martes, 10 de agosto de 2021
Una oreja caliente y colorada en el hombro
lunes, 9 de agosto de 2021
Tiempo contra amor, amor contra tiempo
Unos años antes que Mignard, el pintor flamenco Antoon Van Dyck había tratado el tema en su Saturno cortando las alas al amor (hacia 1630). El Tiempo es también aquí un anciano un tanto desaliñado y medio calvo que corta, despiadado, las alas a Cupido, cuyo cuerpo blanco y tierno se retuerce y revuelve inútilmente contra ese atropello. La alegoría es evidente. Pero el tiempo aquí ya es Saturno, es decir, el Padre, pues se ha consumado la identificación de χρόνος (chrónos) y Κρόνος (Kronos) devorando a uno de sus hijos, reduciendo a tiempo cronometrado la vida del hombre y sus amores. Es mucho más que lo que aparenta: la alegoría va más allá de representar lo efímero del amor, que sería una mera ilusión que se desvanece con el trascurso del tiempo y que, por lo tanto, no dura más que unos pocos años en el mejor de los casos, como en aquellos versos de Jean-Pierre Claris de Florian, que decían en la lengua de Molière "Plaisir d´amour ne dure qu´un moment / Chagrin d´amour dure toute la vie", que musicó Berlioz para orquesta y que han cantado gentes muy diversas, y que en nuestra lengua podrían sonar rítmicamente y cantarse así, traduciendo el "moment" por un "suspiro": No dura más que un suspiro el amor, / y el desamor dura toda la vida.
domingo, 8 de agosto de 2021
Carrera con salida... a la pista de baile
Un ex ministro español de Educación cuyo nombre propio no merece la pena
recordar -¡así se pudra en la fosa común del anonimato del olvido!- animaba no hace
mucho tiempo a los estudiantes a estudiar carreras universitarias con
"salidas". Salidas ¿a dónde? Obviamente, se refería al mercado o mundo, como se dice a veces, laboral, como si hubiera otro mundo que no fuera ese.
sábado, 7 de agosto de 2021
"¡Inventan enfermedades!"
Dentro de la tradición literaria teatral francesa de sátira de la profesión médica que arranca sobre todo de las comedias de Molière El médico a su pesar (1666) y El enfermo imaginario (1673), donde lo que se critica principalmente es el uso de una jerga grecolatina y pedante incomprensible para el común de los mortales, destacan en el siglo XX Knock o El triunfo de la medicina (1923) de Jules Romains, con su definición de la gente sana como enfermos que se ignoran, y de la salud como enfermedad, y Rinoceronte (1959) de Eugène Ionesco, considerada la obra cumbre del teatro del absurdo.
La acción de Rinoceronte transcurre en una pequeña ciudad cualquiera francesa donde un día aparece un rinoceronte perturbador que crea un efecto de contagio que hace que las personas sufran una metamorfosis y se conviertan poco a poco en monstruosos rinocerontes, todos excepto Bérenger, el protagonista.
El humor de Rinoceronte, considerado la cumbre del absurdo, no está muy lejos del de Knock, pero no es un humor absurdo y sin sentido, sino bastante lúcido la mayoría de las veces como puede comprobarse en este diálogo extraído de allí (acto segundo, segundo cuadro), en el que Bérenger visita a su amigo Jean, que está enfermo en la cama y hablan de la fe en la medicina:
Bérenger.- Usted no tiene nada grave, porque tiene hambre. Sin embargo, debería no obstante guardar reposo unos días. Será lo más prudente. ¿Ha llamado al médico?
Jean- No tengo necesidad de médico.
Bérenger.- Sí, hay que llamar al médico.
Jean.- Usted no va a llamar al médico, porque yo no quiero que venga el médico. Yo me curo solo.
Bérenger. -Hace usted mal no creyendo en la medicina.
Jean.- Los médicos inventan enfermedades que no existen.
Bérenger.- Eso surge de un buen sentimiento. Es por el placer de curar a la gente.
Jean.- ¡Inventan enfermedades! ¡Inventan enfermedades!
Bérenger.- Puede que las inventen. Pero curan las enfermedades que inventan.
oOo
Hay dos conceptos modernos que son el sobrediagnóstico y el sobretratamiento que vienen a darle la razón a su modo a lo que dice Jean de que los médicos inventan las enfermedades. El sobrediagnóstico, según la inevitable güiquipedia, consiste en diagnosticar una "enfermedad" que nunca causará síntomas ni la muerte del paciente, y que convierte, por lo tanto, a las personas en enfermos asintomáticos sin necesidad, y conduce al sobretratamiento, que es una medicación innecesaria que no aporta ningún beneficio a la salud y puede ocasionar sin embargo daños numerosos. Estas aberraciones médicas no tienen ninguna justificación sanitaria y vienen impuestas las más de las veces por la industria farmacológica.
¿No podría suceder que la continua y paulatina reducción
de los umbrales diagnósticos a la que asistimos día a día ocasione que personas sanas y
asintomáticas sean clasificadas como enfermas, y en consecuencia reciban
un tratamiento que, además de innecesario, les pueda ocasionar más
riesgos que beneficios? ¿No está ya acaso sucediendo? Ahí queda la pregunta.
viernes, 6 de agosto de 2021
Universo orgüeliano
La tríada del universo orgüeliano de la novela distópica 1984 -war is peace, freedom is slavery, ignorance is strength- presenta en sus dos primeras formulaciones la coincidencia de dos contrarios: guerra es paz, libertad es esclavitud; en la tercera, equipara la ignorancia con la fuerza, que no es su contrario, ya que la antítesis de la ignorancia sería, más bien, la sabiduría o la ciencia o, simplemente, el conocimiento. Cabría esperar, siguiendo con la coincidentia oppositorum al modo heraclitano ignorance is knowledge, o ignorance is science por ejemplo. Pero si Orgüel ha optado por asociar el poder, la fuerza, a la ignorancia es quizá para explicar cómo se ha podido someter a la humanidad, a través de la ignorancia, a través de la mentira, a través del engaño, sobre el que se basa el poder.
Pero hay una cuarta contradicción que hemos aprendido a lo largo de este año y medio desde que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia universal: health is disease, la salud de la que disfrutábamos es una enfermedad. Comenzó imponiéndose la fórmula profiláctica: la salud es la prevención de la enfermedad, para acabar equiparándose, simplemente, la salud y la enfermedad, porque la preocupación por prevenir la enfermedad lo que hace es atraerla como un imán, crearla, enfermarnos sometiéndonos a todo tipo de chequeos y controles, y olvidando que la salud era el olvido, no el cuidarse de uno mismo, sino el ir viviendo descuidadamente.
Cualquier día de estos, la OMS califica la vejez de enfermedad, si no lo ha hecho ya a estas alturas cuando alguien lea esto, incluyendo el envejecimiento en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE, ó ICD en la lengua del Imperio), lo que le permitirá a la iatrocracia o clase médica y sanitaria patologizar más la vida humana, considerándola como causa de mortalidad, discriminando a los viejos más de lo que ya están en la sociedad y dando lugar a tratamientos terapéuticos antienvejecimiento sin ningún fundamento científico, dado que la vejez es un proceso natural de la vida humana.
Podríamos añadir una quinta contradicción a las cuatro anteriores, o más bien abriríamos un apartado en la cuarta, para incluir la distancia física que nos han impuesto las autoridades sanitarias para evitar el presunto virus -esos seis pies o metro y medio como mínimo- que nos la presentan como cercanía: distancia es proximidad. Se cuidan mucho de llamarla “distancia social” por dos razones: porque la distancia social aludiría a la diferencia entre clases sociales, entre el marginado y el ejecutivo capitalista, por ejemplo, que es una distancia económica insalvable, y porque también, matizan, uno puede estar alejado físicamente de los demás pero en contacto telemático o virtual, a lo que por otra parte alientan para combatir el sentimiento de soledad que nos embarga en el confinamiento y la prohibición del trato con las personas, excepto si son virtuales, y para lo que nos ofrecen ordenadores y teléfonos inteligentes y redes sin cables y toda la parafernalia tecnológica que sirve para acercarnos virtualmente a los que están lejos, y para alejarnos realmente de los que están más cerca. Uno, a través de sus redes sociales, puede tener múltiples “contactos” sin ningún contagio que reconforte su soledad, tristes sucedáneos del calor humano de nuestros prójimos, allegados y conocidos.
De todas formas salud quizá sea una palabra que pueda salvarse un poco todavía y no dejársela al enemigo, y en ese caso diríamos, en vez de salud, sanidad: la sanidad, es decir la obsesión por la salud, es la verdadera enfermedad. Lo que nos lleva, lógicamente, a concluir que el Ministerio de Sanidad es el Ministerio de la Enfermedad.
jueves, 5 de agosto de 2021
La aparente paradoja
Titular de periódico: Con el incremento de inmunizados se producirá la aparente paradoja de que el mayor número de casos se va a dar en la población inoculada.
La Ministra de Sanidad ha declarado con una lógica ilógica aplastante: “Conforme más avancemos la vacunación, será más frecuente que los casos estén vacunados, porque será mucho más frecuente en la población estar inmunizado”. Y se ha quedado tan ancha. Si la gran mayoría de la población está inoculada en las próximas semanas, viene a decirnos, lo esperable es que, obviamente, crezca el número de contagios entre esos “inmunizados”, porque la protección total, es decir, la inmunización total no existe. Yo no lo veo tan obvio, pero a lo mejor es un problema mío de visión, que cada vez necesito gafas bifocales más potentes para enfocar mejor la realidad. Lo esperable sería, digo yo, que al aumentar el número de inmunizados disminuyeran los casos clínicos entre ellos, o sólo se dieran entre los que no lo están. Pero no.
A juzgar por los datos oficiales, puede decirse que el beneficio de las 'vacunas' no se ve por ninguna parte si comparamos los datos de julio del año pasado con los de este año, máxime teniendo en cuenta que España es uno de los países del mundo con mayor número de 'vacunados'. Aquí el número de casos, la incidencia acumulada, el número de hospitalizados y el de fallecidos es muy superior al del año pasado por estas fechas, cuando no se disponía todavía de 'vacunas', que empezaron a suminsitrarse en enero de este año.
La aparente paradoja no tiene nada de paradójico.
miércoles, 4 de agosto de 2021
Cuatro cosas
martes, 3 de agosto de 2021
"Vacúnate, idiota"
La Sexta, que ese es el nombre de la cadena a la que algunos denominan la Secta, en un debate sobre la obligatoriedad de la "vacuna" sacó un letrero gigante que decía: "vacúnate idiota".
Sin duda alguna, un titular agresivo como este capta enseguida la atención del espectador aburrido que hace zapping a ver qué le echan en la caja tonta para distraerle. Un titular como ese retiene, sin duda, a la audiencia que no tiene mejor cosa que hacer que embobarse delante del electrodoméstico. Los índices de audiencia, a fin de cuentas, es lo único que les importa, no la calidad del debate.
No voy a caer yo en la tentación de recomendar a mis escasos lectores que no vean esa cadena en particular, porque lo que les aconsejo encarecidamente es que no vean ninguna cadena del espectro televisual, ni pública ni privada, ya que no hay ninguna diferencia. Todas están del mismo lado. Ya se ve cuál es el código deontológico que tienen los periodistas -vamos a llamarlos así-: ninguno. Simplemente sirven a los intereses del gran capital y la industria farmacéutica, por lo que en lugar de propiciar un debate en condiciones, con calidad científica y contraposición de opiniones, optan por el insulto fácil y la descalificación del adversario.
Ya dijeron algunos cuando salió Victoria Abril despotricando contra la falsa pandemia y las medidas restrictivas adoptadas por la mayoría de los gobiernos: “A ver si va a saber ésa -pronunciado con énfasis despectivo- más que la Ciencia”. Hablan de la Ciencia como si fuese una señora muy sabionda y muy enseñorada, llena de certezas y sin ningún atisbo de dudas.
Al parecer, por lo que me cuentan, durante el debate los contertulios se mostraron contrarios a la obligatoriedad del pinchazo en las Españas pero no porque alguno estuviera en contra del producto, sino porque no había necesidad de hacerlo al no haber prácticamente rechazo en la población: la inmensa mayoría se ha pinchado o piensa hacerlo cuando se lo manden. No es necesario obligar a los pocos recalcitrantes, a los que se tacha, sin más de idiotas negacionistas.
Lo que no habrán explicado en ese programa ni en ningún otro es que eso a lo que llaman “vacunas” no inmuniza, por mucho que repitan cacareando que los “vacunados” están inmunizados, ni tampoco evita los contagios, algo que estamos viendo más cada día que pasa. Sin ir más lejos, las dos únicas muertes de coronavirus que se produjeron en Cantabria el viernes 30 de julio pasado eran dos mujeres que estaban “vacunadas” con la pauta completa de las dos dosis hacía bastante tiempo, por lo que se deduce de su avanzada edad, ya que en enero comenzaron a inyectar a los ancianos. El año pasado, por estas mismas fechas, sin "vacunas" y sin mascarillas, no murió nadie del virus coronado.
¿Por qué los "no-vacunados" son idiotas? No voy a decir que los idiotas son los "vacunados" porque sería caer en su mismo juego y en la provocación de la confrontación, pero sí que han sido engañados si ignoran que pueden contagiarse y pueden contagiar a los demás, como si no estuvieran “vacunados”. ¿Qué diferencia hay entonces? Ninguna. Simplemente que unos han obedecido y otros no. En cualquier caso, todos hemos sido engañados desde hace un año y medio por lo menos.
lunes, 2 de agosto de 2021
El flautilla de Brassens
Ésta es la adaptación que hizo
Agustín García Calvo de la canción de Georges Brassens, “Le petit joueur du flûteau”,
titulada “El rapaz que toca el flautín”, cantada e interpretada a la guitarra por Antonio
Selfa.
Georges Brassens es no sólo un maestro de la canción francesa, sino todo un clásico, al que se ha comparado a menudo con François Villon, y que entre nosotros ha sido imitado sobre todo por el llorado Javier Krahe.
El rapaz que toca el flautín / hizo reverencia y mohín / y sin título y sin blasón / se fue cantando su canción, / se volvió a su pueblo y choza, / sus parientes y su moza. / No dirán en plaza o mesón / “el flautilla ha hecho traición”, / y por suyo el pueblo tendrá / al músico y su sol-fa-la”.
domingo, 1 de agosto de 2021
Leyendo a Lucien Cerise
No estaría nada mal que alguien se animara a traducir al español el libro de Lucien Cerise Gouverner par le chaos. Ingénierie sociale et mondialisation, publicado en París por Max Milo Éditions en 2010. Ha tenido una segunda edición en 2014, con algún añadido. Ofrezco, como primicia y aperitivo, la traducción de unos párrafos del primer capítulo que titula "Ordo ab Chao", orden a partir del caos, en latín. El remarcado en negrita de algunas frases es cosa mía, no del autor, que se esconde tras un pseudónimo para escapar del control del Gran Hermano.
“Podríamos decir que en apariencia no hay nada nuevo bajo el sol. La antropología nos ha enseñado que desde siempre el poder ha tenido que apoyarse en la mentira y en los chivos expiatorios para asentar su influencia. Pero las estrategias mentirosas del viejo orden presentaban a pesar de todo al menos una ventaja, la de ofrecer además a la mayoría dominada un espacio de estabilidad social y psíquica. El caos era el enemigo del orden. En el siglo XX aparecieron nuevas formas de control social que pueden englobarse bajo el concepto de ingeniería social y cuyo objetivo no sólo es desrealizar la esfera pública, como en el pasado, sino también desestructurar intencionadamente el cuerpo social y el psiquismo individual en las clases populares. Hoy el caos es el instrumento del orden.
Este nuevo orden posmoderno, mundializado, globalizado, resulta por consiguiente de una alianza entre la mentira, más que nunca inserta en el corazón del sistema, y de un cierto número de técnicas de deconstrucción programada de los equilibrios socioculturales. El «bombero pirómano» es el nombre de uno de estos métodos de márquetin político que consiste, por ejemplo, en crear antes inseguridad para crear después una «demanda» de seguridad y responder a ella con una «oferta» securitaria.
El antiterrorismo, como forma de gobierno que descansa en la difusión de un miedo que induce a la sumisión en las capas populares, tiene por lo tanto absolutamente necesidad de terroristas, reales o ficticios. Es necesario por lo tanto crearlos, para el sostenimiento de las condiciones sociológicas favorables a su emergencia, o, a falta de ello, de forma totalmente imaginaria. Los verdaderos terroristas, los más peligrosos, son también los que desmpeñan el poder y que, desde hace décadas, trabajan para que nuestros suburbios y barrios difíciles exploten, para de esa suerte mantener bajo presión al pueblo llano y empujarlo «libremente» a los brazos de una respuesta represiva de amplitud totalitaria. (“Gobernar mediante el caos. Ingeniería social y mundialización” Lucien Cerise).