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viernes, 6 de agosto de 2021

Universo orgüeliano

    La tríada del universo orgüeliano de la novela distópica 1984 -war is peace, freedom is slavery, ignorance is strength- presenta en sus dos primeras formulaciones la coincidencia de dos contrarios: guerra es paz, libertad es esclavitud; en la tercera, equipara la ignorancia con la fuerza, que no es su contrario, ya que la antítesis de la ignorancia sería, más bien, la sabiduría o la ciencia o, simplemente, el conocimiento. Cabría esperar, siguiendo con la coincidentia oppositorum al modo heraclitano ignorance is knowledge, o ignorance is science por ejemplo. Pero si Orgüel ha optado por asociar el poder, la fuerza, a la ignorancia es quizá para explicar cómo se ha podido someter a la humanidad, a través de la ignorancia, a través de la mentira, a través del engaño, sobre el que se basa el poder. 


     Sabemos que si una cosa es igual a otra, se puede decir también al contrario, que la otra es igual a la primera. Nosotros en 2021, podemos reformular esa tríada orgüeliana del siguiente modo: peace is war -la paz de la que disfrutamos es, en verdad, una guerra; a la inversa de Orgüel, el término positivo, antes que el negativo-, freedom is slavery -la libertad que nos brinda el sistema se reduce a unas libertades formales que nos hacen esclavos, por ejemplo la libertad de elección entre opciones preestablecidas, y en todo caso se trata de una libertad condicional y vigilada-, knowledge is ignorance -el conocimiento que creemos tener, nuestras certezas y saberes, nuestras ideas es en realidad nuestra ignorancia.

    Pero hay una cuarta contradicción que hemos aprendido a lo largo de este año y medio desde que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia universal: health is disease, la salud de la que disfrutábamos es una enfermedad. Comenzó imponiéndose la fórmula profiláctica: la salud es la prevención de la enfermedad, para acabar equiparándose, simplemente, la salud y la enfermedad, porque la preocupación por prevenir la enfermedad lo que hace es atraerla como un imán, crearla, enfermarnos sometiéndonos a todo tipo de chequeos y controles, y olvidando que la salud era el olvido, no el cuidarse de uno mismo, sino el ir viviendo descuidadamente. 

Litografía de Paul Colin (1949)

    Cualquier día de estos, la OMS califica la vejez de enfermedad, si no lo ha hecho ya a estas alturas cuando alguien lea esto, incluyendo el envejecimiento en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE, ó ICD en la lengua del Imperio), lo que le permitirá a la iatrocracia o clase médica y sanitaria patologizar más la vida humana, considerándola como causa de mortalidad, discriminando a los viejos más de lo que ya están en la sociedad y dando lugar a tratamientos terapéuticos antienvejecimiento sin ningún fundamento científico, dado que la vejez es un proceso natural de la vida humana. 

      Podríamos añadir una quinta contradicción a las cuatro anteriores, o más bien abriríamos un apartado en la cuarta, para incluir la distancia física que nos han impuesto las autoridades sanitarias para evitar el presunto virus -esos seis pies o metro y medio como mínimo- que nos la presentan como cercanía: distancia es proximidad. Se cuidan mucho de llamarla “distancia social” por dos razones: porque la distancia social aludiría a la diferencia entre clases sociales, entre el marginado y el ejecutivo capitalista, por ejemplo, que es una distancia económica insalvable, y porque también, matizan, uno puede estar alejado físicamente de los demás pero en contacto telemático o virtual, a lo que por otra parte alientan para combatir el sentimiento de soledad que nos embarga en el confinamiento y la prohibición del trato con las personas, excepto si son virtuales, y para lo que nos ofrecen ordenadores y teléfonos inteligentes y redes sin cables y toda la parafernalia tecnológica que sirve para acercarnos virtualmente a los que están lejos, y para alejarnos realmente de los que están más cerca. Uno, a través de sus redes sociales, puede tener múltiples “contactos” sin ningún contagio que reconforte su soledad, tristes sucedáneos del calor humano de nuestros prójimos, allegados y conocidos.

    De todas formas salud quizá sea una palabra que pueda salvarse un poco todavía y no dejársela al enemigo, y en ese caso diríamos, en vez de salud, sanidad: la sanidad, es decir la obsesión por la salud, es la verdadera enfermedad. Lo que nos lleva, lógicamente, a concluir que el Ministerio de Sanidad es el Ministerio de la Enfermedad.