 
  
    Su
 Señoría, sin embargo, apostaba por fomentar la (de)formación 
profesional, y celebraba que ya atraía más ofertas de trabajo que la 
universidad, por eso se empeñaba en la “detección de necesidades del 
mercado laboral, el diseño de nuevas titulaciones de FP y la 
actualización de las existentes”, y anunciaba -¡toma ya!- quince “nuevas
 ofertas formativas asociadas a la economía digital”.
 
    Siguiendo con su talante visionario de astróloga trasnochada quería 
crear “en cinco años, de entre 250.000 y 300.000 nuevas plazas de una FP
 moderna y dinámica, capaz de adaptarse a los cambios productivos y 
tecnológicos”, que suena como aquella vieja cantilena de los ochocientos  (o)
mil nuevos puestos de trabajo... bajo las farolas de las esquinas. La 
razón sigue siendo el maldito futuro: en 2025, y ya falta poco,  “la mitad de los empleos
 ofertados en España corresponderán a cualificaciones que requerirán un 
título de FP media o superior y, a día de hoy, solo tenemos un 25% de 
profesionales con estos niveles de cualificación”. 
   
    Acababa aquel artículo, que ahora desempolvo porque de aquellos polvos vinieron estos lodos, haciendo las siguientes afirmaciones gratuitas y harto discutibles: 
-“Hoy, la FP compite con éxito y dibuja un futuro de prestigio”. ¿Con
 quién compite, señora ministra, si no es con el no mencionado 
bachillerato y con la universidad, como si el objetivo de estos 
competidores fuera el mercado laboral y no la formación intelectual, artística, creativa, crítica y 
humana? Aunque no lo reconozca explícitamente, Su Señoría es una 
seguidora incondicional de Bryan Caplan
 y de impartir “habilidades laborales específicas” para el desempeño de 
una profesión. Su silencio sobre el bachillerato y la formación 
universitaria de índole humanística es muy elocuente y significativo de 
su desprecio, por la misma razón, porque no preparan para la inserción 
en el mercado del trabajo y sus demandas de futuro. Lo que quiere su 
gobierno -todos los gobiernos-, reconózcalo ya y deje de vendernos la 
burra de la efepé, es trabajadores especializados y sumisos, por eso 
fomentan la efepé en cualquiera de sus modalidades y en detrimento de 
las llamadas humanidades.  
-“Las altísimas tasas de empleabilidad e inserción laboral atestiguan que es una formación de primera calidad”. 
La
 empleabilidad e inserción laboral no son testimonio de que la formación
 que se imparte sea de primera calidad, porque puede ser pésima -no voy a
 decir que lo sea, voy a ser generoso, sino que puede serlo... en el 
futuro- y tener unas “altísimas tasas de empleabilidad e inserción 
laboral” porque es lo único que hay. A Su Señoría sólo le interesa la 
inserción en el mundo del trabajo o mejor y más propiamente dicho en el 
mercado laboral. 
-“Y
 es un derecho de ciudadanía al que ni empresas ni trabajadores pueden 
renunciar y que como país debemos colocar como la piedra de clave de un 
sistema educativo moderno”. 
Aquí
 se ve claramente que Su Señoría considera la efepé, que ella escribe 
siempre FP con mayúsculas honoríficas como corresponde a los acrónimos, 
 como la “piedra de clave”, que, como se sabe, es el elemento 
constructivo que remata el arco o la bóveda en su centro, pieza clave 
sin la que se desmoronaría la estructura toda “de un sistema educativo 
moderno”. Resulta ahora que la efepé es la piedra angular de la 
educación y por lo tanto de su ministerio: es decir que el Estado nos 
educa para emplearnos, es decir, para utilizarnos e insertarnos en el 
mercado laboral única y exclusivamente, es decir, para convertirnos en 
modernos esclavos asalariados, dóciles contribuyentes y votantes. 
 -“Por
 eso, estamos todos convocados a impulsarla, porque el futuro solo será 
gobernable si convertimos los grandes desafíos del presente en 
oportunidades de construir un futuro más justo”. 
¿A
 quién apunta lo de “impulsarla”? Lógicamente, a la efepé. Lo mejor de 
la frase es la convocatoria a todos y la repetición de la palabra futuro
 que hace la señora ministra, no poco futuróloga ella: el futuro sólo 
será gobernable -¿qué querrá decir esto?- si convertimos los grandes 
desafíos del presente... en oportunidades de construir un futuro más 
justo. En resumidas cuentas: gobernaremos en el futuro si ajustamos el 
presente a las necesidades del futuro, es decir, si seguimos gobernando 
ahora mismo nosotros que somos “contemporáneos del futuro”, es decir, 
contemporizamos no con el día de hoy, que es el único que hay, sino con 
el incierto día de un mañana que está siempre por venir y no acaba nunca de llegar. Mañana es siempre pasado mañana.