Escribe la galardonada directora de cine Isabel Coixet en XLSemanal que cuando sale el 'tema'
en una conversación desconecta rápidamente porque le resulta agotador defender
su posición de 'vacunada'. No obstante ahora va ella y saca a
relucir el 'tema' nada cinematográfico por cierto en su artículo titulado “Una oreja en el hombro”, donde
defiende su condición castigándonos a sus sufridos lectores con la
consabida retahíla de la matraca mediática y la monserga a favor del 'tema': que
le parece algo cívico, una muestra de respeto hacia los demás, y
“probablemente la única manera posible que tenemos, de momento, de
detener al bicho” (sic, por lo de bicho). ¿Qué bestia feroz será ese bicho que no se ve por
ninguna parte, a no ser que sea la paranoica psicosis
colectiva, que la renombrada directora de cine quiere detener al mismo tiempo que da pábulo?
Califica la susodicha, con flagrante anglicismo, de 'antivaxers', ella que se
muestra tan 'provaxer', a los que no están de acuerdo con sus tres
afirmaciones dogmáticas y ortodoxas: que sea un acto cívico lo que en todo caso tendría que ser un acto médico individual prescrito facultativamente y concerniente a la intimidad del historial clínico de cada quisque que a nadie más incumbe, confundiendo civismo con
sumisión a lo que Dios manda o el Gobierno en su defecto en este
caso; que sea una muestra de respeto a los demás, cuando no deja de
ser una flagrante falta de respeto, como la mascarilla que luce en la foto, símbolo de egoísmo puro y duro disfrazado de altruismo que uno pretenda salvar en
primer lugar su vida y de rechazo, indirectamente, la de los demás,
ya que piensa que no contagiándose tampoco contagiará; y, finalmente, que sea
una forma de detener a la Mala Bestia que nos han inculcado que todos llevamos dentro en potencia aristotélica.
En
un país en que se considera un dogma de fe que “las vacunas salvan
vidas”, es decir, evitan muertes, cuando lo que hacen es prevenirlas y conjurarlas, el gobierno no necesita hacer
obligatoria la inoculación de sus súbditos, porque estos se prestan
voluntariamente al experimento como ratas de laboratorio y como Isabel Coixet, que aun presume de
ello por civismo, respeto al prójimo y para acabar con el 'bicho'.
Si
no fuera este el caso, el gobierno haría obligatoria la inoculación.
¿Por qué? Porque el gobierno tiene que salvar a toda costa las vidas de sus
súbditos y contribuyentes, quienes son sus electores y su sustento democrático, como
antaño la Iglesia tenía que salvar nuestras almas, otro fetiche como
este de nuestras vidas, que justifica la idea de salvación, y todo
lo que conlleva consigo: la figura de un redentor que nos salvará la vida. ¿De qué? ¿De la muerte? Pero de eso no nos salva ni Dios.
Insiste impúdicamente en ponerse como ejemplo de civismo y respeto a los demás: “Yo que me he vacunado con la misma actitud con la que
pruebo las mezclas culinarias más peregrinas (…), no aparco en las
plazas para minusválidos o pago mis impuestos, no sé si es o no
justo, pero creo que es lo que hay que hacer”. El razonamiento de
esta mujer se reduce al simplismo de no plantearse si es justo o no pero tiene
fe en que es lo que se debe hacer. “Ya sé que hay mucha gente que
se ha enriquecido con ello, ya lo sé.” A pesar de eso no parece
importarle el negocio lucrativo que hay detrás, sufragado con el
dinero de las arcas públicas, que se recauda de
los que como ella pagamos, qué remedio, el diezmo de nuestros
impuestos. “También sé que a lo mejor tenemos que volver a
pincharnos”. Sabe muchas cosas, desde luego, inmersa como está en la burbuja mediática de
la narrativa oficial.
¿Por qué tendremos que volver a pincharnos?
¿No estábamos acaso, Isabel, completamente 'inmunizados' con las dos dosis
reglamentarias? ¿Nos estás adoctrinando para que nos vayamos
arremangando y preparando el brazo para la tercera y sucesivas dosis venideras?
Sabes muchas cosas, desde luego, Isabel, muchas más de las que pareces. ¿Por qué será? Tantas cosas sabes que acabas escribiendo que “igual
dentro de tres meses, como consecuencia de la vacuna, me sale una oreja gigante en un hombro”, ridiculizando así los efectos
secundarios. Afirmas que si te sale la dichosa oreja gigantesca y a buen seguro sorda en el hombro la lucirás orgullosa, para ver si
así consigues convencer a un antivaxer, tú que te has revelado tan provaxer.
Ay, Isabel. Qué cansino resulta todo esto, tanta necesidad de justificarse una a bombo y platillo. ¡Qué difícil es desconectar a veces, como dices que tú haces cuando sale el 'tema' de marras, cuando nos están machacando a todas las horas del día y de la noche desde todos los medios habidos y por haber, incluida está revista que utilizas tú para sacarlo a relucir!
Quizá no te has percatado, Isabel, de que a cuenta del pinchazo se te acaba de poner ahora mismo de repente una oreja caliente y
colorada, no sé si en la cabeza o en el hombro, porque tus lectores se están acordando ahora mismo de ti. Si es la derecha la que se te ha puesto roja es porque, según cuentan, están hablando muy bien de ti y echando flores y parabienes, como cuando te galardonaron, por tu apoyo incondicional a la industria farmacéutica y al gobierno, pero si es la izquierda la que te arde, ay, es porque están echándote ahora mismo una maldición por la medalla que te has autoimpuesto y que luces orgullosa e indecentemente.