Leía yo el otro día en
El diario montañés, el sedicente "decano de la prensa
de Cantabria", el siguiente titular no poco alarmista en grandes
letras: “La pandemia asesta un duro golpe a Cantabria con tres
fallecidos en una jornada negra”. En letra más pequeña, debajo
del gran titular, se decía: “Las víctimas, dos mujeres de 69 y 88
años y un hombre de 55, todos con problemas de salud previos, elevan
la cifra total de decesos a 228”.
Lo más relevante de esta
noticia, a mi modo de ver, no era el dato en sí de la elevada cifra total de decesos teniendo en cuenta que se refiere a siete meses y que por lo tanto no es tan alta aunque estemos hablando de un pequeña taifa como es sin duda esta comunidad autónoma, sino la reflexión
que hacía el periodista en el grueso del artículo, donde afirmaba:
Las escuetas informaciones de la Consejería de Sanidad suelen
incluir al referirse a cada nuevo deceso, la coletilla de las
“comorbilidades”.

Me
llamaba la atención la culta latiniparla de la que hacía gala el periodista al llamar con
eufemismo “fallecidos” a los muertos y “deceso” a la muerte, y de usar el tecnicismo médico “comorbilidades”,
que el diccionario de la Academia define como "coexistencia de dos o
más enfermedades en un mismo individuo, generalmente relacionadas",
para lo que la prensa escrita y los locutores y locutrices televisivos suelen denominar habitualmente con culto helenismo
“patologías previas”, pero me llamaba más la atención todavía la
reflexión que hacía después sobre la coletilla o significativo añadido que la
Consejería de Sanidad incluía honestamente, todo hay que decirlo, en su escueta información, soltando la siguiente perla: En ocasiones,
esto tiende a interpretarse como que el virus precisa combinarse con
problemas de salud previos para ser mortal, cuando más bien se trata
de que encuentra un camino más fácil para desarrollar toda su
capacidad letal. Aquí
contrapone el periodista lo que todo el mundo entiende a primera vista, a saber, que
el virus no mata si no hay “problemas previos de salud”, y lo
que en el segundo miembro de su frase él quiere que se entienda, que es lo mismo pero al revés:
que el
virus sí mata, cuando encuentra allanado el camino por otras
afecciones.
Salta
a la vista de cualquiera que la letalidad del virus, si
no se combina con problemas de salud previos, es prácticamente nula.
El contagio, por lo tanto, del virus no debería ser tan temido porque no mata per
se. ¿Qué significa esto? Que
esas tres víctimas probablemente no habrían muerto todavía, pese a
estar contagiadas, si no hubieran tenido previas patologías, y que esas enfermedades previas son las que nuestro sistema
sanitario debería también tratar de atajar con mayor esmero, para
que el contagio de este virus o de cualquier otro que nos venga no
nos lleve por el mal y allanado camino que dice el periodista.

Y eso
no se hace, creo yo, cerrando centros de salud de atención primaria
e imponiendo la consulta telefónica en lugar de la presencial a los
pacientes ni focalizando toda la atención sanitaria y hospitalaria
en el dichoso virus coronado, ni en hacer pruebas y confinar a toda
la población expuesta a esta epidemia que, pese al cada vez más
elevado número de contagios, ya no es lo que era y lo que fue en la
pasada primavera, cuando las mismas autoridades sanitarias que ahora
nos imponen las mascarillas, y se las imponen a los niños a partir
de los seis años en las escuelas y recomiendan a partir de los tres en Cantabria, nos decían que no eran
necesarias.
Como ya no nos asustan
mucho con los llamados “casos positivos”, que suben de día
en día como la espuma efervescente, cosa que no dejan de recordarnos a todas horas así como que son
debidos, cómo no, a nuestra irresponsabilidad, casos positivos que
no son propiamente hablando enfermos ni mucho menos muertos, vuelven
a la carga ahora sacando a relucir los fallecidos, aunque sean pocos y
no sean tantos ya, pero cuentan y cuánto en la nueva normalidad y en
esta segunda ola que se han empeñado en declarar para seguir
metiéndonos el miedo en el cuerpo y en el alma, que es lo que tratan
de hacer tanto los medios de formación de la opinión pública como
las autoridades sanitarias.
Que tres muertos sean un
duro golpe asestado por la pandemia que ennegrece particularmente una
jornada, como proclama el provinciano periódico local de campanario, es mucho decir, y por eso se dice: para que
se diga mucho y se repita, y a fuerza de repetirlo como si fuera un
mantra o la letanía del rosario, suene a que tres son muchos y suene a verdadero. Pero el número tres, como tal número, no es sinónimo de muchos en absoluto, porque también puede serlo de pocos, como en este otro titular de otro diario: "La Junta corrige el dato de ayer y confirma solo tres muertos por coronavirus en Zamora".

Leo que por la radio ha
proclamado un consejero cualquiera, su nombre propio no deja de ser un pseudónimo, de una de los diecisiete reinos de taifas de
las Españas, en una declaración tan sincera como reveladora, más
verdad de la que seguramente pretendía: Eso es lo que tenemos que
generar: temor al virus; hay que tener miedo a infectarse, no a las
sanciones. En esta declaración asoma y resplandece la verdad del asunto: los políticos como él tienen que generar, como
dice él, miedo, pero no temor a las sanciones económicas en forma
de cuantiosas multas que van de los 600 a los 6000 euros ni a las
detenciones manu militari y
traslados esposados a comisaría,
hay que crear un temor superior a ése, el miedo a infectarse, la psicosis del virus, que en
el fondo no es un miedo a contagiarse sin más, sino el
miedo a morirse, el miedo a la muerte, para que todas las medidas que
se tomen en aras de la Salud Pública, maldita sea la puta madre, nunca mejor dicho, que
la parió, sean obedecidas al fin sin rechistar.