martes, 10 de agosto de 2021

Una oreja caliente y colorada en el hombro

Escribe la galardonada directora de cine Isabel Coixet en XLSemanal que cuando sale el 'tema' en una conversación desconecta rápidamente porque le resulta agotador defender su posición de 'vacunada'. No obstante ahora va ella y saca a relucir el 'tema' nada cinematográfico por cierto en su artículo titulado “Una oreja en el hombro”, donde defiende su condición castigándonos a sus sufridos lectores con la consabida retahíla de la matraca mediática y la monserga a favor del 'tema': que le parece algo cívico, una muestra de respeto hacia los demás, y “probablemente la única manera posible que tenemos, de momento, de detener al bicho” (sic, por lo de bicho). ¿Qué bestia feroz será ese bicho que no se ve por ninguna parte, a no ser que sea la paranoica psicosis colectiva, que la renombrada directora de cine quiere detener al mismo tiempo que da pábulo? 
 
  Isabel Coixet, galardonada recientemente
 
Califica la susodicha, con flagrante anglicismo, de 'antivaxers', ella que se muestra tan 'provaxer', a los que no están de acuerdo con sus tres afirmaciones dogmáticas y ortodoxas: que sea un acto cívico lo que en todo caso tendría que ser un acto médico individual prescrito facultativamente y concerniente a la intimidad del historial clínico de cada quisque que a nadie más incumbe, confundiendo civismo con sumisión a lo que Dios manda o el Gobierno en su defecto en este caso; que sea una muestra de respeto a los demás, cuando no deja de ser una flagrante falta de respeto, como la mascarilla que luce en la foto, símbolo de egoísmo puro y duro disfrazado de altruismo que uno pretenda salvar en primer lugar su vida y de rechazo, indirectamente, la de los demás, ya que piensa que no contagiándose tampoco contagiará;  y, finalmente, que sea una forma de detener a la Mala Bestia que nos han inculcado que todos llevamos dentro en potencia aristotélica. 
 
En un país en que se considera un dogma de fe que “las vacunas salvan vidas”, es decir, evitan muertes, cuando lo que hacen es prevenirlas y conjurarlas, el gobierno no necesita hacer obligatoria la inoculación de sus súbditos, porque estos se prestan voluntariamente al experimento como ratas de laboratorio y como Isabel Coixet, que aun presume de ello por civismo, respeto al prójimo y para acabar con el 'bicho'. 
 En El Corte Inglés
 
Si no fuera este el caso, el gobierno haría obligatoria la inoculación. ¿Por qué? Porque el gobierno tiene que salvar a toda costa las vidas de sus súbditos y contribuyentes, quienes son sus electores y su sustento democrático, como antaño la Iglesia tenía que salvar nuestras almas, otro fetiche como este de nuestras vidas, que justifica la idea de salvación, y todo lo que conlleva consigo: la figura de un redentor que nos salvará la vida. ¿De qué? ¿De la muerte? Pero de eso no nos salva ni Dios. 
 
Insiste impúdicamente en ponerse como ejemplo de civismo y respeto a los demás: “Yo que me he vacunado con la misma actitud con la que pruebo las mezclas culinarias más peregrinas (…), no aparco en las plazas para minusválidos o pago mis impuestos, no sé si es o no justo, pero creo que es lo que hay que hacer”. El razonamiento de esta mujer se reduce al simplismo de no plantearse si es justo o no pero tiene fe en que es lo que se debe hacer. “Ya sé que hay mucha gente que se ha enriquecido con ello, ya lo sé.” A pesar de eso no parece importarle el negocio lucrativo que hay detrás, sufragado con el dinero de las arcas públicas, que se recauda de los que como ella pagamos, qué remedio, el diezmo de nuestros impuestos. “También sé que a lo mejor tenemos que volver a pincharnos”. Sabe muchas cosas, desde luego, inmersa como está en la burbuja mediática de la narrativa oficial. 
 
 
¿Por qué tendremos que volver a pincharnos? ¿No estábamos acaso, Isabel, completamente 'inmunizados' con las dos dosis reglamentarias? ¿Nos estás adoctrinando para que nos vayamos arremangando y preparando el brazo para la tercera y sucesivas dosis venideras? Sabes muchas cosas, desde luego, Isabel, muchas más de las que pareces. ¿Por qué será? Tantas cosas sabes que acabas escribiendo que “igual dentro de tres meses, como consecuencia de la vacuna, me sale una oreja gigante en un hombro”, ridiculizando así los efectos secundarios. Afirmas que si te sale la dichosa oreja gigantesca y a buen seguro sorda en el hombro la lucirás orgullosa, para ver si así consigues convencer a un antivaxer, tú que te has revelado tan provaxer
 
Ay, Isabel. Qué cansino resulta todo esto, tanta necesidad de justificarse una a bombo y platillo. ¡Qué difícil es desconectar a veces, como dices que tú haces cuando sale el 'tema' de marras, cuando nos están machacando a todas las horas del día y de la noche desde todos los medios habidos y por haber, incluida está revista que utilizas tú para sacarlo a relucir! 
 
Quizá no te has percatado, Isabel, de que a cuenta del pinchazo se te acaba de poner ahora mismo de repente una oreja caliente y colorada, no sé si en la cabeza o en el hombro, porque tus lectores se están acordando ahora mismo de ti. Si es la derecha la que se te ha puesto roja es porque, según cuentan, están hablando muy bien de ti y echando flores y parabienes, como cuando te galardonaron, por tu apoyo incondicional a la industria farmacéutica y al gobierno, pero si es la izquierda la que te arde, ay, es porque están echándote ahora mismo una maldición por la medalla que te has autoimpuesto y que luces orgullosa e indecentemente.

lunes, 9 de agosto de 2021

Tiempo contra amor, amor contra tiempo

Traigo aquí para comentario un óleo del pintor francés Pierre Mignard titulado El Tiempo cortando las alas del Amor (1694) porque, como revela su título, es una alegoría de cómo el amor, representado por un niño, es víctima del paso del Tiempo, es decir de su propio futuro, ante el que sucumbe. El amor es el dios Eros o Cupido desarmado, sin su arco y sus poderosas flechas. El Tiempo, que en griego se dice χρόνος (chrónos, raíz que conservamos en no pocos helenismos), dotado de unas enormes y poderosas alas que simbolizan su cronometrado paso se ha identificado con el viejo dios Κρόνος (Crónos, Crono, de la raza de los titanes, perteneciente a la primera generación divina, anterior a los dioses olímpicos, el Saturno de los romanos que devoraba a cada uno de sus hijos varones según le nacían), y le está cortando las alas al Amor con una podadera. Su símbolo es un reloj de arena, y la guadaña cercenadora y mortífera. Crono o Saturno, que en su origen era un dios agricultor, aparece otras veces empuñando una hoz, ya que se relaciona con el cultivo y la poda de la vid, y comparte este atributo con las alegorías posteriores de la muerte. El Tiempo mata al Amor, le corta las alas para que no pueda emprender el vuelo libre como el viento y herir los corazones de los hombres y los dioses. 


 El Tiempo cortando las alas del Amor, Paul Mignard (1694)

El cuadro representa la guerra eterna y a muerte entre el amor y el tiempo. El amor, cuando florece, lucha contra el tiempo haciendo que nos olvidemos de él, y el tiempo a su vez contra el amor. Es una guerra sin cuartel, interminable, que en el cuadro de Mignard se resuelve a favor del primero, que ha doblegado al sentimiento amoroso, al que apresa entre sus piernas y le cercena las alas que le habían nacido a sus espaldas, unas alas que simbolizan el anhelo de vuelo y libertad, algunas de cuyas plumas yacen ya por el suelo... Cortarle las alas a alguien, desplumarlo como se hace con algunos pájaros para que no vuelen, es privarlo de libertad, impedir su vuelo.

El pintor ha imaginado al Padre del Tiempo musculoso, con barba y cabellos canosos, con la guadaña de la muerte que cercena la vida y el reloj de arena, a más de unas poderosas alas oscuras. El carcaj cargado de flechas de Cupido/Eros, que yace por el suelo, simboliza la derrota del amor. Los deseos que encarnan esas flechas se han extinguido, privados de alas como el dios.

La representación del tiempo, cuya imagen se confunde con la del ángel de la muerte, recuerda a algunas alegorías del invierno como un anciano inexorable, y contrasta con la representación del amor, un niño ligado a los placeres fugaces de la vida, impotente frente a su propio futuro, condenando como está no tanto a envejecer como a entrar en la sociedad adulta. 

 Saturno cortando las alas al amor, Antoon Van Dyck (1630)

Unos años antes que Mignard,  el pintor flamenco Antoon Van Dyck había tratado el tema en su Saturno cortando las alas al amor (hacia 1630). El Tiempo es también aquí un anciano un tanto desaliñado y medio calvo que corta, despiadado, las alas a Cupido, cuyo cuerpo blanco y tierno se retuerce y revuelve inútilmente contra ese atropello. La alegoría es evidente. Pero el tiempo aquí ya es Saturno, es decir, el Padre, pues se ha consumado la identificación de χρόνος (chrónos) y Κρόνος (Kronos) devorando a uno de sus hijos, reduciendo a tiempo cronometrado la vida del hombre y sus amores. Es mucho más que lo que aparenta: la alegoría va más allá de representar lo efímero del amor, que sería una mera ilusión que se desvanece con el trascurso del tiempo y que, por lo tanto, no dura más que unos pocos años en el mejor de los casos, como en aquellos versos de Jean-Pierre Claris de Florian, que decían en la lengua de Molière "Plaisir d´amour ne dure qu´un moment / Chagrin d´amour dure toute la vie", que musicó Berlioz para orquesta y que han cantado gentes muy diversas, y que en nuestra lengua podrían sonar rítmicamente y cantarse así, traduciendo el "moment" por un "suspiro": No dura más que un suspiro el amor, / y el desamor dura toda la vida.


 Saturno cortando las alas de Cupido, Ivan Akimov (1802)

El pintor ruso Ivan Akimov retoma también, por su parte, este tema en su Saturno cortando las alas de Cupido (1802), donde el viejo dios, que recuerda vagamente por su musculatura y sus largas barbas al Moisés de Miguel Ángel, utiliza la propia guadaña, que es el símbolo de la muerte, y no ya una inocente podadera como en Van Dick y Mignard, para cortarle las alas al niño dios, a su hijo, que, por su parte, ha dejado caer, como en los tratamientos anteriores, sus armas: su arco y sus flechas. Se identifican así el futuro y la muerte definitivamente, al compartir ambos el atributo de la guadaña que en un caso corta las alas y en el otro la vida.



Una imagen más moderna, cuya autoría desconozco, tomada de la Red, representa esta misma escena, pero aquí son los padres, la madre y en concreto el padre la encarnación de Saturno o el Tiempo de los relojes, es decir el Futuro,  los adultos que cortan las alas al niño, su hijo, con unas enormes tijeras, como, sin duda alguna, les hicieron sus padres a ellos cuando eran pequeños, por lo que ahora repiten, convertidos ellos en padres y acomodados en la edad adulta y sociedad establecida, el bárbaro ritual.

domingo, 8 de agosto de 2021

Carrera con salida... a la pista de baile


     Un ex ministro español de Educación cuyo nombre propio  no merece la pena recordar -¡así se pudra en la fosa común del anonimato del olvido!- animaba no hace mucho tiempo a los estudiantes a estudiar carreras universitarias con "salidas". Salidas ¿a dónde? Obviamente, se refería al mercado o mundo, como se dice a veces, laboral, como si hubiera otro mundo que no fuera ese.

    En este vídeo que os propongo, titulado "¿Bailamos?",  una niña, a la que le gusta bailar, desmonta poco a poco los argumentos que le plantea su padre, los mismos que el susodicho ministro y que van cayendo por su propio peso, con unas cómicas risas en off como las de las comedias americanas televisivas que subrayan su ridícula falta de consistencia. 
 
    Viene a decirnos esta encantadora criatura que lo que ella quiere hacer ahora con su vida, con esta vida, que es la única que tiene, es bailar, bailar sin preocuparse por el futuro, que no existe.  La niña, lo tiene muy claro: no quiere ser bailarina ni necesita ir a una escuela de baile, porque ya es bailarina, le gusta bailar, quiere bailar aquí y ahora sin esperar el porvenir del día de mañana que nunca llega. 
 

 
    Cada vez son más los padres y orientadores "educativos" y profesores en general que, como el nefasto ministro,  animan a sus hijos y alumnos a que estudien asignaturas útiles -¿para qué? me pregunto yo-, rimbombantes ciclos formativos, bachilleratos de ciencias y no de letras, que no sirven para nada y "cierran puertas" al mundo del trabajo del que hablábamos antes, y les aconsejan que busquen salidas al mercado laboral. 
 
    Hay que derribar ese mito, para que caiga víctima de la ley de la gravedad por su propio peso. Por mi parte, como esta niña y como el padre, desengañado al final del corto,  animo desde aquí a todo lo contrario. Si decidimos estudiar algo, ¡que sea por gusto, y no por las salidas laborales a esa moderna esclavitud que es el trabajo asalariado! Estudiemos por interés, pero no por el económico, sino por las propias gracias, por el placer de hacerlo y por amor de verdad: gratis et amore.
 
 

 
    Lo que es bueno para el mercado laboral porque tiene salidas -un módulo de prostitución profesional asistida en inglés y con nuevas tecnologías incorporadas, si lo hubiera, por ejemplo, u otro de mercenariado militar con máster en misiones humanitarias internacionales de "paz" podrían tener éxito comercial, salida al mundo laboral-, eso no es bueno para la vida; el baile, sin embargo, nos da alas, nos revive, hace que nos sintamos vivos. 
 
    Como dijo Emma Goldman (1869-1940), la anarquista lituana de origen judío conocida por sus escritos y sus manifiestos libertarios y feministas,  pionera en la lucha por la emancipación del hombre y de la mujer: "Si no puedo bailar en ella (la revolución), no es mi revolución". 


sábado, 7 de agosto de 2021

"¡Inventan enfermedades!"

    Dentro de la tradición literaria teatral francesa de sátira de la profesión médica que arranca sobre todo de las comedias de Molière El médico a su pesar (1666) y El enfermo imaginario (1673), donde lo que se critica principalmente es el uso de una jerga grecolatina y pedante incomprensible para el común de los mortales, destacan en el siglo XX Knock o El triunfo de la medicina (1923) de Jules Romains, con su definición de la gente sana como enfermos que se ignoran, y de la salud como enfermedad, y Rinoceronte (1959) de Eugène Ionesco, considerada la obra cumbre del teatro del absurdo. 

    La acción de Rinoceronte transcurre en una pequeña ciudad cualquiera francesa donde un día aparece un rinoceronte perturbador que crea un efecto de contagio que hace que las personas sufran una metamorfosis y se conviertan poco a poco en monstruosos rinocerontes, todos excepto Bérenger, el protagonista. 

    El humor de Rinoceronte, considerado la cumbre del absurdo, no está muy lejos del de Knock, pero no es un humor absurdo y sin sentido, sino bastante lúcido la mayoría de las veces como puede comprobarse en este diálogo extraído de allí (acto segundo, segundo cuadro), en el que Bérenger visita a su amigo Jean, que está enfermo en la cama y hablan de la fe en la medicina: 

 

Bérenger.- Usted no tiene nada grave, porque tiene hambre. Sin embargo, debería no obstante guardar reposo unos días. Será lo más prudente. ¿Ha llamado al médico?

Jean- No tengo necesidad de médico.

Bérenger.- Sí, hay que llamar al médico.

Jean.- Usted no va a llamar al médico, porque yo no quiero que venga el médico. Yo me curo solo.

Bérenger. -Hace usted mal no creyendo en la medicina.

Jean.- Los médicos inventan enfermedades que no existen.

Bérenger.- Eso surge de un buen sentimiento. Es por el placer de curar a la gente.

Jean.- ¡Inventan enfermedades! ¡Inventan enfermedades!

Bérenger.- Puede que las inventen. Pero curan las enfermedades que inventan.

oOo

Hay dos conceptos modernos que son el sobrediagnóstico y el sobretratamiento que vienen a darle la razón a su modo a lo que dice Jean de que los médicos inventan las enfermedades. El sobrediagnóstico, según la inevitable güiquipedia, consiste en diagnosticar una "enfermedad" que nunca causará síntomas ni la muerte del paciente, y que convierte, por lo tanto, a las personas en enfermos asintomáticos sin necesidad, y conduce al sobretratamiento, que es una medicación innecesaria que no aporta ningún beneficio a la salud y puede ocasionar sin embargo daños numerosos. ​Estas aberraciones médicas no tienen ninguna justificación sanitaria y vienen impuestas las más de las veces por la industria farmacológica.

¿No podría suceder que la continua y paulatina reducción de los umbrales diagnósticos a la que asistimos día a día ocasione que personas sanas y asintomáticas sean clasificadas como enfermas, y en consecuencia reciban un tratamiento que, además de innecesario, les pueda ocasionar más riesgos que beneficios? ¿No está ya acaso sucediendo? Ahí queda la pregunta.

viernes, 6 de agosto de 2021

Universo orgüeliano

    La tríada del universo orgüeliano de la novela distópica 1984 -war is peace, freedom is slavery, ignorance is strength- presenta en sus dos primeras formulaciones la coincidencia de dos contrarios: guerra es paz, libertad es esclavitud; en la tercera, equipara la ignorancia con la fuerza, que no es su contrario, ya que la antítesis de la ignorancia sería, más bien, la sabiduría o la ciencia o, simplemente, el conocimiento. Cabría esperar, siguiendo con la coincidentia oppositorum al modo heraclitano ignorance is knowledge, o ignorance is science por ejemplo. Pero si Orgüel ha optado por asociar el poder, la fuerza, a la ignorancia es quizá para explicar cómo se ha podido someter a la humanidad, a través de la ignorancia, a través de la mentira, a través del engaño, sobre el que se basa el poder. 


     Sabemos que si una cosa es igual a otra, se puede decir también al contrario, que la otra es igual a la primera. Nosotros en 2021, podemos reformular esa tríada orgüeliana del siguiente modo: peace is war -la paz de la que disfrutamos es, en verdad, una guerra; a la inversa de Orgüel, el término positivo, antes que el negativo-, freedom is slavery -la libertad que nos brinda el sistema se reduce a unas libertades formales que nos hacen esclavos, por ejemplo la libertad de elección entre opciones preestablecidas, y en todo caso se trata de una libertad condicional y vigilada-, knowledge is ignorance -el conocimiento que creemos tener, nuestras certezas y saberes, nuestras ideas es en realidad nuestra ignorancia.

    Pero hay una cuarta contradicción que hemos aprendido a lo largo de este año y medio desde que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia universal: health is disease, la salud de la que disfrutábamos es una enfermedad. Comenzó imponiéndose la fórmula profiláctica: la salud es la prevención de la enfermedad, para acabar equiparándose, simplemente, la salud y la enfermedad, porque la preocupación por prevenir la enfermedad lo que hace es atraerla como un imán, crearla, enfermarnos sometiéndonos a todo tipo de chequeos y controles, y olvidando que la salud era el olvido, no el cuidarse de uno mismo, sino el ir viviendo descuidadamente. 

Litografía de Paul Colin (1949)

    Cualquier día de estos, la OMS califica la vejez de enfermedad, si no lo ha hecho ya a estas alturas cuando alguien lea esto, incluyendo el envejecimiento en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE, ó ICD en la lengua del Imperio), lo que le permitirá a la iatrocracia o clase médica y sanitaria patologizar más la vida humana, considerándola como causa de mortalidad, discriminando a los viejos más de lo que ya están en la sociedad y dando lugar a tratamientos terapéuticos antienvejecimiento sin ningún fundamento científico, dado que la vejez es un proceso natural de la vida humana. 

      Podríamos añadir una quinta contradicción a las cuatro anteriores, o más bien abriríamos un apartado en la cuarta, para incluir la distancia física que nos han impuesto las autoridades sanitarias para evitar el presunto virus -esos seis pies o metro y medio como mínimo- que nos la presentan como cercanía: distancia es proximidad. Se cuidan mucho de llamarla “distancia social” por dos razones: porque la distancia social aludiría a la diferencia entre clases sociales, entre el marginado y el ejecutivo capitalista, por ejemplo, que es una distancia económica insalvable, y porque también, matizan, uno puede estar alejado físicamente de los demás pero en contacto telemático o virtual, a lo que por otra parte alientan para combatir el sentimiento de soledad que nos embarga en el confinamiento y la prohibición del trato con las personas, excepto si son virtuales, y para lo que nos ofrecen ordenadores y teléfonos inteligentes y redes sin cables y toda la parafernalia tecnológica que sirve para acercarnos virtualmente a los que están lejos, y para alejarnos realmente de los que están más cerca. Uno, a través de sus redes sociales, puede tener múltiples “contactos” sin ningún contagio que reconforte su soledad, tristes sucedáneos del calor humano de nuestros prójimos, allegados y conocidos.

    De todas formas salud quizá sea una palabra que pueda salvarse un poco todavía y no dejársela al enemigo, y en ese caso diríamos, en vez de salud, sanidad: la sanidad, es decir la obsesión por la salud, es la verdadera enfermedad. Lo que nos lleva, lógicamente, a concluir que el Ministerio de Sanidad es el Ministerio de la Enfermedad.

 

jueves, 5 de agosto de 2021

La aparente paradoja

  Titular de periódico: Con el incremento de inmunizados se producirá la aparente paradoja de que el mayor número de casos se va a dar en la población inoculada.

      La Ministra de Sanidad ha declarado con una lógica ilógica aplastante: “Conforme más avancemos la vacunación, será más frecuente que los casos estén vacunados, porque será mucho más frecuente en la población estar inmunizado”. Y se ha quedado tan ancha. Si la gran mayoría de la población está inoculada en las próximas semanas, viene a decirnos, lo esperable es que, obviamente, crezca el número de contagios entre esos “inmunizados”, porque la protección total, es decir, la inmunización total no existe. Yo no lo veo tan obvio, pero a lo mejor es un problema mío de visión, que cada vez necesito gafas bifocales más potentes para enfocar mejor la realidad. Lo esperable sería, digo yo, que al aumentar el número de inmunizados disminuyeran los casos clínicos entre ellos, o sólo se dieran entre los que no lo están. Pero no. 


     Al parecer El Estado a través de su Ministerio de Sanidad ha inaugurado ya una campaña pedagógica -miedo me da la palabra pedagogía- para concienciar a la población, al niño que todos llevamos dentro, de la importancia de acercarse al 90% de inoculación, no ya al 70% que se habían propuesto y decían que era necesario para alcanzar la inmunidad colectiva. Ahora dicen que tienen que llegar “todo lo más lejos que se pueda” y pinchar a los menores de 12 años (la franja de edad de las cohortes de la ESO, que es de 12 a 16 años ya ni se cuestiona, se da por cosa hecha). Pretenden con dicha campaña desactivar las críticas que se produzcan cuando vayamos viendo la frecuencia de los casos, habida cuenta de que como ellos mismos reconocen una y otra vez estas 'vacunas' tienen una protección muy alta, pero no es total. Su objetivo, como ellos dicen, es desarticular todos los bulos, como denominan a las críticas para descalificarlas.

    A juzgar por los datos oficiales, puede decirse que el beneficio de las 'vacunas' no se ve por ninguna parte si comparamos los datos de julio del año pasado con los de este año, máxime teniendo en cuenta que España es uno de los países del mundo con mayor número de 'vacunados'. Aquí el número de casos, la incidencia acumulada, el número de hospitalizados y el de fallecidos es muy superior al del año pasado por estas fechas, cuando no se disponía todavía de 'vacunas', que empezaron a suminsitrarse en enero de este año. 

    La aparente paradoja no tiene nada de paradójico.

miércoles, 4 de agosto de 2021

Cuatro cosas

Estado patibulario: En la segunda década del siglo XXI todos nos hemos convertido de la noche a la mañana en enfermos imaginarios de Molière, en pacientes, es decir, en soportadores de males y en, vamos a decir, padecientes, aunque no padezcamos en la inmensa mayoría ningún mal de hecho ni estemos enfermos, pero nos abruman con una infinidad de males en potencia que hay que prevenir si no queremos lamentarlo: todos somos enfermos en potencia porque podemos contagiar y contagiarnos. El Estado terapéutico sonríe satisfecho: ha conseguido doblegar a toda la población sometiéndonos a todo tipo de vejaciones con el nombre de tratamientos preventivos. En prevención de infecciones respiratorias graves nos aconsejan que dejemos de respirar... Somos incompatibles, pasivos patibularios. El Estado, impasible él, es el patíbulo, es decir, el tablado en el que se ejecuta la pena de muerte, mientras que nosotros, sus súbditos, somos los patibularios, los condenados al cadalso, carne de cañón. ¿Hasta qué punto la paciencia es una virtud? ¿Hasta cuándo, Ogro filantrópico, abusarás de nuestra paciencia? 

 
 
 
Reivindicación de la noluntad: El término “noluntad” no es invención mía. Está recogido en el diccionario de la docta Academia de nuestra lengua y definido, dentro de la jerga del ámbito filosófico, como “acto de no querer”. Su etimología remonta al latín tardío noluntas, noluntatis, que deriva del verbo nolo 'no quiero', creado por analogía con uoluntas, uoluntatis 'voluntad', derivado del verbo uolo 'quiero'. Me hago eco de una frase juvenil: “No sabemos lo que queremos, pero sabemos lo que no queremos”. Lo que empleando el término noluntad: no tenemos voluntad, pero sí noluntad. No queremos esto: lo malo conocido. Queremos lo bueno por conocer, lo hoy por hoy desconocido. 
 

 
Dos palabras odiosas: El sacrificio se presenta como salvación para escapar de la amenaza de muerte bajo la dictadura sanitaria de la bata blanca. Hay palabras aborrecibles que se oyen demasiado como “resiliencia” que pretende neutralizar con su connotación camaleónica y adaptativa la belleza insobornable, como dice Pedro García Olivo, de la palabra “resistencia”, mucho más noble porque es patrimonio popular. Otra que tal baila es “empatía”, que se usa como antídoto de la antipática “antipatía”, para corromper el sentido inmenso de la genuina “simpatía”.
 
 
Me matan: Ay, que me están matando. / Lamenta el pueblo, y canta / un cante, que encantando / los ánimos levanta. / Ay, que me estoy muriendo, / pero de ningún modo, / aunque me esté muriendo, / me muero yo del todo. 
 

martes, 3 de agosto de 2021

"Vacúnate, idiota"

    Una cadena privada de televisión insulta a los telespectadores que no se han sometido al pinchazo anticovídico llamándolos idiotas a la cara en un programa donde se debatía la obligatoriedad de las vacunas.

   La Sexta, que ese es el nombre de la cadena a la que algunos denominan la Secta, en un debate sobre la obligatoriedad de la "vacuna" sacó un letrero gigante que decía:  "vacúnate idiota"

      Sin duda alguna, un titular agresivo como este capta enseguida la atención del espectador aburrido que hace zapping a ver qué le echan en la caja tonta para distraerle. Un titular como ese retiene, sin duda, a la audiencia que no tiene mejor cosa que hacer que embobarse delante del electrodoméstico. Los índices de audiencia, a fin de cuentas, es lo único que les importa, no la calidad del debate.

    No voy a caer yo en la tentación de recomendar a mis escasos lectores que no vean esa cadena en particular, porque lo que les aconsejo encarecidamente es que no vean ninguna cadena del espectro televisual, ni pública ni privada, ya que no hay ninguna diferencia. Todas están del mismo lado. Ya se ve cuál es el código deontológico que tienen los periodistas -vamos a llamarlos así-: ninguno. Simplemente sirven a los intereses del gran capital y la industria farmacéutica, por lo que en lugar de propiciar un debate en condiciones, con calidad científica y contraposición de opiniones, optan por el insulto fácil y la descalificación del adversario.

    Ya dijeron algunos cuando salió Victoria Abril despotricando contra la falsa pandemia y las medidas restrictivas adoptadas por la mayoría de los gobiernos: “A ver si va a saber ésa -pronunciado con énfasis despectivo- más que la Ciencia”. Hablan de la Ciencia como si fuese una señora muy sabionda y muy enseñorada, llena de certezas y sin ningún atisbo de dudas. 


     Insultar al que tiene sus dudas, sus serias dudas, y que opta por esperar a que acabe el experimento y se aprueben las "vacunas" haciéndose dignas de ese nombre que ahora usurpan sin razón, además de generar confrontación, es propio del que tiene la fe de carbonero a prueba de bombas, es decir, del que no razona.

    Al parecer, por lo que me cuentan, durante el debate los contertulios se mostraron contrarios a la obligatoriedad del pinchazo en las Españas pero no porque alguno estuviera en contra del producto, sino porque no había necesidad de hacerlo al no haber prácticamente rechazo en la población: la inmensa mayoría se ha pinchado o piensa hacerlo cuando se lo manden. No es necesario obligar a los pocos recalcitrantes, a los que se tacha, sin más de idiotas negacionistas.

    Lo que no habrán explicado en ese programa ni en ningún otro es que eso a lo que llaman “vacunas” no inmuniza, por mucho que repitan cacareando que los “vacunados” están inmunizados, ni tampoco evita los contagios, algo que estamos viendo más cada día que pasa. Sin ir más lejos, las dos únicas muertes de coronavirus que se produjeron en Cantabria el viernes 30 de julio pasado eran dos mujeres que estaban “vacunadas” con la pauta completa de las dos dosis hacía bastante tiempo, por lo que se deduce de su avanzada edad, ya que en enero comenzaron a inyectar a los ancianos. El año pasado, por estas mismas fechas, sin "vacunas" y sin mascarillas, no murió nadie del virus coronado.


     Y eso que llaman  “vacunas”  no evita la transmisión de la enfermedad a otras personas. Pero de eso no hablaron. Hablaron de que en España, habida cuenta de la sumisión voluntaria de los españoles, no hacía falta plantear el debate de la obligación como se estaba haciendo en otros países, pero no entraron en la cuestión de fondo: ¿Por qué hay que obligar a la gente a vacunarse? ¿Quién lo manda?

    ¿Por qué los "no-vacunados" son idiotas? No voy a decir que los idiotas son los "vacunados" porque sería caer en su mismo juego y en la provocación de la confrontación, pero sí que han sido engañados si ignoran que pueden contagiarse y pueden contagiar a los demás, como si no estuvieran “vacunados”. ¿Qué diferencia hay entonces? Ninguna. Simplemente que unos han obedecido y otros no. En cualquier caso, todos hemos sido engañados desde hace un año y medio por lo menos.  

lunes, 2 de agosto de 2021

El flautilla de Brassens

Ésta es la adaptación que hizo Agustín García Calvo de la canción de Georges Brassens, “Le petit joueur du flûteau”, titulada “El rapaz que toca el flautín”, cantada e interpretada a la guitarra por Antonio Selfa.  



    Georges Brassens es no sólo un maestro de la canción francesa, sino todo un clásico, al que se ha comparado a menudo con François Villon, y que entre nosotros ha sido imitado sobre todo por el llorado Javier Krahe.

    La versión de ese otro maestro que es Agustín García Calvo no desdice de la letra original de Brassens, cosa que ya se advierte hasta en la traducción del título de la canción, que literalmente sería “El pequeño flautista”, y que García Calvo ha traducido magistralmente “El rapaz que toca el flautín” y “el flautilla”. 

    Las letras de Brassens son importantes: cuentan y cantan historias, como la de este rapaz que tocaba el flautín y que fue invitado a palacio, acudió y agradó con su canción. El Rey, complacido, le otorgó un blasón de nobleza, pero el tonadillero lo rechazó, porque prefería seguir siendo el flautilla de su pueblo que no un bufón de la corte que se codea con la "alta sociedad".


El rapaz que toca el flautín / fue a palacio a hacerles tilín. / Por la gracia de su canción / le ha ofrecido el Rey un blasón. / “Ser un noble yo no quiero:”, / respondió el tonadillero: / “con blasón en la clave, ya / se hincharía mi sol-fa-la; / se diría en plaza y mesón / ‘el flautilla ha hecho traición’.

Y en mi pueblo el campanil / me sería muy bajo y hostil; / no me iría a  arrodillar / al Sanantón de nuestro altar: / mi gran cargo exigiría / santos de alta jerarquía / y un obispo en la clave, y ya... 

Me avergonzaría contar / de qué abuelos vine a rodar; / le haría un feo (bien lo sé) / a la rama de que me crié: / querría mi personaje / árbol de ilustre linaje, / sangre azul en mi clave, y ya...

Nadie iría a casarme a mí / con la que un día me prometí: / no iba a dar mi apellido yo / a cualquier Maripepa, no: / pediría por consorte / hija de un grande de corte: / con duquesa en la clave, ya…

El rapaz que toca el flautín / hizo reverencia y mohín / y sin título y sin blasón / se fue cantando su canción, / se volvió a su pueblo y choza, / sus parientes y su moza. / No dirán en plaza o mesón / “el flautilla ha hecho traición”, / y por suyo el pueblo tendrá / al músico y su sol-fa-la”.

He aquí la canción original de Brassens, cantada en la lengua de Molière, por el propio compositor de la música y la letra.


domingo, 1 de agosto de 2021

Leyendo a Lucien Cerise

   No estaría nada mal que alguien se animara a traducir al español el libro de Lucien Cerise Gouverner par le chaos. Ingénierie sociale et mondialisation, publicado en París por Max Milo Éditions en 2010. Ha tenido una segunda edición en 2014, con algún añadido. Ofrezco, como primicia y aperitivo, la traducción de unos párrafos del primer capítulo que titula "Ordo ab Chao", orden a partir del caos, en latín. El remarcado en negrita de algunas frases es cosa mía, no del autor, que se esconde tras un pseudónimo para escapar del control del Gran Hermano. 


    “Podríamos decir que en apariencia no hay nada nuevo bajo el sol. La antropología nos ha enseñado que desde siempre el poder ha tenido que apoyarse en la mentira y en los chivos expiatorios para asentar su influencia. Pero las estrategias mentirosas del viejo orden presentaban a pesar de todo al menos una ventaja, la de ofrecer además a la mayoría dominada un espacio de estabilidad social y psíquica. El caos era el enemigo del orden. En el siglo XX aparecieron nuevas formas de control social que pueden englobarse bajo el concepto de ingeniería social y cuyo objetivo no sólo es desrealizar la esfera pública, como en el pasado, sino también desestructurar intencionadamente el cuerpo social y el psiquismo individual en las clases populares. Hoy el caos es el instrumento del orden.

    Este nuevo orden posmoderno, mundializado, globalizado, resulta por consiguiente de una alianza entre la mentira, más que nunca inserta en el corazón del sistema, y de un cierto número de técnicas de deconstrucción programada de los equilibrios socioculturales. El «bombero pirómano» es el nombre de uno de estos métodos de márquetin político que consiste, por ejemplo, en crear antes inseguridad para crear después una «demanda» de seguridad y responder a ella con una «oferta» securitaria.

    El antiterrorismo, como forma de gobierno que descansa en la difusión de un miedo que induce a la sumisión en las capas populares, tiene por lo tanto absolutamente necesidad de terroristas, reales o ficticios. Es necesario por lo tanto crearlos, para el sostenimiento de las condiciones sociológicas favorables a su emergencia, o, a falta de ello, de forma totalmente imaginaria. Los verdaderos terroristas, los más peligrosos, son también los que desmpeñan el poder y que, desde hace décadas, trabajan para que nuestros suburbios y barrios difíciles exploten, para de esa suerte mantener bajo presión al pueblo llano y empujarlo «libremente» a los brazos de una respuesta represiva de amplitud totalitaria. (“Gobernar mediante el caos. Ingeniería social y mundialización” Lucien Cerise).