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viernes, 20 de septiembre de 2024

La didascalia del capitán

    El geógrafo Eliseo Reclus pronunció en 1894, ante la logia masónica “Los Amigos Filántropos” de Bruselas, una conferencia titulada La Anarquía. Después de haber trazado un sucinto cuadro histórico del anarquismo y presentado lo que el autor concebía como la moral libertaria, Eliseo Reclus, al que se le atribuye la definición de la anarquía como la más alta expresión del orden, narra una anécdota sucedida en el curso de una travesía marítima, en la que el capitán del navío demuestra que la autoridad jerárquica de la que goza no tiene ninguna utilidad en el barco, donde lo que resulta más eficiente es la colaboración de todos los que viajan en él. De alguna manera, este capitán estaba rememorando la vieja metáfora de la nave del Estado que aparece en Platón y que compara la sociedad con un barco, y si no viene a desmentir el dicho popular de que "donde hay capitán, no manda marinero", porque jerarquía sí que hay, sí que viene a sugerir que el mando no es necesario para que single el barco en el que todos navegamos. Le cedemos la palabra a don Eliseo Reclus (1830-1905): 
 

     Voy a permitirme aquí contarles a ustedes un recuerdo personal. Navegábamos en uno de esos hermosos buques modernos que cortan las olas soberbiamente con una velocidad de quince a veinte nudos por hora, y que trazaba de continente a continente, a pesar del viento y la marea, una línea recta -una línea que es una pura abstracción del espíritu, otra quimera como el punto matemático, que no existe más que para los geómetras como, a su modo lo es sin serlo de oficio, el piloto que lleva el gobernalle, que es el otro nombre del timón
 
    El aire estaba sosegado, la noche era templada y las estrellas se encendían una tras otra en la oscuridad del cielo. Charlábamos en la toldilla -que es la cubierta parcial que tienen algunos navíos a la altura de la borda, desde el palo de mesana al coronamiento de popa, por si ustedes no lo sabían, y que recibe otros nombres como chupeta o sobrecámara y castillo o tabladillo de popa-,  ¿y de qué podíamos charlar sino de esa eterna cuestión que es el problema social que nos atenaza, que nos agarra por el pescuezo como la esfinge de Edipo? 
 
    El reaccionario del grupo estaba siendo vivamente vapuleado por sus interlocutores, todos más o menos socialistas. De repente se volvió hacia el capitán, el jefe, el patrón, esperando hallar en él un defensor nato de los buenos principios: "Usted manda aquí; díganos, su poder, ¿no es sagrado? ¿Qué sería del barco si no estuviese dirigido por la constancia de su voluntad?". 
 
  The missionary boat, Henry Scott Tuke (1894)
 
    "¡Qué ingenuo es usted! -respondió el capitán-; Entre nosotros, puedo decirle que de ordinario yo no sirvo absolutamente para nada. El timonel mantiene el buque en su recta trayectoria; en algunos minutos otro piloto le relevará, luego otros más, y seguiremos regularmente sin intervención mía el rumbo acostumbrado. Abajo los fogoneros y maquinistas trabajan sin mi ayuda, sin mi opinión, y mejor que si yo me metiese a darles mi consejo. Y todos los gavieros -que son los grumetes al cuidado de la gavia o vela colocada en el mastelero mayor de la nave, encargados de registrar lo que desde allí puede alcanzarse con la vista-, todos los marineros saben también qué tarea tienen que hacer, y llegado el caso, yo no tengo más que conciliar mi pequeña porción de trabajo con la suya, más ardua aunque menos retribuida que la mía. Sin duda, se considera que yo gobierno el buque. ¿Pero no ve usted que eso no es más que una mera ficción? 
 
    Aquí están los mapas, y yo no los he cartografiado. La brújula nos guía, y yo no la inventé. Han dragado el canal del puerto del que procedemos, y el del puerto al que arribaremos. Y yo no he construido este soberbio trasatlántico que lentamente se inclina sobre sus cuadernas -que son las costillas del casco, encajadas en la quilla del buque desde donde arrancan a derecha e izquierda, en dos ramas simétricas-. bajo la presión de las ondas, balanceándose con majestad en el oleaje, impulsado poderosamente por el vapor. ¿Qué soy yo aquí, entre los grandes muertos, los descubridores y los sabios, nuestros precursores, que nos enseñaron a atravesar los mares? Somos todos sus socios, nosotros, mis camaradas, los marineros, y ustedes también, los pasajeros, porque por ustedes surcamos las olas, y en caso de peligro contamos con ustedes para ayudarnos fraternalmente. Nuestra obra es común, y somos solidarios los unos de los otros." 
 
    Todos callaron y yo guardé cuidadosamente en el tesoro de mi memoria las palabras de ese capitán como no se ve ningún otro. De este modo este buque, este mundo flotante donde, por lo demás, se desconocen los castigos, lleva una república modelo a través del océano, a pesar de los jerárquicos engorros.
 
(Extracto de la conferencia de Eliseo Reclus, pronunciada en Bruselas en 1894).

jueves, 5 de septiembre de 2024

Píldoras contraconceptivas (y II)

Teletrabajo: El hogar ya no es un refugio donde desconectar del trabajo. La maldición de Jehová se ha metido en casa, igual que el frío en invierno y el calor en verano, igual que la televisión, que, cuando yo era pequeño, hablo de hace cincuenta años, sólo se veía en el bar del barrio. El electrodoméstico por aquellos años sólo había entrado en los hogares de las familias más acomodadas, y no se había insinuado todavía en la vida privada del núcleo familiar, que era la salita o modesto cuarto de estar de todos los hogares, igual que hoy la Red Informática Universal y sus pantallas de teléfonos supuestamente inteligentes, ordenadores y tabletas. Al trabajo, que se ha vuelto como la televisión casero, se le llama, así pues, teletrabajo. Algunos están contentos teletrabajando porque administran sus propios horarios. No saben lo que hacen: han metido la bicha en casa. Una vez más, el mundo cambia no para seguir exactamente igual, sino un poco peor.

 

La nave del Estado: Frente a la vieja metáfora de la nave del Estado, que hunde sus raíces en la literatura y la filosofía clásica griegas (Platón habla de ella en La República, y nos remonta en la lírica a Alceo de Mitilene, y entre los romanos a Horacio), se halla la metáfora contrapuesta de la stultifera nauis o nave de los locos, idiotas o necios, das Narrenschiff en alemán, título de la obra escrita por Sebastian Brant en 1494. Un grupo de descerebrados se embarca en una nave hacia Narragonia,  la tierra prometida de los locos, y acabará naufragando con todos sus integrantes. El Bosco se inspiró en esta obra literaria para uno de sus lienzos.  Resuena el eco de san Jerónimo, autor de la sentencia  stultorum infinitus est numerus, esto es: infinito es el número de los necios». Pero Narragonia, el país de los tontos, no es otra cosa que el mundo actual y es el destino de la nave del Estado que va a la deriva por el proceloso océano, donde reina la idiocracia o memocracia, la generalizada estupidez que gobierna a la sociedad.


Nueva Ley Sálica: En aras de la igualdad sexual, soy partidario de que se promulgue una nueva Ley Sálica no sexista, es decir, que no contemple discriminación sexual, claro. Sí. Ya sabemos que la Ley de los  salios era por definición sexista, y prohibía que una mujer heredara el trono de Francia pero por eso hacemos una proposición de una nueva reglamentación en sentido contrario: más moderna y puesta al día que, acorde con estos nuevos tiempos que corren, como diría algún político, no sólo impida reinar a las mujeres, sino que impida, aplicando el mismo rasero igualitario, reinar también a los varones, para que no se sientan ellos discriminados en la exclusión monárquica, generalizándose la negación del trono a las posaderas de ambos sexos, no pudiendo exhibir ni unos ni otras en las ocasiones más solemnes su testa coronada, por lo que el trono de las Españas y, ya que estamos, el de las Inglaterras  y demás monarquías del universo mundo, quedarían perpetua- y constitucionalmente vacantes. Hacemos esta propuesta -¿imposible?-, conscientes de que así y solo así desaparecerá verdaderamente la discriminación sexual constitucional, la heráldica que nos excluye a nosotros, por ejemplo del trono, y la de la primogenitura, que reserva la corona al primero que haya nacido dentro de la regia dinastía independientemente de su sexo. Así y sólo así nadie será más que nadie. Nadie, ni Isabel ni Fernando, podrá montar más que nadie, porque nadie importará más que nadie por encima del pueblo realmente soberano.