lunes, 30 de septiembre de 2024

Liberty y Freedom

    El inglés no es una lengua románica o romance, es decir, derivada del latín, que era la lengua del Lacio y de Roma, como son el italiano, el francés o el castellano, pero más de la mitad de su vocabulario (el 62% según algunos estudios y estimaciones) es de origen latino, tomado directamente del latín como préstamo, o bien a través del antiguo francés que hablaban los normandos y que fue la lengua oficial de Inglaterra durante varios siglos.

    Los hablantes de lengua inglesa, que es la lengua actual del Imperio, disponen muchas veces de dos palabras para referirse, más o menos, a un mismo concepto: una germánica sajona y otra de origen latino. Para ellos la más habitual, la más normal y corriente, es la de origen germánico o sajón, la que para nosotros es la más rara, mientras que la latina, que para nosotros es la más transparente, es para ellos la más culta y complicada. Esto sucede, por ejemplo, con la palabra "libertad" que en inglés puede decirse con la forma germánica-sajona "freedom" (cf. alemán Freiheit) pero también con la latina "liberty". 

    La famosa estatua de la Libertad de Nueva York, una alegoría femenina que a modo de faro ilumina el mundo, se denomina con el nombre latino Statue of Liberty. Fue un regalo de Francia a los Estados Unidos de América, obra del escultor francés Frédéric Auguste Bartholdi, en 1866, y hoy es uno de los monumentos más famosos y emblemáticos del mundo.


    Pero también existe en los Estados Unidos de América una Statue of Freedom, con el nombre germánico, coronando la cúpula del Capitolio, mucho menos conocida. Se trata de otra alegoría femenina de la Libertad en bronce, obra de Thomas Crawford.  Como característica más curiosa, posee una espada (envainada) en la diestra y una corona de laurel, símbolo apolíneo de la victoria, en la izquierda. 

    La espada me recuerda la imagen, ciertamente kafkiana pero no por ello poco significativa, que nos presenta Franz Kafka en su novela América, donde,  cuando describe a Liberty, la estatua de Nueva York, la primera visión que tenían los inmigrantes europeos al llegar a los Estados Unidos tras haber cruzado los mares,  cambia la antorcha que enarbola en su diestra y que ilumina al mundo por una significativa espada.   Freedom porta también, sobre la cabeza, un yelmo militar coronado de estrellas y una cresta de plumas. Debajo de ella puede leerse la divisa "E pluribus unum", "De muchos uno", que hasta 1956 fue considerado el lema de los Estados Unidos de América, pero a partir de entonces fue sustituido por "In God we trust",  "confiamos en Dios", es decir, en el Dinero, que por eso figura en los billetes de dólar.
 
 
 
    Frente a estas dos alegorías de la Libertad, el inigualable Quino diseñó este 'caballo de Troya' o tanque de madera repleto de soldados norteamericanos armados, dispuestos a llevar su dominio hasta imponer una paz, la pax Americana, que no es una paz verdadera, sino, en el mejor de los casos, una guerra fría, una guerra que persigue, bajo la amenaza directa o indirecta de la espada, el laurel de la victoria.
 

 

domingo, 29 de septiembre de 2024

Un recuerdo escolar

    Escribe el historiador británico Edward Gibbon (1737-1794), autor de la célebre Historia de la decadencia y caída del imperio romano, en sus Memorias de mi vida la siguiente reflexión que trae a la memoria algún que otro recuerdo infantil escolar: "La escuela es una caverna de miedo y de tristeza: la movilidad de los jóvenes cautivos está encadenada a un libro y a un pupitre; un maestro inflexible exige su atención, que está a cada momento deseosa de escapar. Trabajan, como los soldados de Persia, bajo el látigo; y su educación está casi terminada antes de que puedan comprender el sentido o la utilidad de las duras lecciones que se ven obligados a repetir. Esa dependencia ciega y absoluta puede ser necesaria, pero nunca puede ser placentera. La libertad es el primer deseo de nuestro corazón; la libertad es la primera bendición de nuestra naturaleza; y, a menos que nos atemos con las cadenas voluntarias del interés o la pasión, avanzamos en libertad como avanzamos en años". 
 
 
    Enseguida me recuerda -y recordar es hacer que algo vuelva a pasar por el corazón, sede de los sentimientos y de la memoria- aquellos versos de don Antonio Machado:

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
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Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
|
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
|
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón».
|
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.

 

    Y me viene también a la memoria inevitablemente la canción que cantaban en 1978 Lole y Manuel titulada precisamente "Recuerdo escolar", con letra y música del propio Manuel Flores, que toca la guitarra, y la voz cristalina como un arroyo de Lole.

 

  Una voz gritando siempre,
siempre gritando: ¡silencio!

Mis manos llenas de tinta
emborronan un cuaderno.

Lejos, muy lejos, muy lejos
se oye la voz del maestro
que habla de montes y ríos.

Me escapo por la ventana
corro, corro por el cielo
y voy, jinete celeste,
sobre un nubarrón muy negro.

Persiguiendo nubes blancas
paso la tarde de invierno
Me despierta una campana;
Padre nuestro...

 Una voz gritando siempre
siempre gritando: ¡silencio!

oOo 

    Hay quienes proponen contra el adoctrinamiento escolar lo que llaman homeschooling, la escolarización domiciliaria o educación en el hogar, lo que, lejos de ser una solución, agrava el problema, ya que introducimos la jaula de la escuela en la jaula familiar. Si algo bueno podía tener el colegio, era que liberaba a los niños durante unas horas de la institución familiar, como recíprocamente el hogar libera de la escuela, salvo durante la ominosa pandemia, cuando se cerraron los colegios en las Españas y se confinó a los niños en sus casas a merced de la enseñanza on line. La escolarización hogareña, sin embargo, no libera a las tiernas criaturas de ninguna de las jaulas: ni de la familia durante unas horas ni de la escuela, que se mete en casa ahora a través del móvil, de la tableta y del Ordenador Personal.

    A propósito de la escuela, el lector interesado puede leer en Contra la escuela los textos Cerremos las escuelas y La Revolución universitaria de Giovanni Papini, traducidos por vez primera al español, con un apéndice sobre W. Hazlitt y su De la ignorancia de los doctos, y las aportaciones de José Bergamín, H. M. Erzensberger y Andrés Rábago, El Roto.

   

sábado, 28 de septiembre de 2024

Algunas tancas más

Vuelve el agua al río / tras las lluvias torrenciales, / vuelve el río al mar. / Vuelve el arroyuelo a fluir, / Riosequillo que se llama. 

oOo

Al ponerse el sol / brama el ciervo en la montaña; / mal de amores ha. / Solitario, su berrido / estremece el corazón. 

oOo

  ¿Fue el fulgor tal vez / de la luna cuando entró / por el ventanal / lo que a mí me despertó / o la gana de orinar? 

oOo

Cuatro diminutas / garrapatas emboscaron, / en las ingles, putas: / me infectaron y contraje / calentura y mala sangre. 

oOo

Para que haya guerra / no hace falta casus belli, / cualquier cosa basta: / porque guerra es esta paz / falsa que hay entre tú y yo.

 oOo

El afilador, Francisco de Goya y Lucientes  (hacia 1790)
 

  Suena la siringa, / y la piedra de amolar / echa chispas ya, / afilando los cuchillos / y navajas cachicuernas.

oOo

Al amanecer, / migratorias aves vuelan / lejos, hacia el sur. / Alzo yo la vista al cielo / y tras ellas alzo el vuelo.

oOo

Ya la golondrina / que anidaba en el alero / abandona el nido. / Los polluelos han volado. / El verano se acabó.

oOo

 Bautizada está, /  nombre propio vasco, pues, / la borrasca Aitor: / personalizando así, / impetuoso, temporal.

viernes, 27 de septiembre de 2024

Pero ¿quién habla cántabru?

    El hecho de que en lo que hoy se llama Cantabria haya palabras que se consideren propias, en el sentido de peculiares, no significa que sean exclusivas, lo primero de todo, de ese territorio, y, si lo son, no conforman por sí solas una lengua distinta del español que se habla hoy, como da a entender la denominación “cántabru”, que pretende ser el nombre de una lengua propia y distinta de aquella. Ese léxico peculiar, en principio, no es significativo sino mínimo, está restringido a la vida rural en vías de extinción o prácticamente extinta ya, y no es exclusivo tampoco de Cantabria. 

    A parte de los diminutivos en -uco, que nos son tan queridos, y de palabras como pindio (= empinado), dalle (= guadaña), albarcas (= especie de zuecos de madera), cajiga (=roble),  catiuscas (= botas de plástico), chon (= cerdo), montar a cuchos (= montar a hombros, sobre la espalda), bocarte (= anchoa fresca), rabas (= calamares fritos) y algunas más,  no tenemos nada que justifique dentro de la sintaxis y la fonología la categoría de lengua diversa. 
 

 

    Resulta que muchos hablantes del castellano actual, utilizan esas mismas palabras con el mismo significado, por lo que habría que concluir que en Cantabria se habla castellano con algunas peculiaridades léxicas y con un acento peculiar, como en todas partes donde se habla el español, por cierto, pero no una lengua propia, que para eso necesitaría tener características no sólo superficiales y de vocabulario sino gramaticales más profundas, morfológicas, fonéticas y fonológicas a más de sintácticas. 

  
    Los defensores del cántabru, como Alcuentru, asociación pa la decensa y promoción del cántabru,  generalizan los masculinos singulares en -u, lo que yo, que llevo viviendo casi sesenta y cinco años en Cantabria, donde nací, no he oído nunca, y no vivo en la ciudad precisamente, sino en el campo. Los masculinos en -u son una herencia latina de la que en español no queda prácticamente nada ya, dado que esa -u al final de la palabra se acabó abriendo y pronunciándose -o, y sólo se conservaron muy pocas palabras donde no se hubiera cumplido este fenómeno fonético, casi todas ellas por influjo culto de la lengua escrita como espíritu, tribu o ímpetu. El resto, ya fueran de la segunda o de la cuarta declinación, pasaron todas a -o. Promover ahora que, so pretexto de recuperar el cántabru, nos propongamos los que vivimos en esta tierra decir el “campu” y el “pueblu” además de ser una imposición académica -es decir de unos presuntos eruditos que saben cómo era esa lengua y que quieren enseñárnosla a los demás, para que no se pierda lo que se perdió-, es una ridiculez poco menos que folclórica en el peor sentido de la palabra.


    El cántabru que los que sueñan con la creación de una Real Academia de la Lengua Cántabra pretenden resucitar, que no conservar porque no existe,  no es una lengua diversa del castellano actual, sino un estadio primitivo que ya nadie habla y que según algunos estudios nació en estas tierras del norte de la península como lengua derivada del latín.
 
     El masculino plural acabaría en -os en el cántabru occidental, que conservaría la desinencia del acusativo plural latino de la segunda declinación populu(m)/populos por lo que el plural de pueblu sería pueblos, y en -us en el oriental, donde "sentidos", por ejemplo, se diría "sentíus", por ejemplo en Ampuero (nunca lo oí por allí) y "sentíos" en el oeste, por ejemplo en Unquera, (donde sólo se lo he oído a un gaditano, que decía que algunos habían "perdío" todos los "sentíos", supongo que por aquello de que el común es el menos común de los sentidos).

    Algunas características sintácticas como el uso del condicional simple o pospretérito en la prótasis del período hipotético (cosas como Si tendría dinero, me compraría un coche), que llevo oyendo toda mi vida en Cantabria,  ni siquiera son peculiares nuestras, sino que las compartimos con los hablantes españoles del País Vasco, Navarra, Burgos, la Rioja e incluso algunas zonas de América. Supongo que los amigos de Alcuentru en su reconstrucción fantástica del cántabru dirían así: Si tendría dineru, me compraría un cochi, o quizá a la asturiana y a la antigua con el pronombre personal pospuesto, enclítico en lugar de proclítico: Si tendría dineru, compraríame un cochi).
 

    No es de extrañar que algunos miembros de Alcuentru, como Paulu Lobete, que aparece en el vídeo de los cursos de cántabru, hayan fundado Cantabristas, que se autodefinen como una fuerza política, aún sin representación parlamentaria, "cántabra, soberanista, feminista, ecologista y popular, que apuesta por una Cantabria más justa, libre e igualitaria”. En su Programa Electoral Autonómico, dentro de las quinientas medidas que proponen,  destaca, en el apartado de “Defender lo nuestro” lo relativo al patrimonio linguïstico.  Allí se dice que Cantabria posee una modalidad lingüística propia evolucionada desde el latín y emparentada con el tronco astur-leonés, denominada tradicionalmente montañés y de manera más moderna cántabru, que varias asociaciones culturales están intentando revitalizar advirtiendo del peligro de desaparición en que se encuentra. La medida número 439 propone la elaboración de una ley de protección del cántabru -como si fuera una especie en vías de extinción- y la 440  la inclusión en la reforma del Estatuto de Autonomía de Cantabria de una mención al cántabru en la que se especifique que gozará de protección institucional. 

    La ilusión de tener una lengua propia garantiza una sólida identidad autonómica, regional y nacional. Por algo el todavía presidente del Partido Regionalista Cántabro, que regentó hasta hace poco la taifa autonómica, declaró en su día como lamentándose por ello: Si yo tuviese una lengua en Cantabria, la defendería con uñas y dientes, una lengua que algunos cántabros como Diegu San Gabriel, que se autodefine en X como “hestoriaor con concencia culugista (sic), de géneru, pueblu y clas” afirma que tenemos pero que se nos está yendo “cumu agua en cestu”.   

jueves, 26 de septiembre de 2024

Aquí lo que queremos es... "trebaju"

    Escribía Raúl Molleda, uno de nuestros activistas lingüísticos más prolíficos, un artículo en una jerga farragosa y casi incomprensible que publicaba el diario digital eldiariocantabria.es, donde puede escucharse también dando click al reproductor,  titulado “Intigrismu ocidental, deidais, curucas y devotos”, donde dice, se supone y es mucho suponer que en cántabru (?), cosas de este jaez: “Querer pan es cosa de genti ajambráu, genti del Tercer Mundu, y n'ocidenti estamos por cima. Aquí lo que queremos es Trebaju”.


 


    El comienzo se entiende muy bien. Se diría a simple vista que es castellano sin retoques: Querer pan es cosa de... Lo de “genti ajambráu” ya no se entiende tanto: barrunto que quiere decir gente hambrienta. Nunca había oído hablar de la “genti”. Habría que admitir, y no es poca petición de principio, que una de las señas de identidad del cántabru que diseñan el señor Molleda y otros activistas lingüísticos afines es, según parece, sustituir la “e” final latina de “gente(m)” por “i” y decir cosas como “ocidenti” en vez de occidente y “juenti” en vez de fuente... A lo que parece la otra seña identitaria de nuestro genoma lingüístico cántabru sería restituir la u final latina, que en castellano se abrió en -o salvo en los consabidos cultismos espíritu, tribu e ímpetu,  y en cántabru se habría conservado milagrosamente en todas las ocasiones, y así tenemos palabros como los del susodicho artículo: “intigrismu”, “mundu” o el dichoso “trebaju”.

    Pero lo de “genti ajambráu” en vez de “genti ajambrá”, como cabría esperar habida cuenta del género gramatical femenino de la palabra “gente”, ya me llega al alma, porque se trata, ni más ni menos, que de un neutro de materia, del tipo “la lechi está caru”, donde parece que asistimos a una neutralización o cosificación del femenino en sustantivos abstractos incontables, como si dijéramos la lechi (=esu) está caru, reminiscencia tal vez del género neutro latino en general y del de la palabra “leche” en particular. El problema es que gente era de género femenino en la lengua del Lacio, pero da igual: la genti (=esu) está ajambráu... Se trata de una compleja mistificación difícilmente comprensible y tolerable a los ojos y a los oídos de cualquier cántabro del siglo XXI. 



    En cuanto a la frase “Aquí lo que queremos es... Trebaju”, salta a la vista que las cinco primeras palabras son castellano corriente y moliente, tal cual. La última, que sería, supongo yo, la palabra cántabra, me chirría muchísimo en los oídos no sólo por la mayúscula honorífica, que hace daño a la vista y que no entiendo muy bien a qué se debe, sino porque no se la he oído nunca en Cantabria decir ni a jóvenes ni a viejos, ni tampoco la he visto nunca escrita hasta ahora mismo. Dudo yo que haya algún cántabro aparte quizá del autor susodicho que así la escribe que diga “trebajar” en vez de “trabajar”, por eso al leerlo le entra a uno sin querer la risa floja.

    Vamos a ver, la palabra “trabajo”, como se sabe y no es ningún secreto, procede del latín “tripalium” o ya en latín mismo "trepalium", que era una especie de cepo o instrumento de tortura consistente en tres palos, es decir, tres estacas o maderos cruzados a los que se ataba al reo que era la víctima del suplicio para atormentarlo. ¿Cómo se explica este origen etimológico? Trabajar, en la lengua de Cervantes, significaba en primer lugar “sufrir, padecer,  esforzarse por conseguir algo”,  de donde más tarde derivaría su sentido actual de “laborar, obrar, hacer algo a cambio de un salario, actividad remunerada”. 


    Hay derivados en francés (travail), inglés (travel, con desplazamiento semántico, tal vez por el tormento y la fatiga que suponen algunos desplazamientos y viajes organizados), italiano (travagliare, con el sentido de “apenar”), portugués (trabalho), gallego (traballo), y por supuesto castellano (trabajo), en los que la palabra cambió el timbre vocálico de su sílaba inicial , ya fuera “i” o ya hubiera evolucionado a “e” en latín mismo, por “a” desde muy pronto por apofonía debida a la asimilación al sonido vocálico “a” de la sílaba contigua siguiente.

    En algunas áreas dialectales romances alejadas de la nuestra, la palabra comienza por la sílaba tre-. Según Corominas, esto sucedió en el alto Aragón (treballo), en catalán (treball) y en occitano o lengua de Oc (trebalhar), que era la lengua de los trovadores provenzales del amor cortés y de las hablas populares modernas del sur de Francia, pero al parecer también, según el citado autor, en cántabru, mira tú por dónde, aunque no en los vecinos bables asturianos, a los que tanto se parece a veces el cántabru que se pretende resucitar, donde se dice “trabayu” y nunca *trebayu, por lo que a mí se me alcanza. Pero sin duda es esta una buena noticia filológica que le da prestigio a nuestra incipiente lengua cántabra, que ha conservado esta reliquia del “trebaju”, que, por cierto, aunque  parezca no venir a cuento, el trabajo a fecha de hoy mismo no deja de matar, y no sólo porque la gente se mate a trabajar, que se mata, y mucho, sino por los preocupantes índices de siniestralidad laboral en las Españas: 435 personas han fallecido a causa de accidentes de trabajo en los siete primeros meses del año en curso, casi nada...
 

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Crematofobia (y II)

  Resulta muy sugerente al respecto de la crematofobia la lectura del artículo "Identidad y dinero" que Juan José Millás publicó en El Periódico el 23 de agosto de 2023, del que extraigo unos párrafos por su interés (el énfasis en negrita es mío):

    Hay personas que salen a la calle sin el carné de identidad convencidas de que la identidad se lleva en la cara. Yo, además del DNI, suelo llevar el de conducir, el pasaporte, la cartilla de la Seguridad Social, la tarjeta de la biblioteca pública y el bonobux. Todo a mi nombre, para demostrar que yo soy yo si fuera necesario. Significa que en el fondo no me creo que soy Juan José Millás, aunque tampoco me creería ser José Pérez, en el caso de que me hubiera llamado de este modo. Pero ya que nos obligan a ser alguien, digo que soy Juan José Millás (...)

 

      
    Y es que nadie lo lleva escrito en la cara. Tienes que demostrarlo con un documento que es, por cierto, un documento falso. Todos los que expide el Estado son falsos, y no porque los expida el Estado, sino porque no hay documento intrínsecamente verdadero. Nos hemos puesto de acuerdo en que lo falso es verdadero y ya está. Se llama consenso. No hay nada más falso que un billete de 50 euros y es falso porque no tiene otro respaldo que el de la fe. Creemos en él como otros creen en Dios y punto. Pero si tú vas por la vida con muchos billetes de 50 euros te sobran hasta el DNI, el pasaporte y el libro de familia, te sobra todo porque lo que más identidad proporciona en este mundo es la pasta (...). 
 
     La manera de atajar nuestra incipiente crematofobia, según los psicagogos, sería buscar la ayuda de un experto, ya sea un médico de salud mental o un gestor financiero. No obstante, llamar a un amigo, salir a caminar o leer un libro prestado de la biblioteca pública son sin duda estrategias más comunes y baratas que pueden ayudarnos a sentirnos un poco mejor cuando estemos abrumados por la extrema pobreza de nuestra personalidad individual. 

    Según el proverbio inglés "money makes the man", o sea, el dinero hace al hombre (y no al revés, ya que el hombre no hace dinero por muy self-made man y emprendedor que sea y por mucho que se crea), es decir, el dinero le confiere al ser humano su identidad, le hace ser el hombre que es. No es menos acertado el proverbio griego, que también lo clava y que nos transmite el poeta Píndaro: dinero, dinero el hombre, es decir, el hombre es dinero (χρήματα, χρήματ᾽ ἀνήρ). 
 
 

     La crematofobia se manifiesta en mayor o menor escala cuando tenemos miedo a salir de casa y perder el dinero, que es nuestra identidad,  a que nos roben la cartera, a ir a comprar algo que necesitamos o queremos y descubrir, a la hora de pagarlo, que no tenemos ni efectivo ni tarjeta, o que esta no tenga saldo porque nos hemos quedado sin blanca. ¿Qué sería de nosotros? No seríamos nada, no seríamos nadie, lo que no dejaría de ser por otra parte, si fuera posible, una bendición.

martes, 24 de septiembre de 2024

Crematofobia (I)

    Todas las fobias que padecemos podrían reducirse a una sola: el miedo que infunde la propia muerte. Todas son variaciones del miedo fundamental, la tanatofobia que subyace por debajo de todos y cada uno de nuestros múltiples temores. 
 
    Preguntado ChatGPT sobre cuántas fobias existen, responde que no hay un número determinado en la literatura científica, ya que en teoría podrían desarrollarse infinitas. En la práctica clínica se han llegado a registrar, sin embargo, al menos 500 fobias con nombres específicos, pero el repertorio varía según la fuente y los criterios de clasificación.
 
        A todas las fobias se les antepone el nombre griego de la cosa que las causa, como hemos hecho antes con la muerte -thánatos, que es esencial a todas-, para que suene a culto y no se entienda bien lo que hay por debajo y lo que todas y cada una de ellas tienen en común.
 
 
 
    Una de las últimas de que tengo noticia es la crematofobia, que no tiene nada que ver, como pudiera parecer a simple vista, con los hornos crematorios ni con la cremación, sino, como vamos a ver enseguida, con el vil metal de los dineros. También se la llama crometofobia. Me sorprende la doble denominación, que achaco a la confusión vocálica que nos llega al castellano por la vía anglosajona del helenismo. 
  
    El nombre apropiado de los dos es crematofobia, compuesto derivado del griego χρῆμα χρήματος (chrēma chrēmatos), que significa 'dinero', como por ejemplo en crematístico, lo relativo al interés pecuniario de un negocio, y en crematística, que era el nombre antiguo de la economía, y de φόβος (phóbos), sufijo que quiere decir 'miedo' o 'temor'. 
 
    Se lo hago notar a ChatGPT y me da las gracias por la corrección, y reconoce que la forma *crometofobia es incorrecta desde el punto de vista etimológico, ya que no deriva de chrēmatos, confusión que se debe, según él, a la similitud fonética. Se confunde, además, con cromatofobia, que es la fobia al colorido cromatismo.
 
 
 
     El caso es que por lo que veo en la Red esta fobia suele definirse como "miedo a gastar dinero" y como “la ansiedad que produce tener poco dinero”. No sé si son el mismo miedo o son dos distintos el miedo a gastar lo que se tiene, sea poco o mucho, y el miedo a no tener nada que gastar. 
 
    En el segundo caso, los expertos nos alertan de que 'la ansiedad generada por tener poco dinero puede acabar impactando seriamente' en nuestra salud, provocándonos estrés financiero: depresión, problemas de sueño, aumento de la presión arterial,  u obesidad mórbida entre otras afecciones. 
 
 
 
    La manera de superar la crematofobia sería, según los terapeutas, modificar nuestra relación con el dinero. Pero ¿cómo podemos redefinir (sic) nuestra relación con el dinero, que es lo que a nosotros nos define, sin que peligre nuestra propia identidad personal, habida cuenta de que el dinero es lo que nos confiere entidad a cosas y personas?   

lunes, 23 de septiembre de 2024

De-Formación Profesional

   La visita de la Reina a Cantabria el pasado 18 de septiembre para inaugurar el curso escolar 2024-2025 de Formación Profesional en un IES de la comunidad, acompañada de la presidenta de la taifa cántabra y de la ministra de Educación, Formación Profesional y Deportes, Pilar Alegría, me trajo a la memoria el artículo que publicó su ilustre predecesora Isabel Celaá el 29 de agosto de 2019 en el BOE que es el Periódico Global, alias El País, titulado "Una FP contemporánea del futuro". 


    Lo primero que me llamó la atención y que hasta entonces me había pasado desapercibido, era el nombre del Ministerio que  ya no era de Educación y Ciencia, como antaño, o Educación y Descanso como recuerdo que se llamó alguna vez en la oprobiosa dictadura, sino Educación y Formación Profesional (y Deportes), como si la categoría de la efepé no estuviera incluida, como antes, en la de Educación y fuera algo completamente distinto y ajeno, como parece que es también la Cultura, desgajada en otro ministerio. ¿No debería depender la efepé en todo caso del Ministerio de Trabajo y de las propias empresas?

    Citaba Isabel Celaá al arquitecto futurista César Manrique que se consideró a sí mismo un “contemporáneo del futuro”, sea esto lo que sea y signifique lo que signifique, que yo no lo sé ni quiero saberlo, para, acto seguido, afirmar solemnemente: “Ese futuro es nuestro presente”. 

    Después de elogiar lo mucho que había avanzado la ciencia, que era una barbaridad, y la irrupción disruptiva de las nuevas tecnologías en nuestras vidas, anunciaba, visionaria ella como la sibila de Cumas, “transformaciones organizativas y pedagógicas en todas las etapas y enseñanzas, desde la educación infantil hasta la Formación Profesional (las mayúsculas honoríficas son suyas, así como la minúscula siguiente) o el bachillerato”. 

    Y tras su apuesta decidida por la efepé se despachaba con la siguiente afirmación: “Estimaciones de la OCDE nos indican que la robotización podría llegar a afectar al 52% del empleo en España.” ¿Cómo interpretar esto? Entiendo que el verbo “afectar” es aquí sinónimo de “hacer desaparecer”. Si los robots pueden realizar la mitad de los trabajos que hacemos las personas, bienvenidos sean, que trabajen ellos. Así lo entiendo yo. ¿Por qué no celebramos esta liberación del yugo del trabajo, esta conquista del ocio y el tiempo libre, y en suma de la libertad? Si se pierden un 52% de los empleos en España, ¿por qué no repartimos el 48% restante entre quienes quieran desempeñar algún trabajillo, acortando la jornada laboral de todos los trabajadores a un par, como mucho, de horas diarias por ejemplo? Esa sería una óptima reforma laboral que ni aquella ministra en funciones ni esta otra a la que acompañaba ahora la Reina y embajadora de la moda española cual maniquí florero por el ancho mundo iban a emprender. El problema no es el fin del trabajo, sino el trabajo mismo.
 
 
    Su Señoría, sin embargo, apostaba por fomentar la (de)formación profesional, y celebraba que ya atraía más ofertas de trabajo que la universidad, por eso se empeñaba en la “detección de necesidades del mercado laboral, el diseño de nuevas titulaciones de FP y la actualización de las existentes”, y anunciaba -¡toma ya!- quince “nuevas ofertas formativas asociadas a la economía digital”.
 
    Siguiendo con su talante visionario de astróloga trasnochada quería crear “en cinco años, de entre 250.000 y 300.000 nuevas plazas de una FP moderna y dinámica, capaz de adaptarse a los cambios productivos y tecnológicos”, que suena como aquella vieja cantilena de los ochocientos  (o) mil nuevos puestos de trabajo... bajo las farolas de las esquinas. La razón sigue siendo el maldito futuro: en 2025, y ya falta poco,  “la mitad de los empleos ofertados en España corresponderán a cualificaciones que requerirán un título de FP media o superior y, a día de hoy, solo tenemos un 25% de profesionales con estos niveles de cualificación”. 
  
    Acababa aquel artículo, que ahora desempolvo porque de aquellos polvos vinieron estos lodos, haciendo las siguientes afirmaciones gratuitas y harto discutibles: 
-“Hoy, la FP compite con éxito y dibuja un futuro de prestigio”. ¿Con quién compite, señora ministra, si no es con el no mencionado bachillerato y con la universidad, como si el objetivo de estos competidores fuera el mercado laboral y no la formación intelectual, artística, creativa, crítica y humana? Aunque no lo reconozca explícitamente, Su Señoría es una seguidora incondicional de Bryan Caplan y de impartir “habilidades laborales específicas” para el desempeño de una profesión. Su silencio sobre el bachillerato y la formación universitaria de índole humanística es muy elocuente y significativo de su desprecio, por la misma razón, porque no preparan para la inserción en el mercado del trabajo y sus demandas de futuro. Lo que quiere su gobierno -todos los gobiernos-, reconózcalo ya y deje de vendernos la burra de la efepé, es trabajadores especializados y sumisos, por eso fomentan la efepé en cualquiera de sus modalidades y en detrimento de las llamadas humanidades. 

-Las altísimas tasas de empleabilidad e inserción laboral atestiguan que es una formación de primera calidad”.
La empleabilidad e inserción laboral no son testimonio de que la formación que se imparte sea de primera calidad, porque puede ser pésima -no voy a decir que lo sea, voy a ser generoso, sino que puede serlo... en el futuro- y tener unas “altísimas tasas de empleabilidad e inserción laboral” porque es lo único que hay. A Su Señoría sólo le interesa la inserción en el mundo del trabajo o mejor y más propiamente dicho en el mercado laboral. 

-“Y es un derecho de ciudadanía al que ni empresas ni trabajadores pueden renunciar y que como país debemos colocar como la piedra de clave de un sistema educativo moderno”.
Aquí se ve claramente que Su Señoría considera la efepé, que ella escribe siempre FP con mayúsculas honoríficas como corresponde a los acrónimos,  como la “piedra de clave”, que, como se sabe, es el elemento constructivo que remata el arco o la bóveda en su centro, pieza clave sin la que se desmoronaría la estructura toda “de un sistema educativo moderno”. Resulta ahora que la efepé es la piedra angular de la educación y por lo tanto de su ministerio: es decir que el Estado nos educa para emplearnos, es decir, para utilizarnos e insertarnos en el mercado laboral única y exclusivamente, es decir, para convertirnos en modernos esclavos asalariados, dóciles contribuyentes y votantes. 

 -Por eso, estamos todos convocados a impulsarla, porque el futuro solo será gobernable si convertimos los grandes desafíos del presente en oportunidades de construir un futuro más justo”.
¿A quién apunta lo de “impulsarla”? Lógicamente, a la efepé. Lo mejor de la frase es la convocatoria a todos y la repetición de la palabra futuro que hace la señora ministra, no poco futuróloga ella: el futuro sólo será gobernable -¿qué querrá decir esto?- si convertimos los grandes desafíos del presente... en oportunidades de construir un futuro más justo. En resumidas cuentas: gobernaremos en el futuro si ajustamos el presente a las necesidades del futuro, es decir, si seguimos gobernando ahora mismo nosotros que somos “contemporáneos del futuro”, es decir, contemporizamos no con el día de hoy, que es el único que hay, sino con el incierto día de un mañana que está siempre por venir y no acaba nunca de llegar. Mañana es siempre pasado mañana.

domingo, 22 de septiembre de 2024

Identidad nacional y personal

    Un histórico líder sindicalista y socialista que fuera secretario general de la Unión General de Trabajadores durante más de veinte años (1994-2016) aboga por recuperar el servicio militar obligatorio en España, la vieja mili, como una manera de “repasar los rasgos que nos unen” a todos los españoles, ya que se "se está deshilachando la identidad nacional". 
 


    Llama mi atención enseguida el uso de dos metáforas costureras: el deshilachamiento de la identidad nacional, y la necesidad de repasarla, en el sentido de recoser o remendar la ropa que lo necesita, zurciéndola.  En una entrevista concedida a la prensa a raíz de la publicación de su ensayo titulado “Por una nueva conciencia social” (Deusto, 2024), decía literalmente: "Defiendo la recuperación de la mili; una mili diferente de la de mi época, de unos meses y que evidentemente sea paritaria". Con lo de 'paritaria' supongo que se refiere a que no discrimine a las mujeres, es decir, que sea obligatoria para los varones, como lo era antaño, y para las féminas. Ahí tenemos a la princesa dando ejemplo y formándose militarmente en ardor guerrero para ser la futura jefa del Estado.
 
    Habría que especificar también que, como contempla la constitución española, se reconozca el derecho a la objeción de conciencia, y por lo tanto aquellos españoles que se declaren objetores no podrán ser obligados a empuñar las armas, aunque podrán desempeñar un servicio social alternativo que sirva también para recoser nuestra deshilachada identidad, por seguir con la metáfora del sastre.
 
 
    El líder sindicalista que ya ha pasado a la historia porque ya es histórico pone como ejemplo de país europeo y moderno donde los haya que ha recuperado el servicio a las armas a Suecia, que siempre nos ha dejado con la boca abierta a los españolitos por los ojos azules y blondos cabellos de los suecos y las suecas, que cuando venían a España a veranear en los años oprobiosos de la dictadura no dudaban en exhibir sus carnes al sol y sus osados biquinis.
 
    El sindicalista ugetero se ha mostrado partidario de recuperar -no sé si dijo exactamente 'restaurar'- dicho servicio, aunque ha reconocido que “los primeros que están en contra son los militares profesionales, porque quieren dirigir el gasto hacia la inversión tecnológica”.
 
    Detengámonos un poco en la metáfora que ha empleado el líder sindicalista: La identidad española debe ser algo muy frágil, ya que ha perdido las hilachas que se desprenden del tejido que hemos de suponer raído por el uso. La identidad nacional se nos rompió como el amor de tanto usarlo, que decía la canción, lo que pone de relieve que no era muy consistente su tejido. La identidad nacional viene a ser en la imaginería de la metáfora así algo como un trozo de tela, una prenda con la que recubrimos la desnudez de nuestros propios cueros. Imaginemos que se trata, por ejemplo, de una bandera, que según él "en España, a diferencia de Estados Unidos, no nos emociona", bandera que no deja de ser un trozo de tela que se emplea como enseña de una nación. Y a ese pendón, que representa nuestra identidad, se le jura fidelidad, en el acto solemne de la jura de fidelidad a la bandera. Con la bandera se ha recubierto muchas veces el ataúd de los que han caído en defensa de la tierra de su padre, la madre patria.
 
 
    La defensa de la identidad nacional me recuerda un poco a la defensa de esa otra identidad, que es la personal, que hace por ejemplo que una fundación privada que lleva el nombre de un político catalán dedique sus fondos económicos a investigar que la enfermedad que diagnosticó el doctor Alzheimer deje de arrebatarnos la identidad a las personas, olvidando que esa pérdida no deja de ser una ganancia, ya que como escribió el sabio Aristóteles los viejos “viven más del recuerdo que de la esperanza, porque de la vida lo que les queda es poco y lo pasado mucho, y la esperanza es del futuro, mas la memoria del pasado. Lo cual es causa de su locuacidad, pues pasan su tiempo hablando del pasado, porque con los recuerdos se complacen”.
 
    No hay nada de malo en que se deshilache la máscara de nuestra identidad personal o nacional. No hace falta que venga ningún alfayate a remendar nuestra identidad haciéndonos empuñar el chopo. No hace falta que vuelva la puta mili, porque el servicio militar obligatorio no se ha ido nunca, ya está implantado y es paritario desde hace tiempo en las Españas con una duración de diez años, desde los 6 hasta los dieciséis,   bajo los nombres de EP, Educación Primaria, y ESO, Educación Secundaria Obligatoria.

sábado, 21 de septiembre de 2024

Micrópolix

    Hay un parque temático en San Sebastián de los Reyes, en los Madriles, donde las tiernas criaturas de cuatro a catorce años pueden divertirse jugando al no poco aburrido juego de ser mayores antes de tiempo y adultos responsables. 

    Este centro de ocios y negocios infantiles, llamado Micrópolix -al parecer es palabro esdrújulo por lo que se oye en el vídeo promocional, aunque han olvidado la obligatoria tilde diacrítica-, es el sitio ideal para educar al niño, es decir para que deje de ser un infante y para que, muerto y enterrado lo vivo que haya en él, se convierta antes de tiempo en un adulto hecho y derecho: en un(a) self-made-(wo)man.

    Aquí pueden ser lo que vayan a ser cuando sean mayores anticipándose al porvenir que nunca llega, como dice la copla: aprenden a trabajar consagrándose a actividades laborales de su elección y a ganar y manejar dinero, adquiriendo cultura financiera, económica, que es lo mismo que decir política, y emprendedora, así como hipotecando el momento presente en las aras ensangrentadas del futuro, con la esperanza de venideras metas y tierras de promisión inexistentes. Ahí es nada.
 
    
 Micrópolix es una ciudad (πόλις, polis, ciudad en griego) en miniatura (μικρός, micrós, pequeño en la misma lengua) con la originalidad de la equis final, cuyo sentido se me escapa, que acuña su propia moneda, que se llama eurix. ¿Por qué será? Aquí las tiernas criaturas juegan a ser los adultos que van a ser cuando sean mayores: trabajan, abren cuentas bancarias como sus mayores... Y sobre todo pueden, acudiendo a la autoescuela y haciendo las correspondientes prácticas de conducción y educación vial, obtener el preciado Permiso para poder conducir autos, como en los coches de choque de las ferias, y circular por el parque temático micropolitano... No podía faltar una Oficina de Empleo para que se vayan acostumbrando a hacer cola los desempleados, donde se apuntan para realizar una veintena de oficios: veterinario, banquero, dependiente, policía... 


    A la par que se preocupan por administrar el dinero que van adquiriendo como mano de obra barata, los niños aprenden a regirse por los horarios y a subordinarse a sus dictados, de modo que si llegan tarde al laburo, por ejemplo, pierden los eurix del jornal. 

    Puede parecer poco ético que todo gire en torno al dinero, y algún pedopsicagogo moderno podría poner el grito en el cielo y venir con la cansina monserga y obsoleta prédica de que los niños también deben aprender a cooperar buscando soluciones solidarias en equipo y aportando cada cual sus talentos a la sociedad de consumo, pero no nos engañemos: el mundo real es poco ético y en él todo gira en torno al vil metal. No seamos hipócritas: Micrópolix prepara estupendamente a los pequeños para enfrentarse a Macrópolix,  que es lo que les espera fuera cuando salgan del ignominioso parque temático de ocios infantiles donde pueden celebrar sus cumpleaños. 

    Efectivamente, las actividades que se realizan en este centro de ocio con miras al negocio -nada de humanidades, que no sirven para nada y eso es lo bueno que tienen- son muy educativas: ayudan a preparar al niño para elegir una (de)formación profesional y solventar los retos que encontrará en la vida adulta, para que sea un emprendedor el lejano e inasequible día de mañana.


viernes, 20 de septiembre de 2024

La didascalia del capitán

    El geógrafo Eliseo Reclus pronunció en 1894, ante la logia masónica “Los Amigos Filántropos” de Bruselas, una conferencia titulada La Anarquía. Después de haber trazado un sucinto cuadro histórico del anarquismo y presentado lo que el autor concebía como la moral libertaria, Eliseo Reclus, al que se le atribuye la definición de la anarquía como la más alta expresión del orden, narra una anécdota sucedida en el curso de una travesía marítima, en la que el capitán del navío demuestra que la autoridad jerárquica de la que goza no tiene ninguna utilidad en el barco, donde lo que resulta más eficiente es la colaboración de todos los que viajan en él. De alguna manera, este capitán estaba rememorando la vieja metáfora de la nave del Estado que aparece en Platón y que compara la sociedad con un barco, y si no viene a desmentir el dicho popular de que "donde hay capitán, no manda marinero", porque jerarquía sí que hay, sí que viene a sugerir que el mando no es necesario para que single el barco en el que todos navegamos. Le cedemos la palabra a don Eliseo Reclus (1830-1905): 
 

     Voy a permitirme aquí contarles a ustedes un recuerdo personal. Navegábamos en uno de esos hermosos buques modernos que cortan las olas soberbiamente con una velocidad de quince a veinte nudos por hora, y que trazaba de continente a continente, a pesar del viento y la marea, una línea recta -una línea que es una pura abstracción del espíritu, otra quimera como el punto matemático, que no existe más que para los geómetras como, a su modo lo es sin serlo de oficio, el piloto que lleva el gobernalle, que es el otro nombre del timón
 
    El aire estaba sosegado, la noche era templada y las estrellas se encendían una tras otra en la oscuridad del cielo. Charlábamos en la toldilla -que es la cubierta parcial que tienen algunos navíos a la altura de la borda, desde el palo de mesana al coronamiento de popa, por si ustedes no lo sabían, y que recibe otros nombres como chupeta o sobrecámara y castillo o tabladillo de popa-,  ¿y de qué podíamos charlar sino de esa eterna cuestión que es el problema social que nos atenaza, que nos agarra por el pescuezo como la esfinge de Edipo? 
 
    El reaccionario del grupo estaba siendo vivamente vapuleado por sus interlocutores, todos más o menos socialistas. De repente se volvió hacia el capitán, el jefe, el patrón, esperando hallar en él un defensor nato de los buenos principios: "Usted manda aquí; díganos, su poder, ¿no es sagrado? ¿Qué sería del barco si no estuviese dirigido por la constancia de su voluntad?". 
 
  The missionary boat, Henry Scott Tuke (1894)
 
    "¡Qué ingenuo es usted! -respondió el capitán-; Entre nosotros, puedo decirle que de ordinario yo no sirvo absolutamente para nada. El timonel mantiene el buque en su recta trayectoria; en algunos minutos otro piloto le relevará, luego otros más, y seguiremos regularmente sin intervención mía el rumbo acostumbrado. Abajo los fogoneros y maquinistas trabajan sin mi ayuda, sin mi opinión, y mejor que si yo me metiese a darles mi consejo. Y todos los gavieros -que son los grumetes al cuidado de la gavia o vela colocada en el mastelero mayor de la nave, encargados de registrar lo que desde allí puede alcanzarse con la vista-, todos los marineros saben también qué tarea tienen que hacer, y llegado el caso, yo no tengo más que conciliar mi pequeña porción de trabajo con la suya, más ardua aunque menos retribuida que la mía. Sin duda, se considera que yo gobierno el buque. ¿Pero no ve usted que eso no es más que una mera ficción? 
 
    Aquí están los mapas, y yo no los he cartografiado. La brújula nos guía, y yo no la inventé. Han dragado el canal del puerto del que procedemos, y el del puerto al que arribaremos. Y yo no he construido este soberbio trasatlántico que lentamente se inclina sobre sus cuadernas -que son las costillas del casco, encajadas en la quilla del buque desde donde arrancan a derecha e izquierda, en dos ramas simétricas-. bajo la presión de las ondas, balanceándose con majestad en el oleaje, impulsado poderosamente por el vapor. ¿Qué soy yo aquí, entre los grandes muertos, los descubridores y los sabios, nuestros precursores, que nos enseñaron a atravesar los mares? Somos todos sus socios, nosotros, mis camaradas, los marineros, y ustedes también, los pasajeros, porque por ustedes surcamos las olas, y en caso de peligro contamos con ustedes para ayudarnos fraternalmente. Nuestra obra es común, y somos solidarios los unos de los otros." 
 
    Todos callaron y yo guardé cuidadosamente en el tesoro de mi memoria las palabras de ese capitán como no se ve ningún otro. De este modo este buque, este mundo flotante donde, por lo demás, se desconocen los castigos, lleva una república modelo a través del océano, a pesar de los jerárquicos engorros.
 
(Extracto de la conferencia de Eliseo Reclus, pronunciada en Bruselas en 1894).

jueves, 19 de septiembre de 2024

Educación en valores y competencias

    Las competencias, en la jerga pedodemagógica vigente, son las supuestas demandas que “la vida moderna” o “la sociedad” en general hacen a los futuros ciudadanos. Han sido elaboradas por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), organismo que agrupa a los 30 estados más poderosos del universo mundo, dentro del marco del proyecto DeSeCo (Definición y Selección de Competencias), elaborado a partir de 1997.

    Allí se define el término competencia como sigue: Capacidad de responder a demandas complejas y llevar a cabo tareas diversas de forma adecuada. Supone una combinación de habilidades prácticas, conocimientos, motivación, valores éticos, actitudes, emociones y otros componentes sociales y de comportamiento que se movilizan conjuntamente para lograr una acción eficaz


    No hace falta decir que los parámetros bajo los que se insertan las competencias son funcionales y están subordinados a la dominación política del Estado y económica del Capital, y a la inserción de los niños y adolescentes en la sociedad y edad adultas, es decir, en lo que suele denominarse con un eufemismo sangrante "el mundo laboral".
 
 

    Estas propuestas están guiadas por un enfoque economicista de la educación, dado que responden únicamente a las demandas del mercado: ¿Qué habilidades, por ejemplo, deben poseer los jóvenes para encontrar y retener un trabajo? ¿Qué cualidades se requieren para estar al día en las nuevas tecnologías? ¿Qué deben tener los ciudadanos para funcionar bien en la sociedad tal y como está establecida? 

    Si los conocimientos son muy complejos, se hacen adaptaciones o ajustes curriculares simplificadores para que los educandos puedan obtener el título que les permita llegar a ser mercaduría laboral. No se persiguen espíritus críticos, sino todo lo contrario: gente sumisa que se amolde a la explotación, a la precariedad, y que no sueñe con transformar la realidad que le ha tocado vivir, sino que se acomode sin rechistar a lo que está mandado.

    A los profesores, que antes han sido alumnos, se les consulta, en el mejor de los casos, para saber su ópinión, una opinión que se les dicta de antemano, pero no se tienes en cuenta sus criterios; acaban imponiéndoseles unos cambios educativos desde las altas esferas pedagógicas de los poderes políticos y económicos, si cabe hacer distingo tan inepto, tendentes a formar ciudadanos empleados, es decir, utilizados, pues no en vano se hacen sinónimos "empleo" y "trabajo",  que participen votando en la feria de la democracia y que contribuyan económicamente al sostenimiento del Estado a través de sus aportaciones directas a la Agencia Tributaria y de los impuestos indirectos.

    Esto y no otra cosa es la moderna educación basada en competencias (ya ni siquiera en valores, on values, como decían antes de convertir los valores morales en bursátiles), que forman parte del currículo oficial y oculto de preparación de la ciudadanía para la vida moderna y que transmite e inculca nuestro sistema educativo  (con los medios audiovisuales e interné a la cabeza), según uno de nuestros más geniales humoristas, el entrañable Quino:
(Medios de transporte. Ya no se hace camino al andar, como cantó el poeta, sino al transportarse uno en cualquier vehículo privado mejor que público, de ahí el auge del automóvil rodado, que ahora se prefiere eléctrico como lo fue en sus orígenes, y entre los más jóvenes el patinete igualmente eléctrico).
  (El desarrollo del cerebro humano y la actividad de pensar se sustituyen por la Inteligencia Artificial que nos ofrecen las modernas TIC Tecnologías de la Información y la Comunicación para el fomento de nuestra competencia digital).
(El teléfono inteligente, móvil o esmarfon, que nos aleja de los que tenemos cerca y nos acerca a los que están lejos manteniendo con ellos un contacto sin tacto, aséptico y frío, que se impuso durante la pandemia por la orden del distanciamiento social, pero cuyo uso venía ya apuntando maneras de antes, sustituye al contacto humano por el virtual on line. Los besos, apretones de manos y los abrazos quedan reducidos off line a palabras y estúpidos pictogramas o emoticones).
  (La cultura se reduce a la basura que nos echan por las pantallas de las redes para pasto de pedantes y entretenimiento de idiotas).
 (El mandamiento cristiano "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" se reduce a "Amarás al único prójimo que tienes, que eres tú mismo". El narcisismo halla así su más cumplida realización en los modernos selfis).
  (Los únicos valores que cuentan son los económicos o bursátiles, que son los que cotizan en bolsa, a lo que se reducen nuestras auténticas acciones).
(Dios es el dinero, su más cumplida y moderna epifanía monoteísta, cuya fe secularizada y laica no tiene ateos).
(Esta es la educación pública, privada y concertada, que favorece por encima de todo la inserción en la sociedad y la (de)formación profesional como preparación para la prostitución laboral).