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miércoles, 30 de septiembre de 2020

Inteligencia asintomática

La palabra “asintomático” está de moda. Se oye y se lee más que nunca por doquier. La Real Academia la define como propia de la jerga médica: “Que no presenta síntomas de enfermedad.” En efecto, si descomponemos la palabra en sus elementos significativos para analizarla, está formada con el prefijo negativo a(n)-, que incorpora la negación al término, por lo que es sinónimo de no-sintomático, sin síntomas

Vamos, pues, al síntoma, que es el meollo del vocablo y que se define como “manifestación reveladora de una enfermedad” y en sentido más general como “señal o indicio de algo que está sucediendo o va a suceder”.  

 Anatomía de un hombre herido, Daniel Hagerman (siglo XV)

Si recurrimos ahora al expediente etimológico, vemos que síntoma procede del griego σύμπτωμα, vía latina symptōma, pero conservando la acentuación griega, no sé si por afán puramente conservador, por pedantería esdrujulista o por ambas cosas, ya que debería ser llana, habida cuenta de la ley de la penúltima latina, que es larga.

Los periodistas y políticos hiperculteranos prefieren utilizar el palabro “sintomatología” en lugar de “síntomas”, en frases como “La enfermedad presenta una sintomatología...” en vez de lo normal que sería “...unos síntomas...” porque parece que son más leídos cuantas más palabras polisilábicas metan, y sín-to-mas sólo tiene tres sílabas mientras que sin-to-ma-to-lo-gí-a tiene siete. 

Es propio, en efecto, de la pedantería de la verborrea políticamente correcta utilizar palabras más largas que un día sin pan. Por eso se oye decir y se lee “problemática” en vez de “problemas”, “analítica” en vez de “análisis”, “temática” en vez de “tema”, y hasta “climatología” en vez de “clima”. 


Volviendo al σύμπτωμα / symptōma: El grupo consonántico interno -μπτ- -mpt- se ha simplificado en -nt- para mayor comodidad en la pronunciación. El término síntoma se encuentra entre nosotros desde 1607. Es un compuesto del prefijo σύν-, equivalente del latino cum- y, por lo tanto, de nuestro con- y del verbo πίπτω, cuya raíz no reduplicada es πτω, que significa “caer”, más el sufijo -μα -ματος, del mismo origen indoeuropeo que el latino -men / -mentum,  que indica resultado de la acción verbal, por lo que propiamente equivale a "coincidencia" o "concurrencia".

El verbo griego συμπίπτω quiere decir “yo caigo juntamente, coincido, concurro”. Σύμπτωμα, sustantivo derivado de ese verbo,  está documentado en griego a partir de finales del s. V a. C. en historiadores, en los que significa, con connotación negativa, "infortunio", o "desgracia"; después en filósofos como Epicuro "atributo", "propiedad", "fenómeno concomitante", y un poco más tarde en textos propiamente médicos "fenómeno revelador de una enfermedad".

Galeno, por ejemplo, en su tratado De symptomatum differentiis K. 7. 50 diferencia el síntoma de la enfermedad (νόσημα nósēma en griego) comparándolo con las sombras: los síntomas son como las sombras que acompañan a la enfermedad principal, pero no son ella misma.    

Si hacemos caso a Heraclito (“común es a todos el pensar”), todos tenemos una razón, inteligencia o sentido comunes λόγος, pero esta facultad suele estar mermada por las opiniones personales. Podríamos decir que en la mayoría de los casos es asintomática, es decir, no presenta síntomas o indicios de ello, porque hay algo, que es la “inteligencia privada” que la empaña y nos vuelve irracionales (“pero, siendo la razón común, viven los más como teniendo un pensamiento privado suyo”). 


¿Por qué algunas personas, muchas, la inmensa mayoría, no presenta síntomas, es decir, indicios, señales, de esa inteligencia y razón, algo que nos es común a todos los seres racionales? Muy sencillo: porque tienen ideas propias, que son la enfermedad de la razón: la ignorancia o creencia de que se sabe. Heraclito acuña este concepto de idea propia como ἰδίη φρόνησις o pensamiento privado, que configura su idiotismo, y ese idiotismo, etimológicamente hablando, es bastante sintomático: presenta unos síntomas (no vamos a decir una sintomatología, que sería harto pedante) muy claros: son las ideas propias que se hace uno de las cosas.

La palabra “idiota” no significa otra cosa que aquel que forma sus propias ideas, unas ideas que expresa en su propio idioma o idiolecto, y que como ideas fijas que son impiden la puesta en marcha del razonamiento común, como rémoras que se aferran a la nave y no la dejan navegar. Téngase en cuenta que si la inteligencia es en muchas personas asintomática,  eso se debe a que la idiotez o idiocia sí que son sintomáticas.

miércoles, 29 de julio de 2020

El fetiche de la identidad nacional

    Una prueba de que la identidad nacional no es más que un fetiche  esto es, un hechizo, o sea, algo ficticio, como revela la etimología del vocablo "fetiche", -que deriva del latín facticium (artificial, no natural, inventado, artificioso y postizo), a través del préstamo francés fétiche (cf. it. feiticcio y port. feitiço “sortilegio”), es decir, un “artificio supersticioso del que se valen los hechiceros” ("hechizo" es el resultado popular de la evolución de facticium y  "hechicero" de facticiarius),- la prueba de ello, decíamos, nos la proporciona el hecho de que el parlamento de una comunidad autónoma española, de cuyo nombre no vamos a hacer mención pero aseguraría que es algo que hacen los diecisiete reinos de taifas hispánicos, destine anualmente una partida presupuestaria no poco considerable de su presupuesto económico de muchos miles de euros a fomentar su propia identidad.


    Si es preciso incentivar esa identidad, subvencionándola económicamente, es que no se sostiene en pie sin el crédito por sí sola, es decir, que naturalmente no se sostiene, por lo que habrá que hacerlo artificialmente recurriendo a la hechicería. Esto nos hace pensar que tal vez el dominio de las identidades nacionales no sea absoluto ni perfecto, que quizá Dios no sea todopoderoso, que acaso haya alguna esperanza de que se resquebraje la esencial homogeneidad del ser, que decía Mairena, aquel precursor de todo lo contrario, porque, si no fuera así, el corsé de la identidad se impondría per se sin más, sin necesidad de que nada ni nadie la fomentara económicamente.


    Claro que lo que se dice a propósito de la identidad nacional, sirve también para nuestra identidad individual, que no se sostiene sin nuestro empeño en cultivar nuestra propia idiosincrasia o personalidad. La palabra idiosincrasia dice mucho más de lo que parece: Del griego ἰδιοσυγκρασία idiosynkrasía 'temperamento particular', compuesto de ἴδιος propio, particular (de donde nos viene el idioma y el idiolecto, así como el idiotismo y la idiocia de los idiotas)  y σύγκρασις mezcla, carácter, constitución, por lo que el diccionario la define como “Rasgos, temperamento, carácter, etc., distintivos y propios de un individuo o de una colectividad”.