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miércoles, 4 de agosto de 2021

Cuatro cosas

Estado patibulario: En la segunda década del siglo XXI todos nos hemos convertido de la noche a la mañana en enfermos imaginarios de Molière, en pacientes, es decir, en soportadores de males y en, vamos a decir, padecientes, aunque no padezcamos en la inmensa mayoría ningún mal de hecho ni estemos enfermos, pero nos abruman con una infinidad de males en potencia que hay que prevenir si no queremos lamentarlo: todos somos enfermos en potencia porque podemos contagiar y contagiarnos. El Estado terapéutico sonríe satisfecho: ha conseguido doblegar a toda la población sometiéndonos a todo tipo de vejaciones con el nombre de tratamientos preventivos. En prevención de infecciones respiratorias graves nos aconsejan que dejemos de respirar... Somos incompatibles, pasivos patibularios. El Estado, impasible él, es el patíbulo, es decir, el tablado en el que se ejecuta la pena de muerte, mientras que nosotros, sus súbditos, somos los patibularios, los condenados al cadalso, carne de cañón. ¿Hasta qué punto la paciencia es una virtud? ¿Hasta cuándo, Ogro filantrópico, abusarás de nuestra paciencia? 

 
 
 
Reivindicación de la noluntad: El término “noluntad” no es invención mía. Está recogido en el diccionario de la docta Academia de nuestra lengua y definido, dentro de la jerga del ámbito filosófico, como “acto de no querer”. Su etimología remonta al latín tardío noluntas, noluntatis, que deriva del verbo nolo 'no quiero', creado por analogía con uoluntas, uoluntatis 'voluntad', derivado del verbo uolo 'quiero'. Me hago eco de una frase juvenil: “No sabemos lo que queremos, pero sabemos lo que no queremos”. Lo que empleando el término noluntad: no tenemos voluntad, pero sí noluntad. No queremos esto: lo malo conocido. Queremos lo bueno por conocer, lo hoy por hoy desconocido. 
 

 
Dos palabras odiosas: El sacrificio se presenta como salvación para escapar de la amenaza de muerte bajo la dictadura sanitaria de la bata blanca. Hay palabras aborrecibles que se oyen demasiado como “resiliencia” que pretende neutralizar con su connotación camaleónica y adaptativa la belleza insobornable, como dice Pedro García Olivo, de la palabra “resistencia”, mucho más noble porque es patrimonio popular. Otra que tal baila es “empatía”, que se usa como antídoto de la antipática “antipatía”, para corromper el sentido inmenso de la genuina “simpatía”.
 
 
Me matan: Ay, que me están matando. / Lamenta el pueblo, y canta / un cante, que encantando / los ánimos levanta. / Ay, que me estoy muriendo, / pero de ningún modo, / aunque me esté muriendo, / me muero yo del todo.